La
sangre del cordero, de Peter De Vries (Jus Editores)
Incoherente
que es uno, la semana pasada anunciaba que le daba vacaciones al
blog, y tenía escritas las dos últimas entradas pre – veraniegas,
con recomendaciones lectoras para las vacaciones. Esta semana iba a
publicar la segunda parte de las recomendaciones y a deciros que buen
verano y que ya nos leeremos por ahí, si eso. Y voy y me lío a
terminar un libro que me ha sorprendido mucho y muy gratamente. Tanto
que he pensado que merecía la pena dedicarle una entrada antes de
bajar la persiana por descanso del personal y sus reflexiones
lectoras.
¿Qué
libro es ese? Pues se llama La sangre del cordero, es
original de 1961, su autor es Peter De Vries y lo edita Jus. Para mí,
tres novedades. La editorial es una novedad en el mercado español,
viene de México y llega a través de Malpaso, que parece estar
tomando entidad de grupo grande en poco tiempo (no sé si eso es
bueno o malo, solo constato que va asociándose y/o absorbiendo
editoriales aquí y en México). El autor era un absoluto desconocido
para mí. La novela se anuncia como “la gran obra de Peter De
Vries”, y eso me hizo temer que Peter De Vries fuera un autor
inmensamente conocido al que yo tristemente desconocía. Buscando en
google no parece que al menos en España fuera especialmente
conocido (tuve que leer sobre su vida en la wikipedia en
inglés, por dar una referencia clara). Bien está que las
editoriales nuevas vengan con autores desconocidos, mal o nada
traducidos con anterioridad. Siempre que como pasa aquí sean autores
valiosos, que también sabemos que hay mucha trampa y mucho cartón
en la recuperación de autores olvidados.
¿Quién
fue Peter De Vries? Un autor norteamericano, descendiente de
inmigrantes holandeses (el apellido De Vries lo deja bastante claro),
de prolífica pluma, que escribió más de 20 novelas, obras de
teatro, relatos, y fue guionista de revistas, trabajando durante
décadas en el New Yorker. A De Vries lo han calificado como
el más divertido de los autores que han abordado la religión en sus
novelas. No sé si ese calificativo es exagerado. La novela es sin
duda muy divertida y es sin duda religiosa en un sentido amplio.
Kingsley Amis admiraba esta novela. Christopher Hitchens, un conocido
ateo, no sólo ateo sino antiteísta, también. Es decir, nos
encontramos ante una novela en la que la idea de Dios es importante,
casi central, pero no trata de imponerse al lector. De Vries era
creyente, y eso queda claro en la mirada del autor sobre lo narrado,
pero abre el diálogo con los que no lo sean.
¿De
qué va el libro? En un primer acercamiento, es una
bildungsroman, una de esas novelas de formación en las que
vemos a un niño hacerse joven y luego adulto y lo acompañamos por
la vida. El protagonista es Don Wanderhope, un alter ego de De Vries
(así lo parece por condiciones familiares, por época y edad en
ella), que empieza como empiezan las novelas de esta clase, algo que
ya sabía Holden Caulfield, quien optaba por no utilizarlo como
recurso, contándonos algo de sus padres. El principio es conmovedor
a la vez que patético, muy divertido en cualquier caso, y marca el
tono y la novela.
Mi
padre no fue un inmigrante en el sentido habitual del término, pues
no emigró de Holanda a propósito, por así decirlo. Salió de
Róterdam sin más intención que la de visitar a unos parientes y
amigos holandeses que sí habían decidido establecerse en Estados
Unidos, pero durante la travesía sufrió unos mareos tan espantosos
que no quiso ni plantearse la posibilidad de regresar.
¿Qué
nos lleva a pensar? Así de poca cosa somos los seres humanos.
Así de tristemente nos condicionan a veces las circunstancias. Hasta
extremos que no por ridículos dejan de ser creíbles. Todos lo
sabemos. Todos podemos mirar en nuestro interior y nuestro pasado y
ver algún condicionante más o menos parecido. Wanderhope crece en
un mundo muy marcado por la religión. Su familia es una de esas
familias calvinistas que casi confunde el no cometer excesos con ser
mezquinos. A Don esa familia y sus creencias le aprietan por todas
partes, y la primera parte de la novela se construye a la contra de
las creencias heredadas, de la literalidad de la Biblia como fuente
(es muy ocurrente la manera en la que el padre de Don empieza a
buscar incorcondancias entre las voces de los cuatro evangelistas,
siguiendo justamente lo que el luteranismo recomienda, leer y leer la
Biblia, y después seguirla, y como él mismo dice: ¿cómo voy a
seguir esto, si ni ellos mismos se aclaran?).
¿A
qué se parece? Las tensiones entre la sexualidad en construcción
y efervescencia de Don y los preceptos religiosos, incluso los casi
enfrentamientos que se producen entre él y su familia (o entre sus
novias y sus familias) por ser uno de una religión y otra de otro
credo, a veces de religiones casi indistinguibles pero que se odian a
muerte, van surgiendo como una constante en su camino hacia la
adultez. En esto, la novela me ha recordado a las obras de Saul
Bellow y hasta de Philip Roth. La novela de Peter De Vries, estando
escrita desde una tradición cultural europea y protestante, se
acerca en lo literario a la gran narrativa judeoamericana, a Bellow y
Roth en el modo en que encajan o explotan los deseos en la vida
familiar, y a Bernard Malamud y a Isaac Bashevis Singer,
especialmente a este último, cuando las reflexiones sobre la vida,
la muerte, la divinidad y la trascendencia, ganan peso.
¿Cómo
está construido? La novela podría haber discurrido por los
cauces de una cierta ligereza, pero decide no hacerlo. No sé si por
una elección de trama del autor, por una apuesta estética, digamos,
o porque pretendía en cierto modo reflejar su vida y estaba expiando
un duelo. Una de las comparaciones a las que se alude en la
contraportada es el libro de Job. Don Wanderhope (no nos hemos
parado, pero el apellido, como muchas veces sucede en la narrativa
anglosajona, no parece para nada casual) sería ese Job moderno al
que no paran de sucederle desgracias que ponen a prueba su fe. Y es
verdad que le pasan muchas cosas, y que pierde a muchas personas y
que la enfermedad y el sufrimiento son un compañero permanente de
sus andanzas. Pero no parece haber una lucha de tesis en su
sufrimiento, no es un libro didáctico. Las cosas malas vienen, y
Wanderhope las afronta, con entereza, continuando con la vida,
caminando hacia delante.
¿Termina
bien? Lo más oscuro de la novela es el final, claro, y toda
ligereza queda atrás. Wanderhope pasa por la que siempre se ha dicho
que es la peor pesadilla de un padre, la enfermedad de una hija, en
este caso la lucha contra una leucemia. Sin volverse únicamente
oscuro, el libro se hace más grave y esta última parte de la
narración (el último cuarto, aproximadamente) es más emotiva y nos
dispara a los lectores a donde de verdad duele.
¿Lo
recomendamos? Ha sido una sorpresa de libro y quería compartirlo
antes de ya sí, la semana que viene, despedirnos para el verano.
Felices lecturas
Sr. E
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