martes, 25 de octubre de 2016

Punto de control, de David Albahari, y otras lecturas balcánicas

Punto de control, de David Albahari (Ed. Baile del Sol) y una cierta trilogía balcánica.


Esta reseña va a hablar de una novela, Punto de control, aunque no sólo de ella. A veces acumulamos lecturas y no es de manera casual. Al terminar la novela y pensar en reseñarla me di cuenta de que otros dos libros con los que andaba entre manos tenían una conexión evidente con ella. No siempre leo narrativa, aunque casi siempre lo haga. Y cuando no leo narrativa suelo dejarme caer por el ensayo. Aún así, a veces leo poesía u otros formatos, como cómic (o como ahora se dice, novela gráfica). Debería leer más poesía, porque me ayuda a luchar contra mi tendencia a la dispersión, ya que si el relato obliga a concentrar las ideas en la escritura, la poesía obliga mucho más a buscar la palabra que transmita todo, y sé que en los últimos años están apareciendo novelas gráficas que tratan temas muy interesantes y son quizá una muy buena aproximación a ellos, fácil y cómoda.

Basta ver la sobria y sugerente portada de Punto de control para comprender que será un libro duro e incómodo. Desde niño me ha fascinado lo que sucedió en los Balcanes en los años 90 (y digo fascinado como un término medio entre algo que me ha horrorizado y algo que no alcanzo a comprender del todo, sobre lo que hay muchas versiones y las verdades me parece que son siempre poco fiables). Nunca he entendido de dónde surgió tanto odio, y siempre he intuido que se trataba de odios ancestrales que no habían sido resueltos y que periódicamente se purgan. Esperemos al menos que la guerra de los 90 sea la última vez que llegan a tanto.

El año pasado leí Canción muda, una antología de relatos del autor serbio David Albahari, que me interesó mucho, y me descubrió a un autor brillante, dominador de técnicas narrativas muy variadas, cercanas a lo posmoderno sin olvidar lo importante, que al final es contar una historia que interese. Punto de control es una novela publicada originalmente en 2011 que nos lleva a acompañar a una serie de personajes que deben cruzar un punto de control en un conflicto bélico que aunque no se concreta temporalmente, es muy fácil identificar con la guerra de Yugoslavia en los años 90. Ha sido traducida hace poco por Baile del Sol dentro de su muy interesante colección Deleste. En Punto de control nos encontramos con las dudas de los soldados a los que han obligado a estar ahí y no acaban nunca de entender qué sucede, y se cuestionan qué es lo que ha empujado a sus dirigentes a utilizarlos como carne de cañón. Una guerra siempre es una suspensión de la vida normal, y ser enviado al frente, o ni siquiera, como en este caso, sino a un punto de control entre dos fronteras difusas, debe producir, entre otros muchos sentimientos, el de extrañeza. La gente que iba a la mili, cuando en este país había servicio militar obligatorio, parecía dejar su vida aparcada, a la espera de retomarla después de un período de año o año y medio. Imaginemos aparcarla durante un tiempo mayor y para ir a una Guerra, en mayúsculas, con la tensión permanente de no saber si te matarán allí, o casi peor, si al volver a casa no habrán matado a los tuyos.

Punto de control también nos acerca a refugiados que tratan de entrar a un país saliendo de otro, y eso, dada la situación de los últimos años, enriquece aún más su lectura, aunque fuera quizá un punto secundario en la escritura original. Punto de control es una novela que busca generar extrañeza en el lector, y lo consigue. En una entrevista (que debe ser la única que se le ha hecho) que la poeta Inma Luna le hizo para Revista de Letras, decía que sus principales influencias venían de Kafka y Beckett, y se nota que viene de ese mundo y a ese mundo nos acerca. La actitud de extrañeza ante la guerra, por absurda, es un clásico en la literatura, y Albahari se suma a esa tradición. Siendo un libro al que inicialmente cuesta un poco entrar, por esa extrañeza de la que hablaba, es un libro al que una vez pillado el ritmo y el tono, resulta muy difícil abandonar. Apetece leerlo de manera continua hasta que se acaba, y creo que se entiende mejor después de pensarlo durante unos días tras su lectura, o tras releer algunos pasajes. Albahari tiene un mundo narrativo propio y poderoso, es un novelista importante, que espero que sigan traduciendo al español y al que podamos seguir acercándonos.

Los escritores de la península balcánica parecen estar muy ligados al exilio. Albahari se fue en 1994 a Canadá, que acogió a muchos refugiados de aquel conflicto (como está haciendo ahora con Siria), donde vivió durante una década, hasta su regreso a Belgrado. Después de Punto de control leí dos libros también de autores de origen serbio ligados a Canadá y Estados Unidos. 


La autora de la novela gráfica Patria (Ed. Turner), Nina Bunjevac, también vivió en Canadá, aunque ella llegó antes de la guerra de la década de los 90. Patria nos acerca a una realidad previa a esa época, y que quizá nos ayuda a entenderla. Nina Bunjevac, con un estilo de dibujo sobrio, utilizando el blanco y negro y con muchas referencias a su vida personal, nos cuenta el pasado de su familia, que es la historia de su padre y es también, en gran medida, la de Yugoslavia. Bunjevac nació en Canadá y a los pocos años se mudó a Yugoslavia con su madre, que estaba preocupada por el radicalismo de su marido, implicado en atentados y complots con grupos terroristas serbios, anticomunistas, anti – Tito y quizá por encima de todo nacionalistas. Las ideas con las que el padre de Bunjevac simpatizaba son las ideas que acabaron llevando a la guerra. Una vez que se fueron a Yugoslavia (la madre con sus dos hijas, el padre no dejó salir a su hijo), conocen un mundo distinto. Y allí, esperando, algo pasa. El padre muere preparando explosivos para un atentado. La familia se reúne con el hijo y se quedan en Yugoslavia hasta que Bunjevac tiene edad de estudiar en la Universidad y elige volver a Canadá. Y en el silencio trata de comprender qué pasa en aquel país y qué pasó con su padre. Es un cómic que esencialmente trata sobre la incomunicación y las murallas que el silencio construye dentro de muchas familias.


El poeta Charles Simic nació en Belgrado y a los dieciséis años se marchó a los Estados Unidos y allí se quedó. La historia de Simic no es la de un exilio provocado por la guerra, sino la de un emigrante lejano. De hecho cuando se habla de Simic se habla de un importante poeta americano. 1938, una antología de sus mejores poemas editada por Valparaíso, también hace referencias, no obstante, a Yugoslavia. A lo que fue y a lo que se convirtió tras la guerra. Simic es un poeta sencillo, de ideas afiladas pero metáforas controladas. Sus poemas tienen fuerza y se apoyan en la memoria, la desmemoria, la vida del individuo, el insomnio y la indefensión ante el mundo y el sistema. Simic no confía en la memoria y la cuestiona, y eso hace su lectura necesaria y útil. La poesía de Simic se acerca muchas veces al relato poético, y maneja referencias de la cultura popular americana. Simic va buscando la belleza, o la trascendencia, si a veces no son lo mismo, en cada esquina de cada ciudad gris por la que camina. Parece un poeta que camina y mira de manera aguda y toma notas con las que construir la realidad.

Seguiremos leyendo y hablando de libros.

Felices lecturas


Sr. E

jueves, 20 de octubre de 2016

(Re)leyendo relatos clásicos

Leyendo relatos clásicos: E. A. Poe y R. L. Stevenson

Tengo un importante déficit de lectura de clásicos. He leído a algunos de los autores clásicos canónicos, por supuesto, pero a algunos llegué quizá demasiado pronto y a otros los leí en un nivel de lectura que quizá no era el adecuado. Dentro del relato clásico del siglo XIX, había leído, en la adolescencia, o casi en la preadolescencia, a Poe y a Stevenson. Dentro de aquellas largas listas de lecturas que nos proponían para el verano, recuerdo que fueron dos autores, junto con Conan Doyle o Stoker, que me entretuvieron mucho. Leí bastantes cuentos de Poe, y tengo el recuerdo de haberlo pasado bastante mal con El gato negro, aunque influye que en aquella época de mi vida a mí los gatos ya me daban bastante mal rollo. De Stevenson, aparte de La isla del tesoro, de la que algunos grandes novelistas se han declarado siempre fans, leí algunas novelas cortas cercanas al terror, como El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr Hyde y Olalla, que ahora he reencontrado dentro de esta colección de sus cuentos.

Luego me puse a escribir relato y Poe siempre aparece como el precursor de una de las dos grandes corrientes de las que bebe el relato corto moderno, la que se acerca más al fantástico y se contrapone a la más realista de Chéjov. Aunque a mí siempre me gusta hablar de tres grandes corrientes y considerar que Kafka traza una tercera vía que integra una mirada fantástica en una realidad aparentemente prosaica, y merece su propio lugar. Quizá por esa presencia casi constante de Poe en todos los manuales y referencias, nunca lo había releído de adulto. Aunque hace un par de años me compré una edición con todos sus cuentos pensando en hacerlo alguna vez. A veces vas acumulando los cuentos completos de algunos autores para ir leyéndolos en el futuro y a conviene que el futuro llegue a hacerse presente. Y en junio de este año empecé a abrir algunos de los cuentos de Poe. No los he leído todos porque he ido leyendo títulos de manera salteada, repasando los que recordaba primero (El gato negro, La verdad sobre el caso del Señor Valdemar, La caída de la casa Usher, La carta robada, El escarabajo de oro o Los crímenes de la calle Morgue) y leyendo luego algunos de los más conocidos que no leía o no recordaba haber leído (como Berenice, El tonel de amontillado, El sistema del doctor Tarr y del profesor Fether).

La prosa de Poe que he encontrado y reencontrado es siempre evocadora. En el primer párrafo te mete en la atmósfera de la historia concreta que va a contarte y no es fácil salir de ella. Poe habló de la unidad narrativa del relato y sus cuentos funcionan perfectamente como unidad y apetece leerlos siempre de una sentada. Algunos son apenas 5 – 6 páginas y otros se alargan bastante más, pero nunca cruzan la idea del cuento breve como un tema, una voz. Leyendo estos cuentos, que se van acercando a los dos siglos de existencia, se siente el peso de la historia. Y el peso de estar viviendo un acontecimiento histórico, que es (con todos los matices necesarios) el del establecimiento del cuento como género moderno (en inglés tendríamos el paso del tale a la short story y quizá se ve más fácil). Poe nos presenta algunos cuentos de los que podemos rastrear su poso en cientos de historias literarias y cinematográficas posteriores, viendo lo influyente que han sido relatos como El gato negro, Los crímenes de la Calle Morgue, La verdad sobre el caso del señor Valdemar o El corazón delator.  

Leyendo a Poe también me he dado cuenta de cuantos imitadores sigue teniendo, y uso la palabra imitadores y no deudores porque quiero darle un matiz negativo. Escribir en una tradición que viene de Poe y lo asume es lícito y es necesario, y ahí podemos marcar a autores más cercanos al fantástico de terror, como Stephen King o Richard Matheson a autores más literarios, como Cortázar (que lo tradujo) o Bioy Casares. Pero limitarse a escribir como él, buscar dar las sorpresas que sorprendían hace más de cientocincuenta años no tiene sentido más allá del ejercicio de estilo. Seguiré leyendo sus cuentos en los próximos meses, pero de momento ya dejo marcados tres relatos que me han parecido perfectamente válidos hoy en día, como son El sistema del doctor Tarr y el Profesor Fether, El tonel de amontillado y Nunca apuestes tu cabeza al diablo, que comienza con una reflexión metaliteraria que me tiene enamorado.


Para mi último cumpleaños me regalaron la edición con los Cuentos completos de Robert Louis Stevenson de la editorial Valdemar. Valdemar suele cuidar mucho sus selecciones y ediciones y aquí también lo hace. Tampoco he leído aún todos los relatos del libro, pero he disfrutado mucho de los que he leído en tardes reposadas. ¿Había leído Robert Louis Stevenson a Edgar Allan Poe? Aunque Poe no fue especialmente popular en el Reino Unido en esa primera época, es probable que sí. El prólogo de la edición de Valdemar, a cargo de Vicente Molina Foix, señala a Robert Louis Stevenson como el gran cuentista inglés, por extensión de su obra y por la calidad de la misma.

Sus temas van de la aventura al terror, y llamar cuentos a algunos de estos textos es un poco llamativo según los parámetros habituales, pero se editan por tradición juntos. El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr Hyde es prácticamente una novela corta, no sólo por su extensión sino por su estructura y concepción, y tanto El club de los suicidas como El dinamitero son realmente novelas, aunque es verdad que novelas formadas a base de cuentos, una manera que hoy en día se sigue utilizando para estructurar novelas (pensemos sin ir más lejos en Rayuela, La vida: instrucciones de uso o Los detectives salvajes).

Es sabido que en los mares del sur, donde acabó sus días, a Stevenson, un aventurero que escribía aventuras, lo llamaban Tusitala (el que cuenta historias), y es fácil imaginar algunas de estas historias naciendo en una conversación en una taberna con un whisky por medio, o como una de esas historias que se cuentan al abrigo de un buen fuego. Molina Foix habla en el prólogo de que Stevenson es un maestro en utilizar las palabras justas para expresar lo que pretende, y la verdad es que consigue una gran expresividad con una admirable economía. Una novela corta de 70 y pocas páginas, como El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde sería una historia de 200 en manos de casi cualquier novelista, y sería otra lectura.

Sin saberlo, algunas de las historias que he ido leyendo me remitían a otras lecturas contemporáneas a él o posteriores, lo que indica que su obra ha trascendido y se mantiene. Olalla me ha recordado la lectura de Otra vuelta de tuerca de Henry James. El diablillo de la botella es un cuento en el que parece que está inspirado directamente La pata de mono de W. W. Jacobs, de donde Stephen King reconoce que nace Cementerio de animales, una de sus mejores novelas. El sótano de la peste me ha recordado a mi reciente lectura de El tonel de amontillado de Poe, no sólo por el ambiente de sótano, claro, sino también por la manera de ir presentando el misterio. Historia de Tod Lapraik es un perfecto ejercicio de concisión, de concentración extrema de una novela de una vida en un cuento de ocho páginas, e Historia de una mentira me ha parecido una maravilla de relato corto, de los largos, de más de cincuenta páginas, sólido, que se va dibujando capa a capa, de los que cualquiera debería leer y disfrutar más de una vez en la vida, y si escribe o lo pretende, del que se puede aprender mucho.

Seguiré leyendo los relatos de Stevenson y de Poe, y en algún momento sumaré la edición que tengo de los Cuentos completos de Maupassant. Y seguiré compartiendo mis impresiones.

Felices lecturas


Sr. E

miércoles, 12 de octubre de 2016

Érase una vez el fin, de Pablo Rivero

Érase una vez el fin, de Pablo Rivero (Ed. Anagrama)

Cuando uno escribe una novela sobre un pianista nocturno con problemas con la bebida, el juego y las drogas, que se mueve entre timbas, prostitutas, policías dudosos, deudas, soplones y camellos, es muy fácil que le cuelguen la etiqueta de Bukowski, y supongo que lo sabe. Escribir como Bukowski, igual que escribir como Carver, es peligroso. Y casi igual de peligroso es que te cuelguen el sanbenito de bukoswkiano o carveriano. Lo que en Bukowski o en Carver podría ser una virtud sustentada en la aparente sencillez y en eso tan difícil (y peligroso) de definir que es la autenticidad, resulta cansino en sus imitadores más pertinaces, en los que no aportan nada más que el seguimiento de una fórmula.

En la contraportada de este libro también se habla de Boris Vian e Irvine Welsh. La descripción de la solapa de Pablo Rivero es peligrosa, porque cae en todos los tópicos de la literatura de los noventa: ha trabajado como albañil, en un almacén, todo eso. Ha escrito un par de novelas antes, que han tenido una difusión mínima, y una de ellas recibe el nombre de libro de culto. Un crítico nombra a Casavella para definir su novela. Todo eso es muy peligroso y por eso conviene no leer la solapa de esta novela hasta no haber leído el libro.

Porque creo que al margen de los tópicos que lo envuelven desde su solapa y su contraportada, el libro merece la pena por varios motivos, esencialmente porque:
a) Está bien escrito. Es una historia que el autor podría haber despachado, por tono y tema, con frases cortas ligadas unas con otras por puntos y seguidos. Pero no lo hace. Hay frases con enjundia, subordinadas, todo eso. Hay una sintaxis bien trabajada. Queda feo que alguien destaque que un escritor domina la sintaxis, pero creo que hay que destacarlo para saber de qué libro estamos hablando. 
b) Va a la contra. En estos tiempos de nostalgia barata y siempre engañosa, entre millones de cuarentones a los que se les humedecen los ojos al recordar que fueron a EGB y echan de menos aquellas meriendas y aquellas series de televisión, el narrador de Pablo Rivero nos cuenta que él también fue a EGB y parecía que el país iba para arriba y quizá el país fue ascendiendo pero algunos se quedaron inevitablemente atrás, y él es de los que se quedaron atrás, y nos lo cuenta. Con sentimiento de clase, de eso que ya no se llama clase obrera, como si por quitarle el nombre desapareciera, y casi con resentimiento de clase.

Hubo que dar la razón a los que vaticinaron la debacle de los tiempos y desconfiaron de la raza humana. No había trabajo ni paz, y esto no era Madrid. A los jóvenes de aquí no nos engañaban cuatro actores a la cabeza de una manifestación, con una pegatina en la solapa de una prenda de marca, cuatro progres millonarios que cuando se va la tele vuelven a la Moraleja a chuparse las pollas los unos a los otros sobre butacas de cuero Connolly, aquí había que madrugar y había que pasar frío para vivir desde la aurora de los tiempos.

c) Algunos temas. He leído en los últimos años ciertas críticas hacia la literatura contemporánea española en las que se hablaba, como conjunto (con lo que tiene de injusto tomar la parte por el todo) de que no es representativa de toda la sociedad, sino sólo de ciertos grupos sociales, y que en ella abundan, y casi son exclusivos, los personajes urbanos de clase media, los funcionarios, periodistas y profesores que hablan como funcionarios, periodistas y profesores. Esto tiene una lectura clara e inmediata, que viene del hecho de que muchos escritores son en su otra vida funcionarios, periodistas y profesores, y es normal que esa realidad se vea en su obra. Dejando al margen la pertinencia o no de esa crítica, sí es verdad que a veces el lenguaje de todas las novelas contemporáneas españolas tiende a ser uniforme, neutro, supongo que en la creencia de que así será más fácil de comprender por todos los lectores. El libro de Pablo Rivero se mete en otros temas y en otras realidades. Y eso es algo buscado y que destaca en el libro.

Durante la publicidad, antes de que comience la película, recuerdo a Falo, el amigo de la infancia de mi hermano, y a su prohibida, inacabada y censurada tesis doctoral: “La endogamia cultural en España durante los siglos XIX y XX”. Una bestia de dos mil quinientas páginas con efectos secundarios instantáneos. Una obra total. La verdad. La luz, que triunfa al final entre los muros de hormigón construidos por caciques.

Érase una vez el fin es una novela en la que la trama es mínima. Un pianista que trabaja en locales de noche adquiere una deuda de juego y apenas tiene unos días para cubrirla. En una ciudad, Gijón, que se acerca a la Navidad, repasa la trayectoria vital de su familia, de los amigos de su barrio, de su generación, de los que ganaron y de los que perdieron, dándose cuenta de que muy probablemente los que ganan son los mismos que ya ganaban hace décadas y algo parecido sucede con los perdedores, hijos y nietos de perdedores.

Hay también hombres jóvenes encerrados en su casa con los ojos en blanco. Personas partidas por la mitad, nacidas a finales de los sesenta y primeros años de la década siguiente. Anulados sociales que fueron, durante unos breves instantes, las mentes más brillantes de su generación. Y yo, que me incluyo sin dudar entre esta decrépita compaña, me pregunto, en los escasos momentos de lucidez de los que dispongo, ¿quién nos engañó?, ¿quién nos convirtió en esto, siendo como éramos simplemente lo mejor? Drogadictos, enfermos, fracasados, cadáveres en descomposición ahora.

Este narrador verborreico mira los valores en los que lo educaron, todo eso del esfuerzo y de ser los mejores, la humanidad y la cultura. Mira todo lo que su madre le decía y se pregunta qué ha pasado. Y a dónde hemos llegado. Es la voz del desesperado al que han engañado. Llegó a ser un músico que viajaba por Europa y acabó tocando el piano en un local de mala muerte, y tiene la sensación de que algo muy parecido le ha pasado a todos los que ha ido conociendo.

Me han grabado a fuego desde pequeño que la educación permanece siempre por encima de la sinceridad. Hoy en día no es así. No paro de escuchar frases como “Soy una persona muy legal, te digo las cosas a la cara”, morid, hijos de puta, nadie debería restregar por la cara a nadie su maldita sinceridad.

Por la historia circulan putas y yonkis, y mala vida. La gente se muere sin dejar huella porque seguramente vive sin dejarla. Es un libro bello y amargo. Supongo que se podrá acusar a la novela, y a Pablo Rivero, que es quien la escribe, de provocar en ciertos temas. Supongo que esas provocaciones provocan que algunos hablen más de la novela (como yo mismo hago ahora al fijarme en esas provocaciones), pero en esos estallidos de rabia, en esos ladridos contra la cultura española oficial y contra la supuesta sociedad del bienestar es donde creo que la novela se hace más fuerte.

Ya no éramos nadie, corría el rumor, y aquella Navidad fue la más triste. Nacía el niño Dios y morían los niños hombres.

La trama avanza de manera lineal a lomos de la rabia y la violencia, sobre la contrarreloj de la deuda, viendo cómo busca consuelo en la barra de los bares más oscuros y en las drogas que le caen en las manos, y escondido de quienes le persiguen acaba compartiendo la vida, o lo que sea, con una prostituta que parece mirar al futuro de frente, no como él. La novela se debate entonces entre los dos finales previsibles, y no digo previsible como una crítica, porque la vida, en ciertos momentos, es previsible, y pasa lo que tiene que pasar, e imaginar lo contrario es engañarse. La novela juega a hacernos dudar entre creer que hay redención o que hay historias que no tienen remedio.

El final, claro, no es feliz. Pero eso es un spoiler. Y para terminar me imagino al narrador de esta novela dándome un puñetazo por haber usado esa palabra.

Miro a las personas bailar tras los cristales. Odio a la gente que es capaz de disfrutar de la vida.

Seguiremos leyendo


Sr. E

lunes, 10 de octubre de 2016

Reseña de "Mil dolores pequeños" en 1000 y un libros y reseñas

El pasado viernes 7 de octubre, mi novela Mil dolores pequeños apareció reseñada en el blog 1000 y un libros y reseñas.

Su responsable tuvo la buena voluntad de leer Mil dolores pequeños y compartir brevemente sus impresiones con los lectores.

Podéis echarle un ojo a la reseña en esta página
http://1000yunlibros.blogspot.com.es/2016/10/mil-dolores-pequenos-pablo-escudero.html

Espero que abra las ganas de acercarse a la novela a nuevos lectores.

Agradezco a Fulgencio, el entusiasta lector que mantiene el blog, su tiempo y palabras.

Podéis comprar el libro, si es de vuestro interés, en la web de Baile del Sol:
http://www.latiendadebailedelsol.org/372-escudero-abenza-pablo-mil-dolores-peque%C3%B1os-.html

Felices lecturas

Sr. E


jueves, 6 de octubre de 2016

Música de mierda vs. La mala puta

Música de mierda (Blackie books), de Carl Wilson vs. La mala puta (Sloper), de Miguel Dalmau y Román Piña Valls

He leído en las últimas semanas estos dos ensayos de temas provocadores. No son ensayos parecidos, pero los he agrupado en mi desastrosa organización mental porque por un lado comparten lo malsonante de sus títulos, que buscan provocar, que el lector curioso los ojee en la biblioteca y decida llevárselos (y conmigo funcionó, aunque la verdad es que ya sabía que existían, no me los encontré de primeras), y por otro lado porque creo que los dos tratan esencialmente un mismo tema, el de la creación artística y su recepción, uno la musical, otro la literaria.

¿Por qué hay gente que decide dedicarse a la creación? ¿A quién le importa que haya creadores? ¿Hay que agradecerles que se dediquen a la creación? ¿Se merecen alguna clase de protección? ¿Por qué hay obras buenas y obras malas? ¿Quién decide cuáles son de un tipo y cuáles del otro? ¿Qué oscuros mecanismos y organizaciones manejan el éxito y el fracaso? ¿Tiene límites el ego del creador, desde el más mediocre e ignorado hasta el de mayor éxito? ¿Todos los egos son igual de grandes y de dañinos? ¿Existe el creador puro, al que no le importe lo que el público piense de lo que hace? ¿Es ese autor realmente más puro, tiene sentido? ¿Existe el público puro, al que no afecten las modas ni influya su entorno cercano ni las opiniones de los que teóricamente saben del tema a la hora de valorar unas obras u otras?

Música de mierda, del crítico musical Carl Wilson, nos intenta acercar a conceptos como el de gusto y a sus relaciones, complicadas en algunos casos, con el nivel educativo, económico y social, de quienes dicen tenerlo. Wilson trata de mostrar de manera más ligera algunas de las ideas que tocó en profundidad a finales de los setenta Pierre Bourdieu en La distinción: Criterio y bases sociales del gusto, un libro considerado entre los ensayos sociológicos más importantes del siglo XX.

Wilson es un crítico de música canadiense que siempre ha despreciado a quienes escuchaban cierta música. De ahí el título, porque muchas veces no se trata tanto de lo que nos gusta o no como de criticar lo que gusta a otros. A los que tienen peor gusto que nosotros, en particular, y el que tiene peor gusto es el que lo tiene distinto. Para Wilson el colmo de la música odiosa es Celine Dion, y el libro la utiliza como columna vertebral, analizando su figura, su éxito, y tratando de comprender a aquellos que la adoran.

Podríamos decir que Música de mierda es un libro con final feliz. Wilson acaba dándose cuenta de que debe ser un poco más respetuoso incluso con aquello que le espanta, y no dejarse llevar por estereotipos. Aunque acaba cobrando cierta conciencia de que el gusto personal no es únicamente personal, sino que está influido por el entorno, y aunque el libro me ha recordado en esa toma de conciencia a Indies, hipsters, gafapastas, el libro de Víctor Lenore, Música de mierda no está escrito para sermonear al lector, para decirle que todo lo que cree que le gusta no le gusta en realidad, sólo le hace sentir de una clase social superior. Es un libro honesto con puntos interesantes que no pierde de vista el punto de partida real, que lo que piensan los críticos musicales en el fondo no marca la línea de opinión de una mayoría, ni casi de una minoría tampoco, y que está muy bien que Carl Wilson o Víctor Lenore abran un poco su mente, o sean menos talibanes en sus críticas, pero que eso no va a cambiar la manera de valorar la música y el arte de la mayoría del planeta, que ya suele tener un cierto punto de apertura.


La mala puta: réquiem por la literatura española, es un libro que en realidad son dos libros. Porque más que un libro escrito por dos autores son dos textos ensamblados, el de Miguel Dalmau y el de Román Piña Valls. El de Dalmau surge como respuesta a la censura sufrida por su biografía de Cortázar, preparada para el centenario del nacimiento del argentino y que nunca llegó a publicarse. Dalmau parece decir que va a contarnos todo lo que sabe del oscuro mundo editorial. Poco después hubo otro sonado caso (al menos para mí más sonado), con El cura y los mandarines de Gregorio Morán.

Y la verdad es que el mundo editorial, el mundillo, es bastante oscuro, pero no creo que sorprenda demasiado a estas alturas. El texto de Piña Valls habla más de la perspectiva de los autores, de cómo se construyen carreras, cómo se consolidan, cómo a veces se paran, y de si es posible vivir de la literatura hoy en día, y si alguna vez lo ha sido.

Los textos parecen nacer por momentos del resentimiento, y caen en algunos lugares comunes de los últimos años (darle leña a Muñoz Molina, cuestionar el canon de la narrativa española que viene de los ochenta, criticar la labor editorial de los últimos años, gritar que los grandes premios editoriales están amañados, etc.). Los dos son casi coétaneos de estos autores que ocupan la centralidad de la narrativa española desde hace tres décadas y parecen hablar con conocimiento de causa.

Me han interesado más que los cotilleos, que por supuesto me han interesado, pero no dejan de ser cotilleos, los momentos en los que los dos autores miran hacia dentro, y hacia los profesionales, y cuestionan la labor de los escritores españoles, y de sus editores. Los dos coinciden en que el editor que leía, como se suele decir, ha muerto, y muy difícilmente se recuperará esa figura. Las editoriales que importaban en España (Destino, Alfaguara, Anagrama y Tusquets) estuvieron muy ligadas a las personas que elegían a los nuevos autores y apostaban por ellos. Hoy ya es muy raro que un autor repita libro en una editorial, y los editores no buscan precisamente la excelencia literaria, sino que el libro encaje y funcione razonablemente bien.

Los autores también tienen su parte de culpa, por conformistas y por lloricas. El libro plantea, y tiene razón, que muchos de los autores consagrados (Marías, Vila – Matas …) escriben libros que suenan a ellos mismos, y que desde que han alcanzado un cierto status se han vuelto conformistas, y no están utilizando su llamemos plenitud como narradores para arriesgar y tratar de llegar a una verdadera obra maestra. Los autores que no han alcanzado el reconocimiento lloran por las esquinas pero tampoco hacen nada de verdadero valor. Aspiran, en realidad, a ocupar ellos el lugar de los Landero, Mendoza, Llamazares etc. pero no a ser autores de primera división mundial.

Me ha gustado mucho la distinción entre los llamados y los elegidos que hace Dalmau, entre jugárselo todo por la literatura o mantener siempre un pie en lo seguro. Los dos autores del libro, como escritores de ficción que son, conocen la incertidumbre y la falta de rendimiento económico de la ficción, y la necesidad de vivir de otro trabajo salvo que se pueda hacer de rentas o de otra persona.

Se cuestiona el papel actual de la crítica. Ha desaparecido el crítico que lee con profundidad y sitúa lo leído en un contexto y lo pone en valor. Hay buenos críticos, claro, pero son la excepción, y las revistas nunca hablan mal de uno de los autores del Olimpo (es un caso posterior pero recuerdo la crítica en importantes suplementos a Como la sombra que se va, de Antonio Muñoz Molina, en la que todos los críticos venían a decir que era un libro muy menor, con fallos, pero que estaba bien, comentarios que quizá estaban bien para la primera novela de alguien, pero que deberían ser más exigentes con quien ha ganado todos los premios de la crítica posibles). Los dos autores dan por descontado que la connivencia entre prensa y editoriales conduce a que los suplementos literarios se dediquen a la reseña, a destacar que un libro ha salido y que tiene tales buenas cualidades, a no pisar callos.

La mala puta: réquiem por la literatura española, aunque no cuente novedades ni destape grandes secretos, es un libro que merece la pena leer, sobre todo si uno es o pretende ser profesional de cualquier aspecto del mundo de la literatura, y en el fondo si uno lee y quiere comprender algunos aspectos internos que resultan extraños si no se valoran adecuadamente.

Seguiremos leyendo

Felices lecturas


Sr. E

domingo, 2 de octubre de 2016

Dios ha vuelto al barrio, en la revista Narrativas

Dios ha vuelto al barrio, incluido en el número 43 de la Revista Narrativas.


Hace cosa de un año, para el cuarto número anual de la Revista Narrativas en 2.015, sus editores decidieron publicar mi relato Rescate, relato incluido en Beber durante el embarazo.


En este cuarto número de 2.016, han decidido publicar otro relato del libro, en esta ocasión Dios ha vuelto al barrio

Dios ha vuelto al barrio está incluido en la tercera parte del libro Beber durante el embarazo, y es uno de esos relatos de fascinación que está escrito desde la mirada de un adolescente. Un adolescente que ya es adulto y que revive cómo se sintió atraído por un personaje mesiánico que habitaba por su barrio como si no tuviera nada que ver con la mediocridad del lugar, y que tanto lo fascinó que llegó a confundirlo con un Dios. 
Ese adolescente ya no es un adolescente cuando vuelve a encontrarse con aquel viejo Dios de barrio, que ha vuelto, quizá a traerles la esperanza a los que la perdieron. 

Es uno de mis relatos preferidos del libro, y uno de los relatos de los que más satisfecho me siento de cuantos he escrito. Sé que algunos de los lectores de Beber durante el embarazo también lo consideraron entre los más destacados del libro.

Podéis descargar el número 43 de la Revista Narrativas aquí:


Dios ha vuelto al barrio aparece a partir de la página 60.

Gracias a los editores de la Revista Narrativas por su trabajo y por elegir mi relato para este número. Es una pena que no haya más revistas y con más visibilidad para dar un escaparate a la narrativa breve. 

Si alguien se animara a hacerse con Beber durante el embarazo a partir de la lectura del relato, recuerdo que puede adquirirse a un inmejorable precio en la propia web de la editorial Baile del Sol:


Felices lecturas

Sr. E