El simple arte
de escribir, de Raymond Chandler (Emece)
Desconfío,
supongo, de los libros que enseñan a escribir tanto, al menos, como
de los cursos de escritura. Y supongo, también, que uno es, como
todo ser humano, contradictorio e incoherente. Nunca he ido a uno de
esos cursos pero sí he leído algunos de esos libros. Los que nacen
de profesores de talleres no me han interesado y nunca los he
terminado, pero sí han sabido interesarme los de aquellos que son,
ellos mismos, buenos escritores. También se aprende, sin más, de
los diarios o memorias de esos escritores, pues para cierto nivel de
autores la literatura y la vida son lo mismo. Quienes aún me
escuchan cuando hablo de libros y de escritura, saben que Mientras
escribo, de Stephen King, me parece un muy buen libro, honesto,
divertido y útil.
Diría
algo parecido de El simple arte de escribir, de Raymond Chandler. El
mes pasado releí un par de historias de Marlowe durante mis viajes
mañaneros en metro, y en una visita a la biblioteca me traje, de
entre sus obras, esta recopilación de sus cartas (más del 90% del
material son cartas, a colegas, editores, revistas, lectores,
profesores). Es un libro con sus más y sus menos, en el que se
detecta un cierto tono de suficiencia del autor (pero Chandler tal
vez estuviera en condiciones de permitirse algún grado de
suficiencia). Hay pocos consejos como tales, pero sí mucha prensa
rosa entre escritores, mucha hipocresía, y reflexiones lúcidas,
sobre el oficio solitario, sobre los editores y los lectores, sobre
las historias que unos escriben, cuánto se desvían de lo que
pretendían escribir, y a quiénes pueden llegar.
Y yo
no molesto más, me aparto y os dejo con algunas cosas de Chandler:
No
obstante, por fallida que sea su filosofía, el credo realista que
domina nuestra literatura no se debe tanto a las malas teorías como
al mal arte. Para ser un idealista, uno debe tener una visión y un
ideal; para ser un realista, solo un ojo mecánico y laborioso. De
todas las formas del arte, el realismo es la más fácil de
practicar, porque de todas las formas mentales la mente chata es la
más común. La persona menos imaginativa y menos educada del mundo
puede describir chatamente una escena chata, como el peor constructor
puede producir una casa fea.
Nunca
he tenido mucho respeto por la capacidad de agentes, editores,
productores teatrales o cinematográficos para saber qué querrá el
público. Los antecedentes están contra ellos.
Considero
esta frase como una vergüenza para la prosa inglesa. No dice nada y
lo dice sonoramente, estereotipadamente y sin sintaxis.
Hasta
Hemingway me desilusionó. He estado releyendo mucho de él. Habría
dicho que ahí había un tipo que escribía como era, y habría
tenido razón, pero no del modo en que quería decirlo. El noventa
por ciento es la más condenada autoimitación. En realidad nunca
escribió más que una historia. Todo el resto es lo mismo en
diferentes lugares, o con diferentes partes. Llega un momento en la
vida en que las rimas escritas en las paredes de los baños de las
estaciones ya no son obscenas, sino horriblemente aburridas.
Los
editores y otros deberían dejar de preocuparse por la pérdida de
clientela que pueda causarles la televisión. El tipo que puede
soportar un trío de anuncios de desodorantes para mirar a Flashgun
Casey y tragarse los elogios a cervezas o a planes usurarios de
crédito para poder ver a un par de boxeadores de cuarta frotándose
las narices contra las cuerdas no es alguien que vaya a perder tiempo
leyendo libros.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
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