Vuelta
al cole, vuelta al blog (II)
Enlazo con la anterior entrada, y continúo con la narrativa, aunque sea en
formato gráfico.
Cómic
Los combates cotidianos, de Manu Larcenet: He
terminado esta serie de cómics, de la que leí las dos primeras
entregas a finales de 2018. Ahora he leído la tercera y la cuarta
entrega. La serie de Larcenet es una de estas obras que no cuentan
nada en particular, que simplemente nos muestran la vida, que nos
dejan asomarnos por una historia costumbrista que comienza en un
estado cercano a la depresión y acaba dándonos algo de esperanza.
Marco, el protagonista de estos cómics, es un fotógrafo de guerra
que desmotivado decide dejar temporalmente su trabajo e irse a vivir
al campo. Allí irá asentándose, conociendo a la que será su
pareja, tomando conciencia de algunas cuestiones importantes de la
vida y de su pasado, comprendiendo mejor a sus padres, teniendo una
hija y dándose cuenta de lo difícil que es dar el paso de hijo a
padre, y las incoherencias a las que suele llevarnos.
Érase una vez en Francia, de Fabien Nury y Silvain
Vallée: No sé cómo esta historia aún no ha llegado a las
salas de cine. El mismo dibujo y los encuadres parecen muchas veces
un storyboard ya preparado. Me imagino que al menos hasta el
despacho de algunos productores ya habrá llegado, y no tardará en
ser película, o serie. Lo que no tengo claro es si será una
película francesa o americana. La historia de Joseph Joanovici da
para seis cómics y daría para un peliculón. En España se ha
editado en volúmenes con dos historias en cada uno, y en mi
biblioteca solo he podido conseguir de momento los dos primeros
volúmenes, así que me queda el tercio final. La historia nos lleva
a la Francia ocupada, pero antes nos pasea por las penurias de la
Europa de entreguerras, y después va hasta las conciencias limpias
de quienes nunca quisieron reconocer ninguna mancha en la Guerra. Nos
lleva de unos secretos a otros y nos enseña una importante colección
de personajes con doble moral.
También he aprovechado visitas a la sala infantil de la biblioteca
con mis hijos (y habría que hablar mucho sobre por qué estos cómics
están siempre en la sala infantil) para releer un par de entregas de
Tintín (Objetivo: la luna y Aterrizaje en la
luna) y empezar la serie Bone, de Jeff Smith.
Ensayos
fáciles de identificar como tales
La invención de la naturaleza, El nuevo mundo de Alexander Von
Humboldt, de Andrea Wulf: Con estas biografías –
ensayos tan completos uno acaba con la sensación de si no se está
dando una importancia casi capital a un personaje (Von Humboldt), del
que apenas se tenía constancia de su nombre, pero la escritura, tan
apasionante, nos convence de que debía ser culpa nuestra, de nuestra
inmensa ignorancia, no saber más de este gran personaje, humanista,
viajero incansable, curioso impenitente, precursor de Charles Darwin,
buen amigo y fuerte influencia en Goethe. Merece la pena dejarse
llevar por la pasión de Humboldt por la naturaleza y el saber y el
de su biógrafa por contarlo.
La vista desde las últimas filas, de Neil Gaiman:
Gaiman me gusta mucho como narrador. Tiene libros muy divertidos (y
este verano he visto la serie basada en su novela Buenos
presagios, que me ha parecido que capta muy bien ese espíritu
lúdico e irreverente del libro) y otros que trascienden el mero
entretenimiento. Este libro, que no conocía y encontré por
casualidad en la biblioteca, reúne pequeños textos de revistas,
ensayos y discursos de Gaiman, en los que habla sobre la lectura, la
escritura, escritores a los que conoce y otros a los que admira sin
conocerlos (Gaiman es un lector entusiasta, de esos que intenta
convencerte de las virtudes de lo que a él le gusta leer), sobre
viajar con la imaginación, la libertad, y principalmente, al final,
sobre hacer las cosas con pasión.
Biografías,
memorias, diarios:
J.
D. Salinger: una vida oculta, de Kenneth Slawenski. No
soy un loco de Salinger pero sí he leído toda su obra publicada (lo
cual no es difícil), y releo con cierta frecuencia algunos de sus
cuentos y sobre todo las novelas cortas de Seymour:
una introducción y
Levantad, carpinteros, la
viga del tejado. La
figura de Salinger y los muchos rumores sobre su retiro y su silencio
han dado para muchos libros y miles de leyendas entre lo urbano y lo
esotérico. La biografía de Slawenski me gustó porque apenas da
páginas a todas las habladurías y se concentra en la escritura de
Salinger, y en el camino que fue recorriendo desde que decidió que
sería escritor hasta que The New Yorker lo puso en su lista de
escritores fijos y cómo el éxito de El
guardián entre el centeno
lo cambió todo, llevándolo a una dimensión que nunca llegó a
asimilar. Es una biografía relativamente amable del escritor, pero
ni mucho menos una hagiografía, y despertó en mí las ganas de
releer ciertos textos bajo nuevos ángulos.
Ya
viviste lo tuyo, de Anthony Burgess:
La segunda parte (la primera es El
pequeño Wilson y el gran Dios)
de las memorias de Burgess comienza cuando a este le diagnostican un
tumor cerebral y le dan menos de un año de vida. Burgess, que no
había tenido ningún éxito como escritor hasta entonces (y que solo
conocerá el éxito masivo cuando Kubrick haga la adaptación de La
naranja mecánica, un
éxito lleno de malentendidos), decide que escribirá muchos libros
muy deprisa para dejarle como herencia los derechos de autor de esos
libros a la que se convertirá en su viuda. De esa premisa un poco
absurda nace un libro que muestra una vida que siempre es un poco
absurda, la del escritor profesional, que cuanto más triunfa menos
tiempo tiene para escribir. El diagnóstico de Burgess estaba
equivocado y vivió treinta años más escribiendo a un ritmo
tremendo, el que aprendió a llevar cuando pensó que se le acababa
el tiempo, y vemos a un autor culto, inteligente, sarcástico,
bebedor, que no esconde sus miserias.
Las
cosas más extrañas (Salón de los pasos perdidos, 6), de Andrés
Trapiello: Trapiello me ha
resultado siempre un personaje literario como de otra época, como si
fuera (y no lo conozco de nada, y hasta hace unos meses apenas había
leído nada suyo, era una imagen formada a partir de verlo en alguna
fotografía, haber oído alguna declaración) un escritor un poco
antiguo, comprometido con lo suyo y solo con lo suyo, enroscado sobre
su escritorio con sus cuadernos, más un contemporáneo de los
Torrente Ballester o Delibes que un contemporáneo nuestro. He ido
leyendo en los últimos años, en muchos sitios, elogios de sus
diarios, de su Salón de
los pasos perdidos, por
ejemplo a Alberto Olmos, que es un entusiasta de los mismos. Hace
unos meses leí El tejado
de vidrio, el tercer
tomo de esta serie, y me gustó y sorprendió muy favorablemente.
Sirven los diarios de Trapiello, lo primero, para darse cuenta de
cuánto ha cambiado la sociedad española en los últimos veinticinco
años, y a la vez para ver lo poco que ha cambiado. Lo mucho que ha
cambiado en lo aparente y circunstancial y lo poco que lo ha hecho en
lo esencial, por así decir. Este sexto volumen, el segundo que leo,
me ha dado muy buenos ratos de lectura antes de dormir durante el mes
de agosto. El trabajo de prosa de Trapiello es muy bueno y desmiente
la idea de un diario como una serie de anotaciones al vuelo, se nota
que hay escritura, reescritura, pensamiento, sobre todo cuando algún
diario ya hace referencia a la recepción de otro pasado, lo que ya
sucede en este, dando lugar a una metalectura muy interesante. La
figura de Trapiello que se va viendo aquí, con lo que de personaje
tiene uno cuando es uno mismo el que escribe sobre sí, confirma
parte de las ideas que podía tener uno, como lector, de Trapiello,
antes de leerlo, un bibliófilo antiguo, un lector de clásicos, un
señor que seguramente lee en un sillón orejero hasta el anochecer,
que solo visita librerías de viejo (algo que de hecho confirma
continuamente en sus diarios, con sus continuas visitas al Rastro, al
que ha dedicado recientemente todo un libro), un tanto redicho y que
vive en ese juego de decir que no le importa tener más o menos
reconocimiento, lo que es probablemente una manera como otra de estar
pendiente de ello. Para algunos de sus devotos lectores uno de los
atractivos es reconocer en esas X., Y., P. que pueblan sus páginas a
escritores amigos de Trapiello, enemigos de Trapiello, en cada
momento lo que corresponda. Liberado como me encuentro de ese juego,
siguen siendo una lectura muy entretenida, que como muchas obras
nacidas sin mayor ambición quizá dibujan mejor su época que otras
que nacieron con la vocación de hacerlo. Y tienen el encanto que
tiene muchas veces la vida, un encanto tibio, modesto, en voz baja,
pues como repite mucho una idea de estos diarios, si nos pasaran
cosas realmente interesantes no estaríamos escribiendo diarios, si
escribimos diarios es porque parece que no nos pasa nada destacable.
Lo
que sea esto:
La noche de la pistola, de David Carr: Cuando
David Carr tenía entre veinte y treinta años trabajaba como
periodista, sobre todo de sucesos, iba de un problema en otro y sobre
todo bebía y se drogaba con dedicación casi exclusiva. Una noche,
después de ser despedido del periódico tras una de esas disyuntivas
del tipo: o cambias de hábitos o dejas el trabajo, se recuerda
siendo encañonado con una pistola por su mejor amigo (nada menos),
para que abandone su casa. Cuando muchos años después,
rehabilitado, con éxito profesional y una vida bastante ordenada, se
pone a recordar esa noche, los testimonios parecen afirmar que fue él
quien amenazó a su amigo con la pistola si no lo dejaba entrar en su
casa, y Carr se da cuenta de que ni siquiera sabía que tuviera una
pistola, algo que todos los testigos confirman que sí. Reflexionando
sobre el gran vacío que tiene en la memoria sobre esos años de
exceso, Carr empieza a investigarse a sí mismo y logra un libro
estupendo (pero muy duro, claro, con muchas drogas, muchas muertes,
muchos disparates, vidas destrozadas, cárcel y niñas pequeñas) que
mezcla la autoficción con la no – ficción y la investigación
periodística.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
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