Biblioteca
bizarra, de Eduardo Halfon (Jeckyll y Jill)
Desde
que leí Signor Hoffman, a finales de 2015, Eduardo Halfon se
ha quedado marcado en mi memoria y mi agenda de lecturas como un
autor importante. Escribí el año pasado sobre algunos libros suyos
que fui leyendo en el verano de 2017, y aún no me he animado, por la
crudeza que les presupongo, a leer ni Duelo ni Saturno,
aunque acabaré entrando en ellos. El que tenía claro que leería en
cuanto fuera posible era Biblioteca bizarra, de Eduardo
Halfon. Y tras unos meses en los que estaba permanentemente prestado
en la biblioteca en la que lo tenía, pude cogerlo. Su portada, esa
sí bizarra, extraña, no se explica hasta el último texto y
prácticamente la última página del libro, pero nos sitúa
perfectamente en el tipo de texto al que estamos entando.
Biblioteca
bizarra no es, en principio, más que un libro de
aprovechamiento, de reciclaje de materiales, seis textos que Eduardo
Halfon había ido publicando entre 2010 y 2015 en distintas revistas
e incluso en distintos idiomas (la genealogía de Halfon es
complicada y pasa por mil sitios, pero por resumir a lo básico en
cuanto a lenguas, nació en Guatemala pero a los 10 años se fue a
Estados Unidos, donde estudió hasta graduarse en ingeniería, cuando
volvió a Guatemala, con el inglés como lengua de relación habitual
y el español como un recuerdo extraño). Esa relación con el
lenguaje, según cuenta en uno de los textos, está en el origen de
su trayectoria como escritor. Halfon llega a la literatura desde la
extrañeza. Es ingeniero, trabaja en la fábrica de su padre, apenas
le gusta leer, y decide, un poco paralizado en su vida, ponerse a
estudiar Filosofía, pero el plan de estudios del país lo obliga a
combinarlo con Letras y es ahí cuando empieza a leer y a escribir y
ya no para.
Biblioteca
bizarra es una recopilación de seis textos con distintos puntos
de partida y distintos puntos de llegada pero unidos por esa lenta
órbita alrededor de la escritura y la lectura. Para Halfon, como
para la mayoría de los (buenos) escritores, la escritura no es más
que la compañera natural de la lectura, una no existiría sin la
otra, ni siquiera tendría sentido plantearse su posibilidad. El
estilo de Halfon, en este libro, que es un ensayo (o una colección
de ensayitos), es el mismo de sus novelas, porque la escritura de
Halfon, en lo que la conozco, parece un continuo hipnótico y
cadencioso, la sucesión de unos hechos que no parecen especiales,
acompañados de parones reflexivos, entre amores y odios.
Hay
pocos amores tan duraderos y odios tan arraigados como los
literarios. Es más difícil (incluso) dejar de amar a un autor que a
una pareja. Les perdonamos sus deslices, sus libros malos, e incluso
cuando su deriva nos acaba espantando, nos quedan siempre aquellos
libros que nos gustan, a los que podemos volver. Halfon tiene claros
sus amores, y sus amores parecen infinitos, pero es que hay realmente
casi infinitos libros que amar. Los de Halfon se suben a esa
estantería.
En
Biblioteca bizarra nos encontramos con apuntes sobre
bibliotecas. Hay algo claramente fetichista en conocer las
bibliotecas y los lugares de trabajo de los escritores. Aquí, Halfon
llega como por casualidad a la biblioteca de algunos escritores, o
cuenta una historia que ha oído o leído sobre algunas de ellas.
También paseamos por barrios delicados (al menos) de Colombia,
siguiendo una figura que buscó el puto de unión entre los libros y
la violencia de la marginalidad. Hay reflexiones sobre la paternidad,
sobre cómo se transmiten el amor y los prejuicios de padres a hijos
y cómo eso tiene que ver, también, con los libros. Todo en este
libro tiene que ver, más o menos, con los libros. Hasta la magia,
como la que Chéjov alcanzaba a veces. Una de las grandes virtudes de
Eduardo Halfon como narrador – escritor – ensayista – pensador
– conversador (porque siempre parece que esté hablando con
nosotros) es que no busca una moraleja, no subraya la enseñanza en
lo que está contando, aunque su tono sea muchas veces casi el de una
fábula. Dos ejemplos, Halfon nos cuenta que tiene un ejemplar de un
viejo libro recopilatorio de un certamen de provincias, ese en el que
Roberto Bolaño fue finalista y Antonio Di Benedetto también, el que
dio origen a una amistad epistolar entre ambos y al final a la
escritura de un cuento, Sensini, que está entre los mejores
de Bolaño. En él está la metáfora de los cazadores de búfalos, y
para los que participamos en estos concursos con cierta frecuencia es
una especia de Biblia. Halfon nos cuenta que ese librito, con Kafka
en la portada (además), le recuerda de vez en cuando dónde está y
dónde no la literatura. En Saint – Nazaire, nos cuenta cómo
Chéjov escribió algunos de sus mejores cuentos pensando que eran
meros entretenimientos, cositas para salir del paso de un encargo que
resolvía en unas horas, y otros, que le ocuparon días y semanas de
preocupaciones, no acabaron teniendo esa redondez. Lo imprevisible,
siempre, de la creación.
Seguiremos leyendo
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