domingo, 10 de noviembre de 2019

Stop - time, de Frank Conroy


Stop – time, de Frank Conroy (Libros del Asteroide)

Hablaba hace unos días con un buen amigo y buen lector de la cantidad de libros que nos llegan a España con la etiqueta de obras maestras de la narrativa norteamericana, la sensación en Estados Unidos, un clásico norteamericano, etc. Por no hablar de los maestros desconocidos de Faulkner, los eslabones perdidos del posmodernismo o los representantes de la última moda que acaba de salir y va a durar quince minutos. Nos preguntábamos también a cuántos de esos había prologado Rodrigo Fresán. Venía la malvada broma precisamente porque le decía que había cogido este libro de la biblioteca, y se rastreaban en él todos los lugares comunes de la excelencia desconocida en España, y el libro legendario americano, y estaba prologado (cómo no) por Rodrigo Fresán.

Bromas malvadas aparte, la verdad es que aunque no todo lo que recomienda y alaba Fresán me gusta (ni puede gustarme, pues es un prescriptor que descubre autores que le resultan maravillosos cada semana) y Libros del Asteroide, como cualquier editorial, no siempre acierta, son dos puntos de referencia bastante fiables. Por recordar ahora mismo un libro que me pareció maravilloso y que venía de la unión de la misma editorial con el mismo prologuista, nunca dejaré de recomendar Postales de invierno, de Ann Beattie (aunque no debió ser demasiado exitoso, pues nunca ha vuelto a aparecer un libro de la autora canadiense en España). Unos días después de coger Stop - time de la biblioteca, lo cogí para llevarlo en el metro por la mañana. Y aunque al principio pudo costarme un poco entrar en él (no fue uno de esos amores a primera línea, pero no todos los amores tienen por qué ser fáciles ni inmediatos), en un par de capítulos había caído rendido ante su fuerza y su belleza. Cuando te montas en el metro a las siete o a las ocho de la mañana, dependiendo del horario de trabajo de cada día, y un libro te lleva muy muy lejos y a lugares exquisitos hasta el punto de estar deseando montarte en el transporte público para retomar la sensación, es que tienes algo valioso entre manos.

Stop – time, que pasaría por ser un libro de referencia para quien escriba autoficción desde que apareció en 1967, es una autobiografía de la infancia, que empieza con la vida de Frank Conroy y acaba cuando cumple 18 años y va a acceder a la universidad. Es una novela de formación, como tantas primeras novelas, solo que el autor decidió no esconderse bajo el nombre de otro sino coger su historia tal cual y llamar a todo el mundo por su nombre. Acompañamos al pequeño Frank Conroy de una casa a otra durante todos esos años, con su madre (su padre pasó grandes períodos de su vida en clínicas psiquiátricas y murió cuando él aún era pequeño) y sus sucesivas parejas, con su hermana, haciendo nuevos amigos en cada nueva ciudad, fracasando de un colegio en otro, acostumbrándose de hecho a esa idea del fracaso y escapando de todo gracias a las pilas de libros de bolsillo que va atesorando y sus discos de jazz (Conroy fue casi más pianista de jazz que escritor, apenas escribió cuatro libros en cuarenta años, aunque sí se dedicó a la enseñanza de la escritura creativa en la famosa escuela de Iowa, de la que fue director).

Asistimos a la formación de un carácter y a los malos tragos que la infancia va dando, porque no es ese lugar dulcificado y eternamente feliz que se intenta vender, al menos no para todos, aunque por otro lado siempre sea posible sacar de las circunstancias que a cada uno le tocan una sensación de felicidad, por relativa que sea. Y lo mejor del libro, que no se diferencia tanto de El guardián entre el centeno o los relatos de formación de Bukowski, Fante o Tobias Wolff, está en la escritura. Porque las historias al final son muy limitadas en variantes, por más personales que sean, y aquí es la prosa la que nos atrapa y arrastra, con su fuerza y lirismo. Me ha gustado mucho más esta historia de infancia y primera adolescencia que los relatos que siempre he sentido más histriónicos y forzados de Fante y Bukowski. Me ha gustado tanto como Vieja escuela o Vida de este chico, de Tobias Wolff, un autor al que no se está reeditando en España y que vale mucho la pena.

La escritura de Conroy me ha hecho pensar, por su aparente sencillez y profunda complejidad, por su dulce amargura, en John Cheever, y en cuanto al recurrente tema de los últimos años de si la autoficción sí o no, creo que lo importante aquí es la potencia literaria del libro, una obra de primera, no sé si realmente un clásico americano contemporáneo, pero sí sé que un libro que merecería estar en muchos cánones. Si lo que hace es tirar de memoria y usar su nombre para contar una historia que va recorriendo espacios y tiempos distintos, y queremos llamarlo autoficción, adelante. Sobre este tema de la recepción de las obras en cada momento, libros como los que citaba antes de Tobias Wolff fueron recibidos en España como novelas en su momento, sin más. Pero volviendo a Stop – time, si nos limitáramos a discutir si el libro es un galgo o un podenco, estaríamos olvidando dos cosas muy importantes a mi parecer. La primera, que quien recuerda y le da forma literaria a ese recuerdo está haciendo literatura, pretenda ponerle la etiqueta de ficción o no, y que esa memoria es la base sobre la que trabaja todo novelista literario. La segunda, que se llame como se llame el género al que adscribamos este libro, es un gran libro, uno que vale la pena leer y paladear.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas

Sr. E

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