Cuentos para la
cuarentena (IV): Libros para niños y para mayores. Hambre de
lecturas.

Sé que los
servicios de compra online de todo tipo siguen funcionando, y que se
pueden conseguir libros igual que se puede seguir comprando casi de
todo. Pero he decidido no utilizar esos medios, y no contribuir a que
esos repartidores tengan que estar paseando por las calles con la que
tenemos encima (si nos surge alguna emergencia, tendremos que
recurrir a esas compras, pero de momento no pensamos que los libros
sean una). Eso no quita que siga pensando, como cuando se podía
salir a casa, en nuevos libros que me gustaría leer. Y que eche así
aún más de menos las bibliotecas públicas, de las que mentalmente
me he despedido hasta dentro de bastantes meses (porque creo que por
la clase de establecimiento que son, y el intercambio de libros
tocados por lectores y bibliotecarios, no serán de los lugares que
primero se abran cuando se pueda empezar a salir). Habitualmente,
según voy leyendo libros, voy pensando en nuevas lecturas, buscando
información sobre esos libros, no de un modo consciente, sino de ese
modo en que las lecturas te van apareciendo, por referencias en otros
libros, en webs, en conversaciones con amigos, …
Mantengo mentalmente
la rutina, y aunque no puedo salir a buscarlos, he ido anotando en
estos últimos días algunos libros, para que sean mis próximas
lecturas. ¿Cuándo? Cuando pueda ser.
Memoria:
Por el pasado
llorarás, de Chester Himes: Hubo
una época en mi vida en la que casi todo lo que leía era relato
breve o novela negra. Duró algunos años. Y además de los
escritores más conocidos y reconocidos, di con otros, también
reconocidos, aunque menos conocidos, pero de los que me enamoré y
leí todo lo que encontré. Uno fue Chester Himes. Aunque Himes, hay
que decirlo, tiene una obra muy irregular, llena de novelas en las
que se nota que fueron escritas de manera rápida, siguiendo un molde
y abusando de la violencia y del sexo (también violento). Pero
algunos libros son estupendos. Tal vez este sea el mejor, una
rememoración de sus años en la cárcel (a donde fue por robo a mano
armada). Una experiencia que quienes nunca hemos pasado no podemos ni
imaginar (por más que nos encante que nos digan que estamos siendo
unos héroes quienes únicamente estamos en casa, sin salir más que a tirar la basura cuando se acumula o a hacer la compra una vez a la
semana, y creamos que lo hemos aprendido todo sobre encierros). La
cárcel (y más en los años 30, y más para un negro en Estados
Unidos), era un sitio que llevaba al límite el aguante mental de una
persona. Recuerdo que era un libro desolador. Terrible en lo que
contaba, pero capaz de contarlo con cierta belleza casi lírica.
Salón de
pasos perdidos, Diarios de Andrés Trapiello: Hablé
en algún momento del año pasado de que estos diarios de Trapiello
llegaron a mi mesita de lecturas casi contra mi voluntad. Había oído
hablar de ellos, había leído grandes elogios, pero nunca pensé que
fueran a atraparme. Y el caso es que me atraparon. Leí seis o siete
volúmenes durante 2019. Y si las bibliotecas siguieran abiertas,
tengo claro que uno de los libros que me traería sería alguno de
los que aún no he leído. No es que Trapiello sea un hombre
excepcionalmente sabio (no lo es), ni muchas veces tampoco se trata
de que sea especialmente lúcido (en muchas partes de estos escritos
vive demasiado ensimismado en sus propios folios, en la recepción de
los diarios, en menudencias, qué dice X sobre lo que escribí hace 7
años, …). Tal y como lo voy a decir sé que va a sonar frívolo, y
algo de frívolo tiene, pero ya tengo curiosidad por saber qué dirán
en 2026, 2027 o 2028, cuando toque, los diarios de este 2020 tan
particular.

Experiencia,
de Martin Amis: Me han entrado ganas de releer este libro, de
volver a sumergirme en sus páginas de memoria, desmemoria, ajuste de
cuentas y vivencias literarias. No lo tengo en casa, y además sé
que la edición en bolsillo está descatalogada, porque la he buscado
alguna vez ya. Así que esperaré a las bibliotecas para ir a por él
y recrearme en su lento paso. De este libro, de su
recuerdo, y de su difícil manera de relacionarse con otros
escritores (empezando por su padre, Kingsley Amis), me nacen las ganas
de leer por primera vez Hitch – 22, de Christopher
Hitchens: Las memorias de este periodista y ensayista, muy amigo
de Amis durante gran parte de su vida, un tanto distanciados por
algunas polémicas hacia el final de los años de Hitchens, a quien
no he leído como memorialista, pero sí como ensayista (alguno de
sus tratados ateístas: Dios no existe y Dios no es bueno,
y el libro que escribió cuando ya tenía claro que iba a morir por
su cáncer, Mortalidad).
De los enfados que
Amis tiene con amigos a lo largo de Experiencia, recuerdo y
saco ganas de leer a Hitchens, y me acuerdo de su distanciamiento con
Julian Barnes, amigo y compañero generacional, quien nunca le
perdonaría que Amis dejara a su mujer (la de Barnes) como
representante, para pasar a la nómina de Andrew Wyles, alias el
chacal (en uno de esos escasos giros de la justicia poética, Amis
dejó de ser un gran escritor poco después de ese cambio, quizá
Experiencia es la coda de sus mejores escritos). También me
encantaría poder leer ahora al melancólico Barnes de los últimos
años, releer El sentido de un final o El ruido del tiempo,
o acercarme por primera vez a La única historia.
Entre las
admiraciones inquebrantables de Amis, personaje cambiante, sobreviven
Nabokov y Saul Bellow. Me entero de que existen una colección con
las Cartas, de Saul Bellow, un autor que siempre
me ha gustado (que quizá no está en mi lista de 10 escritores
preferidos, pero sí en una segunda lista, o en una lista en la que
entraran mis 20 escritores preferidos). Y del que sí voy a releer,
ya que están en casa, algunos de sus Cuentos completos,
al menos El contacto Bella Rosa, El robo, Memorias
de Mosby y Algo por lo que recordarme.

El arte de
volar, de Antonio Altarriba: Esta novela gráfica, una
de las más reconocidas en España durante la última década, sirve
a Altarriba para ponerse al día con su padre, quien se suicidó
tirándose por la ventana (de ahí el título) de la residencia de
ancianos en la que residía. Altarriba aprovecha el duelo para
recorrer la vida de su padre, una vida española que fue desde la
Guerra Civil hasta el principio de la década de los 2000, de causa
perdida en causa perdida, de derrota en derrota, hasta que decidió
saltar. Altarriba cuenta que el impulso inicial de rabia que puso en
marcha el libro fue recibir, a los pocos días de la muerte, una
llamada de la residencia en la que su padre había estado,
recordándole que debía abonar los 4 primeros días de ese mes en el
que su padre saltó.
Entre la memoria
y la ficción:
Una historia
de amor y oscuridad, de Amos Oz: No sé por qué he
pensado en este libro. No he leído hasta el momento nada de Amos Oz,
pero he leído sobre este libro y he pensado que me gustaría saberlo
todo sobre su niñez y adolescencia en un kibbutz, su padre que nunca
consiguió plaza como profesor, su madre frustrada que acabó
suicidándose, el mundo cerrado al que ponían paredes (literalmente)
los miles de libros que esos dos padres incapacitados para la vida
funcional atesoraban. Y cómo Amos Oz cuenta que antes que escritor
quería ser libro, porque sentía que eran reverenciados. Y la
sensación, finalmente, de que debía salir de aquel lugar para
desarrollar su vida.
Ficción:

Caminaré entre
las ratas, de David Pérez Vega: Hará 3 o 4 años que leí los
cuentos del libro Koundara, de David Pérez Vega. Eran relatos
escritos con mucha solvencia, y en la línea del relato breve
estadounidense de los Carver y asociados, aunque con más desarrollo
muscular que los relatos de Carver (eran relatos cortos más
parecidos a Tobias Wolff y Richard Ford, para que me entiendan
quienes manejan esos referentes). Ahora ha sacado una novela en la
que ha invertido esos años que han pasado desde los cuentos, y por
lo que ha contado en su blog, debe ser un libro sólido, que me
remite más a referentes latinoamericanos (Bolaño, Rey Rosa) y a un
mundo urbano y contemporáneo. Se llama Caminaré entre las ratas
y habla de un teleoperador en crisis vital (su objetivo era ser
profesor, no teleoperador), al que la muerte de un amigo pilla de
sorpresa, que escribe sin éxito y al que preocupan cada vez más, en
sus paseos por un angustioso Madrid, las consecuencias de la crisis
económica, el auge de la ultraderecha, y una simbólica invasión de
ratas de la que nadie parece estar dándose cuenta. La salida del
libro ha coincidido de pleno con el encierro, así que la ansiedad
habitual cuando un libro aparece en una editorial modesta (a cuántas
librerías llegará, cuánto lo aguantarán en ellas) se habrá
acentuado por la situación. El libro está ambientado en aquellos
años 2009 – 2010 y alrededores, de penurias económicas para
mucho. Pero puede ser una lectura muy adecuada para lo que nos viene.
Me lo dejo apuntado para cuando sea posible celebrar el día del
libro este año.
Por si alguien
quiere un adelanto, él mismo grabó unos fragmentos de lectura para
su blog la semana pasada
La vida
entera, de David Grossman: De Grossman leí un par de
novelas hace algunos años. Libros muy bien escritos, que se situaban
entre la realidad y la irrealidad (no la fantasía), y que en general
me gustaron (Delirio, sobre los celos dentro de un matrimonio,
y Llévame contigo, una novela sobre un adolescente tímido
que trabaja buscando perros desaparecidos en el ayuntamiento de
Jerusalén y un día conoce a una chica y le pide que lo lleve con
ella). Sé que David Grossman perdió a un hijo de 20 años en una de
tantas guerras que el gobierno de Israel ha puesto en marcha en las
últimas décadas. Y sé que, aunque no se trata de un libro sobre
ese suceso, La vida entera trata del miedo a la muerte de un
hijo soldado, y del duelo, y entre muchas historias sentimentales,
cruzadas con guerras y muertos, la historia de una madre que cuando
su hijo es reclutado, decide salir a caminar sin rumbo por Israel,
para asegurarse de que así nadie podrá ir a su casa a comunicarle
que su hijo ha muerto.
Ensayo:
Escribir en la
oscuridad, de David Grossman: Desde la búsqueda de
información sobre la última novela que comentaba, llegué a este
ensayo. Que realmente es una recopilación de ensayos (6) sobre la
labor de escribir en un mundo oscuro y violento, continuamente
interrumpido en su normalidad (hasta el punto de que esa es su
normalidad, como decía Etgar Keret) por explosiones, ataques y
guerras.
Jared Diamond:
Encontré que este profesor universitario es el maestro del famoso
Yuvel Noah Harari (el autor de Sapiens, un libro que me
pareció interesante, pero no estupendo; original en algunos
planteamientos, eso sí, y muy bien contado). He buscado información
sobre sus estudios y sus obras, y en un momento de incertidumbre como
este, he pensado que algún día intentaré leer Armas,
gérmenes y acero (1997), Colapso
(2005) y Crisis (2019).
El mundo y sus
demonios, de Carl Sagan: Tal vez estemos entrando, con
el coronavirus, en una época en la que será adecuado revisar este
clásico, que leí hace años, pero que creo que ahora miraría con
otros ojos.
Y en una línea
parecida, me ha parecido interesante (desconocía su existencia hasta
que lo vi relacionado con el de Sagan): Conocimiento inventado:
falacias históricas, ciencia amañada y pseudo – religiones,
de Ronald H. Fritze, un libro que se centra más en cómo esos
pseudoconocimientos se asentan y hacen fuertes y por qué el ser
humano tiene una cierta tendencia a caer, siglo tras siglo, en las
mismas trampas para el pensamiento.
No le he prestado
nunca demasiada atención a los libros infantiles en el blog. Y eso
que desde que tengo niños he pasado cientos de horas en las
bibliotecas municipales (desde las bebetecas hasta las salas de
lectura infantiles) con ellos, y leyendo después esos cuentos en
casa, cada tarde un rato en el sofá (o suelo) y cada noche antes de
que se acuesten en la cama.
Tenemos muchos
cuentos en casa, por supuesto, pero llega el punto en el que los
tienen demasiado vistos (aunque suele funcionar dejar de verlos
durante un tiempo, en diez días vuelven a retomarlos con ilusión).
Mis hijos echan de menos las bibliotecas, el acto de poder cambiar de
libros una vez a la semana (que es más o menos la frecuencia con la
que acudimos), y los ratos que pasan allí explorando, seleccionando,
catando lecturas. Hasta ahí, nada muy distinto a lo que nos pasa a
los mayores, la verdad.
Pensando en ellos,
he pensado seleccionar algunos cuentos y autores que me parecen
especialmente recomendables, de los que ellos han disfrutado mucho, y
que a mí también me gustan:
Cuentos por
teléfono, de Gianni Rodari: Es una colección de
cuentos estupendos. Todas las historias son breves (lo que permite
leer varias antes de ir a la cama), llenas de imaginación, sin
moralina pero con enseñanza. En ellas se mezclan la realidad con la
fantasía más pura, se reinterpreta la historia, se anima a pensar.
Maravillosos. Creo que empiezan a funcionar (depende de la madurez
verbal, claro) a partir de los 3 o 4 años. Y sirven hasta mi edad,
al menos. Para un poco antes, los Cuentos al revés.
El grúfalo,
de Julia Donaldson: Un clásico de la literatura infantil. La
historia de la creación de un ser mitológico (el grúfalo) por
parte de un ratoncito que pretende con ello darle miedo a sus
cazadores. La prueba de que la astucia vale muchas veces más que la
fuerza. A partir de los 2 años gusta, por lo que tengo visto, y a
los 6 sigue siendo atractivo. Hay una película muy bonita sobre el
cuento (y también sobre otros cuentos de la autora, La hija del
grúfalo, y Cómo mola tu escoba).
Todo Babar,
de Jean de Brunhoff: Los cuentos de Babar el elefante son, en
primer lugar, preciosos por su estética y sus dibujos. Después, por
sus historias, perfectamente infantiles, narradas desde la mirada
egocéntrica del niño, pero despertando el sentimiento de pertenecer
a una comunidad que debe cuidarlo y de la que debe empezar a
preocuparse. Sé (perfectamente) que vistos con la lupa deformada del
tiempo, estos cuentos infantiles, de la década de los 20 del siglo
XX, están escritos dentro de un sistema que era racista, clasista y
machista. Si uno quiere, puede rastrearlo perfectamente. Pero creo
que no dejan de ser rastros subliminales, que pueden explicarse a los
niños cuando resulten demasiado obvios. Y no dejar de disfrutar por
ello de unos cuentos tan estupendos. Desde los 2 – 3 años les
prestan atención y se identifican con los personajes. La colección
que tenemos en casa (de Blackie Books) tiene además una cosa muy
interesante para quienes empiezan a leer, y es que está toda escrita
con letra ligada, y facilita mucho la conexión con lo que aprenden
en el colegio, y los niños se animan leyendo ellos mismos a Babar
porque ven que cada vez lo hacen mejor.
De qué color
es un beso, de Rocío Bonilla: Mini Moni, la
protagonista de este cuento, es un personaje muy popular en casa
desde hace años. Es un cuento estupendo, con una protagonista
arrebatadora, y muy bien dibujado (todos los libros de la autora lo
están). Hace años que los libros infantiles se escriben con
intenciones pedagógicas. Y no tengo nada en contra, faltaba. Pero
hay productos muy populares (en las bibliotecas, las librerías, las
guarderías y las aulas de infantil de colegio) a los que se les ha
olvidado añadir una historia atractiva, se han quedado en lo
pedagógico. Los libros de Rocío Bonilla contienen ese elemento de
enseñanza, pero no pierden nunca de vista que lo principal es contar
un cuento, que los niños quieran saber qué va a pasar después.
También nos gustan mucho La montaña de libros más alta del
mundo o Mi amigo el extraterrestre.

De vuelta a
casa, de Oliver Jeffers: En casa, este cuento se
llama, desde que se leyó por primera vez, Rotomotor y singasolina,
porque cuenta la historia de un marciano al que se le rompe la nave y
un niño imaginativo, perdido en su mundo, que vuela con su avión
hasta la Luna, donde se queda sin combustible. Y habla, con ironía,
el lenguaje y la manera de pensar de un niño de 4 años (aunque en
algunos gestos sirve igual decir que es la manera de pensar de
cualquier ser humano), de cómo dos desconocidos tienen que colaborar
para encontrar la solución más adecuada y original al problema. Las
rupturas de la realidad son constantes y divertidísimas. Ese mismo
niño aparece en otras historias, como Cómo atrapar una estrella
(preciosa) o un par de aventuras junto a un pingüino: Perdido y
encontrado y Arriba y abajo. El dibujo es muy sencillo,
casi imitando el trazo infantil, y los guiones estupendos. También
es del mismo autor, y muy divertido, Los Huguis y el jersey nuevo.
Mitología
griega: A mi hijo mayor (6 años) le encantan desde hace tiempo
las leyendas de los héroes griegos, las grandes historias épicas de
aquella civilización, y los cuentos de su mitología. Hay muchas
ediciones, hemos visto muchas, leído bastantes, y estuve estudiando
características antes de comprarle la que más nos gusta: Las
historias más bellas de la Mitología Griega, de Luisa Mattia.
Charlie y la
fábrica de chocolate y El superzorro,
de Roald Dahl: Aún no leemos estos cuentos, pero a mi hijo mayor
ya le han gustado las dos versiones cinematográficas (acompañado en
su visionado, explicándole algunas cuestiones), las de Tim Burton y
Wes Anderson, respectivamente. Lo que más me gusta de Roald Dahl,
aparte de su gran sentido narrativo, es que no le esconde a los niños
que la infancia puede tener momentos difíciles, o ser directamente
desagradable, como topes con gente mala. Pero en sus historias, los
que se mantienen buenos acaban saliendo bien, y además sus historias
están llenas de mala leche para que los malos se lleven su merecido.

Astérix,
de René Goscinny y Albert Uderzo: No hay demasiado que explicar
ni que aportar. Hay que ser un poquito mayor (un poco mayor que mis
hijos quiero decir, aunque hablo en general, porque a mi hijo mayor
le apasionan ya sus tebeos), pero nunca está de más recomendar
algunas de sus aventuras. Para niños de 4 – 5 años, propiamente,
es una iniciación estupenda Cómo Obélix se cayó en la marmita
del druida cuando era pequeño, un cuento precioso que desvela
uno de los grandes misterios de la serie. Yo nunca he sabido cuál
era mi preferido entre los 24 cómics de la serie original
(propiamente la de Goscinny y Uderzo). Quizá Astérix y
Cleopatra, o Astérix en Bretaña, aunque también me han
gustado mucho desde siempre Astérix legionario o Astérix
en los Juegos Olímpicos. Desde mi visión adulta (no eran de los
que más me gustaban de niño, pero ahora me encantan) La
residencia de los dioses y Obélix y Compañía son
maravillosos. Incluso tengo muchas ganas de dar en la biblioteca con
el nuevo, Astérix y la hija de Vercingetórix. Me gustó
bastante Astérix y los pictos, también de los mismos autores
que están llevando ahora la serie, con un guión bastante más
sólido que la mayoría de álbumes que Uderzo hizo en solitario.
Aunque ninguno ha alcanzado el encanto que tenían aquellas historias
concebidas por Goscinny.
Qué ganas de volver
a las bibliotecas, de verdad.
Y de salir a
celebrar los descuentos del día del libro.
Habrá que seguir
esperando.
Seguiremos leyendo.
Felices lecturas
Sr. E