Recomendaciones
para el verano (I)
Este
verano el blog va a tomarse vacaciones. Por distintos motivos, pero
especialmente para oxigenarlo y para disponer de tiempo para
determinar si merece la pena seguir con un empeño que nadie me pide
que lleve a cabo y que como tal siempre despierta en uno mismo la
sospecha de si no se tratará de una labor absurda.
Algunos
de estos libros ya estaban reseñados. Otras recomendaciones son las
de siempre. También aprovecharé para recomendar algunos libros que
he leído en lo que va de 2017 pero que se han ido quedando fuera del
blog.
Algunas
recomendaciones van más explicadas, otras menos. Espero que alguien
pase por este blog casualmente, se detenga a leer esta entrada, que
no tengo claro si no será la última, al menos por un largo tiempo,
y se decida a escoger alguno de estos libros para que le haga
compañía durante estos dos próximos meses.
¿Qué
buscamos leer en verano? Depende de cada cual. Hay quien quiere
libros ligeros. Quien quiere libros de género negro o de terror,
quien prefiere leer ensayo o repasar las novedades del curso. Otros
eligen relatos, novelas filosóficas, completar la obra completa de
autores a los que admiran. Muchos optan por dedicar el verano a los
clásicos a los que nunca se acercan en invierno.
Cuentos
Cuentos
completos de Nikolái Gógol (Nevsky): Si alguien me
dijera: Recomiéndame, por favor, un único libro para leer este
verano, y me especificara que quiere que ese libro sea largo, denso,
complejo, pero también divertido, como el mundo, triste, alegre,
poliédrico, como la vida. Si alguien me dijera eso, le recomendaría
sin duda este.
Un libro largo de cuentos cortos, de Etgar Keret
(Siruela): Si queremos cuentos cortos, que se lean deprisa y se
piensen lentamente, debemos leer a Keret. En verano y en invierno.
Imagina que tu situación es la de: Solo puedo llevarme un libro a
esos días de hotel de playa. Puedes elegir llevarte a Keret. En sus
páginas tendrás toda clase de situaciones, sensaciones, subidas y
bajadas. Tiene algo mágico el escritor israelí. Es capaz de coger
una historia, desplegarla en toda su riqueza, dejarla caer,
resucitarla, darle el fin que se merece, y hacerlo en solo 2 o 3
páginas. Este libro reúne todas sus colecciones de cuentos
traducidas hasta el momento. Un caramelo que no pierde sabor.
Nuevas
teorías sobre el orgasmo femenino, de Diego Sánchez
Aguilar (Balduque): Tras ese título tan horrible, que parodia
los titulares de las revistas tipo Cosmopolitan, se esconde
una colección de relatos que nos habla, o así lo entiendo, de las
relaciones de pareja, de trabajo, de las esclavitudes y relaciones de
poder que se establecen en todas ellas. Habla de la sociedad del
policonsumo, en la que todo se enfoca en términos de compra y
triunfo, todo, tristemente todo. El libro no se limita a desarrollar
ideas interesantes, que ya sería una muy buena noticia, sino que
añade además un dominio de la forma admirable. Es un libro de siete
cuentos bastante largos, variados en su escritura, muy rico
literariamente. No por nada, dicho libro, el primero de narrativa de
Diego Sánchez Aguilar, se llevó el Premio Setenil 2016 al mejor
libro de relatos publicado ese año.
Tejidos
y novedades, de Cristina Grande (Xordica): Qué pocos
autores saben condensar en 2 páginas cuentos completos. Qué gusto
da tener amigos que te cuentan una anécdota y lo hacen tan bien que
no los interrumpes ni un instante, sino que callas y escuchas.
Cristina Grande es una autora capaz de desarrollar todo un relato en
2 páginas o menos. Y a la vez es esa amiga que nos cuenta una
anécdota aparentemente trivial pero que queremos saber cómo sigue y
de la que alguna lección sacamos siempre, aunque solo sea la
convicción de que la vida no nos enseña nada casi nunca. En Tejidos
y novedades, la autora recogió sus dos primeros libros de
cuentos, prácticamente inencontrables (La novia parapente y
Dirección noche) y algunos otros textos. Un librito delicioso
del que ir tomando una lectura al día durante el verano, a modo de
vitaminas para el cerebro.
Trescientos
días de sol, de Ismael Grasa (Xordica): Qué sol hace
en verano. Y cómo nos molesta a algunos, que no sabemos ya qué
hacer para huir de él. Hablé hace poco de El jardín, de
Ismael Grasa, y allí dejaba de pasada una referencia a mi absoluta
devoción por este libro.
Me gustan los cuentos, y me gustan los cuentos de terror. No olvidemos que el padre en muchos sentidos del relato moderno es Edgar Allan Poe, y construyó su referencia desde el terror y lo fantástico. Sin dar muchos más motivos, se me ocurre que son buenas lecturas o relecturas para este próximo verano:
Pesadilla
a 20.000 pies y otros cuentos insólitos y terroríficos,
de Richard Matheson (Valdemar): Matheson es uno de los padres del
relato de terror americano contemporáneo. En esta recopilación de
la editorial Valdemar Stephen King escribe el prólogo y reconoce su
deuda con él. Algunos de sus cuentos están en cualquier antología
de relato fantástico y de terror, y quien los lea reconocerá su
influencia directa e indirecta en muchas películas y series de
televisión.
Fantasmas,
de Joe Hill (Suma de Letras): Joe Hill es el hijo de Stephen
King. Muchos escritores de terror jóvenes lo son en un sentido
figurado, y él también lo es en ese sentido, pero él además lo es
literalmente. Tan pesado debió ver el fardo de expectativas que le
cargarían si publicaba con su nombre, que eligió un pseudónimo
para publicar sus libros. Y este fue el primero. Una colección que
recorre los lugares comunes del género fantástico, y le aporta
algunos enfoques sutiles, originales, realmente valorables.
Relatos
de Stephen King: Si recomiendo los libros del hijo de Stephen
King y uno de sus padres literarios, deberíamos cerrar con los
libros de relatos del propio King. Aparte de un novelista solvente,
que lo es, creo que Stephen King es uno de los mejores escritores de
cuentos de su generación. A mi entender, así como la calidad de sus
novelas ha bajado bastante desde los años 80 (después de Misery,
aproximadamente), nunca ha dejado de ser un cuentista a tener muy en
cuenta. ¿Qué colecciones leer? Yo he leído y todas merecen la pena
El umbral de la noche (1978), Pesadillas y alucinaciones
(1993), Todo es eventual (2003), Después del anochecer
(2008). Todos los veranos pasamos una semana en una casa en el campo,
sin wifi ni teléfono, y siempre me llevo uno de ellos conmigo.
El
señor de las muñecas y otros cuentos de terror, de Joyce
Carol Oates (Alba): Fue un descubrimiento casual en la
biblioteca. Últimamente he leído varios libros de Joyce Carol
Oates, pero tiene tanto escrito, tanto traducido ya y publicado en
tantas editoriales que es muy difícil tener algo parecido a un plan
de lectura con ella. Este librito es perfecto. Nada falla en él.
Todo nos toca, nos tensa, nos perturba.
Un
libro de difícil clasificación
Diarios
de las estrellas, de Stanislaw Lem (Alianza): ¿Por
qué no dedicar el verano a leer relatos que son a la vez cuentos,
reflexiones filosóficas, estudios mitológicos y teológicos,
aventuras desvariadas, reflejos deformados del mundo y críticas a la
autoridad? ¿Por qué no? Y, ¿por qué no empezar con los Diarios de
las estrellas?
Novela
contemporánea
Pánico
al amanecer, de Kenneth Cook (Seix Barral): Llegué a
esta novela a través de alguna reseña. Apunté el título hace
meses y por fin lo leí hace unas semanas. La cubierta de la edición
española (primera traducción, 50 años después, de una novela de
amplio éxito en el mundo anglosajón) nos muestra la admiración de
J. M. Coetzee y Nick Cave por este clásico de la literatura
australiana. Para mí es suficiente con eso. La novela nos presenta a
John Grant, un profesor destinado a un pequeño pueblo del interior
de Australia, donde da clases en una escuela rural entre silencio,
polvo y sol abrasador. Se muere de asco, pero debe cumplir 2 años
antes de regresar del exilio. Después del primer curso, tiene 6
semanas de vacaciones por delante. Pero, algo pasará. Tiene que
pasar una noche, antes de ir hacia Sidney, en la ciudad de referencia
del condado. Allí todo se lía y acaba perdiendo hasta el dinero
para el billete de autobús en una timba. Sin dinero y atrapado en
esa falsa amabilidad, irá descubriendo un mundo de violencia sorda,
ciega, mientras va cayendo poco a poco en la locura.
La
caza del carnero salvaje, de Haruki Murakami (Tusquets):
La última vez que pasé de 50 páginas en un libro de Murakami fue
en 1Q84. Nunca he sido uno de sus fanáticos lectores, pero sí
lo he leído con gusto muchas veces. Pero se me había acabado el
gusto por sus historias. El verano pasado leí sus dos primeras
novelas cortas, recién traducidas, y sin entusiasmarme, me hicieron
reencontrar ciertas sensaciones de lectura. La caza del carnero
salvaje, que ha sido reeditada hace poco, es una de las primeras
novelas de Murakami. Se trata de un libro extraño, pero que me
enganchó. Como en muchos libros del autor, la extrañeza acaba
siendo forzada y hay puntos en los que no se sabe si calificar lo que
se está leyendo de imaginativo o ridículo. Me ha gustado la novela,
de todas maneras. Como sus novelas se van traduciendo y editando en
un orden no estrictamente cronológico, se pierde a veces la
referencia de la evolución de su escritura. Y he encontrado en ella
conexiones con las dos primeras novelas cortas del autor (Escucha
la canción del viento y Pinball
73) y con otra novela que estaba bastante bien como Baila,
baila, baila. No hay que ser un sutil lector para encontrarlas,
la verdad, pues aparecen en esta Caza del carnero salvaje
personajes de las primeras y paisajes de la segunda. Leídas estas
tres obras como trilogía dibujan un interesante Murakami, bastante
distinto del que luego ha sido (no pretendo decir que mejor, pero sí
otro).
Cómo
dejar de escribir, de Esther García Llovet (Anagrama):
El verano es una época propicia para que muchos juntaletras aborden
la escritura de su primera novela. Quizá lo primero que deberían
hacer es echarse a la cara esta novela de Esther García Llovet y
ahorrarse en muchos casos el esfuerzo. No es, por desgracia, un libro
cuya lectura anule las ganas de escribir. De hecho esta magra novela
bolañesca consigue lo contrario.
Los
detectives salvajes, de Roberto Bolaño (Anagrama): Si
recomendamos una novela de indudable aire bolañesco, por qué no ir
directamente a por una del propio Roberto Bolaño. Entre los
escritores parece haberse puesto de moda citar Nocturno de Chile
y Estrella distante como las novelas más perfectas de Bolaño
(que puede que lo sean, pero en cuanto a novelas no siempre lo más
perfecto es lo mejor). Los lectores snobs se decantaron casi desde el
principio por la muy oscura 2666 como novela superior del
mito. Y parece, entre tanto, que Los detectives salvajes queda
como una novela poco reivindicada. Cuando es lo contrario, la novela
a reivindicar, a leer, releer, regalar y comentar. Creo que si dentro
de 50 años sigue quedando un único Bolaño será el de esta novela.
Excesiva, divertida, llena de digresiones, de viajes sin terminar y
caminos abiertos que no se cerraron. El propio Bolaño dijo alguna
vez que desconfiaba de quienes elegían Bartleby el escribiente,
cerrado, pequeño y perfecto, frente a Moby Dick,
descompensada y apabullante. Irónicamente parece que está pasando
algo así con su propia obra, y el verano puede ser una buena
oportunidad para volver a los orígenes del mito. Yo desde luego la
releeré en ratos de fresco en los bancos de los parques.
Los
cinco y yo, de Antonio Orejudo (Tusquets): ¿Es
Antonio Orejudo el mejor escritor de su generación? No lo sé, pero
digamos que sí. Por no perder el tiempo en discusiones bobas,
digamos que está entre los mejores escritores de su generación,
junto con Rafael Reig, Marta Sanz, Rafael Balanzá, Belén Gopegui o
Javier Cercas. La pregunta que Los cinco y yo nos lanza a los
lectores, a los de la novela y en general de novela española, es: ¿y
qué? ¿A quién le importa qué has escrito, Antonio Orejudo? Y es
verdad, no le importa a nadie. Ha dejado de importarle a nadie
quiénes son los mejores novelistas de este país. Para el gran
público la nueva narrativa española se cerró con Javier Marías,
Eduardo Mendoza, Antonio Muñoz Molina etc. Ellos agotan ediciones,
tienen premios, escriben en El País. Los demás se tienen que joder.
Con la excepción de Cercas, que sí ha saltado a esa oficialidad. La
novela de Orejudo parte de un mito que otorga únicamente a su
generación, las novelas de Los cinco, de Enid Blyton, y a
partir de ahí construye una autoficción en la que se ve que esos
niños del baby boom y la tan cacareada EGB se quedaron en medio de
un sandwich bien triste. Los que eran 5 – 10 mayores que ellos se
situaron bien en la Transición y se quedaron con todos los cargos
políticos y el prestigio cultural de los siguientes 40 años. Los
que son 10 años más jóvenes empezaron a hacer ruido hace unos años
y a escupir hacia atrás, salpicándolos también a ellos. Les quedan
Los cinco y los partidos de fútbol en los descampados del
extrarradio de las ciudades como consuelo. Magro consuelo, me temo.
La semana que viene
más.
Ahora a leer
No hay comentarios:
Publicar un comentario