Los
siete años de abundancia, de Etgar Keret
Ed. Siruela y Debolsillo (2.014)
Ed. Siruela y Debolsillo (2.014)
La
semana pasada estuve en una Casa del Libro buscando algo que no hubiera leído
de Kadaré en bolsillo. No tenían nada que me interesara, pero, casualidades
alfabéticas, acabé comprando unos aforismos de Kafka que desconocía que estaban
en bolsillo, y este libro de Keret, que había leído cuando salió y que tampoco
sabía que había salido en bolsillo. Tentación para los keretistas y asequible
puerta de entrada a su mundo para los que lo desconozcan.
Después
de los siete años de abundancia vendrán otros siete años de escasez, nos dice
el Génesis sobre el sueño del faraón. Etgar Keret toma la primera parte de esa
premonición, y no es casual. Keret es un optimista sufriente. O un pesimista
bromista. Parece el tipo que cuenta chistes en un funeral. Más aún, el tipo que
cuenta chistes sobre el muerto en el funeral y consigue que, sintiéndose
culpables, todos se rían. Cuando todos pierden la cabeza Keret no mantiene el
control, pero sí el sentido del humor. Si no estuviera tan manoseado por
adolescentes que se lo tatúan y lo utilizan como estado de whatsapp, se podría decir que Keret es partidario del “Carpe diem”.
Hoy estamos aquí y mañana no se sabe. Bailemos y ríamos.
Keret
recoge en este libro apuntes, reflexiones, artículos de prensa, que fueron
escritos durante los siete primeros años de vida de su hijo. De ahí la
referencia del título. Al final de esos siete años murió su padre, cuya
enfermedad va volviendo algo más melancólicos los textos a medida que avanza el
tiempo. Los textos están organizados por años: Año 1, Año 2, etc. El primero de
los textos, De repente, lo mismo,
sitúa directamente al lector en el hospital, mientras Keret espera en el
pasillo a que su mujer dé a luz en el paritorio. Ha habido un atentado y un
periodista lo reconoce y le pide que le dé su visión original sobre el
atentado. Keret le explica la situación. Keret, como cualquier padre primerizo,
teme a lo desconocido y se sorprende a cada paso.
"Pero, en principio, es una persona
completa contenida en un envase de cincuenta centímetros, y no cualquier
persona, sino una muy extrema, un excéntrico, un personaje. Del tipo que respetas,
aunque, quizá, no llegues a comprender del todo". pg. 16
Cuando
te has criado en Israel, entre atentados, y pese a las ofertas para mudarte a
países europeos a enseñar en sus universidades has elegido quedarte en Tel
Aviv, enseñando cine allí y escribiendo desde aquella ciudad mediterránea, has
hecho una elección por el presente, y quizá lo único que puede mantenerte en la
cordura es relativizarlo todo y quitarle importancia a lo más trascendente. Puede
que no haya mañana. Mejor escribir.
En
todo lo que escribe Keret, desde lo más fantástico a lo más real, siempre está
presente la posibilidad de un fin cercano. En este libro, más que en ninguna de
sus obras traducidas al castellano, es difícil distinguir lo personal de lo colectivo.
A Keret le sucede Israel, con sus contradicciones políticas, sociales, religiosas.
Keret querría ser un tipo normal pero vive en un mundo bastante complejo. Es
hijo de supervivientes del Holocausto y vive en Tel Aviv. Allí trata de criar a
su hijo con normalidad. Da clases en la universidad. Escribe relatos. Viaja.
Tiene una mujer que es actriz de televisión y es bastante más conocida que él
en su país. Él trata de ser un fiel cronista de la realidad pero la realidad lo
supera por tantos lados que acaba pareciendo un autor surrealista. Con Keret
sucede lo que con aquella famosa frase sobre Kafka: “Si Kafka hubiera nacido en
México hubiera sido un escritor costumbrista”. Keret nació en un lugar que le
permite parecer surrealista siendo un costumbrista.
En
su último libro de relatos (estrictamente hablando) traducido, De repente llaman a la puerta, en un par
de momentos se lamentaba de que le pasaran las cosas que le pasaban por el
hecho de ser Etgar Keret y estar en Israel. Esto no pasaría nunca en Suecia,
venía a decir en el primer relato, allí las cosas se piden con amabilidad, pero
en Oriente Medio no se consigue nada siendo amable. Esto no le pasaría nunca a
Amos Oz o a David Grossman, se lamentaba en el último.
Keret
analiza con su bisturí lleno de ironía todos los estratos de la sociedad. Y
aunque en una primera lectura las crónicas pueden parecer centradas en Israel
(lo cual ya las hace interesantes), una reflexión un poco más reposada nos
lleva a darnos cuenta de la universalidad de los temas que se tratan en este
libro, pues trasponiendo los términos concretos todos tenemos una hermana
ultraortodoxa y un hermano objetor de conciencia que se consideran con derecho
a juzgarnos cada uno desde su extremo, a todos nos han llevado nuestros padres
de niños a conocer lugares que nos parecieron mágicos, todos nos indignamos con
la prensa diaria y maldecimos a los comerciales de las compañías telefónicas.
Todos los que tenemos hijos tenemos miedo a que les pase algo malo, todos somos
conscientes de que la vida empieza y se acaba a nuestro alrededor
constantemente, y según nuestra manera de ser eso puede llenarnos de angustia.
"No
hay nada más frustrante que te ataquen con armas nucleares cuando estás
poniendo el jabón en el lavavajillas – explicó –. A partir de ahora, sólo
lavaremos los platos conforme los vayamos necesitando. Esta filosofía de
si-al-final-voy-a-arder-en-llamas-entonces-no-voy-a-hacer-el-primo fue mucho
más allá del edicto del lavavajillas. Enseguida dejamos de fregar el suelo y de
tirar la basura todos los días". pg. 75
Keret
es un escritor brillante, pero no deja que esa brillantez ciegue e impida
seguir leyendo. Las imágenes sugeridas y los juegos de palabras nunca distraen
al lector de la narración, sino que lo empujan hacia delante. Para algunos
lectores Keret seguramente frivoliza con todo. Pero creo que ha elegido una
manera de estar en el mundo. La única posible. La del esquivabalas. Desde el
punto de vista político este libro también es interesante. Políticamente sus
crónicas son incómodas. Es un hombre de centroizquierda que se permite criticar
las políticas militaristas de su gobierno, lo que le hace criticable allí. Pero
lanza mensajes que normalmente no llegan a España y la Unión Europea desde ese
espectro político. En varias ocasiones repite que él vive en un país que está
bajo la amenaza de la destrucción por varios de sus vecinos, y esa quizá es una
idea que perdemos de vista con frecuencia desde la lejanía.
Leer
a Keret, incluso cuando son textos que se supone que están más sujetos a la
realidad, como estos, es entrar en un mundo delirante, lleno de ironía y
juegos, matices e imágenes que se quedarán en la mente del lector. A principios
de 2013 tuve la suerte de ser seleccionado para asistir a un pequeño taller /
seminario que dio en La Casa Encendida. Allí vi a un cuentacuentos, a un
embaucador, a alguien en la tradición de Sherezade, que se gana el siguiente
día en el mundo a cambio de una historia. Cuando acabó la charla, me acerqué a
él y le dije que La chica sobre la nevera
es uno de mis relatos preferidos. Para los que no hayan leído el relato, es la
historia de una niña a la que sus padres dejan sobre la nevera de la cocina
para que no moleste y básicamente así pasa su infancia. Él me dijo que era una
historia de la infancia de una amiga suya, que él sólo lo había escrito. De
cualquier otro hubiera pensado que era una mentira más. Pero de Keret me lo
creí. Tiene esa capacidad de hacer que todo lo que sale de su mano sea
inmediatamente verdad para quien lo está leyendo. Me dedicó el libro y me
dibujó junto a su firma un barquito que se hunde lentamente. “Nos estamos
hundiendo pero aún quedan muchos años para que toquemos fondo”, me explicó. Le
di las gracias.
"Nuestra vida es una cosa y tú
siempre la reinventas para que sea otra cosa más interesante. Eso es lo que
hacen los escritores, ¿no?
Me encogí de hombros, sintiendo que
me habían regañado un poco.
- No es que me queje –, dijo mi
mujer, besándome. Teniendo en cuenta la tradición familiar de mear borracho en
los muros de las embajadas, podría decirse que salí bien parada". pg. 140
Más reseñas el próximo lunes
Sr. E
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