Rari
Nantes, de Alba
Ballesta.
Ed.
Gadir (2.015)
Alba
Ballesta tiene 24 años y nació en Orihuela. Nació en mi misma
ciudad y tiene la misma edad que uno de mis hermanos. Mi hermano está
sacándose un doctorado en cosas que no llego ni a entender demasiado
bien en qué consisten pese a que yo también hice la carrera de
Físicas y Alba Ballesta ha escrito una novela que se llama Rari
Nantes, con la que
ganó el año pasado (por lo tanto tenía como mucho 23 años si no
es que la tenía escrita de mucho antes) el Premio Joven de Narrativa
de la UCM. Lo del premio está genial y seguro que a Alba Ballesta le
hizo un montón de ilusión, y me imagino que sobre todo le hizo
ilusión ver publicado el libro tan pronto, porque a los que tenemos
la infección ésta de escribir (y ahora profundizaré en la idea
pero creo que Alba tiene un caso bastante agudo) si terminamos una
obra y no la vemos por ahí tomando el aire lejos de nosotros, nos da
por corregirla hasta la trigesimoséptima vez y al final se nos
envenena. Pero lo más importante de Rari
Nantes no es que venga
de un premio, ni que su autora sea joven, ni de Orihuela, sino que es una muy buena novela.
No
voy a ponerme a hablar de la edad de los escritores y de que yo me
hago viejo. No voy a recordar que en los noventa parecía que lo
normal era ganar el Nadal o el Planeta antes de los veinticinco y
comerte el mundo. No voy a hablar de Mañas ni de Juan Manuel de
Prada. Voy a hablar de Alba Ballesta y de Rari
Nantes, aunque puede
que tangencialmente aún me toque lamentarme por estar haciéndome
mayor. Estos jóvenes son cada día más jóvenes y yo me busco canas
en la barba cada mañana frente al espejo. A los 24 años (no quiero
ni recordar los 23) yo estaba terminando la carrera y le colé un
relato al grupo editorial Planeta para que lo publicara en un libro
que distribuía El Corte Inglés y me parecía que era lo mejor que
escribiría nunca (afortunadamente creo que no lo ha sido; todo el
mundo ha coincidido en que es el peor relato incluido en mi libro
Beber durante el
embarazo). A los 24
años Alba Ballesta ha publicado Rari
Nantes y creo que
seremos muchos los que tenemos curiosidad por lo que puede traerse
entre manos (que seguro que algo se trae). Cogí el libro en la
Biblioteca de Orihuela a finales de agosto y me lo había leído por
primera vez a las cuatro horas de empezarlo. Ya he comprado dos
ejemplares para regalar a voraces lectores amigos. Seguramente
compraré más en las próximas semanas y seguiré regalándolo.
“¿A
quién se referiría entonces en ese relato? ¿Acaso no era el propio
Conrad Desmond quien se escondía detrás de esa primera persona del
singular? ¿Acaso inmiscuirse en vidas ajenas no era el pasatiempo
favorito del escritor?” pg. 23
Rari
Nantes es una novela
sobre novelas. Sobre novelas, sobre escritores, sobre poetas, sobre
fumar, sobre tomar café a todas horas y perderse en librerías.
Sobre robar libros de las bibliotecas y tomar prestadas ideas de las
películas. Sobre caminar sola bajo la lluvia al anochecer y querer
quedarse en silencio. Es una novela sobre estar sin brújula en la
vida y pensar en matarse. Es una novela sobre editoriales que no le
importan a nadie porque no dan dinero y autores muertos. Sobre
autores vivos que sólo sueñan con morirse y sobre muertos a los que
aún no se les ha ocurrido la idea de ponerse a escribir. Y es, por
encima de todo, una novela sobre la enfermedad. ¿Qué enfermedad? La
de la literatura. A algunos, cuando tienen diecitantos años y les da
por pasarse las noches leyendo y soñando con ponerse a escribir, un
médico de confianza debería acercarse y decirles que no hay
remedio. Es crónico. Habrá épocas en las que parezca que la
enfermedad está remitiendo pero volverá. Aquí nos las vemos con
personajes que se creen personas, o peor aún, con personajes tan
reales que parecen personas, y son esa clase de persona que aspira,
sobre todo, a ser un personaje.
“Parecía
que compartieran un mismo fin, el objetivo de salir a flote, de dejar
de nadar sin rumbo. Apparent rari Nantes in gurgite vasto. Los dedos
seguían nadando a la deriva, igual que Cristina o la chica del
bocadillo de atún, igual que Lía, su ayudante, o incluso que él
mismo: Knud Oluf Larsen, malogrado navegante”. pg.
171
Apparent
rari nantes in gurgite vasto
es el verso 118 del primer libro de La
Eneída de Virgilio y
de ahí toma su título esta novela. Todos los personajes que la
pueblan tienen algo de nadadores que tratan de llegar a la orilla
después de un naufragio. Superada la frontera del esfuerzo
improductivo, han llegado a un punto de extenuación que les ha hecho
olvidarse de por qué estaban nadando y a dónde se dirigían. La
editorial ha hablado de una novela en la que Max Aub, Roberto Bolaño,
Dostoyevski y otros cientos de escritores entran y salen como
personajes. Entiendo que es una idea atractiva para llamar a los
lectores pero no creo que sea del todo la más representativa del
libro. En el libro hay un único personaje básico, Álvaro Aliaga,
que impregna todo a su paso con su enfermedad literaria. Aliaga es un
profesor de instituto con conciencia de mediocre y aspiraciones
literarias. Todos conocemos a varios Álvaros Aliagas, seres que
viven inmersos entre libros y sueños de grandeza, y que
constantemente hablan de ponerse a escribir y parir esa gran obra que
llevan dentro (obra que en el 99% de los casos nunca llegan a poner
por escrito y nunca llegan a merecer ese nombre de obra, generalmente
porque olvidan que lo más importante para ser escritor es escribir).
La novela se sitúa en Barcelona, que debe ser una de las ciudades
con más habitantes con autoconciencia de escritores y artistas del
mundo. Álvaro Aliaga lleva toda la vida viviendo confortablemente en
ese camino de ida y vuelta entre lo que quiere hacer y lo que
realmente hace, sintiéndose cómodo en la melancolía y el lamento.
Y un día se encuentra con la oportunidad de ser un personaje, el
protagonista del libro de otro, que parece estar novelizando su gris
existencia.
“Después
de unos minutos, le amargó darse cuenta de que las historias
curiosas no le pertenecían a él, sino a individuos imaginarios, tan
ficticios como Alberto Alcedo o, tal y como empezaba a sospechar,
como él mismo”. pg. 47
La
sombra de Bolaño como autor de referencia entre los que no saben
distinguir la vida de la literatura es realmente alargada, aunque no
veo aparecer el estilo de Bolaño tan claramente como referencia en
la escritura de Alba Ballesta. Bolaño es un caballo desbocado y la
prosa de Alba Ballesta es más clásica y la novela va sugiriendo más
que contando. La escritura de Alba Ballesta es estética y muy
sensitiva. Es fácil (casi inevitable) oler el humo de los cigarros y
el aroma del café en sus páginas, se saborean las mismas galletas
rancias que come el protagonista, sentimos los pliegues y los
músculos de los cuerpos de los personajes estirándose dentro del
nuestro. La autora genera una poesía minimalista a partir de los
pequeños fragmentos que van dibujando la historia, en los que no
faltan nunca escritores que no escriben, ideas sobre otros libros,
música, esas conversaciones inconexas que se cazan al azar y nos
dejan pensando en las vidas tan interesantes que viven los demás. No
sé si será así, pero me ha dado la impresión de que Alba
Ballesta, aparte de narrativa, escribe poesía.
“Con
las piernas pegajosas sintió el género vaquero como si se tratase
de una segunda piel, como si de repente, debido a la temperatura, los
pantalones se hubiesen fundido y se hubiesen colado por los poros. Se
los abrochó y se subió la cremallera muy despacio, para que le
rozasen lo menos posible en el clítoris desnudo. Aún así, las
costuras se le marcaban demasiado y se le aferraban a la raja, o la
raja se adhería a ellas como una lapa a una roca, soltando una
ligera mucosidad”. pg. 56
La
estructura es fragmentaria y va terminando el cuadro por acumulación
de detalles. El referente clásico de esta clase de novela que va de
un rincón de la ciudad a otro es el Manhattan Transfer de
John Dos Passos, o el
pastiche castizo de La colmena de Cela. Para mí, sin embargo,
la novela acaba pareciéndose más que a esos dos modelos a El
hombre que inventó Manhattan de Ray Loriga, un libro con el que
Rari Nantes comparte referencias culturales al pop, al cine y
a la música, y una cierta manera de ser joven y observar. La
estructura de la novela acaba cerrándose con un clásico recurso de
manuscrito encontrado. No es una de mis estructuras preferidas, pero
entiendo que los autores que la escogen lo hacen tratando de darle un
último toque de realismo que justifique algunos de los sucesos
leídos, que parecen salir de sueños, echándole la culpa a la
imaginación de ese otro que ha escrito las páginas que el autor
simplemente ha encontrado.
“Nunca
se han escrito libros tan flacos como en el siglo XX. Abundan los
ejemplos, aunque solo voy a detenerme en dos o tres. En primer lugar,
tenemos a Georges Perec, conocido por un libro robusto, aunque no
ruso. Salvo La vida: instrucciones de uso, Perec se dedicó casi por
completo a los libros famélicos”. pg. 191
Se
puede (y me imagino que se habrá hecho) acusar a Rari Nantes
de ser una novela demasiado ambiciosa. No seré yo quien considere
que el exceso de ambición literaria sea un defecto. Creo que ya hay
demasiado autor que no arriesga, mide de más y prefiere quedarse
corto que pasarse de largo. Se nota en algunos momentos de la novela
que la autora no ha querido dejar nada fuera. Ha pretendido atrapar
todo el mundo dentro, y en algunos pasajes se nota demasiado que ha
querido dejar constancia de su mundo particular, de las calles, bares
y librerías reales de Barcelona por las que circula (que acaban
resultando menos vivos que los paisajes mentales e inventados del
libro). Alba Ballesta ha hecho lo que todo escritor que pretenda ese
nombre debe hacer, escribir una novela que aspira a tener todo el
mundo en sus doscientas y pocas páginas. No creo que merezca la pena
sentarse a escribir si no es con la intención de hacer el mejor
libro del mundo. Ella lo ha intentado. Y le ha quedado una novela
magnífica. Última recomendación: Leí la novela de manera lineal
cuando la cogí de la Biblioteca de Orihuela. Esta última semana la
he llevado como lectura en el metro, y la he ido leyendo a fragmentos
sueltos, como si fuera una película de Godard o Rayuela.
Recomiendo a quienes se acerquen al libro que lo experimenten en
ambos formatos. No hay demasiadas novelas que disociadas de la idea
de la trama sigan resultando tan atractivas.
“Salió
del supermercado más flaco, más pálido y un poco menos vivo que
cuando entró. El camino que había tenido que tomar hasta decidirse
al fin por esas lasañas congeladas le había desgastado por
completo, le había dejado exhausto del horror y horrorizado de la
extenuación. De ahora en adelante el supermercado representaría
para Álvaro el tártaro clásico”. pg.
71
Más
reseñas el próximo lunes
Sr.
E
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