Mientras
escribo, de Stephen King
Ed. Plaza y Janés
y Debolsillo (2.000)
Se ha debatido ya
mucho sobre si Stephen King es o no es un buen escritor. Me da la
sensación de que cuando yo era adolescente sus libros se vendían
bastante más que hoy en día (aunque se siguen vendiendo mucho). En
cierto modo creo que porque su figura era mucho más polémica. Era
un escritor que vendía muchísimo escribiendo sobre muertes,
fenómenos paranormales y guarradas. Y todo con mucha sangre. Un
amigo mío estaba fascinado con un relato (que nunca he leído) en el
que una planchadora industrial tomaba vida y aterrorizaba a la
ciudad. El primer libro suyo que leí fue Carrie. Comprar o
tomar prestados de la biblioteca sus libros tenía algo de proscrito.
Aquellos libros chorreaban sangre. Y como todo lo que se vende
muchísimo, tenía que ser necesariamente malo para muchos lectores
que se situaban por encima de nosotros. Por si fuera poco, como
tantas cosas que hacíamos los adolescentes (como tantos videojuegos
violentos, como tantas películas), ponía en riesgo nuestra futura
estabilidad mental.
Noto, por la
diferencia con la que se mira al comprador y lector de Stephen King
hoy en día, que ha progresado en la escala de respetabilidad de
críticos, escritores y lectores pretendidamente serios. Hoy en día
hay escritores literarios que reconocen ser lectores de sus novelas.
Esas novelas, por supuesto, se han ido descargando de muertes
salvajes, guarradas y sangre. Y se han ido volviendo más aburridas.
Quizá Stephen King se ha vuelto respetable porque el nivel medio a
su alrededor ha caído en picado en las últimas dos décadas. Porque
King sabe hacer novelas de entretenimiento, generalmente de género,
con un nivel medio más que aceptable. Sus libros son sólidos.
Dentro del disputado mundo de los libros de puro entretenimiento para
leer en aeropuertos, trenes y piscinas, respeta mucho más a su
lector que otros autores de best seller, y se toma su trabajo
en serio.
Dejando al margen el
tema de si King es o no un buen escritor, es, sin duda, un buen
narrador. Para los que nos perdemos en ocasiones cuando estamos
escribiendo en juegos con la prosa y digresiones variadas, leer sus
libros no es una mala idea. Sus historias fluyen con facilidad,
avanzan ágilmente y rara vez aburren a quien las está leyendo. Es
un escritor que siempre elige la opción sencilla, que no se lía en
frases que ocupan párrafos. Es directo y llega al lector. Pasan
cosas, la trama progresa, al lector le apetece saber qué va a suceder
a continuación, maneja bien las emociones y la sintaxis es más que
solvente y correcta. King, no se olvide, ha sido profesor de Lengua y
Literatura de secundaria y de Universidad, y él siempre insiste, por
ejemplo en este Mientras escribo, en que lee bastante menos
terror y misterio de lo que podría pensarse. Lee poesía, lee a
Faulkner, lee a Cormac McCarthy, prefiere a Poe frente a Lovecraft.
“Si
quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y
escribir mucho. No conozco ninguna manera de saltárselas. No he
visto ningún atajo”. pg. 159.
¿Tiene sentido este
libro? Creo que sí. Stephen King nos explica al principio que cuando
va a dar una conferencia nadie le pregunta por las soluciones
técnicas que toma cuando sus historias se atascan, sobre cómo
planifica sus obras y cómo organiza su trabajo en ellas. Nada. Esas
parecen ser preguntas reservadas para los autores literarios
“serios”. Y se pregunta si alguien que conecta con millones de
lectores acaso no tiene nada que enseñar sobre el oficio. Cree que
sí. Yo también lo creo. Este libro es la respuesta afirmativa a esa
pregunta. Creo que Stephen King ha escrito algunas novelas de terror
que trascienden bastante el género y que están entre la mejor
narrativa dirigida al gran público de los últimos 40 años. El
resplandor, Cementerio de animales, La zona muerta, Misery y
El misterio de Salem´s Lot, son, como mínimo, novelas muy sólidas. No hay tantos autores con un repóker de novelas de ese
nivel. Y según gustos habrá quien hable de It, Apocalipsis,
Ojos de fuego o la saga de La torre oscura como
sus mejores obras. Quizá ha escrito demasiadas novelas, es cierto.
Es posible que si hubiera sido un poco más selectivo hubiera ganado
algunos millones de dólares menos pero hubiera completado un corpus
de 8 o 10 novelas realmente buenas. Cuando uno lee varios de sus
libros, observa que repite estructuras y algunos personajes de una
novela se parecen demasiado a otros personajes de otra. Con más
tiempo para pulir cada una de sus buenas novelas podría haber
evitado esos defectos. Y se suele olvidar, pero Stephen King es
también un muy buen autor de relatos cortos. Una selección con
veinte de sus mejores relatos sería sin duda un libro excepcional
(dejo la idea para el editor que la quiera). Y de manera directa o
indirecta (con el peso de su obra en el cine de género de las
últimas tres décadas) es un autor que ha influido en la cultura
popular que cualquier persona maneja. Con todo esto quiero decir,
simplemente, que si Stephen King quiere contarme cómo escribe, yo
estoy dispuesto a escucharlo.
“Es
donde escribe estas líneas un hombre de cincuenta y tres años con
mala vista, un poco cojo y sin resaca. Hago lo que sé, y lo mejor
que sé. He superado todo lo que he contado (y mucho más que me dejé
en el tintero), y ahora contaré todo lo que pueda sobre mi trabajo.
Sin alargarme, como tengo prometido”. pg. 112
El libro se divide
en tres partes. En la primera, titulada Curriculum Vitae,
cuenta, sin un orden riguroso y sin pretender dar explicaciones
completas, momentos de su vida, desde que era niño hasta que un
coche lo atropelló y casi lo mató a finales de los noventa. Vemos
que King viene de una familia modesta, que siempre se ha sentido
fascinado por los libros, que se casó joven, que tuvo dos hijos, que
daba clases durante el curso y durante los veranos cogía otros
trabajos, que se acostumbró a escribir en cualquier sitio, que poco
a poco consiguió publicar algún relato, que vendió Carrie a
una editorial, que el libro empezó a funcionar bien, vino Hollywood,
escribió El misterio de Salem´s Lot, escribió El
resplandor, y el resto es historia como se suele decir. Se
convirtió en uno de los escritores más famosos y leídos del mundo
(si no el que más), se le fue la mano con la bebida y las drogas,
perdió de vista algunos objetivos. Y esto no es políticamente
correcto, pero su abandono de las sustancias a finales de los ochenta
coincide con un bajón en la intensidad de sus novelas. Tal vez, y
esto no quiere decir que nadie deba tomar ese camino si quiere
escribir y vender millones de libros, sus historias se veían
beneficiadas por la inspiración de ciertas paranoias y procesos
mentales ligados al abuso de anfetaminas, cocaína y alcohol. Pero
prefirió seguir viviendo. Seguramente hizo bien.
“También
empleé la defensa Hemingway. Consiste más o menos en lo siguiente:
soy escritor, y por lo tanto muy sensible, pero también soy un
hombre, y los hombres de verdad no se dejan gobernar por la
sensibilidad. Eso sería de maricas. En conclusión, bebo. ¿Hay
alguna otra manera de afrontar el horror existencial y seguir
trabajando?” pg. 105
La segunda parte del
libro, llamada Caja de herramientas, habla de las herramientas
que él utiliza como escritor y que cree que pueden ser útiles para
cualquiera que quiera serlo. La primera y muy clara, leer y escribir.
Vuelve a ella con reiteración. Tiene una serie de reglas muy
sencillas sobre la gramática y la sintaxis que estaría muy bien que
algunos profesores de Lengua de secundaria le pasaran a sus alumnos.
Son pocas, son simples, y hasta puede que no les parezcan reglas y
decidan hacerles caso. Por ejemplo, no usar la pasiva si puede evitarse, no abusar
de los adverbios terminados en –mente, elegir la palabra más
sencilla que dé el significado que queremos expresar. Y por supuesto, estar abierto a incumplir esas normas.
Propongo
desde ya una promesa solemne: no usar “retribución” en vez de
“sueldo”, ni “John se tomó el tiempo de ejecutar un acto de
excreción” queriendo decir que “John se tomó el tiempo de
cagar”. pg. 130
La
tercera parte, Escribir, habla de enfrentarse al folio en
blanco, de la construcción de personajes, la escritura de diálogos,
la elección de temas, la corrección, la recorrección, y hasta qué
punto darle importancia a la opinión de los lectores y los críticos.
Para ilustrarlo, coge ejemplos de textos propios y de otros autores.
Textos buenos y malos, pues como dice, se aprende mucho de los malos
escritores, en los que es muy fácil detectar los fallos. Por último,
hay una pequeña posdata, llamada Vivir, como contrapunto a
Escribir, para que nadie se olvide de lo importante que es, y
al final del libro hay un pequeño ejercicio de corrección de estilo
del propio King sobre un relato, y por último una pequeña lista con
los libros que más había disfrutado como lector durante los cuatro
años que pasaron entre que empezó Mientras escribo y lo dio
por finalizado.
“Dudo
que haya novelistas con muchas inquietudes temáticas, aunque hayan
escrito más de cuarenta libros. Yo tengo muchos intereses en la
vida, pero pocos lo bastante profundos para alimentar una novela.
Entre esos intereses se halla la dificultad de cerrar la caja de
Pandora una vez abierta, la cuestión de por qué, si hay Dios,
ocurren cosas tan horribles, la fina línea divisoria entre realidad
y fantasía, y sobre todo el atractivo irresistible que puede tener
la violencia para gente básicamente bondadosa. También he escrito
hasta la saciedad sobre las diferencias fundamentales entre niños y
adultos, y sobre el poder curativo de la imaginación humana”. pg.
229.
Más reseñas el próximo lunes.
Sr. E.
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