Volver al cuento
I: Aliméntame, de Roman Simic (Ed. Baile del Sol)
Hay
épocas en las que se nos pasan incluso meses sin ver a nuestros
amigos. A esos amigos de verdad, pocos, escogidos, decantados por el
tiempo. Y no por ello dejan de ser nuestros amigos. A veces me pasa
algo parecido con algunos autores, o incluso con todo un género (el
relato corto) y una manera de entender la literatura y hasta diría
que la vida (la del cuentista). En los últimos meses, después de
más de un año trabajando en una novela larga, estoy dedicado, como
escritor, al cuento. Por apetencia y por la beca de la Fundación
Antonio Ródenas García – Nieto, que también impulsa y hasta
cierto punto dirige el enfoque creativo de estos meses de trabajo. En
ocasiones estás escribiendo novela y te apetece leer de todo menos
novela, ahora yo estaba escribiendo cuento y me apetecía leer
cuentos mientras tanto, pero cuentos que ya conocía y a autores que
ya he leído y releído mil veces (aprovecho para apuntar un valor
del relato: por mucho que nos guste una novela, el número de veces
que podremos releerla a lo largo de una vida es necesariamente
limitada, y ciertos cuentos podríamos releerlos casi a diario), más
pendiente de los recursos técnicos o de buscar soluciones narrativas
a mis propios problemas que de simplemente leer y disfrutar. Esos
pocos autores o esos pocos libros o incluso esos pocos relatos
escogidos que forman lo que los psicólogos llamarían mi zona de
confort, por la que mis ojos se deslizan sin esfuerzo, y que me
permite detenerme solamente en aquellos detalles en los que quiero
detenerme.
La
mejor manera de salir de esa zona de confort siempre es con
brusquedad, con una patada que desequilibre la silla en la que estás
y te arroje al suelo. Me han tumbado dos autores que han vuelto a
recolocarme como lector. El primero del que voy a hablar es Roman
Simic. Tenía desde hace un par de meses en casa su libro Aliméntame,
y no lo había abierto. Y es uno de esos libros que te recibe con un
buen puñetazo. Es un libro violento, también poético, también
tierno, también lleno de recovecos y detalles que vale la pena
degustar como lector, pero no por ello menos violento.
En
cualquier caso, hace tiempo ya, en tu calle había un perro
callejero, y un niño escribió sobre él: Croacia; otro lo ahorcó
por eso, y empezó la guerra, por el perro y los niños. En otoño de
1991 yo venía de alistarme en un cuartel del Ejército Popular
Yugoslavo al sur de Serbia, tú alargabas a la fuerza tus vacaciones
de verano en una isla del Adriático y tu padre desaparecía en
Vukovar. Y dices desaparecía como si fuese algo durativo, y explicas
que entonces, hasta cierto punto, aún existía.
Simic
trabaja en el equilibrio de tiempos verbales entre pasados continuos
y presentes estancados, y creo que ese párrafo lo representa muy
bien. Roman Simic es un autor más o menos situado en el star system
(un término muy lejano al mundo del cuento, lo sé; hablaba hace un
par de meses con un amigo de quién podía ser, para nosotros, el
Messi del relato breve, y acabamos coincidiendo en que muy
probablemente lo fuera Etgar Keret; pues bien, no tiene problemas
para llegar a los aeropuertos y que los fans lo acosen, en demasiadas
bibliotecas públicas ni siquiera tienen ninguno de sus libros) del
relato breve europeo actual. Nacido en Croacia a principios de los
70, Simic ha dirigido un festival europeo de relato. Ha ganado los
mejores premios de narrativa en Croacia, está traducido en Alemania
y como destacan en la solapa, incluso en Serbia (destacable por las
tensiones que siguen existiendo).
Baile
del Sol sigue aumentando su catálogo balcánico, alimentando su
valiosa colección DelEste. Y yo sigo cayendo rendido a los
pies de cualquiera que trate de explicarme un poco más esa guerra
absurda e innecesaria (y sí, ya sé que todas lo son, claro, pero
esta más, esta es una guerra post – caída del Muro, una guerra
nacionalista en los albores de la globalización, la guerra de los
poetas que a falta de un mayor talento le cantaban a su pueblo y la
guerra que nació del patriotismo deportivo, una salvajada alimentada
desde dentro y desde fuera como si todos pensaran: no serán capaces,
y oh, vaya, sorpresa, fueron capaces) que fue la de Yugoslavia. Roman
Simic era un niño o era un adolescente o era un joven al que
alistaron, o se alistó, en aquella década de los 90. Pudo ser todo
eso y juega a esas múltiples recreaciones. Roman Simic nos mete en
la piel de todos esos posibles yugoslavos y nos deja sudar dentro de
esa colección de trajes humanos. Pero también vemos que la gente,
incluso en la guerra, es gente. Y los adolescentes son adolescentes
que se mueren de deseo por su vecina, o se acuerdan de algo, y hay
quien siempre saca provecho de cualquier situación. Y luego se acaba
la guerra y a quien más y a quien menos se le queda cara de
posguerra. Y hay que seguir viviendo. O sobreviviendo.
Abro
un tema de debate: ¿estarán en Croacia, en Eslovenia, en Serbia, en
Bosnia tan cansados de las historias que parece que brotan en sus
múltiples ópticas y versiones sobre la guerra de Yugoslavia en los
90 como lo estamos aquí de las novelas y películas ambientadas en
la Guerra Civil española? ¿O les faltan otros 40 o 50 años para
llegar a ese punto de hartazgo? No lo sé, sinceramente, por motivos
tan obvios como que no conozco los países ni su prensa, ni siquiera
un poco de sus idiomas, no puedo acceder a esa información. Pero
como lector, creo que no. O creo al menos que no tienen por qué
estarlo. Todos los libros que he leído en los que este conflicto es
parte importante de lo narrado, aunque a veces no lo sea todo, me
transmiten la sensación de viveza, de complejidad, de trabajo
narrativo bien hecho, de autenticidad. En los libros que Baile del
Sol ha ido sacando en DelEste (el gran David Albahari,
pero no solo), pero también en Manual de exilio y Los
bosnios, de Velibor Coliç (Periférica), en Esquirlas,
de Ismet Prsic (Blackie Books), en los libros de Miljenko
Jergovic (Siruela), me encuentro con narradores que dicen:
éramos todos unos hijos de puta. Y a la vez éramos todos unos
idiotas a los que manipularon. Y se señala a los instigadores, y se
reparten cartas de la baraja de la culpa, pero no se exime a nadie, y
desde luego nunca se exime al nosotros, sea cual sea en cada caso.
Las historias de la Guerra Civil son siempre tan maniqueas, los
personajes tan acartonados, los escenarios tan copiados, los malos
tan malos y los buenos tan idealistas y buenos, que no sé, cuando
empieza la película o la novela ya sé por dónde va a ir siempre. Y
lo digo desde el convencimiento personal de que hubo unos que fueron
los malos que dieron un Golpe de Estado contra un gobierno
democrático y legal.
El
libro no es una colección de relatos de los tiempos de la guerra.
Ese es un sesgo lector mío. Yo veo algo que viene de la península
balcánica y pienso en Karadzic y Mladic, y en aquellos geniales
deportistas que estuvieron alimentando odios, al menos no
frenándolos, en aquellos Boban, Divac y tantos más irresponsables.
La sombra de la guerra está, pero no es la única. Hay década de
los 2.000 y hay crisis, económica, social, existencial, no pasan en
Croacia cosas muy distintas a las de cualquier otro lugar de Europa.
Hay parejas que se hacen y se deshacen, hay enfermos, hay falta de
expectativas laborales, hay hijos, sueños, desilusiones,
pensamientos sobre la creación artística, hay precariedad croata.
Destaco la cuchillada inicial de Zorros, y destaco la historia
de amor desesperado de Esas chicas. Destaco también la
crudeza con la que se abre la puerta trasera de la paternidad y la
maternidad en Dos niños, un tema muy poco tratado en la
narrativa contemporánea, y mucho menos por un autor que sea hombre,
disfruto con el juego cruel y desmemoriado de Aliméntame y la
figura del poeta loco de ecos bíblicos en Así habló Mayakovski.
No me
gusta nada el título elegido para la colección, pero el autor
manda, y el traductor (a lo que he colegido gracias a los traductores
online) se ha limitado a respetarlo. No obstante, le doy la razón
en que necesitamos quien nos alimente. Me inquieta esa mano casi
zombi que nos saluda desde la portada. Uno de los instintos que
siempre necesitan alimento es el del niño que fuimos al que le
gustaba que le contaran cuentos antes de apagar la luz y tener que
dormir. Ahora los cuentos nos los cuentan señores nacidos en un país
que ya no existe y debemos leerlos nosotros mismos, pero parte de esa
sensación se recupera cada vez. Decía John Cheever que un cuento es
lo que te cuentas a ti mismo cuando estás en la sala de espera del
dentista, en ese momento de tensión y angustia casi máximo, solo
comparable (y perdón por la frivolidad que esta comparación supone)
al corredor de la muerte. Es una alegría que de vez en cuando
autores tan buenos y tan crudos, tan terriblemente sinceros, bellos y
crueles, te lo recuerden.
Seguiremos
leyendo, no solo cuentos.
Felices
lecturas
Sr. E
Nunca había oído hablar de Roman Simic. Me lo apunto. Sigo tu blog desde hace mucho y me parece de lo mejorcito. Sigue así.
ResponderEliminarBienvenido Daniel (creo que hemos coincidido en algún premio de relato, Portugalete? Salamanca? ...),
EliminarGracias por tus palabras, honra ver que hay alguien al otro lado de la pantalla leyendo las reflexiones de uno.
Te gustará Simic si lo pruebas. No dejo de ser un lector con un sesgo personal hacia la antigua Yugoslavia que un psicólogo debería explicar. Te recomiendo más aún a David Albahari, por si quieres echarle un ojo:
http://cuentospendientessre.blogspot.com.es/2015/08/cancion-muda-de-david-albahari.html
Saludos cuentistas
Sí, coincidimos en Portugalete. Desde entonces estoy al tanto de tus éxitos como escritor (felicidades por los premios) y de tu olfato como lector. Gracias por la recomendación, me la apunto también (yo, de la antigua Yugoslavia, ni papa). Un abrazo.
ResponderEliminarNo puedo competir con tu currículum de premios, como bien sabemos los dos. Mucha suerte con tus nuevos escritos y tu carrera. Y mientras, sigamos leyendo cuentos.
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