Se acaba noviembre y ya me apetecía ordenar lecturas e ideas. Ha sido un mes productivo en cuanto a lecturas, bastante variadas y de muy alta calidad. Casi todos los libros a los que me he acercado han resultado interesantes, y en todos he aprendido algo. Raro es el mes (rara es la semana, prácticamente) en el que no empiezo un libro que abandono a las pocas páginas por sentir que no me va a apartar nada. Este mes eso apenas ha sucedido.
Destacando lo mejor del mes, acaban quedándome siete libros, variados: relato, ensayo político, novela clásica, ciencia ficción, españoles, americanos, rusos. Todos ellos recomendables.
Lecturas destacadas del mes
Crematorio,
de Rafael Chirbes, Editorial Anagrama:
No había leído nada de Chirbes, aunque miraba de reojo Crematorio
y En la orilla.
La triste realidad es que sólo me decidí a leerlo este verano,
después de su repentino fallecimiento. Me asombró, como a todos,
esa cantidad de artículos de colegas que venían a decir cosas como:
Chirbes no se dejó engañar. Chirbes hacía lo que quería hacer, no
se había vendido. No como nosotros, parecían decir algunos. No sé
si Chirbes no se vendió o es que a Chirbes nadie vino a comprarlo.
Tampoco creo que se pueda decir sin faltar a la verdad que murió sin
haber alcanzado el reconocimiento. Con sus dos últimas novelas había
sido muy premiado y alabado por la crítica. Centrándome en la
lectura: Crematorio
se mete de lleno en los años de la burbuja, de la corrupción.
Constructores que son como la mafia de las películas pero más
zafios. La costa valenciana. Montañas de pisos de baja calidad para
turistas vulgares. Me chirría un poco ese constructor que en
realidad quería ser arquitecto y que mantiene unos gustos culturales
y musicales que me parecen demasiado elevados. No me imagino a
alguien que construya con tal soltura esos monstruos sin haber
descuidado un poco más su alma. Me gusta mucho la construcción de
los personajes de su familia. Chirbes es implacable con los
socialdemócratas de salón que se ríen del constructor, se burlan
de lo hortera de sus obras, critican lo que se está haciendo con el
medio ambiente, pero todo sin dejar de chupar del bote que todos esos
disparates llenaron. La novela es poderosa. Es rítmica. Te mece con
su prosa. Los párrafos son densos, prolijos. No sé si es el estilo
de todo Chirbes o es el estilo para esta novela. Para esta novela es
el adecuado. Algo barroco, fallero. Me acercaré con interés a En
la orilla en próximos
meses.
Niños
en el tiempo,
de Ricardo Menéndez Salmón, Editorial Seix Barral:
Siempre leo con interés a Menéndez Salmón. A veces me gusta más,
a veces menos, pero siempre parece tener algo interesante que decir.
No me pasa demasiado con novelistas españoles actuales. Leo siempre
lo que sale de Balanzá, de Menéndez Salmón, de A. G. Porta, creo
que de nadie más. He leído varias veces con el mismo escalofrío
Derrumbe.
Me inquietan sus cuentos. El
corrector es fallida
pero no creo que sea incoherente o innecesaria en su trayectoria. La
ofensa no me pareció
una novela tan buena como se dijo. La
luz es más antigua que el amor
me pareció muy interesante. Medusa
me hipnotizó, quiero releerla. Llego a Niños
en el tiempo pocas
semanas después de leer que había ganado algún premio en América.
Son 3 relatos largos. Relatos de infancias robadas. Leo el primero,
La herida,
a las siete de la mañana camino del trabajo. Me revuelve por dentro.
Me lo trago del tirón y casi lo vomito. Nunca sé si los escritores
con hijos deberíamos asomarnos a historias así. Menéndez Salmón
lo ha hecho. Lo releo por la noche en casa, más tranquilo. Sigue
doliéndome algo dentro en la segunda lectura. Menéndez Salmón es
un autor expresionista. Paso al segundo relato, La
cicatriz, al día
siguiente. La infancia de Jesucristo. La que se quedó fuera de los
evangelios. Con juego metaliterario incluido. Funciona. El juego y el
relato, y la manera de acercarse a la infancia de Jesús de alguien
que no cree en él. El tercero, La
piel, cierra el
triángulo. Me parece el más flojo. Bastante más flojo. Más juego
metaliterario, sombras de los dos anteriores. No llega tan alto. Coge
vuelo pero se cae. El libro, pese a ello, merece la pena de sobra.
Leí la primera historia una tercera vez, poseído por ella.
La
gallina ciega,
de Max Aub. Alba Editorial:
Max Aub fue un escritor de la generación del 27. Autor de relatos,
dramaturgo, con los años transcurridos ha quedado sobre todo en
novelista. Aub se fue al exilio después de la Guerra Civil (lo
llevaron a un campo de concentración francés, concretamente, tres
años después se fue al fin a México), y no volvió a España hasta
1969. Una breve visita, preparando un trabajo sobre Luis Buñuel. Max
Aub vuelve a España para pasar unas pocas semanas y se encuentra con
viejos amigos y viejos fantasmas. Durante esa visita escribe este
diario. Max Aub se extraña de que nadie le recuerde. Pregunta en
librerías, pregunta en universidades, a alguno le suena su nombre,
pero nadie lo lee. Así sigue. Max Aub hoy en día es, con suerte, un
nombre sobre el que se pasa en los cursos del instituto. Pero nadie
lo lee. Es imposible encontrar El
laberinto mágico en
una edición de bolsillo. Ni La
gallina ciega. Me
parece injusto. Porque La
gallina ciega me ha
parecido uno de los mejores libros a los que me he lanzado este año.
Lo he ido leyendo poco a poco, saboreándolo. Aub no parece un
escritor español de los que salen en los libros de texto. Lo digo
yo, que no suelo soportar los libros de esos autores. Es mucho más
moderno que los Cela y Delibes y semejantes que yo he probado. Es
mucho más moderno que muchos de los autores contemporáneos que
dominan el panorama editorial desde la irrupción de la llamada nueva
narrativa española. La
gallina ciega juzga
implacablemente la sociedad del último franquismo. Esa sociedad de
la que nacería la transición, hoy en día tan cuestionada. Max Aub
ya veía por dónde iban muchos de los movimientos en el mundillo
cultural y político. Gente que no había movido un dedo en treinta
años, que se había acomodado por ventajismo o cansancio, empezaba a
colocarse en la casilla de salida. Habría que leer mucho más este
libro para entender los últimos cuarenta años de historia. Y los
cuarenta anteriores. Porque algunos que vivieron los primeros veían
venir los segundos. Como Max Aub. Tantos años criticando el gusto
patrio por las películas y novelas ambientadas en la Guerra Civil,
con exceso de sentimentalismo y malos caricaturizables, y ahora estoy
pensando en lanzarme a leer los seis libros de El
laberinto mágico, porque
creo que estarán lejos de ese maniqueísmo cómodo.
Tengo que entrenar un poco para poder abarcarlos. Creo que me
gustarán.
Chavs,
la demonización de la clase obrera, de Owen Jones,
Editorial Capitán Swing: La tesis es atractiva. La derecha
neoliberal ha acabado con la clase obrera a base de ridiculizarla,
hacerla parecer vaga, inculta, despreciable. La clase obrera, según
la tesis principal del libro, ha sido presentada como chav (aquí en
España serían canis, chonis …). Maleducados, dados a los
embarazos adolescentes, vagos, acostumbrados al subsidio, … Nadie
quiere ser de una clase obrera así. Una canción como Working
class hero de John Lennon queda lejos. Nadie se reconoce como
clase obrera desde la silenciosa revolución neoliberal de los
ochenta. Lo que Owen Jones plantea es que el sentimiento de clase
desapareció cuando dejó de haber industria, obreros y mineros.
También dice que esos chavs son ridiculizados, algo que nadie
hubiera hecho en los setenta con los punks. Obvia, a mi entender, que
los punks eran per se personas politizadas, en lucha contra el
sistema, mientras que ese estereotipo que ve telebasura, come mal,
bebe y vive del trampeo no está luchando por la revolución
precisamente. Owen Jones clama desde el desierto de la izquierda
británica y señala todas las batallas que esta ha perdido desde la
llegada de Thatcher al poder a finales de los setenta. Las que ha
perdido y las que sencillamente no ha dado. Denuncia la complicidad a
veces inconscientes de la izquierda denominada moderada, esa a la que
la misma derecha aplaude por su responsabilidad, por no oponerse
jamás a las reformas que proponen diciendo que son necesarias, los
tontos útiles. Señala un plan diseñado cuidadosamente siguiendo
las ideas de Milton Friedman. Había que acabar con cualquier
pensamiento y sentimiento colectivo. La historia había terminado y
no tenían sentido las luchas de clases. Ellos habían ganado y debía
quedar claro. Y para que la victoria fuera más eficaz debía ser
silenciosa. Se desmontaron los sindicatos británicos, se resistieron
las huelgas mineras de la década de los ochenta, se criminalizó a
los parados y a los pobres. Se les quitó la manera de ganarse la
vida y se les criticó por haberse quedado en paro. Se crearon
tópicos sobre la clase obrera que no la dejaban en buen lugar. Se
hizo creer a todos que los que salían hacia delante lo hacían
únicamente por su esfuerzo, y quienes se quedaban atrás lo hacían
por no esforzarse lo suficiente. Como si ser hijo de una familia
desestructurada en un barrio pobre en el que abundan las drogas no
tuviera ninguna influencia en el fracaso escolar, por ejemplo. Se
deshicieron comunidades. Se incitó a lo que los sociólogos acabaron
llamando guerra entre pobres. Uno de los puntos clave que Owen Jones
señala es que por primera vez en la historia la avaricia empezó a
estar bien vista socialmente. Se supuso que si muchos perseguían su
bien personal eso de alguna manera traería una mejora para todos. Se
dio la vuelta a gran parte del sistema de valores dominante. Para
ello se tergiversaron estadísticas. Se hizo categoría de casos
particulares. Se persiguió que la clase media desconfiara de
cualquier subsidio o subvención, y se azuzó el egoísmo.
Seguramente Owen Jones tiene razón en muchas de sus percepciones.
Seguramente hay que trazar los paralelismos entre Reino Unido, de un
clasismo muy estratificado desde siempre y cualquier otro punto. Pero
probablemente su tesis más interesante, aunque no aparezca más que
de manera tangencial para apoyar otras ideas, es que esta nueva
derecha neoliberal, que se presenta como desideologizada (cuando muy
posiblemente son en muchas disputas los únicos que tienen una
posición claramente ideológica), como la voz del sentido común, es
muchas veces, además de perversa, idiota. Hay un ejemplo brillante,
en el que Margaret Thatcher, ante el asombro de periodistas, explica
que quiere desmontar unas centrales eléctricas para montar un parque
de atracciones porque ese es el futuro. Seguimos oyendo anuncios de
esos futuros. Hechos por los mismos que anunciaron otros futuros hace
no tanto como para que se haya olvidado. Los que ahora tratan de
traer el futuro en forma de plan de reforma para Campamento o
Chamartín en Madrid. Hablando siempre de cientos de miles de puestos
de trabajo. Jones insiste en que el único trabajo al que puede
aspirar mucha gente desde hace un par de décadas es en un
supermercado. Se trata de un libro que lleva a pensar en ciertas
dinámicas automatizadas de nuestra sociedad. Lleva un par de años
siendo una lectura cada vez más visible dentro de eso que se llama
economía o sociología crítica. Quizá el reciente programa de
Salvados en el que el autor aparece le dé un nuevo empujón. Creo
que merece la pena echarle un ojo.
Fluyan
mis lágrimas, dijo el policía, de Philip K. Dick,
Editorial Booket: ¿Es un motivo suficiente para llegar hasta un
libro su título? En este caso lo fue. Es cierto que K. Dick es un
autor que me interesa, al que no he leído en profundidad, pero del
que me han interesado hasta el momento todos los libros a los que me
he acercado (las dos novelas del au
tor que he leído con más
atención han sido Valis (si se puede considerar una novela) y
El hombre en el castillo). Supe que quería leerlo desde que
leí por primera vez su título, y han pasado al menos tres años
hasta que al final he podido llegar a él. Hace cosa de un mes vi que
al fin había salido una edición en bolsillo y me hice con ella.
Cuando se estrenó Origen, de Christopher Nolan, leí a
alguien que comentando la película decía: después de ver esta
película no podemos negar que uno de los artistas más influyentes
de los últimos cien años es Philip K. Dick. Y probablemente, por
ser su influencia indirecta y poco consciente, es mucho más
poderosa. Rodrigo Fresán y Roberto Bolaño insistían en que Dick es
uno de los mejores autores americanos del siglo XX, géneros aparte.
Y realmente tratar de encasillarlo como un autor de género es
quedarse muy corto. Aunque se le suela clasificar como autor de
ciencia ficción, y obviamente lo es, creo que es también, y quizá
por encima de todo, un autor existencialista. No a la manera de Camus
o Sábato, sino de una manera mucho más radical. Dick se plantea en
todo lo que he leído de él si el mundo en el que habitamos es tal,
o simplemente es un mundo en el que creemos habitar, como inocentes
seres engañados. En Fluyan mis lágrimas, dijo el policía,
el protagonista, un famoso cantante y presentador de televisión, de
repente, se ve expuesto a un mundo que parece idéntico al que
conocía pero en el que nadie parece reconocerlo, a él, que hasta
ayer era una celebridad. El contexto es de ciencia ficción, con
drogas controladas por el poder que permiten llegar a casi cualquier
sensación, un estado cuasi policial, algunas de los miedos
constantes de Dick. El protagonista es un experimento humano, una
evolución de seres artificiales que se cuestionan su existencia,
otra de sus constantes. La prosa se despliega en párrafos
enrevesados, fruto de una mente torturada por las drogas y la
paranoia, la que mejor puede meterse en la mente de personajes como
los que maneja. Hay hallazgos poéticos muy potentes y pasajes de
acción y reflexión que se van alternando. El protagonista debe
esconderse de un policía que a su vez vive lleno de secretos, y que
acaba culpándolo de un asesinato. La novela es como todas las obras
de Philip K. Dick una epopeya lisérgica. Me apetece volver a sus
mundos de pesadilla pronto, pero tampoco demasiado pronto,
seguramente aún me dedique a pensar en este libros unos meses antes
de leer otro.
El
maestro y margarita,
de Mijail Bulgakov, Colección de Clásicos del siglo XX del diario
El País: Todo el
mundo sabe que esta fue una novela prohibida en la URSS. Como otras
muchas. No se publicó hasta dos décadas después de ser escrita en
pleno stalinismo. Lo que no sé si tanta gente sabe es que es una
novela brillante, divertidísima. Yo no lo sabía. La tenía por casa
desde hace un par de años y no me había animado a cogerla. Una
noche sin nada particular que leer, y sin mucho tiempo para ello,
porque ya era tarde, lo cogí de la estantería. Leí más de 100
páginas del tirón. Es una novela satírica. El diablo visita la
URSS y se dedica sobre todo a malmeter y crear el caos entre los
literatos de la oficialidad. Me he reído leyendo en la cama por la
noche. Pocas páginas del siglo XX (soy consciente de lo
grandilocuente de esta afirmación, sobre todo viniendo de alguien
que no ha leído todavía a Proust, por poner solamente un ejemplo de
la incompletitud de mis lecturas) alcanzan el vuelo mágico del
pasaje en que Jesucristo se presenta ante Poncio Pilatos y niega
tener ningún poder sobrenatural, achacándole todos sus problemas a
ese recaudador de impuestos llamado Mateo que ha dado en ir detrás
de él e inventarse historias y le está buscando la ruina. Pocas
metáforas pueden situarnos tan cerca del borde del abismo de las
infinitas posibilidades de la ficción imaginativa como imaginar que
al margen de lo que cada uno crea de la naturaleza divina de
Jesucristo, ni siquiera fuera un personaje parecido al relatado, sino
una invención desmedida de un novelista palestino de su tiempo, que
ha pasado a la historia como evangelista. Me ha encantado el retrato
despiadado de ese sistema burocratizado de escritores que viven más
pendientes de su posición en el escalafón que de ser buenos
escritores. Y he pensado que inevitablemente sigue existiendo algo
parecido, incluso en 2015, seguramente también en España entre los
escritores a los que se les reparten los reconocimientos y las
reverencias, como si estuviéramos en la URSS de la década de los 40
o la Albania que retrata Kadaré en los 60. Quizá incluso con el
peligro que añade que una situación no sea tan visible y
ridiculizable como la de las dictaduras.
Cambios
de última hora, de Elena Alonso Frayle, Ediciones Baile
del Sol: Elena Alonso Frayle y yo compartimos editorial, Baile
del Sol, y desde que me llamaron para anunciarme la concesión del
Premio Manuel Llano de Cuentos compartimos también esa muesca en el
revólver (ella lo ganó en 2.013). Compartimos, me parece, sobre
todo, el amor por los cuentos, y por los cuentos bien hechos. Al
margen de la calidad que uno alcance luego como autor, los que nos
dedicamos con verdadera entrega a la escritura, y particularmente a
la escritura de ese género maravilloso que son los relatos,
reconocemos enseguida a los autores que se acercan a ellos desde el
máximo respeto y dedicación. Y aquí hay una muy buena autora. Los
relatos recogidos en esta selección de Baile del Sol recogen relatos
premiados aquí y allá, porque Elena Alonso ha ganado en los últimos
años muchos de los premios señeros de relato en España (como el
Ignacio Aldecoa o el Juan Martín Sauras, por ejemplo, y según he
leído acaba de ganar el Gabriel Aresti de cuentos del ayuntamiento
de Bilbao, no sólo eso, sino que también ha ganado el 2º Premio,
algo que debe ser un caso casi único). Los relatos saben a
elaboración casera, pausada. Todo está muy bien pensado y encaja.
Tienen musicalidad y tienen encanto. Tienen todos un toque cercano al
fantástico, un corte tradicional que la emparenta con los Bioy
Casares, Merino, Fernández Cubas etc. No inventa nada pero todo está
construido con gusto. La búsqueda de otros mundos detrás del
llamado mundo normal, el misterio de las cosas de diario. Los relatos
toman motivos clásicos del fantástico que pueden rastrearse desde
Poe, nunca más de cinco o diez temas, y les da una mirada personal.
Me han gustado muchos relatos, pero recomiendo especialmente Felice
cuenta, que definiría, por si
alguien lo necesita, como una aventura metaliteraria entre hermanas.
Relecturas:
Algo
supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, de DFW, Editorial DeBolsillo: A David Foster Wallace
le encargaron que se fuera en uno de esos cruceros de lujo que
recuerdan a Vacaciones en el mar. Y allí que se fue a un crucero
hortera por el Caribe, con salida en Florida. Con lo que era Foster
Wallace y con lo que deben ser esos cruceros, el choque estaba
garantizado. Y es un choque brillante. Pocas veces un libro sobre un
tema tan poco interesante me ha dicho más. Saca petróleo del
tedio (algo que en general hizo en su obra como nadie). El inicio y
el planteamiento son sencillamente brillantes. Y leer a Foster
Wallace siempre tiene algo de clase de sintaxis avanzada para
cualquiera que se dedique al asunto de juntar letras. Merece la pena
el libro, que se lee en menos de dos horas, y que para aquellos a
quienes pueda intimidar su leyenda depresiva (y hay pasajes
angustiosos aquí también, de hombre encerrado, pero DFW intentaba
ser un hombre aferrado a la vida, a la suya, con sus subidas y
bajadas, pero no era un depresivo en la permanente oscuridad, sino
que luchó contra esa oscuridad tanto como pudo) y su fama de autor
complicado, puede ser una excelente manera de iniciarse en sus
libros.
Abandonos:
El jilguero,
de Donna Tart, Editorial DeBolsillo: Me compré esta novela en la Feria del Libro del
último mes de junio. La cogí en agosto con la esperanza de que
fuera uno de esos libros gordos especialmente reconfortantes en
verano. Un bestseller
de calidad o como quisiéramos llamarlo. Lo he cogido y dejado muchas
veces, pero me rindo. He llegado a las 500 páginas. Y me ha parecido
vacío en todo momento. Las situaciones predecibles, los personajes
tópicos. Creo que ganó el Pullitzer. Seguro que hay quien dice que
está años luz por encima de los bestsellers al uso. Y seguro que lo
está. Pero eso es una cosa y otra que libros así vayan a llevarse
los Pullitzer o Booker del futuro.
Seguiré
con:
Cuentos
completos de J. G. Ballard. Estoy embarcado en ellos desde hace
meses. Me gustaría que no se terminaran nunca. El libro tiene 95
relatos. Mundos oscuros que me provocan deliciosas pesadillas. Burlas
perfectas del mundo del mañana, ese en el que nos despertamos cada
día. Miedos. Parafilias. Aún me quedan unos cuantos.
Servidumbre
humana, de William Somerset Maugham. Una novela que funciona
bien. Dickensiana. Niño huérfano que va creciendo. La compré
porque Levrero habla (y muy bien) de de ella en La novela luminosa. No me pide
leerla del tirón pero no me desagrada cogerla de vez en cuando,
arbitrariamente, por la mañana, y avanzar unos cuantos capítulos en
el metro.
Manhattan
Transfer, de John Dos Passos. Hago algo parecido a la anterior.
Debe hacer un año que la empecé. Entiendo su importancia histórica,
pero a día de hoy creo que cualquier autor contemporáneo (que
pretenda sonar a contemporáneo, no de esos que dicen: yo me encierro
en casa con Shakespeare, lo más moderno que he leído es Galdós,
nunca leo autores contemporáneos, aunque todos sepamos que es
mentira) tiene tan interiorizado este fragmentarismo (valga la
palabra) que no creo que haya que leerla tratando de aprender nada d
ella, sino simplemente como lo que es, una novela muy sólida, muy
bien escrita, con ritmo, con una trama al final tan dispersa que
puede ir y venir en metro sin que nos perdamos, porque nunca estamos
del todo dentro de ella, dicho sea con admiración, porque creo que
es el estado natural de esta obra.
Me
acercaré a:
Entre
los creyentes y Al
límite de la fe, de
V. S. Naipaul. He leído muy poco de Naipaul, y me apetece leer más.
Creo que es sin duda uno de los escasos novelistas realmente
importantes de su tiempo (junto a Coetzee y pocos más), y uno de
esos Premios Nobel de indiscutible valor literario. Me interesa ver
cómo se acerca a países islámicos pero no árabes, desde la mirada
del de fuera, o desde el que se acerca alejándose, o se aleja desde
cerca, o como sea exactamente lo que he entendido de momento de la
mirada de Naipaul sobre el mundo, el conflicto permanente entre estar
e irse, ser y aparentar, colonia y capital.
Curzio
Malaparte. Me lo han recomendado varias veces. Me lo han vendido como
un escritor con una prosa autoritaria y casi fascista. Eso sí, muy
brillante. Expresionista. Quiero leerlo. Tratando de obviar sus
posiciones políticas. Su fascismo primitivo al lado del mismo
Mussolini, quien acabó encarcelándolo. Su fin ideológico en el
maoísmo. Porque supongo que hay quien nace para fanático, y quien
nace para personaje de sí mismo. Y algunos para las dos cosas
juntas. Quiero probar sus páginas. He cogido en la biblioteca los
relatos de Sodoma y Gomorra, y compré en un mercadillo La
piel por 2 euros.
El
hombre rebelde, de Albert Camus. Este verano estuve leyéndolo un
poco. Me pareció denso, interesante, brillante. Quiero profundizar
más en este libro.
Jacques
Abeille. Me han recomendado a este autor francés. Brillante,
original, único, todos esos tópicos excesivos. Pero me fío de
quien me lo ha recomendado. Y la editorial con la que está en
España, Sexto Piso, toca de vez en cuando palos muy brillantes. El
último libro de un autor francés que me recomendaron fue Vestido
de novia, de Pierre Lemaitre, que me pareció muy decepcionante
(por no decir que me pareció una mierda), y no creo que vaya a ser
peor. La editorial lo compara con Julien Cracq (al que desconozco) e
incluso Tolkien, lo que me da bastante miedo porque siempre me ha
parecido el colmo de la erudición aburrida.
Espero que el nuevo formato del blog os resulte interesante a los que os acerquéis hasta él. Espero sobre todo llamar vuestra atención sobre algún libro que me ha interesado a mí.
Espero por último que diciembre traiga también buenos libros.
Hasta entonces.
Buenas lecturas
Sr. E
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