domingo, 20 de diciembre de 2015

Cuentos pendientes de diciembre

Lecturas de diciembre:

En diciembre he leído dos novelas que no puedo calificar de menos que excelentes (Almas muertas y La piel), he terminado al fin con los Cuentos completos de Ballard, creo que una de las lecturas que más han marcado mi 2.015, he disfrutado con una muy buena entrega de John Connolly, El invierno del lobo, y otros libros interesantes. También he releído uno de mis libros preferidos de uno de mis autores de referencia, La velocidad de las cosas, de Rodrigo Fresán. Después de votar y antes de dedicarme a seguir desde las ocho los resultados, quería dejar cerradas las reflexiones sobre lo leído en diciembre, consciente de que con este día y esta semana que vendrá de hipótesis sobre pactos de gobierno, seguramente nadie vaya a acercarse por aquí.
Para la próxima semana, seguramente el fin de semana, quiero publicar una reflexión sobre las lecturas de 2.015 y una lista con los diez mejores libros que leí este año (he dejado que se adelanten los suplementos habituales con sus previsibles listas habituales), algo que vengo haciendo de manera más o menos informal desde algo así como 2.007 y que por primera vez pondré en público.



La piel, de Curzio Malaparte, Edición de Círculo de Lectores: Mi primer Malaparte ha sido una de sus obras más conocidas. La piel es una novela dura. Es una novela que se cruza literariamente con la forma de las memorias. Un narrador que es el propio Malaparte nos cuenta los meses posteriores a la derrota de la Italia fascista en la ciudad de Nápoles. Malaparte habla de la peste que se ha apropiado de una de las ciudades más antiguas del Mediterráneo desde que la ocupan americanos vencedores. Una peste que corrompe el alma y los ha dejado dispuestos a hacer cualquier cosa por tal de sobrevivir. Claro que como se deja ver a lo largo del libro, ese es el estado natural de los napolitanos y de muchos europeos, el de sobrevivir a cualquier precio, a costa de quien sea necesario. Malaparte se otorga el papel de personaje literario y dota a ese personaje de las cualidades de un refinado miserable. El Malaparte que se pasea por las páginas de La piel es culto, habla idiomas, conoce la literatura y la filosofía, entiende el mundo, sabe moverse por él, pero también sabe ser zafio y cruel. Y hasta un traidor. Aunque incluso en la piel de un traidor o un bellaco mantiene un cierto código de honor. Hasta los malos de las novelas y las películas de los años 40 seguían un código de honor. Eso lo sabemos todos los que hayamos visto películas en blanco y negro de la época. La prosa de Malaparte es muy potente, y es, por seguir el símil con el cine, una prosa que se expresa en un blanco y negro lleno de matices. Una prosa que se devora aún a sabiendas de que en algunos momentos duele y apesta. Malaparte tiene escasa fe en el ser humano. Sobre todo en el ser humano que no ha sido derrotado. Ese está dispuesto a cualquier cosa por tal de salvar la piel. Con una filosofía tan negativa, pero tan aplicable en algunos análisis todavía hoy, en una situación que no es de guerra pero en la que se generan perdedores constantemente en tantos órdenes de la vida, el libro de Malaparte acaba despertando al lector crítico que tenemos dentro y que se siente atraído y a ratos cercano a ese Malaparte que no se acerca a los comportamientos de la masa y está dispuesto a mantenerse, en los momentos en que la mayoría corre a sumarse a las victorias, del otro lado, el de los que pierden. Los que pierden porque no pueden hacer otra cosa, porque no saben hacer otra cosa, quizá, poniéndonos fatalistas, porque nacieron para perder una y otra vez, aunque a veces traten de engañarse y engañar a unos cuantos oficiales americanos convenciéndose de que han elegido volver a caer.


Cuentos completos, de J. G. Ballard, RBA Ediciones: Ha sido uno de mis proyectos de lectura principales a lo largo de 2.015. He llegado hasta el final de sus páginas satisfactoriamente extenuado. Con la sensación de haberle sacado mucho a la obra de Ballard. Y con la sensación de que es uno de los autores fundamentales de la segunda mitad del siglo XX. Los cuentos completos siempre dan la oportunidad de ver a un autor evolucionando, dejando etapas atrás y afianzándose en obsesiones. Las obsesiones de Ballard son fronterizas con lo más enfermizo de la sociedad en lo que respecta a las relaciones de poder, al sexo, a la enajenación del individuo en ambientes hostiles, sean estos abiertamente hostiles o de indiferencia hacia la realidad personal, o sencillamente entornos automatizados en los que la relación humana se desdibuja. Ballard es considerado todavía por muchos un autor de ciencia ficción cuando lo cierto es que si lo podemos considerar todavía algo así, como autor de relatos (como autor de novelas creo que el calificativo es aún menos acertado), es de manera secundaria. Casi circunstancial. Algunos relatos de Ballard, es cierto, sobre todo al principio, pueden considerarse de ciencia ficción. Porque transcurren en el futuro, o en otros planetas, o en el espacio. Pero como Ballard mismo decía, la mayoría de sus escritos se desarrollaban en el espacio interior. Y ese es exactamente el lugar en el que se desarrolla también gran parte de la gran literatura, y nadie diría que Crimen y Castigo es ciencia – ficción. Y no debería decirlo aunque Dostoievski la hubiera situado en una futurista ciudad rusa del año 2114. Ballard habla de celos enfermizos, del crecimiento de los problemas, de las fantasías de control, del miedo a ser controlado, de la sociedad armada, de la hiperviolencia. Esa hiperviolencia se hace a veces más indigesta porque Ballard es un gran prosista, y ciertas verdades contadas con cierto estilo duelen más. Para Ballard no hay tema sobre el que no se pueda escribir. No hay nada sagrado para él. Hasta hace un relato humorístico (básicamente) sobre el asesinato de uno de los santos laicos del siglo XX, Kennedy, en el famoso El asesinato de John Fitzgerald Kennedy cosiderado como una carrera de automóviles cuesta abajo. Pero no lo hace, ni mucho menos, desde la frivolidad. Ballard es un escritor político en el mismo sentido en que lo es DeLillo o lo es Houellebecq. Porque algunos de sus textos hacen frontera con el terrorismo literario, el que cuestiona las verdades políticas del momento (Reagan por ejemplo aparece explícitamente en dos relatos: Por qué quiero joder a Ronald Reagan y La historia secreta de la Tercera Guerra Mundial; me imagino que a Thatcher tampoco le tendría un gran aprecio). Porque miraba a su alrededor y señalaba charcas. Y veía que en esas charcas inmundas podían crearse, más bien antes que después, nuevas formas de vida que no serían particularmente deseables. Cuando vi por primera vez la serie Black Mirror pensé: joder, es como un relato de Ballard. Y cuantos más capítulos veía más se acentuaba esa sensación. Ballard es un escritor profundamente perturbador que se iba adelantando a su tiempo. Pero no es sólo un escritor de ideas incómodas que no perdonaba una sociedad bienpensante convencida de que el progreso técnico, sin más, traerá el progreso social, como por contagio. Ballard cuestiona esa verdad, cuestiona la globalización y cuestiona el capitalismo neoliberal. Y lo hace de la manera más eficiente. Evitando ser panfletario, sino construyendo historias sólidas que van mostrando los claroscuros. Como Cuentos completos que son, muestran que algunas de las colecciones de Ballard de los que vienen eran mejores que otras. Yo destacaría especialmente los relatos que vienen de Vermilion sands, Exhibición de atrocidades y Mitos del futuro próximo. Eso ya debe dar del orden de 40 relatos recomendados. Y en total son 95. No hay ninguno malo o que resulte insustancial. Los relatos no vienen ordenados por colecciones, pero pueden consultarse fácilmente en Wikipedia a qué colecciones pertenecían originalmente. Destaco el hecho de que Ballard fuera durante toda su vida autor de relatos, que no los abandonara para lanzarse a la novela en exclusiva, sino que complementara ambas facetas. Y que fuera autor de colecciones de relatos, no exclusivamente de piezas sueltas destinadas a revistas. Son dos detalles que suelen dotar de coherencia interna un libro de relatos completos. Lo recomiendo vivamente. Por si cabe hacerlo aún más atractivo, el prólogo, del propio Ballard, también merece sin duda una atenta lectura (pese a comparar, a mi juicio desafortunadamente, a los buenos cuentos con la calderilla del tesoro de la ficción, lo que dice como algo positivo, pero no deja de colocar a los cuentos al nivel de la calderilla, querida y necesaria pero de escaso valor), pues descubre algunas claves de su escritura y obsesiones, sus cuentistas preferidos (Borges, Bradbury, Poe) y que su escritura primera fue la mayor de las partes en forma de relato, pues muchas de sus novelas surgieron de relatos primigenios.


Los años indecisos, de Gonzalo Torrente Ballester, Editorial Planeta: No voy a definirme como un profundo conocedor de la obra de Gonzalo Torrente Ballester, porque ciertamente no lo soy. Dicho lo cual, es un autor del que todo lo que he leído me ha interesado. Desde que leí sin entenderla demasiado La saga/fuga de J.B., hace muchos años (quiero releerla en algún momento), me he acercado a algunos de sus libros, mayores o menores. Lo mínimo que he sacado de sus libros es un agradable rato de lectura, y eso es lo que también he obtenido con éste. Los años indecisos describe los años de formación de un periodista con aspiraciones literarios de provincias, el cual va conociendo la vida nocturna, las cantantes de los cafés, las prostitutas, las rencillas provincianas, las pequeñas miserias, los noviazgos sojuzgados, las aspiraciones literarias que no se cumplen, o nunca se cumplen lo suficiente. Por edad y situación cronológica ese personaje tiene mucho que ver, probablemente, con el joven Torrente Ballester, y supongo que hay mucha memoria de juventud volcada en la construcción de ese personaje. La novela también es interesante pues muestra la realidad del viejo periodismo, un oficio sin más, sin una formación específica, rodeado de humo y nocturnidad. Torrente Ballester escribió esta novela con más de ochenta y cinco años, ya lejos de sus obras principales, pero todavía con un dominio técnico envidiable. La historia fluye, no vamos a decir que deslumbra o sorprende, porque no lo hace, pero sí acompaña. Siempre he visto a Torrente Ballester, en sus fotos de mayor, como un Saul Bellow patrio, dicho esto desde la admiración que en general me despierta Bellow. Esta novela vale para recordarnos que hace veinte años un señor de más de ochenta y cinco escribía como un Saul Bellow gallego, un escritor verdaderamente de su tiempo, no como todos los autores dedicados al costumbrismo de mesa camilla en el que la corriente principal de la literatura español parece encharcada, y tan contenta de haberse conocida. Un libro fácil de leer, sólido, que da algunas pinceladas interesantes sobre la pequeña intelectualidad provinciana de los años 30. Un libro que da para pensar que a muchos autores a los que se apunta con los premios oficiales desde hace casi 30 años, opositores a la gloria chica, se les hubiera alabado insistentemente por poco más que esto, que no deja de ser una novela muy menor de un verdadero autor con poso al que me parece que los años han ido olvidando más de lo que sería justo.


El invierno del lobo, de John Connolly, Editorial Tusquets: El invierno del lobo es de momento la última entrega traducida de la serie de novelas del detective Charlie Parker. Después de unas novelas bastante irregulares (en mi opinión, desde Los amantes el nivel estaba un poco bajo, en comparación con la obra del propio Connolly, no con esos engendros que a veces tratan de colocarnos en los suplementos de libros como novela negra de calidad; a la mayoría de esos Connolly les sigue dando cien vueltas en sus libros malos), El invierno del lobo es definitivamente un buen Parker. Dos desapariciones de personas que viven en la calle llevan a Parker a husmear a un pequeño pueblo aislado en Maine, Prosperous. Estos pueblos idílicos a primera vista pero tan desasosegantes a partir de la segunda mirada se parecen cada vez más a algunas comunidades ideadas por Stephen King, no en vano también vecino de Maine, como Connolly durante gran parte del año y su personaje Parker. Parker es experto en merodear y despertar los recelos de quienes desean mantenerse ocultos. Esta vez el intento casi le cuesta la vida, todo quede dicho. Prosperous es un viejo pueblo de costumbres muy cerradas fundado por una pequeña secta anglicana que se trajo su propia iglesia desde Inglaterra. Fanáticos religiosos, seres oscuros cuya naturaleza nunca parece exclusivamente humana, vengadores que van tras Parker y sus amigos desde hace libros, los seres a los que estos también persiguen desde hace muchas entregas, en definitiva, los ingredientes clásicos de sus libros. Pero tratados con intensidad, enfrentando a Parker a las fauces de la bestia otra vez, de dónde recibe esta vez alguna dentellada seria. Los cabos siguen sin cerrarse pero dibujan cada vez un cuadro general más turbio, en el que las conexiones entre todos los enemigos de Parker, y esos que no son enemigos pero desde luego no son aliados, van dibujando un camino nada definido todavía hacia un centro común al que parece que unos obeden y que parece que otros pretenden dominar. No sé cuántas entregas de la serie quedan, ni si Connolly lo sabe o va a estirar la historia mientras le resulte rentable, pero elija lo que elija, mientras el nivel sea el de último libro, pese a que sienta que juega conmigo y que a veces fuerza la verosimilitud (en el sentido narrativo, en el otro ya sabemos el universo por el que camina Parker, lleno de demonios, ángeles caídos y fuerzas ocultas) más de lo recomendable, pese a ciertos manierismos en los que cae, seguiré atento a las andanzas de quien ya es un viejo amigo.



Almas muertas, de Nikolai Gogol, Alianza Editorial: Almas muertas es considerada la primera gran novela rusa. La precursora de todo lo que entendemos que conlleva el concepto de novela rusa del siglo XIX. Almas muertas es previa a Tolstoi y Dostoyevski, y no alcanza la profundidad de las grandes novelas que llegarían hacia la segunda mitad del siglo, pero ya anuncia algunas de sus claves. Almas muertas fue escrita publicada con una gran polémica, pues era un libro muy crítico con la sociedad rusa de su época. Critica las diferencias sociales entre las clases, los privilegios de algunos estamentos, y las costumbres del hombre ruso y su Estado. Parece que Almas muertas iba a ser una novela mucho más larga, ya que la edición que hoy en día conocemos es básicamente la primera parte de lo que iban a ser tres, pero Gogol, al final de sus días quemó la segunda y tercera parte, y sólo quedaron restos y notas. La edición que he leído, de Alianza, presenta esas segundas y terceras partes parciales como una segunda parte que sigue la primera parte, la que cuenta la historia principal. En esta historia principal, Chichikov, el protagonista, va por una región rusa negociando con terratenientes dispuestos a vender la compra de siervos. Esta es una de las primeras realidades históricas que refleja la novela, ya que los siervos no abandonarían su esclavitud hasta algunas décadas después, y se ve cómo se negocia abiertamente su compra y venta. Lo que hace particular a Chichikov es que no pregunta por siervos que puedan serle útiles para trabajar las tierras, porque básicamente no tiene tierras. No es tanto alguien que necesite mano de obra como alguien que quiere dárselas de importante en la capital, llegando allí presumiendo de su gran número de siervos, para impresionar a los funcionarios del gobierno y conseguir ayudas y prebendas. ¿Y cómo ha pensado hacerlo? Poniendo a su nombre a siervos que ya han fallecido, pero cuyo fallecimiento todavía no ha sido registrado en el censo. Chichikov compra así siervos de nombre, a precio de saldo, y le hace un favor a sus dueños, pues ya no deben pagar cuotas por ellos. Ventajas para todos. Las llamadas almas muertas. Como siempre que aparece un sinvergüenza en una ciudad, presumiendo de dinero y de traer nuevas oportunidades de negocio, muchos le abren las puertas esperando sacar provecho. Sin sospechar, al principio, que es Chichikov el que pretende aprovecharse de ellos. Y lo hace, claro, pero algunos empezarán a sospechar de él y de sus intenciones.



Cómo no escribir una novela, de Howard Mittelmark y Sandra Newman, Editorial Seix Barral: Un libro divertido. Con falsos consejos para un escritor que pretenda escribir una novela que nadie quiera publicar ni leer. Consejos sobre construcción de tramas, personajes y estilo. Fallos y modos que tirarían para atrás al lector más imperturbable, profesional de la edición como lo han sido durante años los autores o aficionado al noble arte de abrir un libro. Si el lector del libro escribe, debe someter con ojo crítico sus textos al patrón de Mittelmark y Newman, y en cuanto encuentre la mínima similitud en alguna de sus páginas, eliminarla del archivo de su ordenador sin piedad. Aparte de la exageración, y admitiendo que toda regla está ahí esperando a ser violada, tampoco hay que olvidar que la transgresión de una norma no tiene sentido si no forma parte de un plan más general, y no es simplemente una acumulación de errores al tuntún. Da miedo, yéndonos a la realidad impresa, pensar en la cantidad de pasajes de famosas trilogías a los que nos remite la lectura de algunos de los párrafos inflados de errores de los autores.



Abandonos:

Los jardines estatuarios, de Jacques Abeille, Editorial Sexto Piso: Decía el mes pasado que me daba cierto miedo la comparación de este autor con Tolkien. No lo he visto especialmente relacionado con el viejo creador de la Comarca. Pero sí me ha acabado aburriendo como acabó aburriéndome la famosa trilogía. Los jardines estatuarios (las 100 páginas que he leído) me ha parecido demasiado consciente de sí misma. El autor maneja un simbolismo fácil de seguir en una zona extraña en la que hay jardineros que plantan y cuidan estatuas, y en la que se presenta una organización social bastante peculiar. Los paralelismos con la sociedad contemporánea me ha parecido que estaban demasiado subrayados, que más que escribir de un modo que pueda invitar al lector a leer de una manera fantástica o mágica y que él saque luego las conclusiones se le preparan trampas de pensamiento para que al leer ciertas cosas de aquella extraña región se diga: ah, esto es como … Que no digo que el autor lo hiciera de modo intencionado, y si lo hizo estaba en su derecho. Sólo digo que no entré en él.


Sociofobia, de César Renduelles, Editorial Capitán Swing: Este fue el ensayo estrella del año 2.013 en España. Y Renduelles ha saltado este año a una editorial con mayor difusión y ha escrito un ensayo creo que sobre construcción ideológica a través de la historia de la Literatura (me imagino que a través de algunas obras concretas). Me acercaré a ese libro porque me parece un autor con ideas interesantes. Sociofobia nos plantea que la sociedad actual nos lleva a desconfiar más que nunca de lo comunitario, lo social, y nos lanza en manos de lo individualista. Comparto la tesis. Comparto la tesis de que muchas veces las redes sociales crean en algunas personas la idea de estar formando parte de algo socialmente activo y útil pero que no es así. Conocemos a muchos que se sienten activistas por darle a un me gusta en facebook o retwitear una noticia. Pero me parece que el libro no acaba de plasmarlo con la suficiente claridad. Algunas ideas secundarias se embrollan y no dejan ver con claridad las principales. Algunas tesis no me parece que estén lo suficientemente razonadas, sino que se limitan a ser afirmaciones acopañadas de citas de filósofos un poco traídas por los pelos que tratan de darle fuerza a lo dicho. La fuerza que quizá por sí mismo no tiene. El libro no profundiza en las causas de este estado, ni la crítica construye otra alternativa. He leído el libro prácticamente al completo, pero me ha dejado la sensación de que podía haber sido mucho más redondo. Veo zonas que podrían haber sido mucho más ágiles y se hacen más confusas que complejas. Entiendo por qué mucha gente ha hablado de él estos últimos dos años, pero no sé si todos los que lo hacen lo han leído al completo. Creo que es un libro con una buena sinopsis. Tiene una sinopsis genial, que todos querríamos leer y que asumiríamos, pero esas ideas no tienen luego toda la fuerza que yo esperaba.


Relecturas: 

La velocidad de las cosas, de Rodrigo Fresán, Editorial DeBolsillo: En la contraportada de este libro Vila – Matas presume de ser quien más veces ha leído este libro. Creo no pecar de exageración diciendo que lo he superado con esta última visita. Es uno de los pocos libros firmados que tengo, desde que en 2.009 coincidí con Fresán en el primer festival Eñe del Círculo de Bellas Artes (para el que había conseguido invitaciones ganando un trivial literario). Tuve que reducir mi frecuencia de visita a los libros de Fresán porque es uno de esos autores cuya manera de frasear y de hacer fluir las ideas se te meten en la cabeza y en la mano a la hora de escribir y contamina lo que estabas haciendo y lo deja al nivel de un mediocre imitador de. La velocidad de las cosas, como Vidas de santos, es un libro de relatos infinito. Principalmente porque las tramas no son claras, y saltan de relato en relato, y porque muchas veces no están siendo cuentos narrativos sino que se limitan a describir con maestría trozos de vidas exageradas e improbables. Ahora que he leído en El Cultural que parece que están preparando otro movimiento al que adherirse (el postcuento) y con el que tratar de empaquetar una serie de libros, los buenos y los malos, todos revueltos, y del que espero pronto un manifiesto altamente reivindicativo e inoperante, en contra de la dictadura de la unidad de acción que promulgaba Poe, de los esclavizantes conceptos de introducción, nudo y desenlace. Ahora, decía, que algunos se caen del caballo y dicen: “no vale escribir relato como en el siglo XIX porque resulta que estamos en el siglo XXI”, convendría que leyeran más a Fresán. Fresán ya hablaba de La velocidad de las cosas como de un libro mutante en 1.998, cuando se publicó por primera vez. Porque no está nada claro qué tiene de novela y qué tiene de relato. Y la verdad es que no sé por qué hay que imponerle a nadie cómo escribir, si le apetece a alguien escribir como Poe, adelante. Si quiere matar a Poe, adelante también. Pero ya está bien de sermonear y de oponerse a convenciones derribadas hace décadas. Porque basta leer a Fresán. Y a Foster Wallace. Y antes a Vonnegut. Y si a eso vamos, muchos textos de Borges o de Cortázar. Que lean La memoria de la especie, de Manuel Moyano, que es generalmente sin embargo un autor bastante narrativo en el sentido clásico, y digan que ha seguido recetas que le vienen impuestas (con lo que eso conlleva de idea ajena que uno nunca va a manejar con soltura). Que lean los relatos de Ricardo Piglia, de César Aira, de Mario Levrero o de Fogwill. De Samuel Beckett. E incluso de Kafka. Y hasta de Chéjov, en realidad, que muchas veces se acerca más al concepto pictórico de apunte al natural que al de relato con inicio y fin claramente definido. Que lean sobre todo, que no quería perderme en enfados inútiles, este magnífico libro de Fresán. Y cuando lo acaben que lo empiecen otra vez, por otro punto, otro punto cualquiera. Y así hasta que le hayan sacado la última gota de jugo. De Fresán aprenderán a irse por las ramas como modo natural de ser. Como yo, me temo, que como dice el argentino, he elegido para ir de A a B, de la presentación del libro a su recomendación, por la circunvalación de la Z. Sé que volveré a leer este libro y otros de Fresán pronto, a la espera de que publique nueva obra.



American gods, de Neil Gaiman, Editorial Roca Bolsillo: Gaiman es un narrador muy ágil. Cuenta lo que pretende sin que el lector se desvíe de la narración. Es un escritor muy ameno. Y para ser un escritor ameno, al menos de los que a mí me resultan amenos, hay que ser en primer lugar un buen escritor. No un buen juntaletras o un redactor decente, sino un buen escritor. Gaiman lo es de sobra. Y esta es probablemente su novela más ambiciosa. Es la más claramente adulta, y la más oscura. También es la más trabajada literariamente, y la más larga. Seguramente es el único de sus libros que no se puede encontrar entre la narrativa juvenil en las librerías (y tiene otros libros cuyo lugar natural creo que no es ése). En American gods se cruzan decenas de subtramas y personajes secundarios que van acompañando el periplo de Sombra por una América profunda que ha renunciado a sus viejos dioses paganos, los que se fueron al nuevo mundo para ser adorados allí, para ahora ser olvidados y reemplazados por nuevos dioses, básicamente el éxito y el dinero, que exigen prisas y competitividad. Pero algunos de esos viejos dioses han decidido luchar para seguir siendo lo que llevan siglos siendo, porque alguien ha decidido matarlos y que sean olvidados pero no quieren que sea así. Y han escogido a Sombra, recién salido de prisión, viudo reciente, traicionado, para que sea quien los ayude. Habrá serie de TV, que parece que es hoy en día la garantía de calidad de cualquier producto cultural. Espero que sirva para que muchos más lean este libro.


Me acercaré a:
Sombras sobre el Hudson, de Isaac Bashevis Singer: Premio Nobel de 1978. Único autor yiddish premiado. Una historia post holocausto. La vida que le queda a un grupo de supervivientes. Un tema que quizá se ha tratado muchas veces pero pocas desde ese punto temporal. Narrativa americana judía, una tradición que en general siempre me ha dado grandes alegrías como lector (Bellow, Roth, Salinger, Auster). Tenemos un tema y tenemos una tradición en la que insertarlo que creo que me interesarán. He leído que la novela no se publicó como tal hasta después de la muerte de Singer, que antes había sido una novela publicada por entregas en un diarios. Creo que si fue capaz de mantener la atención de los lectores durante seguramente un tiempo largo (en versión libro pasa de las 600 páginas) la construcción de la trama será atractiva. Confío en que sea una buena lectura navideña.

Sodoma y Gomorra, de Curzio Malaparte: Después de quedar fascinado con La piel quiero seguir leyendo a Malaparte. En la biblioteca encontré este libro de relatos. 8 relatos. En el que da título al conjunto parece que Malaparte pasea con Voltaire por encima de las ruinas de la Europa post – bélica. Me lo imagino como un paseo denso y que sin duda quiero espiar, para ver hacia dónde fueron y de qué hablaron.

El retorno del profesor de baile, de Henning Mankell: Hace siete u ocho años leí si no todas las novelas de Wallander sí la gran mayoría. Me acabaron cansando, pero en aquel momento me dieron buenos momentos de lectura. Quiero leer alguna otra novela de Mankell, algo que no sea de Wallander. Estuve curioseando por alguna librería y esta fue la que más me interesó. Creo que puede funcionar bien para vacaciones.

El geco, de Rafael Sánchez Ferlosio: El crítico Ignacio Echeverría (pero no sólo) insiste en la idea de que Ferlosio es el mejor prosista español contemporáneo. Creo que alguna vez en el colegio leímos Alfanhuí o algún fragmento de El jarama. No me dijo nada. Estoy seguro. Pero he leído últimamente un reportaje relacionado con la publicación de textos que Ferlosio compuso en los años setenta. Textos que se explica que fueron saliendo del retiro del mundo literario en el que parecía condenado a triunfar y alcanzar una posición preponderante. Pero se fue, se explica, a su casa, a estudiar gramática y profundidad y a tomar anfetaminas. Y a escribir tranquilamente bajo el influjo de las anfetaminas y el estudio obsesivo de la gramática. Claro, los periodistas describen la prosa de aquellos años como anfetamínica. ¿Para qué pensar algo más? Me interesa leer a alguien que un día decidió no coger el camino fácil y escoger otro cuando menos particular. El geco tengo entendido que recoge prosas y relatos de toda su producción, que funciona a modo de mejores páginas seleccionadas por el propio autor. Se me antoja la mejor manera de empezar con él.

Relatos de Alberto Laiseca: He visto recientemente una extraña película argentina: Cariño, voy a comprar cigarrillos y vuelvo. Está basada en un relato del tal Laiseca, que no sólo es el autor de la trama sino que aparece en varios momentos de la película cual deus ex machina explicando sus intenciones al escribir ciertas escenas. Me seduce la idea de un tío que se cuela en la película y va contando por qué el protagonista hace lo que hace (a menudo nos cuenta por qué el protagonista es tan idiota), y lo hace tranquilamente desde su despacho. Creo que en el fondo, todo escritor aspira a ser Dios. Y no se puede expresar de manera más clara que interrumpiendo la historia para decir: “yo pretendía … pero el idiota del protagonista …” No sé si será posible acercarme a sus relatos en las bibliotecas de la comunidad de Madrid, pero lo buscaré, me gustaría leerlo.

Hasta la próxima semana, cuando hagamos revisión y cierre del año.
Sr. E

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