Lecturas de diciembre:
En diciembre he
leído dos novelas que no puedo calificar de menos que excelentes
(Almas muertas y La
piel), he terminado al fin con los Cuentos completos de
Ballard, creo que una de las lecturas que más han marcado mi 2.015,
he disfrutado con una muy buena entrega de John Connolly, El
invierno del lobo, y otros libros interesantes. También he
releído uno de mis libros preferidos de uno de mis autores de
referencia, La velocidad de las cosas, de Rodrigo Fresán.
Después de votar y antes de dedicarme a seguir desde las ocho los
resultados, quería dejar cerradas las reflexiones sobre lo leído en
diciembre, consciente de que con este día y esta semana que vendrá
de hipótesis sobre pactos de gobierno, seguramente nadie vaya a
acercarse por aquí.
Para la próxima
semana, seguramente el fin de semana, quiero publicar una reflexión
sobre las lecturas de 2.015 y una lista con los diez mejores libros
que leí este año (he dejado que se adelanten los suplementos
habituales con sus previsibles listas habituales), algo que vengo
haciendo de manera más o menos informal desde algo así como 2.007 y
que por primera vez pondré en público.
La
piel, de Curzio Malaparte, Edición de Círculo de
Lectores: Mi primer Malaparte ha sido una de sus obras más
conocidas. La piel es una novela dura. Es una novela que se cruza
literariamente con la forma de las memorias. Un narrador que es el
propio Malaparte nos cuenta los meses posteriores a la derrota de la
Italia fascista en la ciudad de Nápoles. Malaparte habla de la peste
que se ha apropiado de una de las ciudades más antiguas del
Mediterráneo desde que la ocupan americanos vencedores. Una peste
que corrompe el alma y los ha dejado dispuestos a hacer cualquier
cosa por tal de sobrevivir. Claro que como se deja ver a lo largo del
libro, ese es el estado natural de los napolitanos y de muchos
europeos, el de sobrevivir a cualquier precio, a costa de quien sea
necesario. Malaparte se otorga el papel de personaje literario y dota
a ese personaje de las cualidades de un refinado miserable. El
Malaparte que se pasea por las páginas de La piel es culto,
habla idiomas, conoce la literatura y la filosofía, entiende el
mundo, sabe moverse por él, pero también sabe ser zafio y cruel. Y
hasta un traidor. Aunque incluso en la piel de un traidor o un
bellaco mantiene un cierto código de honor. Hasta los malos de las
novelas y las películas de los años 40 seguían un código de
honor. Eso lo sabemos todos los que hayamos visto películas en
blanco y negro de la época. La prosa de Malaparte es muy potente, y
es, por seguir el símil con el cine, una prosa que se expresa en un
blanco y negro lleno de matices. Una prosa que se devora aún a
sabiendas de que en algunos momentos duele y apesta. Malaparte tiene
escasa fe en el ser humano. Sobre todo en el ser humano que no ha
sido derrotado. Ese está dispuesto a cualquier cosa por tal de
salvar la piel. Con una filosofía tan negativa, pero tan aplicable
en algunos análisis todavía hoy, en una situación que no es de
guerra pero en la que se generan perdedores constantemente en tantos
órdenes de la vida, el libro de Malaparte acaba despertando al
lector crítico que tenemos dentro y que se siente atraído y a ratos
cercano a ese Malaparte que no se acerca a los comportamientos de la
masa y está dispuesto a mantenerse, en los momentos en que la
mayoría corre a sumarse a las victorias, del otro lado, el de los
que pierden. Los que pierden porque no pueden hacer otra cosa, porque
no saben hacer otra cosa, quizá, poniéndonos fatalistas, porque
nacieron para perder una y otra vez, aunque a veces traten de
engañarse y engañar a unos cuantos oficiales americanos
convenciéndose de que han elegido volver a caer.
Cuentos
completos, de J. G. Ballard, RBA Ediciones: Ha sido
uno de mis proyectos de lectura principales a lo largo de 2.015. He
llegado hasta el final de sus páginas satisfactoriamente extenuado.
Con la sensación de haberle sacado mucho a la obra de Ballard. Y con
la sensación de que es uno de los autores fundamentales de la
segunda mitad del siglo XX. Los cuentos completos siempre dan la
oportunidad de ver a un autor evolucionando, dejando etapas atrás y
afianzándose en obsesiones. Las obsesiones de Ballard son
fronterizas con lo más enfermizo de la sociedad en lo que respecta a
las relaciones de poder, al sexo, a la enajenación del individuo en
ambientes hostiles, sean estos abiertamente hostiles o de
indiferencia hacia la realidad personal, o sencillamente entornos
automatizados en los que la relación humana se desdibuja. Ballard es
considerado todavía por muchos un autor de ciencia ficción cuando
lo cierto es que si lo podemos considerar todavía algo así, como
autor de relatos (como autor de novelas creo que el calificativo es
aún menos acertado), es de manera secundaria. Casi circunstancial.
Algunos relatos de Ballard, es cierto, sobre todo al principio,
pueden considerarse de ciencia ficción. Porque transcurren en el
futuro, o en otros planetas, o en el espacio. Pero como Ballard mismo
decía, la mayoría de sus escritos se desarrollaban en el espacio interior. Y ese es exactamente el lugar en el que se desarrolla
también gran parte de la gran literatura, y nadie diría que Crimen
y Castigo es ciencia – ficción. Y no debería decirlo aunque
Dostoievski la hubiera situado en una futurista ciudad rusa del año
2114. Ballard habla de celos enfermizos, del crecimiento de los
problemas, de las fantasías de control, del miedo a ser controlado,
de la sociedad armada, de la hiperviolencia. Esa hiperviolencia se
hace a veces más indigesta porque Ballard es un gran prosista, y
ciertas verdades contadas con cierto estilo duelen más. Para Ballard
no hay tema sobre el que no se pueda escribir. No hay nada sagrado
para él. Hasta hace un relato humorístico (básicamente) sobre el
asesinato de uno de los santos laicos del siglo XX, Kennedy, en el
famoso El asesinato de John Fitzgerald Kennedy cosiderado como una
carrera de automóviles cuesta abajo. Pero no lo hace, ni mucho
menos, desde la frivolidad. Ballard es un escritor político en el
mismo sentido en que lo es DeLillo o lo es Houellebecq. Porque
algunos de sus textos hacen frontera con el terrorismo literario, el
que cuestiona las verdades políticas del momento (Reagan por ejemplo
aparece explícitamente en dos relatos: Por qué quiero joder a
Ronald Reagan y La historia secreta de la Tercera Guerra
Mundial; me imagino que a Thatcher tampoco le tendría un gran
aprecio). Porque miraba a su alrededor y señalaba charcas. Y veía
que en esas charcas inmundas podían crearse, más bien antes que
después, nuevas formas de vida que no serían particularmente
deseables. Cuando vi por primera vez la serie Black Mirror
pensé: joder, es como un relato de Ballard. Y cuantos más capítulos
veía más se acentuaba esa sensación. Ballard es un escritor
profundamente perturbador que se iba adelantando a su tiempo. Pero no
es sólo un escritor de ideas incómodas que no perdonaba una
sociedad bienpensante convencida de que el progreso técnico, sin
más, traerá el progreso social, como por contagio. Ballard
cuestiona esa verdad, cuestiona la globalización y cuestiona el
capitalismo neoliberal. Y lo hace de la manera más eficiente.
Evitando ser panfletario, sino construyendo historias sólidas que
van mostrando los claroscuros. Como Cuentos completos que son,
muestran que algunas de las colecciones de Ballard de los que vienen
eran mejores que otras. Yo destacaría especialmente los relatos que
vienen de Vermilion sands, Exhibición de atrocidades y
Mitos del futuro próximo. Eso ya debe dar del orden de 40
relatos recomendados. Y en total son 95. No hay ninguno malo o que
resulte insustancial. Los relatos no vienen ordenados por
colecciones, pero pueden consultarse fácilmente en Wikipedia
a qué colecciones pertenecían originalmente. Destaco el hecho de
que Ballard fuera durante toda su vida autor de relatos, que no los
abandonara para lanzarse a la novela en exclusiva, sino que
complementara ambas facetas. Y que fuera autor de colecciones de
relatos, no exclusivamente de piezas sueltas destinadas a revistas.
Son dos detalles que suelen dotar de coherencia interna un libro de
relatos completos. Lo recomiendo vivamente. Por si cabe hacerlo aún
más atractivo, el prólogo, del propio Ballard, también merece sin
duda una atenta lectura (pese a comparar, a mi juicio
desafortunadamente, a los buenos cuentos con la calderilla del tesoro
de la ficción, lo que dice como algo positivo, pero no deja de
colocar a los cuentos al nivel de la calderilla, querida y necesaria
pero de escaso valor), pues descubre algunas claves de su escritura y
obsesiones, sus cuentistas preferidos (Borges, Bradbury, Poe) y que
su escritura primera fue la mayor de las partes en forma de relato,
pues muchas de sus novelas surgieron de relatos primigenios.
Los
años indecisos, de Gonzalo Torrente Ballester, Editorial
Planeta: No voy a definirme como un profundo conocedor de la obra
de Gonzalo Torrente Ballester, porque ciertamente no lo soy. Dicho lo
cual, es un autor del que todo lo que he leído me ha interesado.
Desde que leí sin entenderla demasiado La saga/fuga de J.B.,
hace muchos años (quiero releerla en algún momento), me he acercado
a algunos de sus libros, mayores o menores. Lo mínimo que he sacado
de sus libros es un agradable rato de lectura, y eso es lo que
también he obtenido con éste. Los años indecisos describe
los años de formación de un periodista con aspiraciones literarios
de provincias, el cual va conociendo la vida nocturna, las cantantes
de los cafés, las prostitutas, las rencillas provincianas, las
pequeñas miserias, los noviazgos sojuzgados, las aspiraciones
literarias que no se cumplen, o nunca se cumplen lo suficiente. Por
edad y situación cronológica ese personaje tiene mucho que ver,
probablemente, con el joven Torrente Ballester, y supongo que hay
mucha memoria de juventud volcada en la construcción de ese
personaje. La novela también es interesante pues muestra la realidad
del viejo periodismo, un oficio sin más, sin una formación
específica, rodeado de humo y nocturnidad. Torrente Ballester
escribió esta novela con más de ochenta y cinco años, ya lejos de
sus obras principales, pero todavía con un dominio técnico
envidiable. La historia fluye, no vamos a decir que deslumbra o
sorprende, porque no lo hace, pero sí acompaña. Siempre he visto a
Torrente Ballester, en sus fotos de mayor, como un Saul Bellow
patrio, dicho esto desde la admiración que en general me despierta
Bellow. Esta novela vale para recordarnos que hace veinte años un
señor de más de ochenta y cinco escribía como un Saul Bellow
gallego, un escritor verdaderamente de su tiempo, no como todos los
autores dedicados al costumbrismo de mesa camilla en el que la
corriente principal de la literatura español parece encharcada, y
tan contenta de haberse conocida. Un libro fácil de leer, sólido,
que da algunas pinceladas interesantes sobre la pequeña
intelectualidad provinciana de los años 30. Un libro que da para
pensar que a muchos autores a los que se apunta con los premios
oficiales desde hace casi 30 años, opositores a la gloria chica, se
les hubiera alabado insistentemente por poco más que esto, que no
deja de ser una novela muy menor de un verdadero autor con poso al
que me parece que los años han ido olvidando más de lo que sería
justo.
El
invierno del lobo, de John Connolly, Editorial Tusquets:
El invierno del lobo es de momento la última entrega
traducida de la serie de novelas del detective Charlie Parker.
Después de unas novelas bastante irregulares (en mi opinión, desde
Los amantes el nivel estaba un poco bajo, en comparación con
la obra del propio Connolly, no con esos engendros que a veces tratan
de colocarnos en los suplementos de libros como novela negra de
calidad; a la mayoría de esos Connolly les sigue dando cien vueltas
en sus libros malos), El invierno del lobo es definitivamente
un buen Parker. Dos desapariciones de personas que viven en la calle
llevan a Parker a husmear a un pequeño pueblo aislado en Maine,
Prosperous. Estos pueblos idílicos a primera vista pero tan
desasosegantes a partir de la segunda mirada se parecen cada vez más
a algunas comunidades ideadas por Stephen King, no en vano también
vecino de Maine, como Connolly durante gran parte del año y su
personaje Parker. Parker es experto en merodear y despertar los
recelos de quienes desean mantenerse ocultos. Esta vez el intento
casi le cuesta la vida, todo quede dicho. Prosperous es un viejo
pueblo de costumbres muy cerradas fundado por una pequeña secta
anglicana que se trajo su propia iglesia desde Inglaterra. Fanáticos
religiosos, seres oscuros cuya naturaleza nunca parece exclusivamente
humana, vengadores que van tras Parker y sus amigos desde hace
libros, los seres a los que estos también persiguen desde hace
muchas entregas, en definitiva, los ingredientes clásicos de sus
libros. Pero tratados con intensidad, enfrentando a Parker a las
fauces de la bestia otra vez, de dónde recibe esta vez alguna
dentellada seria. Los cabos siguen sin cerrarse pero dibujan cada vez
un cuadro general más turbio, en el que las conexiones entre todos
los enemigos de Parker, y esos que no son enemigos pero desde luego
no son aliados, van dibujando un camino nada definido todavía hacia
un centro común al que parece que unos obeden y que parece que otros
pretenden dominar. No sé cuántas entregas de la serie quedan, ni si
Connolly lo sabe o va a estirar la historia mientras le resulte
rentable, pero elija lo que elija, mientras el nivel sea el de último
libro, pese a que sienta que juega conmigo y que a veces fuerza la
verosimilitud (en el sentido narrativo, en el otro ya sabemos el
universo por el que camina Parker, lleno de demonios, ángeles caídos
y fuerzas ocultas) más de lo recomendable, pese a ciertos
manierismos en los que cae, seguiré atento a las andanzas de quien
ya es un viejo amigo.
Almas
muertas, de Nikolai Gogol, Alianza Editorial: Almas
muertas es considerada la primera gran novela rusa. La precursora
de todo lo que entendemos que conlleva el concepto de novela rusa del
siglo XIX. Almas muertas es previa a Tolstoi y Dostoyevski, y
no alcanza la profundidad de las grandes novelas que llegarían hacia
la segunda mitad del siglo, pero ya anuncia algunas de sus claves.
Almas muertas fue escrita publicada con una gran polémica,
pues era un libro muy crítico con la sociedad rusa de su época.
Critica las diferencias sociales entre las clases, los privilegios de
algunos estamentos, y las costumbres del hombre ruso y su Estado.
Parece que Almas muertas iba a ser una novela mucho más
larga, ya que la edición que hoy en día conocemos es básicamente
la primera parte de lo que iban a ser tres, pero Gogol, al final de
sus días quemó la segunda y tercera parte, y sólo quedaron restos
y notas. La edición que he leído, de Alianza, presenta esas
segundas y terceras partes parciales como una segunda parte que sigue
la primera parte, la que cuenta la historia principal. En esta
historia principal, Chichikov, el protagonista, va por una región
rusa negociando con terratenientes dispuestos a vender la compra de
siervos. Esta es una de las primeras realidades históricas que
refleja la novela, ya que los siervos no abandonarían su esclavitud
hasta algunas décadas después, y se ve cómo se negocia
abiertamente su compra y venta. Lo que hace particular a Chichikov es
que no pregunta por siervos que puedan serle útiles para trabajar
las tierras, porque básicamente no tiene tierras. No es tanto
alguien que necesite mano de obra como alguien que quiere dárselas
de importante en la capital, llegando allí presumiendo de su gran
número de siervos, para impresionar a los funcionarios del gobierno
y conseguir ayudas y prebendas. ¿Y cómo ha pensado hacerlo?
Poniendo a su nombre a siervos que ya han fallecido, pero cuyo
fallecimiento todavía no ha sido registrado en el censo. Chichikov
compra así siervos de nombre, a precio de saldo, y le hace un favor
a sus dueños, pues ya no deben pagar cuotas por ellos. Ventajas para
todos. Las llamadas almas muertas. Como siempre que aparece un
sinvergüenza en una ciudad, presumiendo de dinero y de traer nuevas
oportunidades de negocio, muchos le abren las puertas esperando sacar
provecho. Sin sospechar, al principio, que es Chichikov el que
pretende aprovecharse de ellos. Y lo hace, claro, pero algunos
empezarán a sospechar de él y de sus intenciones.
Cómo
no escribir una novela, de Howard Mittelmark y Sandra
Newman, Editorial Seix Barral: Un libro divertido. Con falsos
consejos para un escritor que pretenda escribir una novela que nadie
quiera publicar ni leer. Consejos sobre construcción de tramas,
personajes y estilo. Fallos y modos que tirarían para atrás al
lector más imperturbable, profesional de la edición como lo han
sido durante años los autores o aficionado al noble arte de abrir un
libro. Si el lector del libro escribe, debe someter con ojo crítico
sus textos al patrón de Mittelmark y Newman, y en cuanto encuentre
la mínima similitud en alguna de sus páginas, eliminarla del
archivo de su ordenador sin piedad. Aparte de la exageración, y
admitiendo que toda regla está ahí esperando a ser violada, tampoco
hay que olvidar que la transgresión de una norma no tiene sentido si
no forma parte de un plan más general, y no es simplemente una
acumulación de errores al tuntún. Da miedo, yéndonos a la realidad
impresa, pensar en la cantidad de pasajes de famosas trilogías a los
que nos remite la lectura de algunos de los párrafos inflados de
errores de los autores.
Abandonos:
Los
jardines estatuarios, de Jacques Abeille, Editorial Sexto
Piso: Decía el mes pasado que me daba cierto miedo la
comparación de este autor con Tolkien. No lo he visto especialmente
relacionado con el viejo creador de la Comarca. Pero sí me ha
acabado aburriendo como acabó aburriéndome la famosa trilogía. Los
jardines estatuarios (las 100 páginas que he leído) me ha parecido
demasiado consciente de sí misma. El autor maneja un simbolismo
fácil de seguir en una zona extraña en la que hay jardineros que
plantan y cuidan estatuas, y en la que se presenta una organización
social bastante peculiar. Los paralelismos con la sociedad
contemporánea me ha parecido que estaban demasiado subrayados, que
más que escribir de un modo que pueda invitar al lector a leer de
una manera fantástica o mágica y que él saque luego las
conclusiones se le preparan trampas de pensamiento para que al leer
ciertas cosas de aquella extraña región se diga: ah, esto es como …
Que no digo que el autor lo hiciera de modo intencionado, y si lo
hizo estaba en su derecho. Sólo digo que no entré en él.
Sociofobia,
de César Renduelles, Editorial Capitán Swing: Este fue el
ensayo estrella del año 2.013 en España. Y Renduelles ha saltado
este año a una editorial con mayor difusión y ha escrito un ensayo
creo que sobre construcción ideológica a través de la historia de
la Literatura (me imagino que a través de algunas obras concretas).
Me acercaré a ese libro porque me parece un autor con ideas
interesantes. Sociofobia nos plantea que la sociedad actual
nos lleva a desconfiar más que nunca de lo comunitario, lo social, y
nos lanza en manos de lo individualista. Comparto la tesis. Comparto
la tesis de que muchas veces las redes sociales crean en algunas
personas la idea de estar formando parte de algo socialmente activo y
útil pero que no es así. Conocemos a muchos que se sienten
activistas por darle a un me gusta en facebook o retwitear una
noticia. Pero me parece que el libro no acaba de plasmarlo con la
suficiente claridad. Algunas ideas secundarias se embrollan y no
dejan ver con claridad las principales. Algunas tesis no me parece
que estén lo suficientemente razonadas, sino que se limitan a ser
afirmaciones acopañadas de citas de filósofos un poco traídas por
los pelos que tratan de darle fuerza a lo dicho. La fuerza que quizá
por sí mismo no tiene. El libro no profundiza en las causas de este
estado, ni la crítica construye otra alternativa. He leído el libro
prácticamente al completo, pero me ha dejado la sensación de que
podía haber sido mucho más redondo. Veo zonas que podrían haber
sido mucho más ágiles y se hacen más confusas que complejas.
Entiendo por qué mucha gente ha hablado de él estos últimos dos
años, pero no sé si todos los que lo hacen lo han leído al
completo. Creo que es un libro con una buena sinopsis. Tiene una
sinopsis genial, que todos querríamos leer y que asumiríamos, pero
esas ideas no tienen luego toda la fuerza que yo esperaba.
Relecturas:
La
velocidad de las cosas, de Rodrigo Fresán, Editorial DeBolsillo: En la contraportada
de este libro Vila – Matas presume de ser quien más veces ha leído
este libro. Creo no pecar de exageración diciendo que lo he superado
con esta última visita. Es uno de los pocos libros firmados que
tengo, desde que en 2.009 coincidí con Fresán en el primer festival
Eñe del Círculo de Bellas Artes (para el que había conseguido
invitaciones ganando un trivial literario). Tuve que reducir mi
frecuencia de visita a los libros de Fresán porque es uno de esos
autores cuya manera de frasear y de hacer fluir las ideas se te meten
en la cabeza y en la mano a la hora de escribir y contamina lo que
estabas haciendo y lo deja al nivel de un mediocre imitador de. La
velocidad de las cosas, como Vidas de santos, es un libro
de relatos infinito. Principalmente porque las tramas no son claras,
y saltan de relato en relato, y porque muchas veces no están siendo
cuentos narrativos sino que se limitan a describir con maestría
trozos de vidas exageradas e improbables. Ahora que he leído en El
Cultural que parece que están preparando otro movimiento al que
adherirse (el postcuento) y con el que tratar de empaquetar una serie
de libros, los buenos y los malos, todos revueltos, y del que espero
pronto un manifiesto altamente reivindicativo e inoperante, en contra
de la dictadura de la unidad de acción que promulgaba Poe, de los
esclavizantes conceptos de introducción, nudo y desenlace. Ahora,
decía, que algunos se caen del caballo y dicen: “no vale escribir
relato como en el siglo XIX porque resulta que estamos en el siglo
XXI”, convendría que leyeran más a Fresán. Fresán ya hablaba de
La velocidad de las cosas como de un libro mutante en 1.998,
cuando se publicó por primera vez. Porque no está nada claro qué
tiene de novela y qué tiene de relato. Y la verdad es que no sé por
qué hay que imponerle a nadie cómo escribir, si le apetece a
alguien escribir como Poe, adelante. Si quiere matar a Poe, adelante
también. Pero ya está bien de sermonear y de oponerse a
convenciones derribadas hace décadas. Porque basta leer a Fresán. Y
a Foster Wallace. Y antes a Vonnegut. Y si a eso vamos, muchos textos
de Borges o de Cortázar. Que lean La memoria de la especie,
de Manuel Moyano, que es generalmente sin embargo un autor bastante
narrativo en el sentido clásico, y digan que ha seguido recetas que
le vienen impuestas (con lo que eso conlleva de idea ajena que uno
nunca va a manejar con soltura). Que lean los relatos de Ricardo
Piglia, de César Aira, de Mario Levrero o de Fogwill. De Samuel
Beckett. E incluso de Kafka. Y hasta de Chéjov, en realidad, que
muchas veces se acerca más al concepto pictórico de apunte al
natural que al de relato con inicio y fin claramente definido. Que
lean sobre todo, que no quería perderme en enfados inútiles, este
magnífico libro de Fresán. Y cuando lo acaben que lo empiecen otra
vez, por otro punto, otro punto cualquiera. Y así hasta que le hayan
sacado la última gota de jugo. De Fresán aprenderán a irse por las
ramas como modo natural de ser. Como yo, me temo, que como dice el
argentino, he elegido para ir de A a B, de la presentación del libro
a su recomendación, por la circunvalación de la Z. Sé que volveré
a leer este libro y otros de Fresán pronto, a la espera de que
publique nueva obra.
American
gods, de Neil Gaiman, Editorial Roca Bolsillo: Gaiman es un narrador muy ágil. Cuenta lo
que pretende sin que el lector se desvíe de la narración. Es un
escritor muy ameno. Y para ser un escritor ameno, al menos de los que
a mí me resultan amenos, hay que ser en primer lugar un buen
escritor. No un buen juntaletras o un redactor decente, sino un buen
escritor. Gaiman lo es de sobra. Y esta es probablemente su novela
más ambiciosa. Es la más claramente adulta, y la más oscura.
También es la más trabajada literariamente, y la más larga.
Seguramente es el único de sus libros que no se puede encontrar
entre la narrativa juvenil en las librerías (y tiene otros libros
cuyo lugar natural creo que no es ése). En American gods se
cruzan decenas de subtramas y personajes secundarios que van
acompañando el periplo de Sombra por una América profunda que ha
renunciado a sus viejos dioses paganos, los que se fueron al nuevo
mundo para ser adorados allí, para ahora ser olvidados y
reemplazados por nuevos dioses, básicamente el éxito y el dinero,
que exigen prisas y competitividad. Pero algunos de esos viejos
dioses han decidido luchar para seguir siendo lo que llevan siglos
siendo, porque alguien ha decidido matarlos y que sean olvidados pero
no quieren que sea así. Y han escogido a Sombra, recién salido de
prisión, viudo reciente, traicionado, para que sea quien los ayude.
Habrá serie de TV, que parece que es hoy en día la garantía de
calidad de cualquier producto cultural. Espero que sirva para que
muchos más lean este libro.
Me
acercaré a:
Sombras
sobre el Hudson, de Isaac Bashevis Singer: Premio Nobel de 1978.
Único autor yiddish premiado. Una historia post holocausto. La vida
que le queda a un grupo de supervivientes. Un tema que quizá se ha
tratado muchas veces pero pocas desde ese punto temporal. Narrativa
americana judía, una tradición que en general siempre me ha dado
grandes alegrías como lector (Bellow, Roth, Salinger, Auster).
Tenemos un tema y tenemos una tradición en la que insertarlo que
creo que me interesarán. He leído que la novela no se publicó como
tal hasta después de la muerte de Singer, que antes había sido una
novela publicada por entregas en un diarios. Creo que si fue capaz de
mantener la atención de los lectores durante seguramente un tiempo
largo (en versión libro pasa de las 600 páginas) la construcción
de la trama será atractiva. Confío en que sea una buena lectura
navideña.
Sodoma
y Gomorra, de Curzio Malaparte: Después de quedar fascinado con
La piel quiero seguir leyendo a Malaparte. En la biblioteca encontré
este libro de relatos. 8 relatos. En el que da título al conjunto
parece que Malaparte pasea con Voltaire por encima de las ruinas de
la Europa post – bélica. Me lo imagino como un paseo denso y que
sin duda quiero espiar, para ver hacia dónde fueron y de qué
hablaron.
El
retorno del profesor de baile, de Henning Mankell: Hace siete u
ocho años leí si no todas las novelas de Wallander sí la gran
mayoría. Me acabaron cansando, pero en aquel momento me dieron
buenos momentos de lectura. Quiero leer alguna otra novela de
Mankell, algo que no sea de Wallander. Estuve curioseando por alguna
librería y esta fue la que más me interesó. Creo que puede
funcionar bien para vacaciones.
El
geco, de Rafael Sánchez Ferlosio: El crítico Ignacio Echeverría
(pero no sólo) insiste en la idea de que Ferlosio es el mejor
prosista español contemporáneo. Creo que alguna vez en el colegio
leímos Alfanhuí o algún fragmento de El jarama. No
me dijo nada. Estoy seguro. Pero he leído últimamente un reportaje
relacionado con la publicación de textos que Ferlosio compuso en los
años setenta. Textos que se explica que fueron saliendo del retiro
del mundo literario en el que parecía condenado a triunfar y
alcanzar una posición preponderante. Pero se fue, se explica, a su
casa, a estudiar gramática y profundidad y a tomar anfetaminas. Y a
escribir tranquilamente bajo el influjo de las anfetaminas y el
estudio obsesivo de la gramática. Claro, los periodistas describen
la prosa de aquellos años como anfetamínica. ¿Para qué pensar
algo más? Me interesa leer a alguien que un día decidió no coger
el camino fácil y escoger otro cuando menos particular. El geco
tengo entendido que recoge prosas y relatos de toda su producción,
que funciona a modo de mejores páginas seleccionadas por el propio
autor. Se me antoja la mejor manera de empezar con él.
Relatos
de Alberto Laiseca: He visto recientemente una extraña película
argentina: Cariño, voy a comprar cigarrillos y vuelvo. Está
basada en un relato del tal Laiseca, que no sólo es el autor de la
trama sino que aparece en varios momentos de la película cual deus
ex machina explicando sus intenciones al escribir ciertas
escenas. Me seduce la idea de un tío que se cuela en la película y
va contando por qué el protagonista hace lo que hace (a menudo nos
cuenta por qué el protagonista es tan idiota), y lo hace
tranquilamente desde su despacho. Creo que en el fondo, todo escritor
aspira a ser Dios. Y no se puede expresar de manera más clara que
interrumpiendo la historia para decir: “yo pretendía … pero el
idiota del protagonista …” No sé si será posible acercarme a
sus relatos en las bibliotecas de la comunidad de Madrid, pero lo
buscaré, me gustaría leerlo.
Hasta
la próxima semana, cuando hagamos revisión y cierre del año.
Sr. E
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