No quería perder la oportunidad de reseñar estas lecturas de
febrero en un día 29, ya que son tan escasos. Del mes de febrero destaco
especialmente mi segundo libro de Malaparte, dos novelas breves de Levrero que
aún no habían caído en mis manos, una novela muy divertida de Kurt Vonnegut y
una magnífica colección de cuentos completos, los del autor norteamericano
Bernard Malamud.
Cuentos reunidos, de Bernard Malamud: La
primera colección de relatos completos a la que me acercado este año (aunque es
un libro que te atrapa a un nivel que hace que el verbo acercar se quede muy
corto, no puedes acercarte a este libro sin caerte por alguno de sus
precipicios) son estos Cuentos reunidos
de Bernard Malamud. Malamud es otro más en esa línea de magníficos escritores
judeoamericanos, igualmente influidos por los narradores rusos del XIX, por Hemingway
y los cuentistas americanos y por las leyendas de tradición jasídica. Malamud
es compañero generacional de Saul Bellow, con cuyo mundo comparte muchos puntos
comunes (la editorial lo define como hermano mayor de Bellow y Bashevis Singer,
cuando la realidad es que tenía sólo un año más que Bellow, y Bashevis Singer
era más de diez años mayor que ambos). Malamud fue el hermano con menos éxito
en esa familia de narradores judeoamericanos. Bashevis Singer y Bellow ganaron
el Nobel, y Salinger o Phlip Roth son narradores inmensamente más populares que
él. Eso no quiere decir, ni mucho menos, que Malamud fuera ninguneado o nunca
alcanzara el éxito. La popularidad del relato en Estados Unidos es inimaginable
en España y él era uno de los autores de relato más respetados de su
generación. Tanto que el PEN Club instituyó en 1.988, al poco de su muerte, el
Premio Bernard Malamud que reconoce a los mejores libros de relatos publicados
ese año. Y ganó el Pulitzer de novela. El escritor I. L. Lonoff al que el joven
Nathan Zuckerman acude a ver en la novela La visita al maestro de Philip Roth
parece que estaba inspirado en él.
Yendo a los cuentos, Cuentos
reunidos recoge 65 relatos escritos a lo largo de unos 40 años. Estos
relatos vienen de 6 colecciones de relatos, y otros no reunidos previamente,
que Malamud fue escribiendo de manera bastante regular, y sin ser un autor
demasiado prolífico, a lo largo de todos esos años. La narrativa de Malamud
bebe de la tradición realista llamemos rusa, la de los Chéjov y Dostoievski,
dos autores con los que siempre se declaró en deuda, y también está influida
por las leyendas del pueblo judío, religiosas ó no, que había escuchado desde
niño. Aunque si hubiera que definirla de una única manera diríamos que su
narrativa breve es esencialmente realista, no hay que perder de vista que
algunos de sus relatos están en antologías de relato fantástico como Aguas negras, de Alberto Manguel (donde
se incluye El pájaro judío). La idea
principal que recorre casi todos los relatos es la de la ilusión. Muchos de los
personajes viven en entornos pobres, que podrían llevarlos, en una tradición
del relato chejoviano – carveriana, a aceptar el papel de seres grises,
irrelevantes, pero muchos de ellos deciden luchar por ser algo más. Luchar no
es precisamente un verbo de acción en el caso de muchos de ellos, que son,
sobre todo, soñadores convencidos de que las cosas irán mejor el día de mañana
o que perciben su propia grandeza con una dosis de irrealidad que el autor deja
clara, con la ironía del narrador (un narrador que por lo general los mira con
cariño y condescendencia, nunca los desprecia o los mira por encima del
hombro). Un relato donde esto se ve claramente es La vida literaria de Laban Goldman. También sucede algo parecido en
El tonel mágico, uno de sus relatos
más conocidos, incluido por Richard Ford en su Antología del relato norteamericano, o en Lectura de verano, donde un adolescente sin oficio ni beneficio se
convierte en una especie de leyenda de su barrio porque le nombra a alguien
todos los libros que piensa leer próximamente para forjarse una inteligencia y
una cultura dignas de tal nombre. Malamud decía que había quien le criticaba
que siempre escribiera sobre la miseria, y él se defendía alegando que uno debe
escribir sobre aquello que conoce y de lo que puede escribir mejor. Los
personajes de Malamud tienen ese sentido común que a veces, en determinados
puntos del relato, puede pasar por sabiduría. En Ten compasión, uno de los interlocutores, harto de preguntas, dice:
“¿De qué murió? … Murió, eso es todo”. Y el lector nota que ahí debe
terminar la conversación. Pero el otro personaje sigue haciendo preguntas,
mostrándose como el idiota que es. Malamud domina perfectamente el paisaje de
esos barrios obreros, llenos de inmigrantes judíos, como el mismo Brooklyn de 1915
en que él nació. En estos entornos puede situar historias estrictamente
realistas con otras más fantasiosas, y todas funcionan. Cuando intenta alejarse
de ellos, supongo que motivado por un intento de que sus historias resulten más
cosmopolitas, se desdibujan algunos de sus valores y el resultado se resiente.
Lo universal no necesita moverse por todo el mundo para serlo, y las emociones
que se manejan en sus relatos lo son, y lo son más cuanto más cercanos al autor
resultan los personajes. Bernard Malamud tiene un muy buen dibujo de
personajes, y la facilidad para meternos en una historia con dos frases. A
veces con una, y a veces con esas frases en apariencia intrascendentes que
dicen mucho, como cuando al comienzo de Los
dolientes presenta al personaje: “Kessler, ex – clasificador de huevos,
vivía solo y cobraba de la Seguridad Social”, y con una información casi
burocrática nos permite imaginarnos sus días y sus noches. Merece la pena
sumergirse en los Cuentos reunidos de
Bernard Malamud e ir paladeando poco a poco, al ritmo que a cada uno le pida el
libro, sus historias, dejarse llevar a su mundo, modesto, aparentemente
sencillo, pero muy rico en sueños y en matices.
Don Camaleón, de Curzio Malaparte: En el
prólogo de esta edición, Malaparte se reivindica como alguien que nunca fue
sumiso al fascismo italiano de Mussolini, por mucho que en la década de los 20
fuera un colaborador y propagandista del mismo. Como muestra entrega esta
novela, que según cuenta publicó en 1.928 pese a que sabía que podía
enemistarle con Il duce. Aquella primera edición apenas llegó a nada, y en su
reedición, ya en los años 50, llega a un público mayor. Podemos creernos lo que
dice Malaparte o podemos no creérnoslo. Yo no me lo creo. Me suena a
reinvención del pasado. En España sabemos mucho de colaboradores que luego,
retrospectivamente, habían sido héroes de la resistencia, aunque en el momento
de las dificultades nadie se hubiera dado cuenta.
Don Camaleón es, necesariamente, por su escritura, su
tema y la motivación de su autor a la hora de publicarla, una novela política.
O una novela antipolítica. Pues se basa en la idea de que al final cualesquiera
políticos van a ser iguales. Según Malaparte se definan como liberales,
socialistas, republicanos o monárquicos, serán trepas y advenedizos que apenas
mirarán por su ombligo y por el bienestar de los suyos. Ese clima generalizado
de corrupción es ideal para que un demagogo autoritario como Mussolini se
presente como la solución a los problemas de la gente. Soluciones fáciles a
problemas complejos.
El texto que presenta Malaparte lo sitúa como un personaje
cercano a Mussolini, quien a semejanza de lo que hizo Napoleón (un invento para
estructurar la historia), quiere educar a un camaleón para que asombre a la
sociedad biempensante italiana con sus ideas políticas. Malaparte y un amigo,
Sebastiano, deberán educarlo en la filosofía, el arte, la literatura y la
política. Y a ello se dedican con empeño (sobre todo el amigo, Malaparte se
reserva el papel de testigo). Don Camaleón, como así se llama, se va adaptando
perfectamente a las distintas circunstancias por las que pasa, según hacía
previsible su naturaleza. Esto, el ser capaz de parecer más republicano que los
republicanos cuando está entre ellos, más clásico que los clásicos, más piadoso
que nadie cuando asiste a una tertulia de jesuitas, y más fascista que los
fascistas, lo convierte en el preferido de la sociedad italiana en poco tiempo.
Ahí está la crítica y el mensaje central de la novela, que critica, como hace
Malaparte desde el prólogo a la sociedad italiana (en general a cualquier sociedad
más o menos próspera), que se deja llevar por quien dice lo que quieren oír, en
un mundo ya gobernado entonces por las encuestas de popularidad y la opinión
pública y publicada. El prólogo, releído después de la novela, puede ser
reinterpretado como un Malaparte que viene a decir: muchos mediocres me
acusaron de fascista, y lo fui, pero no menos que todos esos mediocres que se
callaron entonces y ahora me señalan.
El libro, el segundo que leo del autor, parte de una idea
original y tiene una escritura brillante. La narración es ágil y está llena de
referencias históricas y culturales de valor. Los prejuicios ideológicos, no
obstante, lo pierden, y en muchos momentos asoma demasiado la intención del
autor de posicionarse como el último justo en Sodoma, y si bien es verdad que
no debía ser el único fascista de Italia en los años 20, pues esas dictaduras
siempre se sustentan sobre una mayoría acomodaticia y silente, tampoco parece
que fuese el librepensador que, por casualidad, iba a coincidir desde su libertad
insobornable con las ideas imperantes.
La ocasión, de Juan José Saer: Pese a ser muy
poco conocido en España, Saer es considerado uno de los grandes escritores
argentinos del siglo XX. Uno que tuvo mala suerte, pues es un poco posterior al
boom (aunque empezó a publicar en los 60, y probablemente si los intereses
comerciales hubieran remado a su favor hubiera podido estar ahí, con los más
jóvenes de aquel momento, como Vargas Llosa, que es apenas un año mayor), y es
mayor que los posteriores Piglia y Fogwill (otra vez una falsa impresión, pues
apenas nació cuatro años antes que los otros dos). Por lo que sea, la obra de
Juan José Saer nunca ha llegado en ninguna de las oleadas de narrativa
suramericana que han llegado a España y han cosechado el beneplácito de la
crítica y los lectores influyentes. Aunque ganó el Nadal en 1987, y nunca ha
sido un premio pródigo en autores extranjeros. El caso es que Saer murió en
2.005 en París, donde vivía, sin ser uno de los indiscutibles de la narrativa
argentina. Pese a que en 2.007 tres de sus novelas fueron elegidas entre las
cien mejores obras en español del último cuarto de siglo por un número muy
importante de destacados escritores (aquella famosa encuesta que encumbró a
Bolaño con su 2666, sus Detectives salvajes y su Nocturno de Chile en el top ten). Quizá
Saer fuera uno de esos que se consideran escritores para escritores.
La ocasión, la
novela con la que Saer ganó el Nadal en 1.987, nos presenta a Bianco, un
mentalista de origen indefinido, medio italiano medio inglés, quizá maltés,
como el Corto, que se vio obligado a dejar sus actividades en Europa, como él
dice, perseguido por los positivistas de París. Huyendo de esa conspiración
positivista, llega a la pampa argentina, donde se hace amigo de un potentado,
se casa con una mujer, se instala y va haciéndose cada vez más rico. En su
nueva ciudad hay un par de hermanos conocidos por todos y protegidos por el
párroco local, La violadita (cuya desgracia ya se anuncia con ese sobrenombre
que asumiría después con naturalidad) y su hermano, un hombre que parece
incapaz de relacionarse del modo que el mundo moderno necesita, que parece
prácticamente tonto, en realidad, pero que hará lo que sea por protegerla y en
quien parece haber alguna clase de poder que atrae hasta él a Bianco. Bianco
quiere reflexionar sobre sus poderes, buscar el modo de defenderse de quienes
lo acusaron y lo obligaron a dejar Europa. Bianco observa que a medida que su
fortuna va creciendo sus poderes se debilitan.
La novela, sin parecerlo, y es su gran mérito, es una novela
histórica, que nos da un paseo por algunas de las ideas de finales del siglo
XIX y principios del XX, por el enfrentamiento entre teorías científicas e
ideas mágicas, entre el mundo racional y el de los que afirman tener poderes.
La prosa de Saer es hipnótica. Aún sin haberme atraído demasiado la historia,
cada vez que estaba leyendo el libro me metía profundamente en él, gracias a
una escritura que te va envolviendo y te lleva a su terreno.
Barbazul, de Kurt Vonnegut: No sé por qué
pensaba, hasta que lo leí, que Vonnegut era un escritor de ciencia – ficción.
Probablemente porque había leído alguna de esas listas de autores en los que se
deja al pie de página, en los márgenes, a los autores con los que no se sabe
muy bien qué hacer y a los que se puede relacionar a través de un finísimo hilo
con alguno de esos géneros que consideran menores y casi despreciables. Y
alguien a quien yo le leí una lista de autores contemporáneos debió decir: en
las novelas de Vonnegut a veces hay un tío que dice ser capaz de comunicarse
con extraterrestres. Y lo que en una novela de alguien a quien considerara
indiscutiblemente serio lo haría calificarlo de personaje extravagante debió
hacer que a Kurt Vonnegut Jr. lo situaran en el campo de la ciencia – ficción.
Sé, bromas aparte, que Vonnegut escribió algunas colecciones más o menos
adscritas al género en sus comienzos, y es cierto que hay extravagancias como
ésa en sus novelas, pero Vonnegut fue siempre, sobre todo, un escritor
sarcástico. Barbazul es, sin duda,
una novela sarcástica.
Su protagonista, Rabo Karabekian, es un viejo pintor armenio,
tuerto y viudo, que hace memoria de sus días en la Tierra. Lo hace a instancias
de Circe Berman, una escritora que aparece en su lujosa propiedad, heredada de
su mujer, y lo anima a escribir todo lo que ha vivido. Berman es una autora
prácticamente desconocida pero que bajo pseudónimo escribe unas novelas
juveniles que se venden por millones. Berman viene a romper la paz en la que
vive Karabekian, casi sólo, apenas acompañado por su único amigo, un fracasado
novelista, trasunto del propio Vonnegut.
Karabekian nos acerca a los primeros años 20, donde aprendió
todo del dibujante de origen armenio Dan Gregory. Desde ahí, nos va mostrando
cómo se desarrolló el expresionismo abstracto, del que el propio Karabekian fue
parte fundamental, junto a autores como Mark Rothko y Jackson Pollock, hasta
que la pintura que utilizaba, la que le habían prometido que duraría siglos,
empezó a desprenderse de sus obras, dejándolo convertido en el hazmerreír de su
generación y del mundo del arte. Eso sí, fue un gran coleccionista que fue
acumulando multitud de obras de gran valor.
La historia de Karabekian, más que explicar con detalle un
movimiento concreto, el expresionismo abstracto (aunque coincide en detalles
con ellos, en el uso de graneros como grandes espacios de pintura en los que
almacenar sus enormes obras, en el descubrimiento de la pistola de pintura como
herramienta artística), es un retrato del mundo del arte, y esto incluye, me
imagino, al mundo literario. Un mundo en el que el valor de las obras se mide
por el precio que consiguen que se pague por ellas, donde las apariencias están
por encima de lo verdaderamente valioso, y donde ya se ven las dinámicas que casi
treinta años después de la escritura de la novela se han ido confirmando.
Barbazul también nos muestra la realidad de los inmigrantes
que llegaron a California a principios del siglo XX, como los Karabekian, que
pertenecían, en particular, a la minoría armenia que huyó de Turquía ante el
genocidio que los turcos llevaron a cabo contra ellos. El padre de Karabekian
ya era un perdedor, que dejó un trabajo de profesor de Matemáticas en Europa y
se fue a la ciudad menos próspera de California, donde nunca encontró trabajo
más que de zapatero. Un zapatero aburrido y triste, como su hijo cuenta en
repetidas ocasiones. Y nos enseña la realidad de la matanza de los armenios,
uno de los mayores genocidios del siglo XX que sigue siendo bastante
desconocido y que en Turquía es delito nombrar como tal genocidio. Estas
matanzas, la capacidad del ser humano para hacer el mal a escala industrial, es
una de las ideas que más obsesionaban a Vonnegut, que fue soldado en la Segunda
Guerra Mundial, experiencia que retrata magníficamente en Matadero cinco. Por último, aclarar el origen del título de esta
muy recomendable novela. Circe Berman le pregunta a Karabekian por la obra que
guarda en uno de los graneros, siempre cerrado, y este le cuenta la historia de
Barbazul, quien le dijo a su esposa, puedes entrar en cualquier lugar del
castillo excepto en esa estancia. Y claro, ella entró al lugar prohibido,
encontró a la primera esposa de Barbazul, y él tuvo que matarla. Su tercera
esposa cayó en el mismo error. Etcétera. Como el propio Vonnegut nos recalca,
la primera mujer de Barbazul debió ser asesinada por otros motivos. Aquí nadie
muere decapitada por entrar allí. El gran cuadro de Karabekian es uno de esos
mcguffins sobre los que hacer avanzar la trama.
Fauna y Desplazamientos, de Mario Levrero:
Voy a hablar mal de un libro de Levrero. No tanto, realmente. Pero al menos no
voy a hablar de él con entusiasmo. Fauna
y Desplazamientos son dos novelas
cortas reunidas en un mismo volumen por su editorial, que aparecieron
recientemente en España. Son textos escritos a finales de los setenta (Fauna) y principios de los ochenta (Desplazamientos). Son dos novelas cortas
que la editorial decide presentar agrupadas y que en la mayoría de las
ediciones uruguayas y argentinas previas ya venían emparejadas. ¿Emparejadas
por qué? Supongo que porque los editores no creyeron que novelas de poco más de
cien páginas no funcionarían demasiado bien en cuanto a ventas, y que quizá eso
iría mejor ofreciendo dos al lector. Aparte de eso, no se ve demasiado bien qué
tienen en común. Porque tienen poco que ver, aunque se nos dice que son dos
historias de fascinación por ciertos personajes femeninos. Pero eso es común en
casi todas las novelas de Levrero, hay algún personaje femenino que atonta y
hace actuar sin sentido al protagonista.
Hay dos Levreros que me interesan y me fascinan. El simbólico
– fantástico de La trilogía involuntaria (La ciudad, El lugar,
París), que es también el de los relatos cortos que he podido leer
(aunque en la narrativa corta es más abiertamente fantástico), y el confesional
de sus diarios, probablemente sus obras maestras (no diré sus obras mayores
porque Levrero no era alguien que aspirara a las obras mayores, sino más bien a
conseguir que sus obras, todas menores, fueran radicalmente personales), El
discurso vacío y La novela luminosa, un Levrero que se estaba
ensayando a sí mismo en Burdeos, 1972 y Diario de un canalla, de
los que hablé el mes pasado. Hay un tercer Levrero, el de las novelas menores,
que se olvidaba de los simbolismos, que quizá reflexionaba menos sobre su
labor, y aunque nunca dejaba de conectar con su subconsciente en esas
narraciones, las apoyaba más abiertamente sobre estructuras y argumentos más o
menos policiales, novelas que como lector adoraba. De ese Levrero sólo me han
parecido destacables El alma de Gardel y Dejen todo en mis manos,
una novela que para muchos estudiosos de Levrero supuso un punto de inflexión
definitivo en su obra, ya que después de ella se concentró en su nueva
escritura, y empezó a trabajar en El
discurso vacío. A ese Levrero pertenece Fauna. Fauna es,
quizá, el texto que menos me ha gustado nunca de Levrero, es una novela corta
de mero entretenimiento. Un parapsicólogo (Levrero fue muy aficionado a la
parapsicología) con el que contacta una rubia despampanante para encargarle un
trabajo que lo pondrá en apuros. La novela se desarrolla sobre los tópicos de
la novela policial, o pseudopolicial. El personaje se ve atrapado en una trama
de dobles mujeres, gemelas indistinguibles (Fauna y Flora) que quizá son las
dos personalidades de una misma mujer, una de las cuales lo tiene obsesionado,
otros personajes que aparecen y desaparecen, y malos malísimos. Es el Levrero
más gamberro. Esta novela me ha recordado especialmente a Nick Carter se
divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo y La banda del
ciempiés.
Desplazamientos enlaza más directamente con el Levrero
simbólico – fantástico de La trilogía involuntaria. Desplazamientos
es, si cabe, más experimental y oscura que las tres novelas que componen dicha
trilogía. El protagonista debe ir a cobrar unos alquileres pendientes a una
casa que gestionaba su padre hasta su muerte, una casa en la cual él se había
criado. El protagonista va encontrándose con las miserias, variadas pero todas
humanas, de los distintos inquilinos, que van reflejando sobre él lo que
pensaban de su padre, un hombre con el que tampoco él tenía una buena relación.
La narración es extraña, pues vuelve en ocasiones a puntos anteriores de la
misma, como si el personaje hubiera cruzado una puerta que en vez de hacia
delante lo llevara hacia atrás. Es una novela interesante, mucho más que Fauna,
pero no produce la perturbación de las novelas de la Trilogía. Es un
ejercicio de estilo interesante que se acerca al mundo de aquellas pero que no
funciona tan bien. Una novela menor y otra en parte fallida, para resumir.
Relecturas:
Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de
Joyce, de Roberto Bolaño y A. G. Porta: Consejos fue la primera obra publicada tanto por Bolaño como por A.
G. Porta. Lo hicieron en 1.984, gracias a un Premio de Novela convocado por el
Ámbito Cultural de El Corte Inglés. Las novelas escritas a cuatro manos son
poco frecuentes. Bolaño y Porta nunca explicaron de manera clara cómo la
escribieron, hablaban de que uno escribía unas páginas y se las mandaba al
otro, y que no sabían al final quién había escrito qué y quién había corregido
a quién. La verdad es que leída la novela, hay capítulos en los que se nota la
mano dominante de Bolaño y otros en los que se nota el estilo de Porta como el
mayoritario. Porta era el fanático de Joyce, así que suponemos que Bolaño era
el discípulo de Morrison. Bolaño es uno de los gigante de la literatura
hispanoamericana de las últimas décadas, y A. G. Porta escribió, después de
muchos años alejado de la literatura, la que para mí es una de las mejores
novelas españolas de las dos últimas décadas, Concierto del No – Mundo.
Es la tercera vez que me acerco a Consejos, y siempre lo he hecho esperando una obrita menor, una de
esas novelas de Bolaño que no habían tenido visibilidad y que ante el
crecimiento póstumo de su figura empezaron a aparecer. Y siempre me he
encontrado con una novela más ambiciosa de lo esperado, bien hilada, ágil. Consejos
es una novela que sigue a una joven pareja que empieza a asesinar como por
casualidad y que una vez lanzados al mundo criminal parecen no saber parar.
Todo ello entrelazado con las aventuras literarias de Dédalus, pues parece que
en los bajos fondos de la Barcelona de principios de los ochenta no había un
criminal sin ansia de posteridad. La edición de Acantilado va acompañada del Diario de bar, un texto que relata los
días de un suramericano que acude puntualmente al bar después de pasarse la
noche peleando con los fantasmas y escribiendo, sin duda un trasunto de Bolaño.
Felices lecturas en marzo
Hablaremos
Sr. E
Felices lecturas en marzo
Hablaremos
Sr. E
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