Sepulcros
de vaqueros, de Roberto Bolaño (Ed. Alfaguara)
Supongo
que puedo incluirme, con comillas y con el miedo que la palabra me
produce, en la categoría de fan de Roberto Bolaño. Me gustaría
creer que más que un fan soy un lector que ha paseado por sus libros
con cierta profundidad. Fue sin duda uno de los escritores más
importantes en mi adolescencia tardía (si acaso mis actuales 33 años
no son la verdadera adolescencia tardía) y mis primeros impulsos
escritores. He seguido leyéndolo con regularidad, releyendo sus
mejores novelas y sus cuentos, especialmente Llamadas telefónicas,
considerando que Los detectives salvajes es una novela
superior a 2666, y que quizá a esta le ha beneficiado (en esa
especie de consenso sobre que es su obra mayor) el hecho de
terminarla en sus últimos meses de vida y de ser sin duda un texto
mucho más oscuro. Releí algunos pasajes de Los detectives
salvajes en enero, y siguen siendo tan potentes y disfrutables
como la primera vez, y ha sido la cuarta o quinta vez que me acercaba
al libro. Y a principios de febrero me encontré en la mesa de
novedades de una de las bibliotecas que suelo visitar Sepulcros de
vaqueros.
Lo
cogí pese a que juré después de El espíritu de la ciencia
ficción que no volvería a un inédito de Bolaño. Como
bolañista me parece un tanto obsceno el espectáculo de su cambio de
editorial, lo que se está pagando a la familia y a su agente (El
chacal, nada menos) por cada manuscrito hallado en el fondo de un
disco duro, y la calidad de lo que se está editando, porque se está
editando todo lo posible. Creo que leí que ya van empatados el
número de ediciones de Bolaño en vida y tras su muerte. Con todo
eso en la cabeza me traje Sepulcros de vaqueros a casa y
empecé a leerlo esa misma noche, tranquilamente, en el sofá. Pronto
me encontré con la reconfortante voz de un amigo literario (acaso
uno de los más importantes para mí como lector y también como
escritor), entrando en sus frases como quien reconoce las notas de
una canción. Porque la historia me la iba contando a base de
capítulos – cuento un joven poeta chileno que pululaba por
talleres literarios conociendo a personajes extraños y pintorescos y
en algunos casos siniestros. También reconocía la voz del escritor
porque algunas peripecias narradas eran prácticamente idénticas a
otras de Estrella distante y Nocturno de Chile. Así
pasé por el primer texto, Patria, entre agradecido por tener
unas páginas más de Bolaño a mano y divertido por ir encajando
piezas con aquellas de sus obras mayores con las que conectaba
(primera cuestión, el narrador poeta chileno se llama Rigoberto
Belano y es un boceto inicial del Arturo Belano de Los detectives
salvajes; en el segundo texto, Sepulcros de vaqueros, ya se
llama Arturo; no entiendo, al final, por qué la editorial no
uniformiza los nombres como sin duda haría si fuera un libro de un
autor vivo, al que se le señalaría que en distintos momentos del
texto un mismo personaje recibe distintos nombres).
El
libro es una novela dispareja y fragmentaria de las que escribía
Bolaño, con poca estructura, o son tres novelas cortas, como la
editorial lo ha presentado, o podríamos decir que es un libro de
cuentos, si interesara catalogarlo así. Sepulcros de vaqueros,
el segundo texto, está formado por cuatro cuentos situados en
México, uno de los cuales está (si no igual, con la diferencia que
una última ronda de correcciones del autor supusiera) en Llamadas
telefónicas. El tercer texto, Comedia del horror en Francia,
es una de esas historias de hermandades de poetas y apocalipsis a las
que tan aficionado era y que aparecen en algunos de sus cuentos de
Llamadas telefónicas y Putas asesinas, luego también
en textos recuperados de La universidad desconocida, y me
atrevería a decir que en los clanes de escritores que caminan por
Nocturno de Chile, Estrella distante e incluso Los
detectives salvajes.
Dice
en el prólogo Masoliver Ródenas que es “un libro desconcertante
dentro del desconcertante universo de Bolaño”. Pongo en duda
incluso que el universo de Bolaño sea desconcertante. Es rico,
personal, poderoso, pero creo que no desconcertante. Lo más
desconcertante (en un sentido alegre) es sin duda el eco que ha
obtenido una obra tan literaria y ambiciosa. Y desde luego este libro
no desconcierta a quienes ya conocemos su mundo. No es
particularmente llamativo. Es un libro de lectura agradable para los
que ya conocemos a Bolaño. Y me pregunto si no podría incluso ser
una entrada a su universo para quien no lo conozca, pero creo que
probablemente no, probablemente lo mejor sería darse de bruces con
sus mejores páginas, porque Bolaño tiene una escritura personal y
reconocible e imitada (voluntaria o involuntariamente) por cientos de
escritores en estos últimos 20 años, pero por encima de todo de
fácil acceso. Se me antoja que lo más fácil del mundo es caer en
las páginas de Llamadas telefónicas, Nocturno de Chile
o Los detectives salvajes y quedarse atrapado.
Llegarán
más inéditos y me temo que volveré a leerlos. Algunos de ellos (y
dejo al margen 2666 que sí, era un inédito, pero era el
libro con el que estuvo trabajando hasta su muerte) me parece que han
completado bien su obra. Pienso en La universidad desconocida
o Los sinsabores del verdadero policía, especialmente. Los
cuentos de El gaucho insufrible no palidecen al lado de otros
de sus relatos. Pero no sé. Quizá deberíamos releerlo más y
escarbar menos en sus cajones. Aunque bueno, tal vez él lo hubiera
querido así. En sus últimas entrevistas y notas decía que quería
dejar 2666 lista para editar buscando que su familia se
quedara con los derechos cerrados. Quería dejarles una obra con la
que generar derechos de autor y bueno, estos inéditos de valor
dudoso más allá de la curiosidad o el afán completista de los
estudiosos, están cumpliendo sin duda ese papel.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
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