Llego
a las últimas horas del mes con una lista de buenas lecturas preparada. He
releído con mucho gusto obras de Bolaño y de Levrero. He leído
bastantes relatos, y todos de un buen nivel. He leído también una de las
pocas obras de DeLillo que me quedaban por leer, un curioso libro
sobre la llegada del campo a la ciudad en la Yugoslavia de Tito, y
una de las que probablemente debieran estar entre las mejores novelas
españolas del año, Todos los miedos.

Todos
los miedos es una novela en la que nos encontramos con dos
historias que no aparecen entremezcladas, que podría haber sido una
tentación comprensible por parte del autor, pues habría ayudado a
que los puristas de lo que es una novela o lo que no lo es la
hubieran asimilado con más facilidad. Son independientes, y así se
nos presentan. Primero leemos una (¿Quién teme al lobo feroz?)
y luego leemos la otra (Lo que sé del olvido). Son
independientes pero sin duda orbitan en un mismo Sistema Solar. Cada
una de esas historias se va escribiendo a base de pequeños
fragmentos que muy acertadamente van dibujándolas. Todos los
miedos, quien lo lea lo notará, es un título muy bien elegido.
¿Miedos a qué? A que le hagan daños a quienes más queremos, a no
poder recuperarnos de un duro golpe, a vernos solos, a morirnos, a
pensar que nadie nos recordará.
Miguel
Ángel González nos presenta en la primera historia la destrucción
de una familia. Una madre es raptada, maltratada y violada en unos
larguísimos días de secuestro. Su marido y su hijo, el narrador de
esta historia, tratarán de aguantar. Y cuando ella vuelve, deben
estar ahí para levantarla. Aunque todos, ella la primera, saben que
la vida no volverá a ser la misma. Porque ella nunca podrá volver a
confiar en la humanidad ni volverá a caminar por las calles como si
no fueran una selva. Ni ellos podrán olvidar los días que pasaron,
ni la madre a la que se llevaron y a la que no les devolvieron del
todo. No sabemos en ningún momento quiénes son los que la
secuestran. Y ese es uno de los elementos que más contribuyen al
terror existencial que nos produce la narración. No parece haber
motivos especiales para hacer algo así. El autor apunta a la simple
maldad. Una maldad estúpida e indiscriminada, que sabemos que
existe.
La
segunda narración es la de un hombre condenado a muerte por una
terrible enfermedad. Alguien que parece joven y a quien vemos
acercarse a esos últimos días en completa soledad. Mira hacia atrás
y ve un paisaje desolado lleno de errores, malentendidos y más
soledad. Un narrador que está pasando su última noche en el mundo
en compañía de nosotros, los lectores, mientras busca un poco de
compañía.
Puestos
a elegir, y dentro del alto nivel del libro, me ha sugerido e
inquietado mucho más la primera de las narraciones. El estilo de
todo el libro va haciéndose poético a base de laconismo. Sugiere
más que cuenta, y somos los lectores los que acabamos de dibujar la
acción. Los epígrafes del libro son de Raymond Carver y Charles
Bukowski, sin duda dos referencias claras para el autor. Con esas
influencias y ese estilo, la obra final suena al Ray Loriga de los
noventa (y para mí Loriga tiene dos o tres libros muy valiosos), y
también me ha recordado, con ese raro lirismo que acaba produciendo,
a dos libros de Félix Romeo, Discothèque y Dibujos
animados, que leí hace mucho. Miguel Ángel González oxigena en
algunos momentos dos historias de una alta carga emocional con
apuntes que en principio no están relacionados con la trama, pues
son anécdotas sobre escritores, personajes públicos (me parece
brillante la introducción de la novela, antes de la llegada de las
dos historias, que ya nos va situando en el mundo narrativo al que
vamos entrando), películas. No esconde sus referencias, y se
agradece, yo personalmente no me fio de los escritores de treinta
años o aún menos que dicen haberlo aprendido todo de Delibes o
Carmen Laforet o Pérez Galdós. Miguel Ángel González enseña
claramente cuáles son sus referentes y desde ellos construye una
obra personal, compleja, desasosegante y muy recomendable.



Fascinación
es la última novela de DeLillo a la que he llegado, y una de los
pocos libros dentro de su obra que me quedaban por leer. Fascinación
es una novela extraña, pero en general las novelas de DeLillo lo
son. Como en muchas de sus historias, parece que nos metemos dentro
de una historia propia del pulp y la serie B. Se entremezclan las
escenas tópicas de novelas de espías y novelas negras. Nos movemos
en los márgenes de la ley, entre agentes de inteligencia que se
infiltran en cualquier clase de movimiento contestatario, vemos cómo
es la vuelta a la realidad americana de quienes fueron a la guerra de
Vietnam, conocemos a empresarios de éxito con secretos
inconfesables, y vemos cómo todo se va mezclando. El título
original de la novela es Running dog, el nombre de una revista
de investigación con una gran carga política que parece estar a
punto de destapar un escándalo. La novela, como la mayor parte de
las historias de DeLillo, se construye a partir de un mcguffin
que le permite al autor enseñar la realidad oculta del mundo que
creemos conocer, los recovecos del poder, las fuerzas que nos
manipulan y los constantes conflictos en los que nos meten. En este
caso esa trama se arma a partir de la búsqueda desesperada por parte
de algunos de los personajes de una supuesta y mitificada película
pornográfica relacionada con Adolf Hitler. Cuando leí la
contraportada por primera vez, en la librería, creo que pensé algo
así como: “¡nazis y pornografía, debe ser un buen libro, sólo
le faltan los extraterrestres y los dinosaurios para ser la mejor
novela de la historia!”. Y la verdad es que es una buena novela.
Los libros de DeLillo, a falta de extraterrestres y dinosaurios, sí
funcionan por acumulación de elementos, como un buen cocido. La
prosa tiene el mismo toque hipnótico que el autor iría
perfeccionando con los libros, pues sin llegar a ser una de sus
grandes novelas, y no llegando quizá ni a ser un DeLillo de segundo
nivel, sino uno de sus libros de tercera fila, eso sigue dejándolo
en un lugar muy destacado dentro de la narrativa del último medio
siglo. El libro tardó muchos años en traducirse y publicarse en
España, lo que quizá da una pista sobre el olfato de los editores
(aunque hay que reconocer que ahora mismo casi toda su obra está en
Seix Barral y llegando a ediciones de bolsillo a través de Austral).
No es su mejor novela, y desde luego no es la mejor para empezar a
leerla, pero es un libro interesante para quien ya lo haya leído
antes, en el que se viaja poseído por esa manera tan particular de
escribir, y del que se vuelve otra vez más con la convicción de que
no nos enteramos ni de la mitad de lo que de verdad ocurre, y que el
Bien y el Mal, no nos engañemos, desaparecieron hace mucho como
conceptos puros, y viven en un continuo mestizaje.
El
tiempo de las cabras, de Luan Starova, Ed. Libros del
Asteroide: Luan Starova nació en Albania aunque desde muy joven
vivió en Macedonia. Conoció desde su infancia la Yugoslavia de
Tito, y en ella se enmarca esta obra, que parte de una anécdota
aparentemente anodina pero cargada de significados. Los campesinos
llegan a la ciudad, porque la sociedad perfecta comunista hermanaría
por fin a los habitantes del campo con los proletarios de la ciudad,
y la realidad entra en conflicto con los ideales. Los campesinos que
van llegando a los arrabales de la capital van trayendo sus
costumbres, sus familias, y por supuesto, también, a sus cabras, con
las que habían vivido en cercanía y alimentándose de ellas durante
generaciones. No conciben la vida sin cabras, y no entienden las
pegas que las autoridades parecen ponerle a ese desembarco con
animales. Así que como si nada hubiera cambiado para ellos por la
llegada del comunismo y por el tránsito a la ciudad, empiezan a
construirles establos y siguen viviendo de las cabras, como siempre
hicieron. Los habitantes originales de la ciudad, al principio
desprecian a esos paletos recién llegados, pero poco a poco irán
aceptando su llegada, sus modos y sus ideas, quizá no tan alejadas
de los ideales de solidaridad y hermandad entre pueblos que el
régimen de Tito promovía. Es una novela costumbrista, agradable,
simpática, de lectura cómoda y confortable, que nos permite conocer
un tiempo y un lugar interesantes.
Relecturas
La
literatura nazi en América, de Roberto Bolaño, Ed.
Anagrama: Siempre me ha parecido que los dos grandes referentes
de Bolaño a la hora de escribir fueron Vargas Llosa (de
quien hay rastros en la manera de estructurar sus novelas, aunque
fuera una influencia que Bolaño no tendía a reconocer, pese a que
sí reconocía su admiración por las grandes novelas del peruano, de
quien lamentaba la evolución que había seguido, y por suerte nunca
llegó a verlo con Isabel Preysler, convertido en un personaje de la
prensa rosa) y Borges, a quien siempre consideró y declaró el gran
autor latinoamericano. Si hay un libro decididamente borgeano en la
obra de Bolaño es sin duda éste, un volumen en el que Bolaño
inventa las biografías y bibliografías de decenas de autores de
ideas nazis o seudonazis (aunque por la propia cronología de su obra
algunos de ellos murieron antes de la existencia de los propios
nazis) al modo de la Historia universal de la infamia. Los
escritores que inventa Bolaño tienen vidas plagadas de detalles
propios de perdedores, pues estos nazis y criptonazis, son, sobre
todo, escritores mediocres, con aspiraciones de grandeza, a los que
nadie hace demasiado caso, a los que todos, en este mundo del libro,
parecen haber olvidado, lo que hace más necesaria (y completa aún
más la poética de los perdedores, con otro perdedor haciendo de
antólogo de fracasados) la labor de recuperación del autor.

Os deseo felices
lecturas en abril
Iremos comentándolas
Sr. E