Un hijo cualquiera, de Eduardo Halfon
Leía hace unos días (no recuerdo si en algún diario o en alguna red social) el lamento de una hija que acababa de perder a su padre. Se quejaba esta hija por la frialdad con la que había sentido que las habían tratado, a ella y a toda su familia, en el momento en el que su padre murió en el hospital y durante los días previos. Una enfermera, en el colmo de la inhumanidad, le dijo algo así como que en ese sitio se moría gente todos los días. Y aunque alguien pueda tener razón literal diciendo algo así (tan terrible), nunca se podrá poner por encima de la verdad más importante, que es que morirá gente todos los días, como nace todos los días, pero ni todos los que mueren ni todos los que nacen son nuestros. No hay padres cualesquiera, ni un hijo cualquiera, como el que anuncia el título de la última novela (¿?) de Eduardo Halfon.Tampoco el hijo del título de
Halfon es un hijo cualquiera, por supuesto. Porque ese hijo es su hijo y lo
retrata, y lo aprovecha como punto de partida desde el que desplegar su memoria
literaria, y no es un hijo cualquiera. Nunca un hijo es un hijo cualquiera.
Tampoco lo es cuando lo somos nosotros. Porque en el libro se ve ese cambio
profundo que se produce en todos los que somos padres y que tiene que ver con
nuestro cambio como hijos. Esa adquisición definitiva, y distinta, de una
condición de hijo más compleja.
Hay una tensión, más vital que
narrativa, en creer que nuestras andanzas como hijos y como padres son
especiales. Y lo son, por supuesto, pero en general son tan especiales como las
de cualquier hijo y padre de vecino. Quizá por eso en los últimos años se han
multiplicado (llevadas al borde del crecimiento exponencial por ese mundo de
espejos deformantes que son las redes sociales y la sensación de inmortalidad
que potencian, como cualquier droga, los smartphones)
las memorias de hijos que guardan luto por sus infancias y sus recuerdos, y de
aquellos que estrenan paternidad y quieren compartir lo fascinante que criar a
un niño resulta.
Aunque resulta complicado
criticar esa clase de textos, porque se puede confundir el tema con la forma,
hay textos que se mueven en esa línea de trabajo y que resultan, como poco,
cuestionables.
No, es por supuesto, el caso de
Halfon. Como no lo era ese otro ejercicio de paternidad cuarentona y primeriza
que hacía Etgar Keret en Los siete años
de abundancia, del que hablamos aquí hace muchísimo tiempo.
No es de extrañar que coincidan
esos dos nombres en salvarse de la mediocridad y sus tentaciones. Si valiera la
pena jugar a eso, podría decir que son dos de los mejores escritores del mundo.
Cada uno en lo suyo. Keret escribiendo relatos cortos y Eduardo Halfon
escribiendo libros de Eduardo Halfon.
Porque enlazo esto con la
interrogación que dejé flotando junto a la palabra novela. El pasado 19 de
septiembre pude ir a la presentación que el autor realizó, junto a su editor,
de este libro en la librería Alberti de Madrid. Él defendió que lo que escribía
eran, al cabo, cuentos, y que le incomodaba que alguien los considerara novela.
No por él como autor sino por el lector que buscara novelas más novelas, más
canónicas, y pudiera sentirse engañado. Novela en construcción, novela
episódica. Qué más da, al cabo.
Qué más da tampoco qué porcentaje
de lo que el Halfon narrador tiene del Halfon real. Todo es autobiografía y
todo es también ficción, zanjó ese asunto. Y no se refería exclusivamente a sus
libros, sino a lo que convenimos en llamar literatura. Literatura literaria,
que es como vamos a tener que acabar definiéndola para que se entienda en qué
nicho nos movemos, qué nos interesa leer y qué aspiramos a que quede en
nuestras cabezas.
Un hijo cualquiera presenta motivos nuevos en comparación con los
últimos libros de Halfon. La paternidad el más evidente. Una mayor sensación de
hacerse mayor, por ese mismo motivo, una mayor gravedad para juzgar la vida y
sus caminos. Y presenta motivos que vienen apareciendo en los libros de Halfon
desde El boxeador polaco y Signor Hoffman. Sus orígenes familiares,
tan mezclados como enrevesados, las historias múltiples de sus abuelos árabe y
judío, el peso de la familia, los silencios, las palabras, la alquimia de
combinar ambos. También la extrañeza ante las idas y las venidas, el sentirse y
ser extranjero. Y algo que empezó a asomar en Canción, su anterior libro, la cercanía de las guerrillas y la
violencia en Guatemala en los años setenta y ochenta.
Todo ajustado siempre a la
palabra exacta, con frases llenas de música que repiquetean en tu oído cuando
las vas leyendo, una poética digna del mejor Carver y emparentada con el Bolaño
más ínimo con la que Halfon sigue construyendo una vida, otra vida de repuesto,
que sigue creciendo libro a libro.
Hasta que llegue su siguiente
libro, que también querremos leer.
Seguiremos leyendo
Felices lecturas
Sr. E
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