viernes, 10 de abril de 2020

Cuentos para la cuarentena (IV): Libros para niños y para mayores. Hambre de lecturas.


Cuentos para la cuarentena (IV): Libros para niños y para mayores. Hambre de lecturas.

Sé que los servicios de compra online de todo tipo siguen funcionando, y que se pueden conseguir libros igual que se puede seguir comprando casi de todo. Pero he decidido no utilizar esos medios, y no contribuir a que esos repartidores tengan que estar paseando por las calles con la que tenemos encima (si nos surge alguna emergencia, tendremos que recurrir a esas compras, pero de momento no pensamos que los libros sean una). Eso no quita que siga pensando, como cuando se podía salir a casa, en nuevos libros que me gustaría leer. Y que eche así aún más de menos las bibliotecas públicas, de las que mentalmente me he despedido hasta dentro de bastantes meses (porque creo que por la clase de establecimiento que son, y el intercambio de libros tocados por lectores y bibliotecarios, no serán de los lugares que primero se abran cuando se pueda empezar a salir). Habitualmente, según voy leyendo libros, voy pensando en nuevas lecturas, buscando información sobre esos libros, no de un modo consciente, sino de ese modo en que las lecturas te van apareciendo, por referencias en otros libros, en webs, en conversaciones con amigos, …

Mantengo mentalmente la rutina, y aunque no puedo salir a buscarlos, he ido anotando en estos últimos días algunos libros, para que sean mis próximas lecturas. ¿Cuándo? Cuando pueda ser.

Memoria:
Por el pasado llorarás, de Chester Himes: Hubo una época en mi vida en la que casi todo lo que leía era relato breve o novela negra. Duró algunos años. Y además de los escritores más conocidos y reconocidos, di con otros, también reconocidos, aunque menos conocidos, pero de los que me enamoré y leí todo lo que encontré. Uno fue Chester Himes. Aunque Himes, hay que decirlo, tiene una obra muy irregular, llena de novelas en las que se nota que fueron escritas de manera rápida, siguiendo un molde y abusando de la violencia y del sexo (también violento). Pero algunos libros son estupendos. Tal vez este sea el mejor, una rememoración de sus años en la cárcel (a donde fue por robo a mano armada). Una experiencia que quienes nunca hemos pasado no podemos ni imaginar (por más que nos encante que nos digan que estamos siendo unos héroes quienes únicamente estamos en casa, sin salir más que a tirar la basura cuando se acumula o a hacer la compra una vez a la semana, y creamos que lo hemos aprendido todo sobre encierros). La cárcel (y más en los años 30, y más para un negro en Estados Unidos), era un sitio que llevaba al límite el aguante mental de una persona. Recuerdo que era un libro desolador. Terrible en lo que contaba, pero capaz de contarlo con cierta belleza casi lírica.

Salón de pasos perdidos, Diarios de Andrés Trapiello: Hablé en algún momento del año pasado de que estos diarios de Trapiello llegaron a mi mesita de lecturas casi contra mi voluntad. Había oído hablar de ellos, había leído grandes elogios, pero nunca pensé que fueran a atraparme. Y el caso es que me atraparon. Leí seis o siete volúmenes durante 2019. Y si las bibliotecas siguieran abiertas, tengo claro que uno de los libros que me traería sería alguno de los que aún no he leído. No es que Trapiello sea un hombre excepcionalmente sabio (no lo es), ni muchas veces tampoco se trata de que sea especialmente lúcido (en muchas partes de estos escritos vive demasiado ensimismado en sus propios folios, en la recepción de los diarios, en menudencias, qué dice X sobre lo que escribí hace 7 años, …). Tal y como lo voy a decir sé que va a sonar frívolo, y algo de frívolo tiene, pero ya tengo curiosidad por saber qué dirán en 2026, 2027 o 2028, cuando toque, los diarios de este 2020 tan particular.

Experiencia, de Martin Amis: Me han entrado ganas de releer este libro, de volver a sumergirme en sus páginas de memoria, desmemoria, ajuste de cuentas y vivencias literarias. No lo tengo en casa, y además sé que la edición en bolsillo está descatalogada, porque la he buscado alguna vez ya. Así que esperaré a las bibliotecas para ir a por él y recrearme en su lento paso. De este libro, de su recuerdo, y de su difícil manera de relacionarse con otros escritores (empezando por su padre, Kingsley Amis), me nacen las ganas de leer por primera vez Hitch – 22, de Christopher Hitchens: Las memorias de este periodista y ensayista, muy amigo de Amis durante gran parte de su vida, un tanto distanciados por algunas polémicas hacia el final de los años de Hitchens, a quien no he leído como memorialista, pero sí como ensayista (alguno de sus tratados ateístas: Dios no existe y Dios no es bueno, y el libro que escribió cuando ya tenía claro que iba a morir por su cáncer, Mortalidad).

De los enfados que Amis tiene con amigos a lo largo de Experiencia, recuerdo y saco ganas de leer a Hitchens, y me acuerdo de su distanciamiento con Julian Barnes, amigo y compañero generacional, quien nunca le perdonaría que Amis dejara a su mujer (la de Barnes) como representante, para pasar a la nómina de Andrew Wyles, alias el chacal (en uno de esos escasos giros de la justicia poética, Amis dejó de ser un gran escritor poco después de ese cambio, quizá Experiencia es la coda de sus mejores escritos). También me encantaría poder leer ahora al melancólico Barnes de los últimos años, releer El sentido de un final o El ruido del tiempo, o acercarme por primera vez a La única historia.

Entre las admiraciones inquebrantables de Amis, personaje cambiante, sobreviven Nabokov y Saul Bellow. Me entero de que existen una colección con las Cartas, de Saul Bellow, un autor que siempre me ha gustado (que quizá no está en mi lista de 10 escritores preferidos, pero sí en una segunda lista, o en una lista en la que entraran mis 20 escritores preferidos). Y del que sí voy a releer, ya que están en casa, algunos de sus Cuentos completos, al menos El contacto Bella Rosa, El robo, Memorias de Mosby y Algo por lo que recordarme.

El arte de volar, de Antonio Altarriba: Esta novela gráfica, una de las más reconocidas en España durante la última década, sirve a Altarriba para ponerse al día con su padre, quien se suicidó tirándose por la ventana (de ahí el título) de la residencia de ancianos en la que residía. Altarriba aprovecha el duelo para recorrer la vida de su padre, una vida española que fue desde la Guerra Civil hasta el principio de la década de los 2000, de causa perdida en causa perdida, de derrota en derrota, hasta que decidió saltar. Altarriba cuenta que el impulso inicial de rabia que puso en marcha el libro fue recibir, a los pocos días de la muerte, una llamada de la residencia en la que su padre había estado, recordándole que debía abonar los 4 primeros días de ese mes en el que su padre saltó.

Entre la memoria y la ficción:
Una historia de amor y oscuridad, de Amos Oz: No sé por qué he pensado en este libro. No he leído hasta el momento nada de Amos Oz, pero he leído sobre este libro y he pensado que me gustaría saberlo todo sobre su niñez y adolescencia en un kibbutz, su padre que nunca consiguió plaza como profesor, su madre frustrada que acabó suicidándose, el mundo cerrado al que ponían paredes (literalmente) los miles de libros que esos dos padres incapacitados para la vida funcional atesoraban. Y cómo Amos Oz cuenta que antes que escritor quería ser libro, porque sentía que eran reverenciados. Y la sensación, finalmente, de que debía salir de aquel lugar para desarrollar su vida.

Ficción:

Caminaré entre las ratas, de David Pérez Vega: Hará 3 o 4 años que leí los cuentos del libro Koundara, de David Pérez Vega. Eran relatos escritos con mucha solvencia, y en la línea del relato breve estadounidense de los Carver y asociados, aunque con más desarrollo muscular que los relatos de Carver (eran relatos cortos más parecidos a Tobias Wolff y Richard Ford, para que me entiendan quienes manejan esos referentes). Ahora ha sacado una novela en la que ha invertido esos años que han pasado desde los cuentos, y por lo que ha contado en su blog, debe ser un libro sólido, que me remite más a referentes latinoamericanos (Bolaño, Rey Rosa) y a un mundo urbano y contemporáneo. Se llama Caminaré entre las ratas y habla de un teleoperador en crisis vital (su objetivo era ser profesor, no teleoperador), al que la muerte de un amigo pilla de sorpresa, que escribe sin éxito y al que preocupan cada vez más, en sus paseos por un angustioso Madrid, las consecuencias de la crisis económica, el auge de la ultraderecha, y una simbólica invasión de ratas de la que nadie parece estar dándose cuenta. La salida del libro ha coincidido de pleno con el encierro, así que la ansiedad habitual cuando un libro aparece en una editorial modesta (a cuántas librerías llegará, cuánto lo aguantarán en ellas) se habrá acentuado por la situación. El libro está ambientado en aquellos años 2009 – 2010 y alrededores, de penurias económicas para mucho. Pero puede ser una lectura muy adecuada para lo que nos viene. Me lo dejo apuntado para cuando sea posible celebrar el día del libro este año.
Por si alguien quiere un adelanto, él mismo grabó unos fragmentos de lectura para su blog la semana pasada

La vida entera, de David Grossman: De Grossman leí un par de novelas hace algunos años. Libros muy bien escritos, que se situaban entre la realidad y la irrealidad (no la fantasía), y que en general me gustaron (Delirio, sobre los celos dentro de un matrimonio, y Llévame contigo, una novela sobre un adolescente tímido que trabaja buscando perros desaparecidos en el ayuntamiento de Jerusalén y un día conoce a una chica y le pide que lo lleve con ella). Sé que David Grossman perdió a un hijo de 20 años en una de tantas guerras que el gobierno de Israel ha puesto en marcha en las últimas décadas. Y sé que, aunque no se trata de un libro sobre ese suceso, La vida entera trata del miedo a la muerte de un hijo soldado, y del duelo, y entre muchas historias sentimentales, cruzadas con guerras y muertos, la historia de una madre que cuando su hijo es reclutado, decide salir a caminar sin rumbo por Israel, para asegurarse de que así nadie podrá ir a su casa a comunicarle que su hijo ha muerto.

Ensayo:
Escribir en la oscuridad, de David Grossman: Desde la búsqueda de información sobre la última novela que comentaba, llegué a este ensayo. Que realmente es una recopilación de ensayos (6) sobre la labor de escribir en un mundo oscuro y violento, continuamente interrumpido en su normalidad (hasta el punto de que esa es su normalidad, como decía Etgar Keret) por explosiones, ataques y guerras.
Jared Diamond: Encontré que este profesor universitario es el maestro del famoso Yuvel Noah Harari (el autor de Sapiens, un libro que me pareció interesante, pero no estupendo; original en algunos planteamientos, eso sí, y muy bien contado). He buscado información sobre sus estudios y sus obras, y en un momento de incertidumbre como este, he pensado que algún día intentaré leer Armas, gérmenes y acero (1997), Colapso (2005) y Crisis (2019).
El mundo y sus demonios, de Carl Sagan: Tal vez estemos entrando, con el coronavirus, en una época en la que será adecuado revisar este clásico, que leí hace años, pero que creo que ahora miraría con otros ojos.
Y en una línea parecida, me ha parecido interesante (desconocía su existencia hasta que lo vi relacionado con el de Sagan): Conocimiento inventado: falacias históricas, ciencia amañada y pseudo – religiones, de Ronald H. Fritze, un libro que se centra más en cómo esos pseudoconocimientos se asentan y hacen fuertes y por qué el ser humano tiene una cierta tendencia a caer, siglo tras siglo, en las mismas trampas para el pensamiento.

No le he prestado nunca demasiada atención a los libros infantiles en el blog. Y eso que desde que tengo niños he pasado cientos de horas en las bibliotecas municipales (desde las bebetecas hasta las salas de lectura infantiles) con ellos, y leyendo después esos cuentos en casa, cada tarde un rato en el sofá (o suelo) y cada noche antes de que se acuesten en la cama.

Tenemos muchos cuentos en casa, por supuesto, pero llega el punto en el que los tienen demasiado vistos (aunque suele funcionar dejar de verlos durante un tiempo, en diez días vuelven a retomarlos con ilusión). Mis hijos echan de menos las bibliotecas, el acto de poder cambiar de libros una vez a la semana (que es más o menos la frecuencia con la que acudimos), y los ratos que pasan allí explorando, seleccionando, catando lecturas. Hasta ahí, nada muy distinto a lo que nos pasa a los mayores, la verdad.

Pensando en ellos, he pensado seleccionar algunos cuentos y autores que me parecen especialmente recomendables, de los que ellos han disfrutado mucho, y que a mí también me gustan:

Cuentos por teléfono, de Gianni Rodari: Es una colección de cuentos estupendos. Todas las historias son breves (lo que permite leer varias antes de ir a la cama), llenas de imaginación, sin moralina pero con enseñanza. En ellas se mezclan la realidad con la fantasía más pura, se reinterpreta la historia, se anima a pensar. Maravillosos. Creo que empiezan a funcionar (depende de la madurez verbal, claro) a partir de los 3 o 4 años. Y sirven hasta mi edad, al menos. Para un poco antes, los Cuentos al revés.

El grúfalo, de Julia Donaldson: Un clásico de la literatura infantil. La historia de la creación de un ser mitológico (el grúfalo) por parte de un ratoncito que pretende con ello darle miedo a sus cazadores. La prueba de que la astucia vale muchas veces más que la fuerza. A partir de los 2 años gusta, por lo que tengo visto, y a los 6 sigue siendo atractivo. Hay una película muy bonita sobre el cuento (y también sobre otros cuentos de la autora, La hija del grúfalo, y Cómo mola tu escoba).

Todo Babar, de Jean de Brunhoff: Los cuentos de Babar el elefante son, en primer lugar, preciosos por su estética y sus dibujos. Después, por sus historias, perfectamente infantiles, narradas desde la mirada egocéntrica del niño, pero despertando el sentimiento de pertenecer a una comunidad que debe cuidarlo y de la que debe empezar a preocuparse. Sé (perfectamente) que vistos con la lupa deformada del tiempo, estos cuentos infantiles, de la década de los 20 del siglo XX, están escritos dentro de un sistema que era racista, clasista y machista. Si uno quiere, puede rastrearlo perfectamente. Pero creo que no dejan de ser rastros subliminales, que pueden explicarse a los niños cuando resulten demasiado obvios. Y no dejar de disfrutar por ello de unos cuentos tan estupendos. Desde los 2 – 3 años les prestan atención y se identifican con los personajes. La colección que tenemos en casa (de Blackie Books) tiene además una cosa muy interesante para quienes empiezan a leer, y es que está toda escrita con letra ligada, y facilita mucho la conexión con lo que aprenden en el colegio, y los niños se animan leyendo ellos mismos a Babar porque ven que cada vez lo hacen mejor.

De qué color es un beso, de Rocío Bonilla: Mini Moni, la protagonista de este cuento, es un personaje muy popular en casa desde hace años. Es un cuento estupendo, con una protagonista arrebatadora, y muy bien dibujado (todos los libros de la autora lo están). Hace años que los libros infantiles se escriben con intenciones pedagógicas. Y no tengo nada en contra, faltaba. Pero hay productos muy populares (en las bibliotecas, las librerías, las guarderías y las aulas de infantil de colegio) a los que se les ha olvidado añadir una historia atractiva, se han quedado en lo pedagógico. Los libros de Rocío Bonilla contienen ese elemento de enseñanza, pero no pierden nunca de vista que lo principal es contar un cuento, que los niños quieran saber qué va a pasar después. También nos gustan mucho La montaña de libros más alta del mundo o Mi amigo el extraterrestre.

De vuelta a casa, de Oliver Jeffers: En casa, este cuento se llama, desde que se leyó por primera vez, Rotomotor y singasolina, porque cuenta la historia de un marciano al que se le rompe la nave y un niño imaginativo, perdido en su mundo, que vuela con su avión hasta la Luna, donde se queda sin combustible. Y habla, con ironía, el lenguaje y la manera de pensar de un niño de 4 años (aunque en algunos gestos sirve igual decir que es la manera de pensar de cualquier ser humano), de cómo dos desconocidos tienen que colaborar para encontrar la solución más adecuada y original al problema. Las rupturas de la realidad son constantes y divertidísimas. Ese mismo niño aparece en otras historias, como Cómo atrapar una estrella (preciosa) o un par de aventuras junto a un pingüino: Perdido y encontrado y Arriba y abajo. El dibujo es muy sencillo, casi imitando el trazo infantil, y los guiones estupendos. También es del mismo autor, y muy divertido, Los Huguis y el jersey nuevo.

Mitología griega: A mi hijo mayor (6 años) le encantan desde hace tiempo las leyendas de los héroes griegos, las grandes historias épicas de aquella civilización, y los cuentos de su mitología. Hay muchas ediciones, hemos visto muchas, leído bastantes, y estuve estudiando características antes de comprarle la que más nos gusta: Las historias más bellas de la Mitología Griega, de Luisa Mattia.

Charlie y la fábrica de chocolate y El superzorro, de Roald Dahl: Aún no leemos estos cuentos, pero a mi hijo mayor ya le han gustado las dos versiones cinematográficas (acompañado en su visionado, explicándole algunas cuestiones), las de Tim Burton y Wes Anderson, respectivamente. Lo que más me gusta de Roald Dahl, aparte de su gran sentido narrativo, es que no le esconde a los niños que la infancia puede tener momentos difíciles, o ser directamente desagradable, como topes con gente mala. Pero en sus historias, los que se mantienen buenos acaban saliendo bien, y además sus historias están llenas de mala leche para que los malos se lleven su merecido.

Astérix, de René Goscinny y Albert Uderzo: No hay demasiado que explicar ni que aportar. Hay que ser un poquito mayor (un poco mayor que mis hijos quiero decir, aunque hablo en general, porque a mi hijo mayor le apasionan ya sus tebeos), pero nunca está de más recomendar algunas de sus aventuras. Para niños de 4 – 5 años, propiamente, es una iniciación estupenda Cómo Obélix se cayó en la marmita del druida cuando era pequeño, un cuento precioso que desvela uno de los grandes misterios de la serie. Yo nunca he sabido cuál era mi preferido entre los 24 cómics de la serie original (propiamente la de Goscinny y Uderzo). Quizá Astérix y Cleopatra, o Astérix en Bretaña, aunque también me han gustado mucho desde siempre Astérix legionario o Astérix en los Juegos Olímpicos. Desde mi visión adulta (no eran de los que más me gustaban de niño, pero ahora me encantan) La residencia de los dioses y Obélix y Compañía son maravillosos. Incluso tengo muchas ganas de dar en la biblioteca con el nuevo, Astérix y la hija de Vercingetórix. Me gustó bastante Astérix y los pictos, también de los mismos autores que están llevando ahora la serie, con un guión bastante más sólido que la mayoría de álbumes que Uderzo hizo en solitario. Aunque ninguno ha alcanzado el encanto que tenían aquellas historias concebidas por Goscinny.

Qué ganas de volver a las bibliotecas, de verdad.

Y de salir a celebrar los descuentos del día del libro.

Habrá que seguir esperando.

Seguiremos leyendo.

Felices lecturas

Sr. E

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