jueves, 13 de diciembre de 2018

Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon


Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon (Jeckyll y Jill)

Desde que leí Signor Hoffman, a finales de 2015, Eduardo Halfon se ha quedado marcado en mi memoria y mi agenda de lecturas como un autor importante. Escribí el año pasado sobre algunos libros suyos que fui leyendo en el verano de 2017, y aún no me he animado, por la crudeza que les presupongo, a leer ni Duelo ni Saturno, aunque acabaré entrando en ellos. El que tenía claro que leería en cuanto fuera posible era Biblioteca bizarra, de Eduardo Halfon. Y tras unos meses en los que estaba permanentemente prestado en la biblioteca en la que lo tenía, pude cogerlo. Su portada, esa sí bizarra, extraña, no se explica hasta el último texto y prácticamente la última página del libro, pero nos sitúa perfectamente en el tipo de texto al que estamos entando.

Biblioteca bizarra no es, en principio, más que un libro de aprovechamiento, de reciclaje de materiales, seis textos que Eduardo Halfon había ido publicando entre 2010 y 2015 en distintas revistas e incluso en distintos idiomas (la genealogía de Halfon es complicada y pasa por mil sitios, pero por resumir a lo básico en cuanto a lenguas, nació en Guatemala pero a los 10 años se fue a Estados Unidos, donde estudió hasta graduarse en ingeniería, cuando volvió a Guatemala, con el inglés como lengua de relación habitual y el español como un recuerdo extraño). Esa relación con el lenguaje, según cuenta en uno de los textos, está en el origen de su trayectoria como escritor. Halfon llega a la literatura desde la extrañeza. Es ingeniero, trabaja en la fábrica de su padre, apenas le gusta leer, y decide, un poco paralizado en su vida, ponerse a estudiar Filosofía, pero el plan de estudios del país lo obliga a combinarlo con Letras y es ahí cuando empieza a leer y a escribir y ya no para.

Biblioteca bizarra es una recopilación de seis textos con distintos puntos de partida y distintos puntos de llegada pero unidos por esa lenta órbita alrededor de la escritura y la lectura. Para Halfon, como para la mayoría de los (buenos) escritores, la escritura no es más que la compañera natural de la lectura, una no existiría sin la otra, ni siquiera tendría sentido plantearse su posibilidad. El estilo de Halfon, en este libro, que es un ensayo (o una colección de ensayitos), es el mismo de sus novelas, porque la escritura de Halfon, en lo que la conozco, parece un continuo hipnótico y cadencioso, la sucesión de unos hechos que no parecen especiales, acompañados de parones reflexivos, entre amores y odios.

Hay pocos amores tan duraderos y odios tan arraigados como los literarios. Es más difícil (incluso) dejar de amar a un autor que a una pareja. Les perdonamos sus deslices, sus libros malos, e incluso cuando su deriva nos acaba espantando, nos quedan siempre aquellos libros que nos gustan, a los que podemos volver. Halfon tiene claros sus amores, y sus amores parecen infinitos, pero es que hay realmente casi infinitos libros que amar. Los de Halfon se suben a esa estantería.

En Biblioteca bizarra nos encontramos con apuntes sobre bibliotecas. Hay algo claramente fetichista en conocer las bibliotecas y los lugares de trabajo de los escritores. Aquí, Halfon llega como por casualidad a la biblioteca de algunos escritores, o cuenta una historia que ha oído o leído sobre algunas de ellas. También paseamos por barrios delicados (al menos) de Colombia, siguiendo una figura que buscó el puto de unión entre los libros y la violencia de la marginalidad. Hay reflexiones sobre la paternidad, sobre cómo se transmiten el amor y los prejuicios de padres a hijos y cómo eso tiene que ver, también, con los libros. Todo en este libro tiene que ver, más o menos, con los libros. Hasta la magia, como la que Chéjov alcanzaba a veces. Una de las grandes virtudes de Eduardo Halfon como narrador – escritor – ensayista – pensador – conversador (porque siempre parece que esté hablando con nosotros) es que no busca una moraleja, no subraya la enseñanza en lo que está contando, aunque su tono sea muchas veces casi el de una fábula. Dos ejemplos, Halfon nos cuenta que tiene un ejemplar de un viejo libro recopilatorio de un certamen de provincias, ese en el que Roberto Bolaño fue finalista y Antonio Di Benedetto también, el que dio origen a una amistad epistolar entre ambos y al final a la escritura de un cuento, Sensini, que está entre los mejores de Bolaño. En él está la metáfora de los cazadores de búfalos, y para los que participamos en estos concursos con cierta frecuencia es una especia de Biblia. Halfon nos cuenta que ese librito, con Kafka en la portada (además), le recuerda de vez en cuando dónde está y dónde no la literatura. En Saint – Nazaire, nos cuenta cómo Chéjov escribió algunos de sus mejores cuentos pensando que eran meros entretenimientos, cositas para salir del paso de un encargo que resolvía en unas horas, y otros, que le ocuparon días y semanas de preocupaciones, no acabaron teniendo esa redondez. Lo imprevisible, siempre, de la creación.

Seguiremos leyendo

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