Conversaciones con David Foster Wallace,
Stephen J. Burn (Editor), Ed. Pálido
fuego
Cuesta
hablar de un libro que nos ha dicho tanto que si no fuera porque estamos mayores
para ciertas cosas podríamos hasta decir que nos ha cambiado, en cierto grado,
la manera de leer. No soy un fanático de David Foster Wallace pero sí soy,
desde luego, un lector de muchas de sus obras. Un lector y un relector, lo que
indica que es un autor que siempre me interesa. Nunca me he lanzado todavía a
abordar su gran novela, La broma infinita, aunque me la he comprado durante
este verano para acercarme a ella en las largas tardes de invierno. Sí he
leído, y releído, sus relatos de La niña
del pelo raro, Entrevistas breves con
hombres repulsivos y Extinción,
así como su genial crónica de cruceros Algo
supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, uno de los textos más
divertidos y a la vez tristes que nunca he leído.
En
2.013 escribí un relato, sin apenas haber leído a Foster Wallace, con el que gané el X Certamen Jóvenes Talentos Booket – Ámbito
Cultural. Aquel relato se llamaba Literatopatías
(Estudio Psiquiátrico sobre la Situación Coyuntural de la Literatura
Contemporánea) y bajo ese título inequívocamente inspirado en David Foster
Wallace, me burlaba (llevándolo a su versión psicopática) de aquellos que en
esos momentos adoraban a David Foster Wallace por encima de todas las cosas. Es
difícil ser un mártir, y supongo que uno no elige a sus seguidores o supuestos
seguidores. Veo cómo parece que en el último año se ha abierto la veda para
criticarlo. Y como pasa siempre, después de que un autor haya estado en el
altar de los intocables durante un tiempo, cuando lo bajan, los que se lanzan a
criticarlo (que muchas veces son los mismos que antes lo encumbraron) se
exceden y pierden toda objetividad.
Conversaciones con David Foster
Wallace es un libro en el que se recogen entrevistas
realizadas al autor durante toda su vida, desde que publicó su primera novela, La escoba del sistema, hasta después de
su último libro de relatos, Extinción.
Foster Wallace habla en uno de esos encuentros sobre Raymond Carver y afirma
que Carver era un genio, que creó algo perdurable, pero que él no tiene la
culpa de sus miles de imitadores y discípulos mediocres. Y esto quizá sea
aplicable a Foster Wallace, y aunque cueste, hay que acercarse a su obra, y a
su personalidad como autor, que aquí revela en gran medida, sin tener en cuenta
a quienes lo loan como el último gran escritor nacido en el siglo XX, como un
genio cuya obra pervivirá cien años.
¿Sobrevivirá la obra de Foster
Wallace cien años? Por lo que nos cuenta este libro, era
uno de sus objetivos. En algún momento de sus páginas afirma que quiere
escribir una novela que se siga leyendo dentro de cien años. No sabemos qué
pasará dentro de ochenta, pero de momento hace veinte de la primera publicación
de La broma infinita y se sigue
estudiando con interés, y este año se han hecho reediciones conmemorativas de
su vigésimo aniversario. Hay y hubo mucho de moda en la figura de David Foster
Wallace, por su manera de analizar la modernidad, por su relación con los
medios de comunicación, por su figura, por su pañuelo en la cabeza, por su aire
de gigantón frágil, por haber sido lo más parecido a una rock star del sistema literario, por su suicidio.
Antecedentes:
Durante los aproximadamente veinte años que abarcan las entrevistas con David
Foster Wallace recogidas en el libro se repiten muchos clichés. Creo que al
propio autor le divertiría ver cómo se repitió tantas veces durante dos décadas
que sus padres eran profesores, que leían el Ulises de Joyce, que Foster Wallace fue un jugador de tenis bastante brillante en la adolescencia, que terminó dos licenciaturas, una
en lógica matemática y otra en literatura, y que fue el trabajo de final de
carrera de esta segunda, la que acabó siendo su primera novela, La escoba del sistema, que publicó a los
veintitrés años.
Los inicios:
Tras sus primeras publicaciones Foster Wallace se acostumbró a dar entrevistas.
En las primeras es más abierto, seguramente por edad se sentía cercano a
quienes le entrevistaban, muchas veces periodistas que acababan de terminar sus
estudios. Con los años fue cubriéndose de un caparazón, y restringiendo la
información que daba abiertamente. En el prólogo al libro Stephen J. Burn
cuenta que fue un periodista el que le dijo a Foster Wallace en algún momento de
la promoción de La broma infinita que
no debía decir ciertas cosas, pues lo ponían en una situación de debilidad ante
el entrevistador. Creo que Foster Wallace se arrepintió de ciertos comentarios,
igual que según cuenta en el libro se arrepintió de ciertas apreciaciones en
sus libros de no – ficción, y dejó de hacerlas.
¿Qué se puede aprender sobre David
Foster Wallace leyendo este libro?: Creo que se puede ver
dónde se situaba él en una línea de evolución de la literatura, y cómo sus
lecturas y referencias fueron cambiando. Empieza hablando, seguramente
considerándose parte de algo que por darle un nombre se llamaba posmodernismo y
que venía de manera más o menos directa de autores como Thomas Pynchon, Robert Coover,
William Gaddis o Donald Barthelme. Aunque es consciente de que el posmodernismo
es a veces demasiado solipsista y no anda hacia delante sino que traza círculos
y espera la admiración de los críticos y Foster Wallace quería avanzar en su
obra. En algún momento habla de los hijos de Nabokov, y entendemos que son
aquellos autores que trabajan una buena prosa en la que narran sin perder de
vista los juegos de autoconciencia. Nombra por encima de todos quizá a DeLillo.
DeLillo y Cynthia Ozick son dos autores a los que siempre nombra con gran
admiración en esos veinte años de palabras. Al final acaba hablando de la
manera de abordar la trascendencia con un discurso limpio que ha encontrado
leyendo a San Pablo, Dostoievski y Camus, y quizá estaba por ahí la línea que
pretendía seguir en el futuro. Tampoco duda nunca en hablar bien de autores
contemporáneos, de su edad, a los que lee con interés aunque no se ve
relacionado en lo que escriben unos y otros, autores como Jonathan Franzen,
Lorrie Moore, George Saunders o William T. Vollmann.
La trascendencia y la ironía:
Foster Wallace es consciente de que su estilo, y quizá es algo generacional,
está muy apoyado en la ironía. Quizá demasiado, se lamenta en algún momento,
pero cree que la narrativa no puede seguir haciendo ciertas cosas: escenas,
giros, presentaciones de personajes, sin tomárselos un poco a broma, sin jugar
con el lector, sin decirle: sé lo que estás pensando. Quizá, dice, la ironía
sea una respuesta a toda esa narrativa tan seria que pretendía reproducir el
mundo, y la respuesta a esa ironía acabe siendo una vuelta a la narrativa
clásica, con todas sus convenciones. Uno no puede escribir dejando de lado la
autoconsciencia, viene a decir. A Foster Wallace no le parece realista el
Realismo, por decirlo de alguna manera. Le parece que la realidad en la que
vive, de finales del siglo XX, está llena de referencias y metarreferencias, y
no tiene sentido tratar de esconderlo. Hay arte que perdurará y hay arte que no
perdurará y es difícil saber qué lo hará y qué no, pero él cree que su
obligación es narrar su tiempo como lo siente, y que eso puede darle lugar a
que su obra permanezca.
David Foster Wallace, la persona:
Leer algunas de las afirmaciones que hace, sobre la soledad o la tristeza,
sobre algunos personajes que terminan mal y que como él mismo dice, no sé de
dónde salen, pero sin duda salen de algo que está mal dentro de mí, provoca un
cierto escalofrío. Por usar sus propias ideas, no se puede leer este libro con
mirada limpia, obviando cómo terminó su vida el autor, y es difícil no buscar
señales que vayan anunciando algunos de sus estados de ánimo depresivos. Tenemos
demasiadas referencias externas y no podemos dejar de usarlas. No hace falta
buscar demasiado, están a un nivel superficial de lectura.
David Foster Wallace, el autor:
Todos los que lo conocieron destacan que era una persona muy inteligente. Y lo
parece. Es también un escritor inteligente, y como él mismo reconoce, a veces
eso puede hacer que el lector piense que intenta pasar por listillo. Y a nadie
le gustan los listillos. Una de las cosas que decía revisar mucho como autor
antes de publicar eran esas páginas en las que pensaba que el lector podía
pensar que era un listillo haciendo una demostración de virtuosismo. Y aún así
sabía que muchas de sus páginas podían dar lugar a esa sensación. Resulta muy
gracioso cómo explica qué llegó a esas notas a pie de página que marcan en gran
medida La broma infinita y durante un
tiempo después no era capaz de escribir otra cosa que páginas llenas de notas,
y que tuvo que plantarse muy seriamente y volver a aprender a escribir sin
ellas, para no acabar siendo cargante. Creo que la inteligencia de Foster
Wallace era ese tipo de inteligencia que relaciona información de manera muy
rápida, y que sobre todo sabe hacerlo, a veces, de manera original, dando lugar
a algo verdadero, artístico, perdurable. Cuenta que hay días que recibía 50.000
impactos de información al día y que su labor muchas veces era filtrar todo eso
y sacar de ahí 20 o 25 datos útiles. Cuando lo conseguía, todo funcionaba. Escribo
buscando el clic, cuenta en algunas entrevistas. A veces noto cómo al avanzar
en la escritura suena ese clic. Y era capaz de detectarlo en la obra de otros.
Sobre la obra de otros y sobre la suya, Foster Wallace tiene desde el comienzo
de su carrera una idea bastante clara de las cosas que sabe hacer bien como
autor y de las que no hace tan bien. Es capaz de admirar algunos aspectos de
otros escritores y ser consciente de que eso no sabría hacerlo bien, o no sería
natural incorporado a su obra. Eso es algo que un escritor debe aprender y que
normalmente tarda mucho más en aprender, pero parece que David Foster Wallace
lo vio fácilmente.
Es
un libro interesante para cualquiera, pues permite acceder a una mente
brillante que muestra algunas de las claves de su funcionamiento y algunos de
sus temas de escritura. Creo que Conversaciones
con David Foster Wallace es un libro que despertará el interés por leer su
narrativa a quienes nunca la hayan leído. Y es sin duda un libro que
complementará perfectamente la lectura de su obra. Para aquellos que ya lo
hemos leído, nos permite comprender mejor ciertos aspectos, y nos despierta las
ganas de seguir leyéndolo.
Seguiremos
hablando de libros.
Felices
lecturas
Sr.
E
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