Némesis,
de Philip Roth (Mondadori)
A
veces te crees tus propias mentiras, o al menos tus propios
prejuicios. Supongo que hay algo de inevitable en ello. He leído una
gran parte de la obra novelística publicada de Philip Roth. Y en
algún momento me convencí de que su última novela buena había
sido La conjura contra América, publicada en 2004. Debo decir
también que era la lectura de otras novelas de Roth, de esos
primeros años de la década de los 2000, la que me llevó a concluir
eso. Novelas como Elegía, Sale el espectro e
Indignación me parecieron flojas, innecesarias. Incluso El
animal moribundo, aunque más consistente, ya me lo había
parecido.
Y en
esto, se murió Philip Roth y en una biblioteca de las que suelo
frecuentar montaron uno de esos stands con sus novelas, y
curioseando, decidí coger Némesis. Y me encontré con una
novela de un Philip Roth que si bien no está quizá en su primera
división, no desmerece para nada, está bien construida, bien
narrada, juega con la historia y sus historias. Es una muy buena
novela, al margen de quien sea su autor y qué lugar ocupe en el
ranking de sus obras. En Némesis, Philip Roth viaja al
pasado, al suyo, aunque lo esconde y utiliza sin personalismos. Nos
sitúa en 1944, última época de la Segunda Guerra Mundial, en el
centro de la comunidad judía de Newark, Nueva Jersey. Una epidemia
de polio se ceba durante ese verano con los niños locales, poniendo
de los nervios a todos, haciendo dudar de lo divino y lo humano a los
adultos, hasta extremos propios de Dostoievski, provocando que las
autoridades se planteen cerrar los parques, espacios deportivos,
campamentos, todos los lugares en los que suponen que el virus está
contagiándose e infectando cada vez a más niños. Mientras, los
jóvenes americanos mueren en el frente.
También
uno de los mejores amigos de Bucky Cantor, que es monitor en uno de
esos espacios infantiles, y que se hace mayor a los 23 años, de
repente, cuando enterrar a sus alumnos se convierte en algo casi
rutinario. Entonces, le llega la oportunidad de huir. A través de la
familia de su novia recibe la oferta de encargarse de un campamento
acuático en el campo, lejos de la ciudad y de la polio. Tras mucho
pensarlo, lo acepta, sintiendo que ha abandonado a sus chicos. Aunque
el narrador es uno de esos chicos judíos, que también contrajo la
polio y acusa desde entonces cierta cojera, lo que no le ha permitido
hacer una vida normal, el verdadero protagonista es Cantor.
Y el
tema esencial es la culpa. La que siente por haber escapado Bucky
Cantor y la que sentirá más adelante. Al campo le siguen llegando
malas noticias. Más niños han enfermado y han decidido al final
cerrar la escuela de verano en la que trabajaba. Cantor se siente
culpable por cobarde, y además por haberse ido con tan poca
diferencia de días, siente que podría haberse quedado, esperar a
que cerraran y entonces haber escapado al campo con su novia. Y nadie
hubiera pensado que estaba escapando. La vida en el campo va bien, es
entretenida, bonita, pero un día llega allí también la desgracia.
Uno de los niños enferma y también es polio. Las hermanas de su
novia también contraen la enfermedad. Por último, él también la
sufre.
Se
aislará de todos, no querrá recibir visitas en el hospital, dejará
a su novia, y se esconderá en sí mismo para prácticamente el resto
de su vida, aunque de esto no nos enteraremos hasta muchos años
después, cuando se reencuentre con su antiguo alumno y empiecen a
quedar semanalmente para comer y hablar de la vida. Veremos cómo un
mismo momento afectó de maneras casi contrapuestas a quien era un
niño vulnerable y a un joven que había superado muchas dificultades
hasta entonces en la vida (sin padres, había perdido a su abuelo
hacía poco, pero parecía lleno de seguridad y confianza en sí
mismo). La polio actúa en toda la novela como una enfermedad casi
moral que saca lo peor de muchos vecinos de Nueva Jersey. Aquellos
que prefieren aislar a los vecinos de un barrio (que además son
judíos, en 1944, con la Segunda Guerra Mundial al fondo). Jóvenes
americanos, sanos, bien formados, caen en ambas batallas. Y el país
y su sociedad deben recomponerse después del horror, el mundial y el
vecinal. Roth nos muestra que el país se levantó de un tiempo sin
vacunas ni dioses tambaleándose, pero volvió a caminar.
Y lo
hizo en su última novela, antes de anunciar que no se sentía con
fuerzas de lanzarse al trabajo que exige una nueva obra. Y resultó
un libro consistente, sólido, meritorio, complejo, un adiós con
oficio, que merece la pena leer, y que me alegro de haber encontrado
en estos días.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
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