Mis
cuentos pendientes de 2024. Consideraciones.
Como
no creo que haya nadie a quien le haya podido fastidiar el final de
año por no llegar a tiempo con estos escritos sobre las lecturas del
año, ni tampoco están las editoriales pendientes de comprar mi
voluntad para que sus libros destaquen aquí, me he permitido que se
me pase un poco el plazo y mi lista y reflexiones sobre las lecturas
del año llegue un poco tarde. Pido disculpas si a alguien le he
cambiado el paso con tal decisión. Llega el momento de hacer
recuento de lo leído y ver cuánto ha marcado realmente mi memoria.
Ha
sido un año de muy buenas lecturas. De autores nuevos a los que
nunca me había acercado y que se van a quedar para siempre conmigo.
De libros que no esperaba y que se cruzaron por algún motivo y lo
mismo, quedarán.
Han
sido muchos los libros leídos este año. Tantos que me ha
sorprendido. 118 libros tengo apuntados. Hay de todo. Y todos los
años lo digo, pero este es más cierto que nunca, porque aunque
siguen destacando la narrativa y el ensayo, hay algo más de poesía,
continúa muy presente la escritura memorialística y por primera vez
en mi vida adulta he estado leyendo teatro. Además, hay novela
gráfica. Y bueno, libros de esos a los que es difícil encajar en
ningún sitio.
Los
primeros libros sobre los que tengo notas en este 2024 son El
estrecho de Bering, de Emmanuele Carrère, Reloj sin
manecillas, de Carson McCullers y Perder el equilibrio, de
Miguel Ángel González. El año lo cerré con dos novelas negras: El
juego del escondite, de Patricia Highsmith y El perro canelo,
de Georges Simenon y una obra de teatro: La tortuga de Darwin,
de Juan Mayorga.
2025, ya que estamos escribiendo desde el futuro, lo he empezado con
una relectura de Javier Marías, Todas las almas, y La
novia grulla, de CJ Hauser.
Descubrimientos: 2024 ha sido el año en el que he descubierto a
André Dubus, Nassim Nicholas Taleb y Leila Guerriero. No es que yo
haya descubierto nada, por supuesto. Pero he empezado a leerlos y en
sus distintos niveles los tres me han impactado y he leído todo lo
que he podido de cada uno. En el caso de Taleb y Guerriero, incluso
venciendo ciertos prejuicios. Hay que confesarlo y hay que apuntar
que está bien vencer ciertos prejuicios.
Voy a intentar destacar algunas lecturas agrupando por géneros, a
ver si así consigo que todo quede más claro.
Relato breve: En enero descubrí a Dubus. Bellamente
editado por Gallo Nero, me encontré en la biblioteca con
Vuelos separados. Lo leí en un fin de semana y corrí
a comprármelo para poder hacer una relectura anotando, subrayando y
doblando hojas. En verano ya hice esa relectura. En febrero leí
Adulterio, otro libro de cuentos excelente. Hay otra
colección de Dubus, Encontrar una chica en América, que
justamente se ha publicado en 2024, y que de momento dejo ahí, a la
espera. Para no agotar toda su obra tan pronto. ¿Qué encontrá
quien lea a Dubus? Hasta cierto punto a un clásico narrador
americano, emparentado, cómo no, con Cheever o con Carver. Pero
encontrará un toque muy particular. Un narrador lírico, muy
detallista, melancólico, a veces francamente negativo, que sabe
sacarle brillo a cada página.
Terminando el año me atreví a meterme con los cuentos completos de
T. C. Boyle. Siempre es un poco arriesgado meterse en la
narrativa completa de un autor. Sus cuentos, que edita Impedimenta,
vienen bajo el título de Cuentos incompletos, pero son
una narrativa casi completa. Y los cuentos de T. C. Boyle son únicos.
Son el futuro visto desde los años ochenta. Son retos y desafíos
técnicos resueltos con maestría. Hablaba con un amigo, también
escritor, sobre ellos, y recuerdo que le dije que eso, exactamente
eso, es lo que llevo veinte años intentando hacer. Que mis cuentos
suenen así. Realistas pero alucinados. Idos pero lúcidos. Son una
maravilla.
He anotado como destacados algunos otros libros de cuentos. Demasiada
felicidad, de Alice Munro, El jardín, de Ismael Grasa,
los libros de Magalí Etchebarne (Los mejores días y La
vida por delante, especialmente el segundo), Una manada de
ñus, de Juan Bonilla o Las chicas no lloran, de Olivia
Gallo. Estas navidades leí con gusto, por si alguien quiere anotarlo para las próximas, Espíritu festivo, de Robertson Davies. Estupendo para leer junto a la chimenea.
Novela: No he leído demasiada novela. Al menos de la que se
identifica claramente como tal, de la que pone unas reglas claras y
las cumple y se puede identificar como ficción ortodoxa. Aun así,
las ha habido buenas y muy buenas. Destaco, repensando lo leído,
Perder el equilibrio, de Miguel Ángel González,
una historia de venganza y mucho más, Muerte de atlante,
de Rafael Balanzá, un claustrofóbico ejercicio de malabarismo
narrativo del que se sale muy satisfecho, La conejera,
de Tess Gunty, en la frontera entre la narrativa juvenil
enloquecida y la reflexión lúcida sobre nuestro mundo, Arthur
& George, de Julian Barnes, un novelista que
siempre es sólido y siempre da satisfacción a quien lo lee o Las
hijas de otros hombres, de Richard Stern, una novela
que podría ser, repensada y releída, incluso una obra maestra. De
esas que decimos menores, pero obra maestra. Pero necesitaría una
relectura para llegar a decir tanto. No diría tanto como obra
maestra, pero me sorprendió y me pareció de una gran solidez
Jugadores de billar, de José Avello. Lo
encontré en verano en una librería de casualidad, sin ninguna
referencia, y me pareció una novela muy bien construida, que
aguantaba perfectamente el tono durante más de seiscientas páginas. Y que es una gran desconocida de la narrativa española. Esa
en la que se celebran con tantos aplausos novelas de seiscientas
páginas de tono realista que se caen por todas partes.
Ensayos y divulgación: Decía que llegué a la obra de Nassim
Nicholas Taleb con ciertos prejuicios. Conocía el concepto de
cisne negro, y lo conocía por habérselo escuchado a alguno de esos
periodistas que de todo opinan y devalúan cualquier idea. Eso, la
verdad, me hacía desconfiar de la propia idea. Taleb presenta en El
cisne negro una idea central. ¿Cuál? Que lo altamente
improbable también sucede. Y que lo impredecible, por su naturaleza,
impacta de manera definitiva en el mundo. Un cisne negro, para
entendernos, es la pandemia del covid. Nadie la tenía en mente un
año antes, pero sucedió. Y sucesos de esa magnitud suceden. Y nos
pillan desprevenidos y alteran todo. Y quizá, y es la propuesta de
Taleb, deberíamos intentar vivir con un marco mental menos
gaussiano, siendo conscientes de que no siempre pasan las cosas que
se supone que deben pasar. Y lo que viene a proponer en otros de los
libros que he leído, Antifrágil y Jugarse la piel, es
aprovechar lo improbable a nuestro favor. Esencialmente, siendo
conscientes de que existe. Taleb escribe muy bien. Resulta brillante
(aunque a veces se emborracha de brillantez y peca de poner un marco
ellos (los académicos que no entienden el mundo) – yo (que estoy
escribiendo este libro porque sí entiendo el mundo) demasiado
simplista) y muy didáctico. Algunas ideas te convencerán, otras te
resultarán excesivas. Pero creo que vale la pena leerlo. Sus ideas
apuntan a las de Daniel Kahneman en Pensar rápido, pensar
despacio, que ya me gustó mucho el año pasado, o yendo a
pensadores más clásicos, a las de Karl Popper. Pensando en números
y su manejo, también me ha parecido un libro de primera La
señal y el ruido, de Nate Silver.
Más orientados hacia la divulgación científica, disfruté mucho, y
creo que cualquiera puede hacerlo, con Historia de las especies
invasoras, de Ángel Luis León Panal, Tiene
la sonrisa de su madre: poder, deformación y potencial de la
herencia, de Carl Zimmer, La ciencia: lo
bueno, lo malo y lo falso, de Martin Gardner o Genes,
chicas y laboratorios, de James D. Watson.
En otro mundo de intereses, he leído dos libros excelentes sobre la
moda, la industria de la ropa y sus excesos. Libros que intentan
animarte a valorar más lo bien hecho, y a buscar un modelo más
sostenible. La moda justa, de Marta D. Riezu
(que me ha parecido un libro mucho más redondo que Agua y jabón,
la verdad) y Fashionpolis, de Danna Thomas.
Merece la pena asomarse y pensar un poco sobre el exceso.
Memoria
y no – ficción: Quizá sea
esta sección (si lo es) aquella a la que dedico más tiempo desde
hace algunos años. Este ha vuelto a pasar. Y quizá es aquí donde
encuentro un mayor porcentaje de éxito en mi búsqueda de lecturas.
No sé si este es el sitio de Por qué escribo,
de Félix Romeo o En
presencia de Battiato, de Eduardo Laporte.
Lo sea o no, que es lo de menos, son libros que se disfrutan. Textos
cortos, textos bonitos, libros que se quedan contigo semanas después
de haberlos leído. Nada es verdad, de
Veronica Raimo, entra como otro
libro bonito y ligero, pero te va haciendo heriditas por dentro. Es
una de esas crónicas de vida familiar en las que cualquiera puede
verse reflejado, en distintos grados. Y en las que no importa, o no
debería, lo reflejado que te veas, sino cómo te arrastra. Un libro
para leer en una tarde y releer al cabo de algunos meses. El
fin de la inocencia: Willi Münzenberg y la seducción de los
intelectuales, de Stephen Koch es
un libro que probablemente esté descatalogado o casi. Por suerte
tenemos bibliotecas y tenemos iberlibro. Vale mucho la pena leerlo y
ver lo profundamente humano que es engañarse por una ideología.
Justificar lo que sea porque es lo que toca justificar al paso de la
banda militar de una visión del mundo. Cosas que reconocemos a poco
que miremos a nuestro alrededor, la verdad, y que Koch nos enseña de
dónde vienen. Interesa tanto como da miedo. Las cosas que
llevaban los hombres que lucharon, de Tim O´Brien es
uno de los mejores libros que he leído, no este año, sino en mi
vida. Te arrastra. Son memorias de experiencias en Vietnam, no queda
claro si del propio O´Brien o de aquellos a quienes conoció, no
queda claro cuáles exactamente reales y cuáles más
ficcionalizadas. Da igual. Rezuma verdad. Es auténtico. Duele.
Mucho. En esa misma línea de duele y duele mucho está La
llamada, de Leila Guerriero.
De Leila Guerriero me alejaba la banda de música que acompaña
celebrando cada una de sus columnas. ¿Son buenas? Seguro, pero no sé
si para tanta celebración. El caso es que volví a vencer prejuicios
y cogí La llamada.
Y no lo sueltas. Es imposible soltarlo. Es horrible y es precioso. Es
la historia de Silvia Labayru, montonera, quizá no mucho, quizá no
con grandes convicciones. Tal vez una chica frívola. ¿Qué importa?
Fue una mujer secuestrada, violada y torturada por los militares
argentinos. Y fue (y es) una víctima de la dictadura a quien otras
víctimas se sintieron con derecho a cuestionar. Ella es un personaje
fascinante. Que no quiere ser, nada más, víctima. Una mala víctima,
en muchos aspectos. Y eso la convierte en un personaje complejo,
lleno de detalles. Un libro de primera. Quizá mi libro preferido del
año, aunque me preocupe poder coincidir con un conocido semanario de
libros. Después de este, quise leer más de la autora. Y leí Opus
Gelber, un retrato menos
truculento pero igualmente glorioso del pianista argentino Bruno
Gelber. Y una de mis últimas lecturas del año ha sido, biblioteca
mediante, otro de Guerriero. Los suicidas del fin del
mundo. Patagonia, epidemia
de jóvenes que se suicidan. La testigo que va allí a ver, a
escuchar. Muy bueno también. Cierro con un libro que no esperaba. Lo
normal es que nunca hubiera dado con él. Pero gracias a un podcast
que aprovecho para recomendar, El trastero (solo por la música de
blues que pone ya valdría la pena), me enteré de su existencia. Y
lo encontré. Y lo devoré. ¿Cómo perdiste el
brazo, Balchowsky?, de Toni Orensanz,
es un modelo de cómo escribir una biografía sobre alguien
fascinante y hacer que el lector, que no sabía que lo necesitaba,
tome conciencia de que necesitaba leer un libro sobre ese Edie
Balchowsky. ¿Y quién es? Cabría preguntar quién no fue. Un músico
americano, de formación clásica y origen judío, que se enroló en
las brigadas internacionales y perdió un brazo en Aragón. Volvió a
los Estados Unidos con una adicción a las drogas iniciada por
aquellos calmantes para el dolor y un brazo de menos. Y siguió
siendo pianista. Se dedicó al jazz. Como aquel mago argentino al que
le faltaba un brazo y quiso aprender a hacer trucos con el que tenía.
Balchowsky decidió que tocaría con una mano. Y lo hizo por clubes.
Y aprendió a pintar y sus cuadros llegaron al museo de Chicago. Y
fue un drogadicto. Y un mal padre. Y un mal amigo. Pero también fue
un buen amigo. Y un buen padre. Y un tipo, como todos, complejo. Y un
punto de referencia durante décadas en ciertos ambientes, ciertos
clubes, ciertos callejones. El tipo del que se contaban toda clase de
historias. El tipo que era una leyenda. Como el personaje de una
canción de Tom Waits.
Y
esto ha sido todo.
Mañana,
eso sí, habrá una lista de las 10 mejores lecturas del año. Ha sido muy
difícil elegir y ordenar. Y eso no podía ser mejor síntoma de lo
bueno que ha sido el año en cuanto a lectura.
Saludos
cuentistas
Sr.
E