Mis lecturas de enero
Tengo la sensación de haber empezado el año leyendo algunos de los
mejores libros que leeré este año. Espero equivocarme y que los meses siguientes vayan superándose. Una de las lecturas principales,
Sombras sobre el Hudson, estaba planificada, me fui
encontrando con otros libros que no he juzgado necesario reseñar
porque me han transmitido poco, y casi por casualidad me han llegado
dos obras con las que no contaba, nuevas ediciones de Levrero y Las
memorias de Maigret, de Simenon.
Las
memorias de Maigret, de Georges Simenon: Hay dos
autores a los que nunca nombro entre mis autores predilectos, porque
probablemente no pertenecen a ese grupo, pero a los que leo muy
frecuentemente, y siempre con gusto. Son Patricia Highsmith y Georges
Simenon. Ambos fueron, además, autores muy prolíficos, por lo que
es fácil dar con obras suyas no leídas en las visitas a la
biblioteca. Son lecturas, las suyas, que nunca defraudan mis
expectativas. Narración interesante, bien llevada a cabo, que me
ocupa la mente durante los ratos de lectura y no me preocupa
excesivamente entre uno y otro. Encontré Las memorias de Maigret
en el altillo de una casa ajena durante las pasadas vacaciones, y en
ese punto intermedio entre el robo y el rescate, decidí llevarlo
conmigo. Nunca había sido abierto por su legítimo dueño, y es una
edición promocional de hace más de diez años, así que creo que ya
puedo considerarlo mío.
Simenon
era un escritor sencillo pero para nada simple. Aquí se marca un
ejercicio metanarrativo muy atractivo para cualquiera que haya leído
alguna vez un libro protagonizado por su personaje más famoso.
Maigret, tras cuarenta años y veinticuatro novelas (eso nos dice),
decide ajustar cuentas con Simenon y aclarar algunas imprecisiones
sobre su persona que este ha ido deslizando en esos libros. El libro
nos sitúa en un mundo en el que el Inspector Maigret es
efectivamente un inspector de la policía, al que un joven George
Simenon (tan joven que firmaba George Sim) acude en busca de modelo
para una serie de novelas policiales. Inspirado en él, poco a poco
lo va convirtiendo en personaje, y hasta cierto punto se mete en su
vida real y la reemplaza en algunos aspectos. El libro es una
reflexión ligera sobre las relaciones entre realidad y ficción,
aclara algunos aspectos del trabajo policial y cómo suelen
reflejarse normalmente en la narrativa negra, y nos sirve, en este
caso, para ver cómo el personaje quiere que veamos al autor, quien
aprovecha este juego de espejos dobles para presentar algunas de sus
ideas y valores como novelista.
Sombras
sobre el Hudson, de Isaac B. Singer: Creo que ya he
empezado el año leyendo uno de los mejores libros que leeré en todo
2.016. Sombras sobre el Hudson se sitúa en los años 50 en la
ciudad de Nueva York, siguiendo las andanzas, aventuras y desventuras
de un grupo de judíos que llegaron a la ciudad huyendo de los nazis,
en muchos casos después de haber pasado por el horror de los campos
de concentración o haber perdido a sus familias.
Después
de una experiencia así, nos parece que la vida debe ser imposible de
continuar, y aquí vemos que es muy difícil hacer nada sin que
aparezcan las referencias a ese pasado. Pero la vida, incluso para
ellos, continúa, y los vemos reunidos tomando café, charlando de
filosofía y arte, rememorando cómo era aquella Centroeuropa donde
muchos empezaron a vivir. Los vemos mirar hacia sus antepasados y
establecer las diferencias entre el judaísmo de sus padres, muy
ortodoxo, el suyo, mucho más flexible, y el de sus hijos, apenas
existente. La historia gira alrededor de las tensiones
intergeneracionales y el conflicto étnico entre los emigrados y sus
familias y el país que los acoge.
Todo
ello va siendo guiado a través de las setecientas páginas de la
novela siguiendo la historia de amor de una joven y un viejo amigo de
su padre. Una historia de amor que perturbará la existencia de
todos, escandalizando a unos, trayendo personajes del pasado,
provocando un conflicto tras otro, maldiciones, más choques.
La
novela fue publicada originalmente por Isaac B. Singer en forma de
novela por entregas en la prensa, y eso se nota en la agilidad con la
que está estructurada, atrayendo al lector a seguir hacia delante, a
desear el siguiente capítulo. Singer escribió una verdadera novela
psicológica en la línea de las grandes novelas del XIX, con todo lo
bueno y todo lo malo que ello conlleva. Un novelón que crea un mundo
propio con personajes perfectamente retratados, vivos, interesantes,
que nos enseñan la vida de quienes sobrevivieron al horror y
tuvieron que empezar una nueva vida.
Diario
de un canalla y
Burdeos, 1972, de Mario Levrero: Dentro de las
novedades de Mondadori en 2.016 están algunas ediciones de Levrero
que salen en España por primera vez en papel (esto es un poco
discutible, porque una de las novedades, La banda del ciempiés,
editada como novela única, formaba parte del volumen de tres novelas
cortas Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo
agonizo y otras novelas que estaba disponible en DeBolsillo) está
este volumen con dos de los diarios de Levrero.
El
mejor Levrero, para mí, y creo que para casi todos sus lectores, es
el Levrero de El discurso vacío y La novela luminosa,
ese autor que se hace fuerte en la autoficción y crea un mundo
literario propio, muy identificable, convirtiéndose en uno de los
analistas más finos, irónicos y ricos de la existencia
contemporánea y su tedio. El rescate que se hace de estos dos textos
en este volumen asume también que el mejor Levrero es ese, y trata
de darle a sus lectores más de lo mismo. Y en cierta medida
conseguimos una nueva dosis de esa literatura, pero son dosis
rebajadas.
Diario
de un canalla está escrito a mediados de los ochenta, cuando
Levrero vivía en Buenos Aires, trabajando como director de una
revista de crucigramas y pasatiempos. Diario de un canalla habla, de
hecho, de La novela luminosa como un proyecto que lleva un tiempo
aparcado, y que siguió estando así hasta que a principios de la
década de los 2.000 obtuvo la Beca Guggenheim. Levrero habla del
Levrero canalla, es decir ese que ha renunciado a ser un artista a
cambio de un sueldo con el que mantenerse. Aparece una de las grandes
tensiones de El discurso vacío y La novela luminosa,
la incapacidad de encontrar los momentos adecuados para la creación,
a base de dejarse llevar por la corriente de la vida, de verse
afectado por el ritmo que el exterior trata de marcarle. Mario
Levrero, sin ser un teórico, es uno de los autores que mejor ha
reflejado el inevitable conflicto entre la vida real, práctica, y la
vida ociosa en la que la creación se hace posible, y cómo, para
ciertos autores, la intromisión de la vida y sus obligaciones impide
la labor creativa. En Diario de un canalla he visto algunos de
los rasgos del mejor Levrero, aunque la obra no alcance el nivel de
redondez de sus obras mayores.
Burdeos,
1972, me ha gustado menos. Por las fechas en las que está
escrita podemos suponer que prácticamente estos textos coinciden en
su escritura con La novela luminosa, y cabe, quizá, considerarlos
descartes de la misma. Burdeos, 1972, lleva a Levrero a ese
año y esa ciudad francesa, una de las pocas veces que salió de
Montevideo. Levrero es un escritor gris, rutinario, que sale poco de
casa y que desde luego no viaja, y los dos textos de este libro son
excepcionales en ese sentido, pues reflejan dos momentos de
alejamiento de Montevideo, Burdeos en los 70 y Buenos Aires en los
80. Levrero se fue a Burdeos en 1972 siguiendo a una mujer que tenía
una hija, y cuenta en este diario aquellos meses, en los que se
siente extranjero e inútil, ve cómo su pareja se derrumba, pierde
el tiempo, y recordados tantos años después, se permite analizar
cómo funciona la memoria y cómo alguien que cree que recordaría
todo lo que había pasado y se da cuenta de que apenas recuerda nada.
Me
parece que Diario de un canalla funciona mejor porque es un
libro escrito en el momento en que Levrero está pasando por la
propio crisis, y el Levrero que mejor funciona es el que se lamenta
de sus circunstancias y ve los mil matices de la vida que le impiden
ponerse a escribir de verdad. Es en la narración del presente donde
la escritura de Levrero levanta más el vuelo, y Burdeos, 1972,
por contra, se esfuerza en narrar algo que había sucedido treinta
años antes, y como él mismo reconoce, no dispone de todos los
mimbres, pues su memoria ha extraviado muchos de aquellos momentos.
Dos
textos extraños, como casi todos los producidos por Levrero tanto en
la ficción pura como en el campo de la autoficción, con apuntes
valiosos, que no llegan a ser de lo mejor de su producción pero que
pese a ello siguen siendo muy interesantes y a los que vale la pena
acercarse, aunque creo que no como primera opción de acercamiento a
Levrero.
Espero
que el grupo Mondadori recupere pronto sus grandes obras y vuelvan a
estar en circulación para que quienes tengan curiosidad en él
puedan acceder a lo mejor de su producción.
Abandonos:
El
retorno del profesor de baile, de Henning Mankell: Un
asesinato cruel y con un ritual que hace pensar en una venganza bien
planeada durante años llega a oídos de un policía que está de
baja por tener que enfrentarse, a los treinta y siete años, a un
cáncer que puede acabar con su vida. El policía había conocido a
la víctima del horrible crimen, pues había sido también policía,
uno de sus primeros compañeros cuando entró en el cuerpo. Él lo
recuerda como alguien callado, discreto, de quien nunca supo
demasiado pero de quien siempre sospechó, y su horrible fin parece
confirmar esa sospecha retrospectiva, que tenía miedo de algo o de
alguien. Así que decide acercarse hasta la pequeña población en el
bosque a la que se había retirado e investigar. Allí se encontrará
pronto con un policía local que decide dejarse ayudar, con un nuevo
crimen y con una historia del pasado que va ligando a la víctima y a
una vecina con un pasado relacionado con los nazis. Y con el baile,
claro, de ahí el título. Y poco a poco iremos viendo que la
historia del asesinato es la historia de una venganza personal largos
años esperada. La inclusión del elemento nazi en la trama me
pareció desde el principio poco conseguida, y no logré dejarme
llevar por la psicología de la antigua víctima del nazi que acabó
convertido en vengador muchas décadas después. La narración va
perdiendo fuerza a cambio de parrafadas donde se desarrollan sin
demasiada gracia las ideas de los personajes, y en torno a la página
200 dejé la novela.
Relecturas:
Vidas
de santos, de Rodrigo Fresán: He vuelto a Fresán.
Después de La velocidad de las cosas decidí volver a tomar
de la estantería que comparten con otros libros de Fresán éste. Su
segundo libro, escrito a los treinta años, tras el éxito de
Historia argentina. Creo que en Historia argentina y
Vidas de santos ya está sembrada la que viene siendo desde
principios de los 90 toda la narrativa de Fresán. Un dominio
absoluto de la técnica, un estilo muy particular, y una capacidad de
ir enlazando una historia con otra de modo que sus libros de relatos
acaban pareciendo muñecas rusas, y sus novelas parecen libros de
relatos, y cuando uno entra en la obra de Rodrigo Fresán se da
cuenta de la inutilidad de andar etiquetando los libros con algo más
que no sea: es un libro de Fresán. En Vidas de santos Fresán
se muestra tan irreverente con la Iglesia, el Vaticano y la idea de
Dios, con mayúsculas, como lo hacía con las grandezas de su patria
en su primer libro, Historia argentina. Dios no existe, pero es un gran personaje, como alguna vez dijo algún borracho. Fresán huye, sin
embargo, en ambos libros, de buscar la ofensa gratuita. Su
irreverencia está llena de un ácido sentido del humor que no busca
provocar, claro que los ofendidos profesionales deben odiar estas dos
obras, porque si hay algo que los define es su falta de sentido del
humor. En Vidas de santos nos encontramos, como en casi
cualquiera de sus libros, con la reescritura de los mitos pop, y qué
hay más pop y más mítico que la figura de Jesucristo, nos propone
el autor. Y a través de un curioso personaje, el Cazador de santos,
nos lleva a la búsqueda del gemelo perdido de Jesús, Tomás el gemelo inmortal, también conocido como Judas Tomás, también conocido como Tomás Dydimus, también conocido como Jude. Todo ello
atravesando los lugares comunes de las historias de Fresán, con sus
canciones, escritores, dioses y científicos, incluyendo el
territorio imaginado, fronterizo y viajero de Canciones tristes
a.k.a. Sad songs, donde parece que todo comenzó, alguna vez,
hace mucho mucho tiempo.
Felices lecturas
Volveremos a comentarlas en febrero
Sr. E
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