Frente al espejo de una mujer, de Ismail Kadaré
Alianza
Editorial (2.002)
¿Por
qué se dan algunos Premios Nobel de Literatura? ¿Por qué no se dan otros? ¿Le
merece la pena a Ismail Kadaré, a estas alturas, que se lo den, o le dará más
prestigio estar en la lista de los que nunca lo tuvieron? Cuando en 2.009 le
dieron el Príncipe de Asturias, Fernando Sánchez Dragó, miembro del jurado,
comentó que era una extravagancia más, otro snobismo, un darle el premio al
candidato más raro posible, con el que no estaba de acuerdo. “Un exiliado
albanés que vive en París, un capricho de progres”, es posible que fueran sus
palabras textuales. Alguien le habló de la cara que muchos periodistas
culturales europeos pusieron cuando Cela ganó el Nobel. Y alguien tendría que haberle
recomendado leer a Kadaré, un escritor que ya hacía más de veinte años que se
traducía regularmente en España. Porque quizá la primera recomendación ante las
críticas infundadas sobre libros sin leer sería animar a su lectura. En mi
opinión (tan válida como cualquier otra, es decir casi nada, y tan reducida
como mis lecturas me permiten) Ismail Kadaré es uno de los pocos autores vivos
que perdurarán al paso del tiempo. Creo firmemente que dentro de cien años se
hablará de Kadaré, como creo que se hablará de Coetzee, de Houellebecq, de
Naipaul y de no demasiados autores más, como algunos de los autores que
desentrañaron el final del siglo XX y el principio del XXI, sin evitar meterse
en charcos. Kadaré tiene un perfil de los que en teoría se premian con el
Nobel. Escritor representante de la literatura de todo un país y una cultura,
la albanesa. Uno de los lugares más oscuros y desconocidos de los Balcanes. Una
sociedad en la que sigue habiendo venganzas de sangre medievales (reguladas por
el Kanun). Un país que vivió uno de
las dictaduras comunistas más herméticas y enloquecidas del siglo XX, la de
Enver Hoxha.
Ismail
Kadaré lleva 50 años explicando en sus obras ese país. Kadaré es el escritor
nacional de Albania, y su postura durante el régimen de Hoxha quizá pese
demasiado en las cabezas suecas. Kadaré fue un escritor permitido por el
régimen pero criticado. Miembro de la Liga de escritores albaneses. Llegó a ser
presidente de la misma. Fue diputado de la Asamblea nacional. Escribió libros
opresivos donde es fácil encontrar alegorías de cómo es la vida bajo una
dictadura, pero no se exilió del país hasta 1990. Tuvo libros censurados
durante décadas. En este libro Kadaré reflexiona mucho sobre su postura en esos
años. La suya y la de los intelectuales. Las relaciones entre los escritores
que querían hacer literatura y los que querían hacer política. Las miradas
inculpadoras que se cruzaba la policía secreta en un estado en el que todos eran
sospechosos de ser confidentes y los escritores que aspiraban a la poesía y el
arte, siempre al borde de ser acusados de burgueses. Kadaré se mira en el
espejo que en el libro siempre atribuye a las mujeres y es muy duro en su
autocrítica.
Frente al espejo de una mujer es un libro publicado por
primera vez en francés en 2.001 y traducido al español en 2.002 (porque Kadaré
no ha sido uno de esos autores a los que tras ganar el Príncipe de Asturias se
pusieron a traducir en aluvión, y aunque Sánchez Dragó no se hubiera enterado
llevaba años en Alianza y antes en la editorial de Mario Muchnik o Ediciones B,
e incluso antes en extravagantes editoriales prostalinistas que lo tradujeron
en los ochenta como un genuino representante de la literatura albanesa) por
Ramón Sánchez Lizarralde, su traductor habitual y sobre el que (por lo que he
leído de su vida) posiblemente podría armarse una novela del propio Kadaré. Este
libro recoge tres novelas cortas o nouvelles
(aunque él las llama micronovelas, y algo de sentido tiene el nombre que elige,
ya que son novelas cortas de una densidad muy alta, supersólidos literarios por
utilizar terminología robada de la física), fechadas respectivamente en el
2.000 las dos primeras y en 1986 la última, estando escrita ésta en Tirana y
las otras en París.
Las
tres historias, El jinete y el halcón,
La historia de la Liga albanesa de
Escritores frente al espejo de una mujer y El vuelo de la cigüeña, miran al pasado. Al de Albania,
especialmente el primero, y también al de Kadaré (en el caso del segundo y el
tercero). La historia de Albania, tal y como la retrata Kadaré, parece maldita
desde sus orígenes. Parafraseando a Gil de Biedma, la triste historia de
Albania siempre va a terminar mal. Leyendas medievales que hicieron que algunos
reyes albaneses promulgaran reglamentos que defienden el ojo por ojo.
Invasiones de un pueblo tras otro. Enver Hoxha y su enloquecido régimen
represivo. La vuelta a las costumbres más reaccionarias después de la caída del
régimen. Los bombardeos de la OTAN sobre Kosovo, una región con mayoría de
población de origen albanés, apenas un año antes de que Kadaré escribiera estas
micronovelas (unos bombardeos que le llevaron a publicar Tres cantos fúnebres por Kosovo). En ese ambiente de desgracia tras
desgracia en lo político y lo social, Kadaré se cuestiona qué papel le queda a
los poetas y los artistas. Y se pregunta en voz alta qué responsabilidad
tuvieron los pueblos extranjeros que fueron pasando por aquellas tierras,
quemándola a su paso.
“En
el curso de los últimos años se habían ido acostumbrando a tales cambios en la
bandera: siempre se añadía o se eliminaba algo en el mismo lugar, sobre las dos
cabezas del ave. Los italianos habían añadido la segur del lictor romana,
mientras que los alemanes, nada más poner el pie en Albania, la habían
suprimido de inmediato, proclamando como una buena nueva que les restituían a
los albaneses su bandera primitiva, la que llevaba el color de la sangre en su
campo y el negro en la silueta del águila”. pg. 40
El jinete con halcón es el título de una pintura, y
es una historia que mezcla el arte, la caza y los asesinatos políticos. Hay
albaneses que creen en la cultura y que han asumido el papel de pueblo bárbaro
al que los extranjeros han venido a hacer crecer. En este caso nobles italianos
convertidos en adláteres de Mussolini que viajan hasta Albania para disfrutar
de unos días de tranquilidad en el campo, con días de caza y noches de bebida y
arrebatos amorosos. La tensión entre los locales y los foráneos va viniendo al
relato como desde el fondo de un cuadro, como un halcón que se acerca
sigilosamente a su presa. Un gobierno albanés sometido pero orgulloso, y unos
italianos que ven en ellos a los buenos salvajes a los que domesticar. Una
pequeña obra de teatro que se va gestando detrás del escenario, entre palabras
que ocultan su verdadero significado tras su sonido. Hasta que en el acto
final todo acaba en un asesinato que será silenciado por la mentira.
“En
cambio, los oficiales de policía afirmaban lo contrario. Pero es que las
investigaciones eran fraudulentas. Así sucedía siempre al borde del pantano. En
cuanto llegaban los investigadores, era como si abandonaran al instante el
mundo real para internarse en otro diferente. En una especie de teatro …”.
pg. 49
La
historia de la Liga albanesa de Escritores frente al espejo de una mujer es la
crónica de la vida de un joven escritor recién regresado de la URSS en la
Tirana de los años 60. Ese escritor, por supuesto, es un trasunto de Kadaré,
quien había estado becado en el instituto Gorki de Moscú y tuvo que volver
después de que Albania decidiera aislarse hasta de la URSS. Kadaré, como todos
los escritores, tenía que estar oficialmente reconocido, y era miembro de esta
Liga. Allí se hacía propaganda del régimen, se competía en entusiasmo por el
realismo socialista, se juzgaba a los que se desviaban de la línea oficial y
corrían las habladurías. Entre propagandistas algunos tenían alma de poetas, y
como el protagonista de este relato, soñaban con escribir novelas de verdad, y a
falta del permiso oficial para publicar su segundo libro, por ser demasiado
novelesco precisamente (algo que también le pasó a Kadaré), sublima sus sueños
en la figura de una mujer, la del espejo a la que alude el título, que comparte
calle con la Liga de los Escritores, una puta que no recibe a cualquiera, por
miedo a que sea de la policía, y con la que el joven narrador intentará (sin
éxito) tener una cita, Margarita.
“No
sabía cómo desentrañar en mi interior aquella señal. Una puta, más que ningún
otro símbolo, era lo que me hacía sentirme perteneciente a la capital. No sabía
si debía llorar o reír por ello”. pg. 99
Atrapado
entre guerras ajenas para alcanzar el poder dentro de los escritores oficiales
de Albania, que lo mandarán durante meses fuera de Tirana, y los fracasados
intentos de abordar una nueva novela, el narrador irá descubriendo que los
escritores, hasta los de verdad, incluso los que se consideran críticos y
cultivan una cierta distancia con el régimen, como él, no arriesgan demasiado en
comparación con las otras subversiones que sí preocupan al poder, aficionado a
castigar en público a unos pocos de los que se puede hablar durante semanas en
la calle para así poder ir limpiando Tirana sin que nadie se diera cuenta de
los elementos que verdaderamente preocupaban al poder, los que habían elegido
vivir por libre.
“Las
palabras de un primo mío que trabajaba en el Ministerio del Interior acudieron
a mi mente repentinamente: ¿de modo que tú crees que lo vigilamos todo? Pues yo
te digo que la realidad es precisamente a la inversa. Vigilamos una mierda.
Nosotros mismos hemos fabricado esa leyenda para meterle a la gente el miedo en
el cuerpo. Y resulta que funciona”. pg. 67
En la última historia, El vuelo de la cigüeña, Kadaré reincide en los ambientes de los
escritores albaneses de la década de los 60 y 70, en los que se formó como
autor. En el relato anterior, pese a la autocrítica hacia quien en realidad
había vivido siempre bastante lejos del peligro real de enfrentarse a la
dictadura, el tono general era de condescendencia con el joven iluso que había
sido. En este, sin embargo, esa mirada al pasado se vuelve más amarga. Un
narrador, otra vez joven, otra vez escritor, otra vez desencantado en el fondo
con el régimen pero dispuesto a seguir aguantándolo mientras, pese a las
disputas con la censura, pueda ir publicando, acude a encontrarse en provincias
con un viejo escritor a quien admira y a quienes muchos en Tirana habían
olvidado. Allí se encuentra con alguien poseído por el resentimiento, que ha
intentado despreciar a quienes le desprecian a él, y parece que lo ha
conseguido, dedicado a poner su arte por encima del clima político.
“y
ahora dime, por favor, ¿se acuerda alguien de quién era el ministro de Cultura
en la época de Shakespeare?”. pg. 138
El
narrador se pregunta, aún sin hacerlo explícitamente nunca, qué hacen ellos,
los jóvenes escritores de Tirana, y el libro se cierra con una nueva reflexión
sobre qué papel juegan los países que han decidido posar su mirada (y a veces
también las manos) sobre Albania, llevándose lo que les interesaba y dejándolos
seguir en el barro. Kadaré, en un ejercicio de autoficción que domina en todo
momento, vuelve a poner en guerra la memoria y la historia, y quizá falseando
él mismo su memoria, o jugando a decirnos: “yo también podría engañaros si
quisiera”, cierra un círculo con lecturas dobles y triples en los que cuesta
distinguir en todo momento la realidad de la ficción. El Kadaré de casi setenta
años que escribió estas historias juzga severamente al Kadaré de treinta que
aspiraba a ser un importante escritor, y parece decirle que sí, que ha llegado
a serlo pero que tal vez podría haber hecho las cosas de otra manera por el
camino. Sin jugar a sentimentalismos, sin crearse un pasado de resistente
heroico que sabe que no fue, Kadaré se mete con maestría en la línea del tiempo
de la Albania del siglo XX y vuelve a recordarnos que hay historias convulsas,
y pueblos a los que las maldiciones les duran siglos.
“Se
diría que en aquella negrura inconcebible se estuviese preparando la transparencia
del día siguiente. Se rumoreaba que la Unesco estaba elaborando un proyecto
para su defensa. Ningún Pen Club de escritores europeos se había acordado jamás
de Lasgush Poradeci”. pg. 141
Más
reseñas el próximo lunes
Sr.
E
Me ha parecido muy bueno el comentario del libro de Kadare.El análisis es muy acertado y coincide de pleno con mi parecer. chapó.
ResponderEliminarGracias por tu visita y tus palabras. He tardado unos días en ver el aviso del comentario. Hay que seguir leyendo a Kadaré.
ResponderEliminar