Mis cuentos pendientes de 2021 (I)
Me da bastante vértigo plantearme que se acaba un año como 2021. Vértigo por cómo ha sido el año y vértigo por ver cómo siguen avanzando los calendarios y recuerdo cosas de 1989 o de 1992 como si fueran de ayer y ya son de hace varias glaciaciones. Todos nos hacemos mayores y ese sentimiento lo ha tenido, tiene o tendrá todo el mundo, ya lo sé. Pero cuando es mío me afecta más, como es lógico. 2021 ha sido el segundo año de pandemia, y el segundo año de lecturas de pandemia.
¿Qué
tendrá que ver? No debería tener que ver, pero noto que estos casi dos años han
afectado a mi manera de leer. Así como los meses de encierro iniciales
afectaron a mi capacidad de concentración y seguimiento de los libros, la
vuelta a las bibliotecas y a la lectura con cierta lucidez me han llevado a
querer leer libros que sé que me van a aportar algo especial.
Eso
no quita que siga pendiente de las novedades, o que no le eche un ojo a según
qué prestigiosos autores contemporáneos, pero intento concentrarme en valores
seguros, o en aquellos que no conozco pero creo que pueden aportarme más.
También
cuenta, y está relacionado con lo de seguir cumpliendo años, que cada vez uno
entiende mejor los funcionamientos del mercado editorial y comprende cuánta
verdad (muy poca) hay en esas llamadas a la excelencia que hacen que ciertos
libros sean lo mejor del mes, incluso del año, y nadie (ni quien los encumbró)
los recuerde pasado un nuevo año. O que haya quien encadena obras maestras, una
detrás de otra, sin relajo ni descenso en la calidad de su producción. No
buenos libros, no buenas novelas, sino puras obras maestras. De esas de las que
Thomas Mann escribió quizá tres, Dostoievski tal vez cuatro.
Esta
última entrada del año (en un año en el que ha habido tan pocas entradas) me
vale para ir haciendo revisión de los libros que he ido leyendo durante el
libro. Han quedado anotados 130 libros, a tres por semana. Algunas lecturas
solo fueron parciales, por supuesto, libros de los que sentí que ya había leído
suficiente y que terminé en ocasiones en diagonal. Anoto relecturas, que
tampoco siempre son totales. Pero vamos, lo importante no es lo numérico.
Algunos
de esos libros anotados ya había olvidado que los había leído. Otros, al revés,
sentía que los había leído hacía más tiempo, de tanto como he pensado sobre
ellos.
Es
gratuito, siempre, intentar seleccionar diez libros y resumir en ellos lo mejor
que uno ha leído. Pero también está bien ayudar a la memoria a filtrar.
Me
han gustado mucho otros libros, y empiezo de hecho hablando de ellos.
Luego
llegaremos a esa lista de diez.
Hay
de todo. O eso me parece. Y está bien que sea así.
Lo
que no hay es ningún llamamiento a que estos sean los mejores libros del año,
porque salvo excepciones no son de este año. Ni pretendo imponer un criterio de
lo mejor. Son los libros que mejores momentos de lectura me han dado.
Empiezo hablando de relecturas:
Cada vez las programo con más frecuencia y siento que me aportan más. Hace cosa
de un año releí Doktor Faustus, que
había leído con veinte años (si no menos) y me di cuenta de todo lo que el
libro me decía ahora y no me había dicho entonces, habiéndome gustado ya mucho.
Este año abordé algunas relecturas importantes y que me llevaron a momentos
estelares de mi año lector, como fue la lectura completa de todos los cuentos
de Roberto Bolaño. Leo sus cuentos, (algunos) con gran frecuencia, forma parte
de mi dieta básica de lectura cuando escribo, (en la que entran Cortázar,
Bolaño, Kafka, Keret, poquitos más). Pero no me había puesto a leer todos sus
cuentos, desde el primero de Llamadas
telefónicas hasta el último de El
secreto del mal. Y en verano lo hice. Con un volumen de bolsillo ideal para
viajar con él, me di el gusto de volver a todos los cuentos de Bolaño, un autor
que aunque va a quedar como novelista, era esencialmente un cuentista. Le
recomiendo la experiencia y el viaje a cualquier lector interesado.
Como
recomiendo otras relecturas del año, que también fueron acompañando mi verano.
Una fue la que quizá es mi novela preferida, una de las novelas largas y
decimonónicas por excelencia (aunque no sea precisamente canónica), Moby Dick, de Herman Melville.
Otra
fue una novela bastante breve, que creía recordar con cierta frecuencia pero de
cuya perfección (absoluta) no era ya tan consciente. Hablo de Desgracia, de J. M. Coetzee. En mi
recuerdo esta era su mejor obra, aquella novela en la que su escritura, siempre
afilada, siempre precisa, se desarrollaba sobre una historia bien desarrollada,
que no fuera una mera estructura sobre la que exponer una manera de escribir,
que es la sensación que otras de sus novelas me han dado. Confirmo que es su
mejor obra. Subo la apuesta y después de la relectura digo que es una de las
mejores novelas de esta época.
Ha sido también relectura, pero
sobre todo ha sido un gustazo: Leer los Relatos Cortos completos (en dos
volúmenes) de Sherlock Holmes, de
Arthur Conan Doyle. En mi formación inicial como lector estuvo muy presente
Sherlock Holmes. A mis nueve y diez años fui un enamorado de Sherlock Holmes
que de vez en cuando se metía en novelas de Julio Verne (y que nunca se alejaba
demasiado de todo tipo de cómics). Durante algunos años más seguí leyendo a
Sherlock Holmes y en algún momento de mi primera adolescencia leí también sus
novelas. Digamos, con todo, que podía hacer veinte años que no leía sus
relatos. Y me compré, en un impulso melancólico, estos dos volúmenes con todos
ellos. Y volví a leer con la inocencia perdida (perdón por el exceso lírico y
cursi), sin analizar, sin detectar los trucos (evidentes, repetitivos),
dejándome llevar a ese mundo. A veces damos por sabidos a algunos autores y
algunas obras por sobreexposición, y vale la pena leerlos (o volver a hacerlo).
Si alguien muy lector no los ha leído, creo que los disfrutará. Si alguien no
lee demasiado y quiere algo así como un entretenimiento inteligente, que
tampoco lo dude.
Me han gustado, pero reconozco que
no entiendo todo el ruido alrededor. Aquí traigo libros que
se leen bien, que aportan buenos momentos literarios o algunas reflexiones
interesantes, pero que no entiendo que despierten pasiones (ni a favor ni en
contra). Libros a los que si les pusiera una nota les pondría un bien alto, todo
lo más un notable bajo. Panza de burro,
de Andrea Abreu, Feria, de Ana Iris
Simón y La uruguaya, de Pedro Mairal
(este además ha sido en la segunda lectura, recuperó nota aquí sin
maravillarme, cuando lo leí por primera vez le puse mentalmente un insuficiente).
Entiendo que es muy posible que el problema sea mío. Pero como son mis
lecturas, se quedan con mis sensaciones.
Siempre son escritores soberbios,
aunque estas no han sido sus mejores obras: Ambos libros
podrían estar entre las diez mejores lecturas del año, sin duda. Pero son
autores de los que espero tanto que me he llevado una pequeña decepción, porque
ninguno ha hecho su mejor libro. Quedan, con todo, totalmente recomendados,
libros y sobre todo autores. Tokio Redux, de David Peace y Avería en los
confines de la galaxia, de Etgar Keret. Quede dicho también, porque algo
significa, que el libro del mejor cuentista vivo del mundo (Keret, cualquiera
que lo haya leído lo confirmará) saliera casi en silencio en España, y que a
los pocos meses fuera prácticamente imposible encontrar copias en ninguna
librería.
No vamos a caer aquí en el halago excesivo a los amigos: Y únicamente por eso no quiero meterlo entre las diez mejores lecturas del año. Pero si ha habido un libro en España este año que hubiera merecido mucho más éxito y mejor acogida (habiéndola tenido buena), ha sido Un nublao de tiniebla y pedernal, de Miguel Ángel González. En un momento en el que se nos quieren vender como valores literarios máximos la autenticidad y la memoria, no hay un libro más auténtico, más emotivo y más lleno de verdad (de la literaria, que es la que importa; la otra, la de cada día, es cosa del autor, y como su libro dice al final, además, si os contara exactamente lo que pasó quizá no me creeríais). Ya le gritaba Jack Nicholson a Tom Cruise en Algunos hombres buenos aquello de: ¿Quieres la verdad? Tú no puedes soportar la verdad. Un homenaje loco a un clan que no debe ser menos loco, capitaneado por un abuelo que siempre supo hacer magia sin haber sido mago.
Apuntes interesantes de autores
noveles: Hay cierta coincidencia generacional con estos dos
libros y eso empaña un poco la objetividad con la que los he leído (no me
dedico a juzgar libros, así que no pretendo ser objetivo, solo lo advierto). En
el caso de Videoclub, de Aarón Sáez,
la coincidencia es además geográfica y la dificultad doble. Ha escrito un muy
buen libro, ligero, simpático, que es a la vez (y es admirable que logre el
doble objetivo, que no sé si lo era como tal) una refutación y un elogio de la
nostalgia. Tiene un muy bien logrado punto costumbrista millenial, aunque a
veces las digresiones se vayan a puntos de fuga de los que no vuelven. En la
historia que nos cuenta vemos que la nostalgia es un lastre pero también un
refugio. Y no nos quiere dar ninguna lección, solo contar una historia, que es
para lo que se escriben las novelas. Y eso también se agradece. Los nombres propios, de Marta Jiménez
Serrano, ha tenido mucho éxito comercial, y lo merece, porque es una excelente
primera novela. Hay una voz propia, poderosa, y una historia bastante
corriente, la de una chica que crece, y la cuenta a través de un recurso muy
original, la amiga invisible de esta chica, que no la abandonó en la infancia,
cuando estas suelen desaparecer. Es una novela divertida, es fresca. Está muy
bien. A ambos libros, debo decirlo también, les he notado demasiado el
andamiaje de taller de narrativa (sin siquiera saber si se han escrito al
amparo de esos talleres, pero mi sensación ha sido esa). Se nota que son
novelas iniciales y que han seguido patrones de construcción más o menos
fiables y probados, y en futuras entregas tendrán que ir retirando las ayudas y
construir algo totalmente propio.
No ha sido mi año de mayor amor hacia
la narrativa de ficción, pero si me preguntáis por una novela que sea perfecta,
os diría esta: Todos
los hermosos caballos, de Cormac McCarthy. Me mantenía sin haberme
estrenado con este autor americano. Una novela con ese título, debo decirlo, me
hacía temer lo peor. Pero es un verdadero novelón. Una maravilla. Un prodigio
narrativo, además, perfectamente equilibrada. Hablaba de Desgracia, de J. M. Coetzee, como novela perfecta. Esta no lo es
menos. Después ya he leído En la frontera,
continuación espiritual, y Ciudades de la
llanura espera su momento.
Un poco de diarios:
Me he ido convirtiendo, en estos últimos años, en un lector muy volcado en los
diarios, memorias, dietarios y otras formas de la memoria personal. Aparte de
seguir explorando a mis clásicos (capitaneados por Trapiello), me he acercado
al primer volumen de los diarios de André Gide, que no me ha llevado a ningún
éxtasis. Los diarios que más me han dicho este año han sido sin duda Lo que fue presente, de Héctor Abad
Faciolince, de quien aún no he podido leer El
olvido que seremos. En este cuaderno, Abad Faciolince, un niñato enviado a
estudiar a Italia, va evolucionando, entre las trampas de la vida y los
castigos (el asesinato de su padre aparece ya aquí). Valoro especialmente,
además de ciertas reflexiones sobre la trascendencia en la creación o el amor y
el deseo, lo crudo y poco compasivo que es consigo mismo, que creo que es algo
que todo aquel que se expone hace, antes o después. Son excelentes también los
apuntes de Ya sentarás cabeza, de
Ignacio Peyró. De Peyró me separan cuatro años, muchos litros de whisky (yo
solo soy, y muy moderadamente, bebedor de bourbon), los puros, las creencias
religiosas y muchos restaurantes que le envidio. Nos separan las fincas y el
modo en que hemos desperdiciado los veranos. Pero he sentido leyendo el libro
que todo eso son cuestiones secundarias, que su visión trasciende todo lo
circunstancial y apunta a verdades mucho más importantes. Que es de lo que
tratan los buenos libros. Aunque use esa parte circunstancial a veces como
frívolo atrezzo, y nos haga reír en algunas páginas, que lo hace.
Continuaremos en unos días.
Seguimos leyendo
Saludos cuentistas
Sr. E
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