lunes, 14 de septiembre de 2015

Frente al espejo de una mujer, de Ismail Kadaré

Frente al espejo de una mujer, de Ismail Kadaré
Alianza Editorial (2.002)

¿Por qué se dan algunos Premios Nobel de Literatura? ¿Por qué no se dan otros? ¿Le merece la pena a Ismail Kadaré, a estas alturas, que se lo den, o le dará más prestigio estar en la lista de los que nunca lo tuvieron? Cuando en 2.009 le dieron el Príncipe de Asturias, Fernando Sánchez Dragó, miembro del jurado, comentó que era una extravagancia más, otro snobismo, un darle el premio al candidato más raro posible, con el que no estaba de acuerdo. “Un exiliado albanés que vive en París, un capricho de progres”, es posible que fueran sus palabras textuales. Alguien le habló de la cara que muchos periodistas culturales europeos pusieron cuando Cela ganó el Nobel. Y alguien tendría que haberle recomendado leer a Kadaré, un escritor que ya hacía más de veinte años que se traducía regularmente en España. Porque quizá la primera recomendación ante las críticas infundadas sobre libros sin leer sería animar a su lectura. En mi opinión (tan válida como cualquier otra, es decir casi nada, y tan reducida como mis lecturas me permiten) Ismail Kadaré es uno de los pocos autores vivos que perdurarán al paso del tiempo. Creo firmemente que dentro de cien años se hablará de Kadaré, como creo que se hablará de Coetzee, de Houellebecq, de Naipaul y de no demasiados autores más, como algunos de los autores que desentrañaron el final del siglo XX y el principio del XXI, sin evitar meterse en charcos. Kadaré tiene un perfil de los que en teoría se premian con el Nobel. Escritor representante de la literatura de todo un país y una cultura, la albanesa. Uno de los lugares más oscuros y desconocidos de los Balcanes. Una sociedad en la que sigue habiendo venganzas de sangre medievales (reguladas por el Kanun). Un país que vivió uno de las dictaduras comunistas más herméticas y enloquecidas del siglo XX, la de Enver Hoxha.


Ismail Kadaré lleva 50 años explicando en sus obras ese país. Kadaré es el escritor nacional de Albania, y su postura durante el régimen de Hoxha quizá pese demasiado en las cabezas suecas. Kadaré fue un escritor permitido por el régimen pero criticado. Miembro de la Liga de escritores albaneses. Llegó a ser presidente de la misma. Fue diputado de la Asamblea nacional. Escribió libros opresivos donde es fácil encontrar alegorías de cómo es la vida bajo una dictadura, pero no se exilió del país hasta 1990. Tuvo libros censurados durante décadas. En este libro Kadaré reflexiona mucho sobre su postura en esos años. La suya y la de los intelectuales. Las relaciones entre los escritores que querían hacer literatura y los que querían hacer política. Las miradas inculpadoras que se cruzaba la policía secreta en un estado en el que todos eran sospechosos de ser confidentes y los escritores que aspiraban a la poesía y el arte, siempre al borde de ser acusados de burgueses. Kadaré se mira en el espejo que en el libro siempre atribuye a las mujeres y es muy duro en su autocrítica. 

Frente al espejo de una mujer es un libro publicado por primera vez en francés en 2.001 y traducido al español en 2.002 (porque Kadaré no ha sido uno de esos autores a los que tras ganar el Príncipe de Asturias se pusieron a traducir en aluvión, y aunque Sánchez Dragó no se hubiera enterado llevaba años en Alianza y antes en la editorial de Mario Muchnik o Ediciones B, e incluso antes en extravagantes editoriales prostalinistas que lo tradujeron en los ochenta como un genuino representante de la literatura albanesa) por Ramón Sánchez Lizarralde, su traductor habitual y sobre el que (por lo que he leído de su vida) posiblemente podría armarse una novela del propio Kadaré. Este libro recoge tres novelas cortas o nouvelles (aunque él las llama micronovelas, y algo de sentido tiene el nombre que elige, ya que son novelas cortas de una densidad muy alta, supersólidos literarios por utilizar terminología robada de la física), fechadas respectivamente en el 2.000 las dos primeras y en 1986 la última, estando escrita ésta en Tirana y las otras en París.

Las tres historias, El jinete y el halcón, La historia de la Liga albanesa de Escritores frente al espejo de una mujer y El vuelo de la cigüeña, miran al pasado. Al de Albania, especialmente el primero, y también al de Kadaré (en el caso del segundo y el tercero). La historia de Albania, tal y como la retrata Kadaré, parece maldita desde sus orígenes. Parafraseando a Gil de Biedma, la triste historia de Albania siempre va a terminar mal. Leyendas medievales que hicieron que algunos reyes albaneses promulgaran reglamentos que defienden el ojo por ojo. Invasiones de un pueblo tras otro. Enver Hoxha y su enloquecido régimen represivo. La vuelta a las costumbres más reaccionarias después de la caída del régimen. Los bombardeos de la OTAN sobre Kosovo, una región con mayoría de población de origen albanés, apenas un año antes de que Kadaré escribiera estas micronovelas (unos bombardeos que le llevaron a publicar Tres cantos fúnebres por Kosovo). En ese ambiente de desgracia tras desgracia en lo político y lo social, Kadaré se cuestiona qué papel le queda a los poetas y los artistas. Y se pregunta en voz alta qué responsabilidad tuvieron los pueblos extranjeros que fueron pasando por aquellas tierras, quemándola a su paso.

“En el curso de los últimos años se habían ido acostumbrando a tales cambios en la bandera: siempre se añadía o se eliminaba algo en el mismo lugar, sobre las dos cabezas del ave. Los italianos habían añadido la segur del lictor romana, mientras que los alemanes, nada más poner el pie en Albania, la habían suprimido de inmediato, proclamando como una buena nueva que les restituían a los albaneses su bandera primitiva, la que llevaba el color de la sangre en su campo y el negro en la silueta del águila”. pg. 40

El jinete con halcón es el título de una pintura, y es una historia que mezcla el arte, la caza y los asesinatos políticos. Hay albaneses que creen en la cultura y que han asumido el papel de pueblo bárbaro al que los extranjeros han venido a hacer crecer. En este caso nobles italianos convertidos en adláteres de Mussolini que viajan hasta Albania para disfrutar de unos días de tranquilidad en el campo, con días de caza y noches de bebida y arrebatos amorosos. La tensión entre los locales y los foráneos va viniendo al relato como desde el fondo de un cuadro, como un halcón que se acerca sigilosamente a su presa. Un gobierno albanés sometido pero orgulloso, y unos italianos que ven en ellos a los buenos salvajes a los que domesticar. Una pequeña obra de teatro que se va gestando detrás del escenario, entre palabras que ocultan su verdadero significado tras su sonido. Hasta que en el acto final todo acaba en un asesinato que será silenciado por la mentira.

“En cambio, los oficiales de policía afirmaban lo contrario. Pero es que las investigaciones eran fraudulentas. Así sucedía siempre al borde del pantano. En cuanto llegaban los investigadores, era como si abandonaran al instante el mundo real para internarse en otro diferente. En una especie de teatro …”. pg. 49

La historia de la Liga albanesa de Escritores frente al espejo de una mujer es la crónica de la vida de un joven escritor recién regresado de la URSS en la Tirana de los años 60. Ese escritor, por supuesto, es un trasunto de Kadaré, quien había estado becado en el instituto Gorki de Moscú y tuvo que volver después de que Albania decidiera aislarse hasta de la URSS. Kadaré, como todos los escritores, tenía que estar oficialmente reconocido, y era miembro de esta Liga. Allí se hacía propaganda del régimen, se competía en entusiasmo por el realismo socialista, se juzgaba a los que se desviaban de la línea oficial y corrían las habladurías. Entre propagandistas algunos tenían alma de poetas, y como el protagonista de este relato, soñaban con escribir novelas de verdad, y a falta del permiso oficial para publicar su segundo libro, por ser demasiado novelesco precisamente (algo que también le pasó a Kadaré), sublima sus sueños en la figura de una mujer, la del espejo a la que alude el título, que comparte calle con la Liga de los Escritores, una puta que no recibe a cualquiera, por miedo a que sea de la policía, y con la que el joven narrador intentará (sin éxito) tener una cita, Margarita.

“No sabía cómo desentrañar en mi interior aquella señal. Una puta, más que ningún otro símbolo, era lo que me hacía sentirme perteneciente a la capital. No sabía si debía llorar o reír por ello”. pg. 99

Atrapado entre guerras ajenas para alcanzar el poder dentro de los escritores oficiales de Albania, que lo mandarán durante meses fuera de Tirana, y los fracasados intentos de abordar una nueva novela, el narrador irá descubriendo que los escritores, hasta los de verdad, incluso los que se consideran críticos y cultivan una cierta distancia con el régimen, como él, no arriesgan demasiado en comparación con las otras subversiones que sí preocupan al poder, aficionado a castigar en público a unos pocos de los que se puede hablar durante semanas en la calle para así poder ir limpiando Tirana sin que nadie se diera cuenta de los elementos que verdaderamente preocupaban al poder, los que habían elegido vivir por libre.

“Las palabras de un primo mío que trabajaba en el Ministerio del Interior acudieron a mi mente repentinamente: ¿de modo que tú crees que lo vigilamos todo? Pues yo te digo que la realidad es precisamente a la inversa. Vigilamos una mierda. Nosotros mismos hemos fabricado esa leyenda para meterle a la gente el miedo en el cuerpo. Y resulta que funciona”. pg. 67

En la última historia, El vuelo de la cigüeña, Kadaré reincide en los ambientes de los escritores albaneses de la década de los 60 y 70, en los que se formó como autor. En el relato anterior, pese a la autocrítica hacia quien en realidad había vivido siempre bastante lejos del peligro real de enfrentarse a la dictadura, el tono general era de condescendencia con el joven iluso que había sido. En este, sin embargo, esa mirada al pasado se vuelve más amarga. Un narrador, otra vez joven, otra vez escritor, otra vez desencantado en el fondo con el régimen pero dispuesto a seguir aguantándolo mientras, pese a las disputas con la censura, pueda ir publicando, acude a encontrarse en provincias con un viejo escritor a quien admira y a quienes muchos en Tirana habían olvidado. Allí se encuentra con alguien poseído por el resentimiento, que ha intentado despreciar a quienes le desprecian a él, y parece que lo ha conseguido, dedicado a poner su arte por encima del clima político.

“y ahora dime, por favor, ¿se acuerda alguien de quién era el ministro de Cultura en la época de Shakespeare?”. pg. 138

El narrador se pregunta, aún sin hacerlo explícitamente nunca, qué hacen ellos, los jóvenes escritores de Tirana, y el libro se cierra con una nueva reflexión sobre qué papel juegan los países que han decidido posar su mirada (y a veces también las manos) sobre Albania, llevándose lo que les interesaba y dejándolos seguir en el barro. Kadaré, en un ejercicio de autoficción que domina en todo momento, vuelve a poner en guerra la memoria y la historia, y quizá falseando él mismo su memoria, o jugando a decirnos: “yo también podría engañaros si quisiera”, cierra un círculo con lecturas dobles y triples en los que cuesta distinguir en todo momento la realidad de la ficción. El Kadaré de casi setenta años que escribió estas historias juzga severamente al Kadaré de treinta que aspiraba a ser un importante escritor, y parece decirle que sí, que ha llegado a serlo pero que tal vez podría haber hecho las cosas de otra manera por el camino. Sin jugar a sentimentalismos, sin crearse un pasado de resistente heroico que sabe que no fue, Kadaré se mete con maestría en la línea del tiempo de la Albania del siglo XX y vuelve a recordarnos que hay historias convulsas, y pueblos a los que las maldiciones les duran siglos.

“Se diría que en aquella negrura inconcebible se estuviese preparando la transparencia del día siguiente. Se rumoreaba que la Unesco estaba elaborando un proyecto para su defensa. Ningún Pen Club de escritores europeos se había acordado jamás de Lasgush Poradeci”. pg. 141

Más reseñas el próximo lunes

Sr. E

2 comentarios:

  1. Me ha parecido muy bueno el comentario del libro de Kadare.El análisis es muy acertado y coincide de pleno con mi parecer. chapó.

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  2. Gracias por tu visita y tus palabras. He tardado unos días en ver el aviso del comentario. Hay que seguir leyendo a Kadaré.

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