lunes, 29 de agosto de 2016

Escucha la canción del viento y Pinball 73, de Haruki Murakami

Escucha la canción del viento y Pinball 73, de Haruki Murakami (Ed. Tusquets)


Este libro reúne las dos primeras obras, novelas breves ambas, de Haruki Murakami. Casi lo más interesante de esta clase de libros es poder leer las palabras de autores hoy en día consagrados y célebres sobre aquellas primeras obras. Murakami, como Paul Auster o Stephen King, hoy superventas (cada uno en su escala), siempre que pueden recuerdan sus inicios, cuando ser escritor era un sueño y escribir una apasionante aventura para la que robaban tiempo a otras actividades. Parece que realmente lo echan de menos, aunque me imagino que de vez en cuando echan un ojo a sus cuentas corrientes, a sus premios, a sus libros traducidos a tantos idiomas, y piensan que tal vez todo les va mejor ahora.

Esta es la primera edición en castellano de estas novelas, que hasta el momento sólo habían aparecido en japonés y en inglés. Haruki Murakami nos cuenta en un interesante prólogo que las escribió entre los veinte y los treinta años, cuando regentaba su famoso bar de jazz, ese que siempre se nombra, al volver a casa, por las noches. Son novelas, como él las define, de la mesa de la cocina. Novelas de deshoras. Esos libros que los que intentamos escribir y tenemos que trabajar siempre muchas más horas de las que nos gustaría reconocemos, pues todos tenemos nuestra mesa de la cocina llena de folios y disciplina, de trasnoches o madrugones para escribir. La primera de estas novelas fue finalista de un premio para nuevos narradores en Japón y lo animó a seguir profundizando en la escritura. Después de estas dos, y de lograr publicarlas en japonés, pensó en dedicarse a tiempo completo a la escritura, y se puso a escribir La caza del carnero salvaje, que considera la primera novela propiamente suya.

Lo más interesante de ese prólogo me ha parecido que Murakami confiesa que no leía apenas literatura japonesa, y no sabía lo que se escribía en Japón. Se puso a escribir un poco a ciegas y no sabía muy bien cómo dar con su voz. Confiesa que su cabeza iba mucho más deprisa que su capacidad de escribir, y que entre tantas palabras y expresiones, no acababa nunca de dar con la que le convenciera. Como ejercicio, escribió una historia en inglés y se puso a traducirla. Su inglés era bueno, pero mucho más limitado. Más que traducirla, la readaptó al japonés, y se dio cuenta de que ese estilo, más pobre, era el suyo. Bromea con que muchas veces le han criticado que su escritura parece una traducción. Y es verdad que la construcción de sus frases, aunque lo leemos en castellano, es muchas veces rara. Leí alguna vez que Samuel Beckett había elegido escribir muchas de sus obras en francés por un motivo semejante, para verse más limitado que en inglés y tratar de sacarle el máximo a esa segunda lengua.

Sólo por las 13 páginas de introducción me hubiera merecido la pena leer este libro de Murakami. Mi relación con Murakami es extraña. Parece que es un autor al que hay que adorar u odiar, y yo me encuentro bastante lejos de ambos extremos. He leído bastantes de sus libros, y algunos me han parecido buenos y me han interesado mucho (particularmente Crónica del pájaro que da cuerda al mundo y 1Q84, algunos de sus cuentos de Sauce ciego, mujer dormida). Otros menos (Tokio Blues, Baila, Baila, Baila, Kafka en la orilla). Otros casi nada (After Dark, El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas). Sólo una vez me ha obligado a dejar uno de sus libros (Los años de peregrinación del año sin color). Es verdad que Murakami se nos va desgastando como lectores. Creo que, sean los que sean, para sus lectores sus mejores libros siempre son los primeros a los que nos acercamos. Luego repite tantos trucos que cansa. En cualquier caso, incluso en sus libros menos interesantes, siempre me ha atrapado frente a la página mientras estaba con ellos. Es eficaz como narrador. Tiene un estilo que a veces parece brillante y poético y otras veces, por esa especie de simple extrañeza que maneja, parece escrito por un tonto, o para tontos. Ante algunas de sus frases no puedo evitar la sensación de que me han dicho una de esas obviedades que pretenden pasar por sabias, como en los libros de autoayuda. Tiene un mundo propio, eso es indudable, y cualquiera de sus historias repite sus cuatro o cinco elementos básicos: fin de la adolescencia, chica misteriosa, la música, alguna casualidad o extraña coincidencia, ciertos bares, la sensación de soledad, la hostilidad de la gran ciudad.

El narrador de las dos novelas es el mismo. En la primera, ha vuelto a su ciudad natal para pasar sus vacaciones universitarias. Allí, entre el tedio y los recuerdos, no tendrá mucho más que hacer para pasar sus horas que leer, estar en un bar en el que va afianzando su amistad con alguien a quien llaman El Rata, y a donde llegará una noche, completamente borracha, una chica a la que le falta un dedo en una de las manos y a la que será el encargado de llevar a casa. Esos dos personajes se convertirán en el desahogo del hastío existencial del narrador, que no le ve demasiado sentido ni a sus estudios ni a su vida, en general. Con ellos podrá hablar de sus amores pasados, de la gente que se muere, de los libros que lee y de lo que piensa de escribir, pues valora la opción de escribir una novela, que es la que acabaremos leyendo, y su amigo El Rata escribe una todos los años. La novela tiene un personaje que hace de referente de escritor al narrador, que es el misterioso Derek Hartfield, literato fracasado coetáneo de Hemingway y Scott Fitzgerald y que es un invento de Murakami, quizá el hallazgo más interesante de la novela.
En general lo más interesante está más en la labor de construcción de una identidad escritora, muy relacionada con lo que el propio Murakami cuenta en el prólogo. Destaco una reflexión, que habla de Murakami y habla de su narrador, y tal vez habla de todo aquel que empieza a enfrentarse a la aventura de escribir, y al que siempre le parece que le faltan tiempo y fuerzas para llevarlo a cabo:
Si te interesan el arte, o la literatura, lee a los griegos. Porque, para que sea posible crear verdadero arte, la esclavitud resulta imprescindible. Como en la Antigua Grecia. Allí los esclavos cultivaban la tierra, preparaban la comida, remaban en los barcos y, mientras tanto, los ciudadanos, bajo el sol del Mediterráneo, se dedicaban a componer poemas, a resolver poemas matemáticos.
Alguien que a las tres de la mañana rebusca en el interior de la nevera de su cocina no puede escribir más que esto que escribo.
Y esto que escribo soy yo.

Pinball 73 es la continuación de aquella primera historia, en la que el narrador vuelve a vivir en Tokio, en un piso que comparte con dos gemelas. El inicio de la novela es muy prometedor, y en él el narrador nos cuenta que tiene una pasión casi enfermiza por escuchar los recuerdos de los demás, y que los demás deben sentirse bastante solos puesto que acuden a él para que les escuche. Y nos cuenta algunos de esos recuerdos, algunos francamente extravagantes, propios de locos.

Pinball 73 vuelve al mismo mundo estancado que Escucha la canción del viento. La vida parece no avanzar, o no avanzar de manera productiva. El narrador sigue pensando en los libros que escribe El Rata, en los que él podría escribir, sigue en la barra del Jay´s bar, reflexiona sobre lo que ha ido perdiendo con el paso del tiempo. Ahora comparte piso con dos gemelas, y eso ya suena a Murakami, esas dos gemelas ya hablan de una cierta simetría en el mundo. Una simetría triste que los personajes nunca acaban de comprender y que parecen incapaces de romper. Se echa de menos a la chica de los cuatro dedos.

Pinball 73 contiene todos los elementos de la narrativa murakamiana. Las dos novelas breves de este libro son interesantes porque sirven para localizar sus elementos típicos desde un principio. Dan ganas de jugar con aquel bingo que diseñaron en el suplemento literario del NY Times. http://graphics8.nytimes.com/images/2012/06/03/books/review/Snider-sub/Snider-sub-custom1.jpg La editorial nos cuenta, no sin cierta ironía, que Pinball 73 contiene las mejores escenas de pinball de la historia de la literatura. Lo cual es, por absurdo, probablemente cierto. Murakami trata de dotar, como siempre, lo más trivial de alguna lectura poética, y aquí consigue relacionar el juego del pinball con la eternidad.

Es un libro interesante para los que ya hayan leído alguna de las novelas más ambiciosas de Murakami, pues se pueden rastrear algunos temas y modos de tratarlos desde un principio. En octubre volverán a hablar de él como candidato al Nobel. Siempre que leo a Murakami, y lo leo con asiduidad, pienso que los del Nobel son rumores exagerados.

Seguiremos comentando libros.

Felices lecturas.

Sr. E

martes, 23 de agosto de 2016

El cártel (Don Winslow) vs. Fariña (Nacho Carretero)

El cártel, de Don Winslow (RBA) vs. Fariña, de Nacho Carretero (Libros del K.O.)


He leído casi seguidos, con alguna lectura por medio que no he considerado interesante reseñar, estos dos libros que tocan, entre otros temas, uno común y principal en ambos, el narcotráfico. Son dos libros de narcotráfico y frontera, libros que por lo tanto abundan en historias que se prestan a la leyenda. En los dos libros hay una sustancia central, la cocaína, que por lo que vemos manda mucho más en el mundo de lo que nos gustaría creer. Uno va de México a Estados Unidos y el otro de Portugal a Galicia. Y viceversa. Los dos pasan por Colombia y por los paraísos fiscales donde se blanquea el dinero y se guardan los secretos. En los dos hay policías corruptos y ciudadanos que hacen como que no pasa nada. En ambos hay agentes de la DEA y dinero, mucho dinero, blanco, negro y gris. Cochazos y prostitutas. Políticos amigos. Policías con dobles sueldos. Uno es una novela bien documentada que empieza a contarnos la fuga de un narcotraficante mexicano de la cárcel y su vuelta al mundo de los negocios. Una de esas novelas tan documentadas que podrían ser reales. El otro es una crónica de la llegada y auge del narcotráfico a Galicia, un libro tan lleno de realidad que parece mentira.


Algunos capítulos del libro de Winslow, quitándoles diálogos y los momentos más personales, podrían haber salido en el periódico. Si Nacho Carretero hubiera dicho que Fariña era una novela y la hubiera enviado a un agente o a un editor, este probablemente le hubiera dicho que era un buen libro, bien escrito, interesante, pero que lo que ahí se contaba no era creíble, que debía trabajar la verosimilitud de la trama. Porque la vida, y sobre todo la vida en ciertos lugares y momentos, parece ficción.



El cártel, de Don Winslow: Yo mismo bromeaba en mis recomendaciones veraniegas sobre que parecía mentira que Don Winslow fuera una única persona, la que firmó El poder del perro y la que firmó el resto de los libros que han ido llegando bajo su nombre. La verdad es que debo reconocer que también disfruté bastante con Vida y muerte de Bobby Z. y que aún siendo una fórmula que se veía muy clara, Salvajes no estaba mal. Ninguna se acercaba ni un poco a El poder del perro pero eran dignas y entretenidas. De otros libros suyos no puedo decir algo parecido. El cártel tampoco es El poder del perro pero sí es un libro ambicioso, mucho más ambicioso que esos otros. No obstante, es la continuación de El poder del perro, y eso es una responsabilidad. Continúa con los personajes principales de aquella novela (Art Keller y Adán Barrera, el gato y el ratón), continúa con la situación de descontrol del narcotráfico en la frontera entre México y Estados Unidos, continúa con la violencia extrema, con los ataques y las venganzas, con la táctica, las estrategias, los engaños y las traiciones.

Al principio de la historia Adán Barrera está en la cárcel, traicionado por su mujer, y Art Keller se encuentra en un monasterio, camuflado. Pero Barrera se fuga y eso hace que Keller tenga que reactivarse. Por un lado su propia vida vuelve a correr peligro. Por otro se siente obligado a volver a ir tras la pista del narco. La novela funciona bien porque los papeles de Barrera y Keller se van intercambiando, pasan de perseguidor a perseguido varias veces, parece que ganará uno, o el otro, o ninguno, porque la tesis de Winslow es que seguramente no gana ninguno, sino que pierden los de siempre, los que arriesgan su vida para llevar la droga de un lado a otro, los que se juegan el cuello bajo las balas, y por supuesto, los que se drogan. Una de las ideas más interesantes que plantea, y que conecta con Fariña, es la lógica que mueve a estos capos del narcotráfico. ¿Para qué quieren seguir ganando más y más dinero si tienen que vivir en constante huida? Huyen de la ley y huyen también de otros narcos. Lo primero que tiene que hacer Adán Barrera antes de ponerse a reconstruir su imperio perdido es demostrar a los otros capos que sigue siendo el más duro, el más temible, al que nunca le tiembla el pulso. Los enemigos más temibles son siempre los que quieren ocupar tu puesto. A Keller, en realidad, le pasa algo parecido. Ni la DEA ni el FBI ni los mexicanos se fían de él, de su pose de samurái solitario, de su pasado, de su lucha sin cuartel. Keller les parece poco pragmático, y a veces les estorba. Otra de las bazas que juega la novela es dibujar claramente paralelismos entre los dos personajes, haciendo un perfil de enemigos íntimos, cuya existencia tiene poco sentido sin la del otro.

No diré cómo termina la historia ni quién gana, claro. Pero la sensación es de desencanto. Parece que todos los participantes en la guerra están hastiados, que nada tiene sentido pero que no saben hacer otra cosa y deben seguir ahí, al pie del cañón. La trama avanza a golpes, a golpes de diálogo y a explosiones violentas. Sorprende menos que El poder del perro, es menos ágil y parece estar escrita a partir de un guión cinematográfico lleno de explosiones y ataques por sorpresa. El cártel es más previsible y pierde uno de los puntos que me parece que enriquecían El poder del perro, sus lecturas políticas sobre los juegos del gobierno de Estados Unidos en el extranjero. Aquí hay algunas referencias, claro, pero suenan a repetición poco ambiciosa. Es una buena novela para el verano, un bestseller bien construido, trabajado, pero que no sorprenderá.

Fariña: Fariña sí me ha sorprendido. Recuerdo un reportaje de Documentos TV de hace años, llamado La marea blanca. En él se hablaba de la juventud que se había ido quedando por el camino por culpa de la droga en los años ochenta y noventa en un pequeño pueblo de las Rías gallegas. Nacho Carretero habla de ese documental en este libro. Y habla de otras muchas cosas. El libro comienza con la anécdota que todos hemos oído, hecha anécdota o hecha chiste, del viejo que cruza la frontera todos los días en bicicleta con un pequeño bulto que resulta sospechoso a los agentes de aduanas. El viejo hacía contrabando de bicicletas. La clave está, como tantas veces, en distraer la atención del vigilante.

Los contrabandistas gallegos llevaban décadas cruzando la frontera con gasolina, alimentos, bienes, y en los sesenta empezaron a centrarse en el tabaco. Para ello usaban barcos de faena pesquera, y hasta los lugares relacionados con la pesca, como las bateas de mejillones, algo tan extendido que hizo que se hablara del tabaco de batea. Unos cuantos intrépidos empezaron a hacer trabajo fácilmente, y ante cierta permisividad de las autoridades y la falta de reproche social, vieron cómo pronto su fortuna crecía, y su papel en la sociedad. Estos primeros contrabandistas a gran escala financiaban las fiestas municipales, mantenían al equipo de fútbol o ayudaban en las obras de sus pueblos y de la región. Entre eso y que daban trabajo a mucha gente en zonas donde este no sobraba, hizo que se convirtieran en personas respetables, tan respetables como cualquier otro, al menos.

Con la llegada de la democracia muchos de esos mismos contrabandistas se hicieron concejales y hasta alcaldes de sus pueblos. Muchos fueron en las filas de Alianza Popular, pero todos declararon haber financiado a todos los partidos gallegos. El PSOE de Felipe González intentó alguna operación contra ellos en los ochenta pero no les salieron bien, y hasta les costaron votos. Esas operaciones fracasadas sí sirvieron, sin embargo, para que los contrabandistas gallegos se encontraran en la cárcel con narcotraficantes colombianos. Aportaban oficio y destreza a la hora de mover mercancía, y los colombianos necesitaban un puerto de entrada en Europa. Nació el narcotráfico en Galicia.

Hay cuatro nombres que se repiten continuamente en los mentideros periodísticos y en las investigaciones policiales de los ochenta y los noventa: Sito Miñanco, Laureano Oubiña, Marcial Dorado y el Clan de los Charlines. Sólo Marcial Dorado (en compañía del cual fotografiaron al hoy presidente de Galicia, Núñez Feijoó) sigue insistiendo en que nunca se dedicó al narcotráfico, sólo al contrabando de tabaco. La realidad es que saltaran todos o no todos al narcotráfico, durante casi dos décadas fueron los reyes absolutos de las Rías. Hicieron y deshicieron lo que quisieron. Le dieron su parte a muchos políticos y a muchos guardias civiles, descargaron toneladas de hachís y de cocaína, y durante mucho tiempo nadie los miró mal ni los vio como delincuentes. Se contruyeron mansiones, compraron pazos, blanquearon kilos de dinero (literalmente se cuenta que llevaban el dinero a Suiza pesado, y se decían: te debo tres kilos de billetes), cerraron para fiestas privadas los mejores locales, tuvieron cochazos y aviones privados. Hasta la Operación Nécora nadie les plantó cara desde la justicia, y el resultado no fue espectacular. Hasta principios de la década de los 2.000 no consiguieron meter a algunos en la cárcel, y como siempre desde Al Capone, teniendo que recurrir para ello al delito fiscal. Todo el mundo sospecha que incluso desde la cárcel siguen dirigiendo desembarcos de droga, porque uno de los puntos que los conecta es que no saben parar a tiempo, siguen hasta que los pillan.

La situación actual parece ser que no hay clanes tan potentes como los de los ochenta y noventa, pero que sigue habiendo clanes, unos nuevos y otros reencarnaciones de los de siempre. Siguen moviendo mucha droga, pero parece que ya no es un problema que preocupe a la prensa. No es algo prioritario pero precisamente hace que eso sea más peligroso.

La colección de anécdotas recogida en Fariña es brutal, algunas, si no fueran por el tema en el que aparecen, serían casi cómicas. Muchas hablan de la sensación de impunidad con la que estos clanes se movieron, y de la cantidad de gente que miró para otro lado: cargos electos, cargos policiales y judiciales, pero también gente normal, vecinos, esos que luego se quejan de la corrupción. Todos caracterizan un tiempo y una región. Y muchas de las políticas que se tomaron allí contra el narcotráfico tienen lecturas directas con cómo es este país a la hora de afrontar sus problemas y orquestar sus políticas. Un libro muy recomendable, que nos saca de la imagen de amable nostalgia con la que la televisión nos recuerda constantemente los ochenta.

Seguiremos leyendo.

Felices lecturas


Sr. E

miércoles, 17 de agosto de 2016

La muñeca rusa, de Juan Miguel Contreras

La muñeca rusa, de Juan Miguel Contreras (Ed. Baile del Sol)


Nunca sabremos lo que piensa un astronauta soviético perdido que contempla la Tierra desde el espacio, pero podemos suponer que se verá desbordado por la soledad y la sensación de punto final. La muñeca rusa fue la novedad del catálogo de Baile del Sol que más llamó mi atención durante la fiesta de presentación de las novedades de primavera – verano que la editorial organizó en la librería Vergüenza ajena en junio, a la que acudí a presentar Mil dolores pequeños. Juan Miguel Contreras, en su turno de intervención, nos habló de un astronauta soviético que va a la Luna y nunca vuelve, y de cómo esa figura, y sobre todo la manera de borrarla de la historia, se convierte en la obsesión de su hija, a la que acaban tomando por loca.

Esa trama no es ni mucho menos la única que aparece en La muñeca rusa, pero me hizo querer leer la novela. Esa trama parcial me recordó inevitablemente a mi relato Rescate, incluido en Beber durante el embarazo, en el que un hijo reconstruye la vida de su padre, cosmonauta soviético, que fue el primero en llegar a la Luna pero que no pudo regresar y al que también condenaron al olvido.
Un escritor está buscando muchas veces, como lector, mundos estéticos y de intereses parecidos al suyo. Otras veces no, claro, otras veces quiere leer justo lo contrario a lo que intenta escribir. Pero una novela con esa historia en la trama no podía dejarla pasar, así que la compré y Juan Miguel pudo firmármela. Atrasos y conflictos entre lo que uno quiere hacer y lo que la realidad dicta que haga, una dinámica que a veces se mete hasta en nuestras lecturas, ha hecho que no me haya puesto a leerla hasta agosto. Quizá agosto sea un buen mes, con su calor y sus ciudades desiertas, para leer un libro que rescata el mundo del telón de acero, que nos llena la cabeza de secretos y de cosmonautas. El año pasado, también en agosto, vi esta exposición en La casa encendida de Madrid, http://www.lacasaencendida.es/exposiciones/arstronomy-incursiones-el-cosmos-4512, de la que me he acordado mientras leía esta novela.

La muñeca rusa es, según la solapa del libro, algo así como la segunda novela de Juan Miguel Contreras, que también ha publicado un libro de relatos, además de ser librero, tramoyista y editor. Comparte con el narrador de su novela por tanto el interés por el teatro y la profesión de librero. ¿Qué quiere decir algo así como la segunda novela de un autor? No lo sé exactamente, pero se habla de una primera novela, Cuando acabe el invierno, y se habla también de una primigenia versión de La muñeca rusa. Que el autor permita que se hable de una primigenia versión del libro que vamos a leer creo que indica que considera que aquel era un libro sustancialmente distinto al que vamos a leer, y por eso no sé si hablar de segunda o tercera novela. ¿Qué más da, en realidad?

La muñeca rusa es una novela corta, de unas 170 páginas, cuyo título remite a dos ideas, o así me lo ha parecido. Por un lado a Irina Belokoneva, la hija del astronauta desaparecido, y por otro a la estructura de la historia y su semejanza con las matrioskas, haciendo de la novela una historia en el interior de otra y en el interior de otra.

La muñeca rusa empieza en Praga en 1.968, con la invasión de los tanques soviéticos tras la llamada primavera de Praga. Allí, en Praga, está ingresada en un hospital psiquiátrico, Irina Belokoneva, que apareció contando una disparatada historia de astronautas desaparecidos, y en particular la historia de su padre, Alexei Belokonev. En ese hospital hay un celador, Milos Meisner, que es el personaje central de la novela. Uno de los dos. Diría que el importante, pues el narrador se guarda un discreto papel de observador. Nos habla un poco de su vida, contextualiza (y muy bien) la historia, pero no le quita protagonismo a Milos, que muchos años después será un artista que ha pasado por Londres, por París, por Toulouse, entre otras muchas ciudades, y que ha llegado a un pequeño pueblo de Almería persiguiendo una de esas becas que le permiten a los artistas ponerse a crear sin preocuparse por cómo subsistir.

Allí, en Almería, a través de la mujer que lo aloja como parte del programa, una actriz retirada, llega hasta el narrador, librero en esa pequeña localidad costera. La estructura de historias que encajan en otras me dificulta avanzar en el resumen de la trama, pues me viene a la memoria, hablando del pasado como actriz de Greta, que es su amante, que el librero insinúa en algún momento que es hijo de un famoso actor, a quien no pone nombre pero a quien, desde mi relativa incultura cinéfila, he identificado como Omar Sharif. Esa clase de detalles, en apariencia innecesarios, y que narrativamente es posible que lo sean, dibujan con mucha más profundidad a los personajes y hacen que la novela esté llena de vida, y van completando el juego de apariencias, verdades y mentiras.

El librero ha llegado allí como por casualidad. Parece que se mueve así por el mundo. Heredó la casa de su abuela y decidió poner allí una librería. Vive encima de su negocio y vende, sobre todo, libros en inglés y alemán para extranjeros que pasan allí unos días. Se aburre. Sueña. Habla de una enfermedad renal que le obliga a estar cerca de un hospital donde tienen que tratarlo a menudo. No puede viajar. Por eso le fascina la historia de Milos y las historias que se esconden en Milos. La de Irina, la de los cosmonautas soviéticos, la de Praga, la Praga en la que Milos se juntaba con artistas y aprendía de Bohumil Hrabal, aquella Praga post – 68 en la que le retiraron el carnet del partido a muchos escritores, como Kundera, y fueron tomando el camino de la huida. Hrabal, que intuyo que es un autor que interesa mucho a Juan Miguel Contreras, pues uno de los epígrafes iniciales de la novela es suyo y otro es del recientemente fallecido Peter Esterhazy sobre Hrabal, tiene un peso importante en la novela. Es una especie de referencia que va y viene, como escritor y amigo, en la vida de Milos.

El lector se siente parte de esas conversaciones entre cafés en el mostrador de la librería. La prosa es contenida y dibuja muy bien matices y sensaciones. Hay constantes referencias al olvido y a cómo la historia se va dibujando entre olvidos y recuerdos. La memoria funciona en ese caso como un escultor que del bloque de piedra va quitando lo que le sobra, y uso esa imagen por relacionarla con el trabajo artístico de Milos.

Las misiones soviéticas que fracasaban desaparecían de la historia. Porque los soviéticos eran maestros en el arte de borrar a los colaboradores caídos en desgracia de las fotos. Y por eso nadie hablaba del padre de Irina Belokoneva, y hasta tuvieron suerte, porque a las familias de otros astronautas desaparecidos las borraron directamente del mundo. Me parece fascinante la recreación de una ciudad secreta, en el Asia Central, hacia la que van a preparar aquella misión suicida, Belokonev y su familia, una ciudad que se llama como otra ciudad que no es, para que nadie sepa exactamente dónde están, de modo que así el borrado de las huellas sea más fácil. Es tan fácil borrar el pasado como matar a la gente y dejar de hablar de ella. Tan fácil como usar el mismo nombre para la misma misión, olvidando que la anterior fracasó. Hay un Gagarin que tapa a los Belokonev. Tres misiones Vostok 1 antes de la que realmente funcionó.

El dibujo de algunos proyectos artísticos está muy bien hecho. El narrador nos habla de la reproducción de la Luna que Milos hizo en Toulouse, o el trabajo artístico que emprende sobre la gente que forra los libros, cómo lo hace y por qué lo hace, y las fotografías que trata de tomar de esos lectores ocultos, y ahí hay un nuevo punto de conexión con mi particular mundo de obsesiones y preguntas.

El trabajo del fotógrafo Josef Koudelka sobre la invasión soviética de Praga y las detenciones y huidas de la ciudad. Otra exposición que vi en el otoño pasado en la Fundación Mapfre. Otro punto para apoyar la obsesión.

La muñeca rusa es una novela que se lee en una larga tarde de agosto en la que la luz del sol no se acaba de poner y se piensa y reconstruye durante la semana siguiente. Es una de esas novelas que cogen la historia, la desmontan, y nos llevan a preguntarnos cuánto hay de leyenda. Al lado del libro tienes un cuaderno y un bolígrafo y apuntas nombres de artistas checos, astronautas y misiones soviéticas, y por la noche buscas en Google lo que has apuntado para saber qué es verdad y qué está inventado para hacer la realidad más digerible. Dedico veinte minutos de mi vida a buscar información sobre el libro Gravedad, de Armand Coppens, y parece que no existe. Es el libro que Milos quiere leer, es el libro que le consiguen. Para que se vea que la estructura de muñecas rusas es la descripción adecuada, no sólo a la novela, sino a la realidad, el tal Armand Coppens, según mi breve investigación y algunos textos que leí en ella, parece ser un autor fantasma, que muy probablemente no se llamaba así, que no se sabe quién fue, y que escribió un libro llamado Memorias de un librero pornógrafo. El juego final.

Seguiremos leyendo y disfrutando de buenos libros como éste.

Felices lecturas


Sr. E

viernes, 12 de agosto de 2016

Un amigo de Kafka y otros relatos, de Isaac B. Singer

Un amigo de Kafka y otros relatos, de Isaac Bashevis Singer (Ed. Cátedra)


Isaac Bashevis Singer ganó el Premio Nobel en 1.978. Bashevis Singer ha sido el único autor en lengua yiddish en ganar el premio. El yiddish es una lengua hablada por los judíos centroeuropeos que combina elementos del hebreo con otros del alemán, francés y otras lenguas. Isaac Bashevis Singer nació en Polonia, y vivió en el gueto de Varsovia hasta que en 1.935, ante el auge nazi, emigró a los Estados Unidos. Los caminos entre la vieja Europa y la nueva vida en América son algunos de sus temas recurrentes. Siempre escribió en yiddish, aunque como algunos de sus personajes reflexionan en los relatos recogidos en este libro, era una lengua tan minoritaria y condenada a la desaparición que siempre se preocupó de que sus textos también aparecieran en inglés. Muchas veces fue su propio traductor.

Un amigo de Kafka y otros relatos es una antología de veintiún relatos. Bashevis Singer encontró su primer medio de publicación en las revistas literarias que exiliados europeos promovían en Nueva York, y ese propio formato de publicación lo condujo a centrar parte de su producción inicial en el relato, pues eran más fáciles de vender. También escribió novelas por entregas, por parecida razón. Esto es algo que le pasa a algunos de los personajes de estos relatos, particularmente al narrador del que da título a la colección, que celebra en uno de sus encuentros con el amigo de Kafka haber sido capaz de vender un relato.

Los relatos de Isaac Bashevis Singer en este volumen se centran en tres grandes aspectos, que en algunas ocasiones se cruzan. Hay escritores que malviven tratando de escribir y mantenerse con ello. Algunos de esos escritores, trasuntos del autor, vagan por los cafés en los primeros relatos, otros, en relatos más tardíos, han alcanzado cierta respetabilidad y tienen lectores que acuden admirados a ellos. De hecho hay dos o tres relatos que se construyen así, a partir de lectores que se acercan al escritor y le dicen: “usted que es escritor debe conocer esta historia”, y así el narrador se convierte en un testigo externo que simplemente refiere lo oído, un recurso que también Borges utilizaba mucho. El segundo gran tema es el de la tradición judía, desde lo social hasta lo religioso. Hay jóvenes que cuestionan las ideas de sus padres, que era uno de los temas principales de Sombras sobre el Hudson, una excelente novela del autor de la que ya hablé. Hay rabinos que tratan de enseñar algo útil en sus comunidades. Hay profundas discusiones teológicas y hay leyendas. Hay caminos de ida y vuelta del pueblo, donde la tradición judía se respeta hasta sus últimas enseñanzas, a la gran ciudad, donde todo es más laico. Hay un relato que muestra excepcionalmente las contradicciones entre uno y otro, El hijo de América, donde un emigrante regresa a su pueblo de origen cargado de regalos y bienes para sus padres, y para todos sus vecinos, a los que considera pobres y de los que cree que nunca han podido hacer cosas interesantes por no poder permitírselas, y ellos se revelan como felices dentro de su resignación. Hay leyendas judías que remiten a interpretaciones de las escrituras, o al Golem. Ese elemento que se escapa de lo religioso y social y se introduce en lo fantástico es el tercer tema central del libro. Hay un relato muy sencillo pero casi perfecto, El deshollinador, en el que lo extraordinario aparece de manera inesperada. Un deshollinador al que nadie hacía especial caso en su pueblo se cae mientras trabajaba y de repente adquiere poderes mentales. Todos se asombran, mandan a llamar a las autoridades de la capital, todos intentan aprovecharse. Un segundo golpe, muy parecido, desactivará esos poderes, y los posteriores intentos de devolvérselos a base de nuevos golpes se mostrarán inútiles.

Hay relatos en lo que los temas se cruzan, como Poderes, donde alguien acude a un periodista que escribe con frecuencia sobre sucesos especiales (como Singer) para contarle su historia, su poder y pedirle que escriba sobre ello. La cafetería, uno de los últimos del volumen, y de los más conocidos de Singer, concentra casi todos los elementos de su narrativa, y si hubiera que recomendar un único relato a partir del cual hacerse una idea de cómo es la escritura del autor ese podría ser la mejor idea, nos muestra a un escritor al que alguien acude a contarle una historia. Están en una cafetería frecuentada por europeos que escaparon del nazismo. Allí, una mujer con la que el escritor ha hablado algunas veces, dice haber visto a Hitler reunido con una camarilla de admiradores. Y claro, ella sabe lo que él piensa de algo así, y sabe que suena extraño, pero fue así. Su incredulidad inicial como oyente determinará el cierre del relato, aunque su pensamiento se irá volviendo desde un rechazo inicial hasta una manera de verlo que viene a decir que otras cosas parecen imposibles y suceden.

La escritura de Isaac Bashevis Singer en estos relatos es sencilla y con encanto. Todo parece venir de una narración oral, y los distintos narradores asumen el papel de contarnos algo que han visto u oído. Ese narrador quiere mantenernos atentos y sabe cómo hacerlo. Nos entretiene y nosotros nos vemos obligados a prestar atención y escuchar su historia. La inmensa mayoría de los relatos vienen separados en 1, 2, 3, 4, 5 puntos según la longitud, pequeños capítulos – escenas (gran parte de la escritura parece estar pensada en forma de escenas teatrales o cinematográficas, de hecho uno de los primeros éxitos de Bashevis Singer fue con el relato Yentl, que se adaptó a Broadway y luego al cine, y es uno de los ejes centrales del relato Schlomeile, donde ese tal Schlomeile va detrás del narrador, que ha escrito ese relato sobre una chica que se hace pasar por chico para entrar en la yeshivá y que él, un productor sin éxito, quiere adaptar al teatro) que facilitan su lectura. Me imagino que esa separación, y casi esa manera de escribir, vendría determinada por el hecho de que los relatos fueran apareciendo en prensa y ese formato facilitara dividirlos así por días de publicación. La manera de narrar de Isaac Bashevis Singer, así como algunos elementos de su mundo en estos relatos me ha recordado a los relatos de Saul Bellow y de Bernard Malamud. La llave, por ejemplo, me ha remitido directamente a la recopilación de Malamud que leí hace unos meses.

El hijo nos presenta el reencuentro de un padre y un hijo. El hijo viene desde Europa después de haber luchado con el ejército israelí en Palestina, y el padre tiene prácticamente la sensación de no conocerlo. Piensa en lo que verá, y en lo que sentirá al verlo, y tiene dudas, pero en cuanto lo ve lo reconoce y siente que todo encaja en su lugar. Bashevis cree en el destino, y en que todo sucede por alguna razón, y en que todo, de una u otra manera, acabará encajando, y este es uno de los relatos donde se muestra más claramente.

Un tema que preocupó mucho al autor durante los últimos años de su vida, y que trata en El matarife, es el vegetarianismo. No puede hablarse de un tema central, porque sólo está reflejado aquí, pero aquí lo hace con mucha fuerza. Nos enfrenta a los problemas morales de un hombre que tiene que seguir sacrificando animales en un matadero. Es un relato extraño e incómodo.

Probablemente mi relato preferido haya sido el que se sitúa el primero y da título a la recopilación, Un amigo de Kafka. Vemos a un joven escritor que nos cuenta que hace años conoció a alguien que conoció a Kafka, un viejo actor sin suerte que recuerda a Kafka como un genio tímido, a quien fascinaban leyendas como la del Golem y que hubiera deseado dedicarse al teatro y a la escena. El relato es una aproximación muy original a la típica historia de aprendizaje. Hace algunas reflexiones muy valiosas sobre la labor del creador, particularizando en Kafka como imagen de ese creador genial, aislado socialmente, que no sabe realmente si lo que está creando, de tan extraño como es, es verdaderamente bueno o está condenado a ser rechazado por los lectores que nunca lo entenderán. Discutiendo sobre Kafka se produce el siguiente diálogo entre el escritor que lo narra y el viejo actor que conoció a Kafka:
-Un maestro no tiene que seguir las reglas.
-Hay algunas reglas que hasta un maestro debería seguir.
Y en ese breve diálogo se condensa la tensión esencial de todo creador y de toda creación.

La edición tiene un apéndice con términos de la tradición judía religiosa que se agradecen para ir interpretando algunas referencias. Es una pena que este libro, y la recopilación que editó hace RBA de sus relatos hace pocos años estén descatalogados, o prácticamente descatalogados, pues los relatos de Isaac Bashevis Singer son de primer nivel y son una buena puerta de acceso a un mundo narrativo que sabe ser complejo sin olvidar la primera obligación de un escritor, que es captar la atención del lector y entretenerlo.

Seguiremos leyendo. Y continuaremos hablando sobre lo que leamos.

Felices lecturas.


Sr. E

lunes, 8 de agosto de 2016

El ojo castaño de nuestro amor, de Mircea Cartarescu

El ojo castaño de nuestro amor, de Mircea Cartarescu (Ed. Impedimenta)


Asistí a un encuentro en la librería Alberti de Madrid a finales de abril con motivo de la presentación de este libro y me compré Nostalgia, que es la obra más conocida del autor (al menos para mí lo era, y eso hizo que me pareciera un inicio lógico de su obra). Aún lo tengo sin leer, no por pereza sino porque el primer relato, El ruletista, me pareció un relato tan potente que creo que el libro va a ser uno de esos que se marcan con la etiqueta de IMPORTANTE en la biografía lectora de uno, y necesito un cierto tipo de condiciones anímicas y externas para afrontar esas lecturas. Ya hablé del encuentro con Cartarescu y lo que me pareció en aquel momento.

Mientras me ponía a escribir esta reseña he recordado una imagen: la de Cartarescu bajando por la Calle Marqués de Urquijo, con la cabeza gacha pero sin ningún ánimo melancólico, sino como una actitud de paseo interior. Después del encuentro con el autor habíamos aparcado en una terraza sin ningún encanto de dicha calle y una hora después del acto en Alberti lo vi pasar. Quizá podría haber interrumpido su paseo solitario y ahora podría estar hablando de la cerveza que compartí con él, o podría estar escribiendo un relato sobre dicho encuentro en vez de escribir una reseña sobre su libro, pero no me gusta molestar a la gente, y mis habilidades para relacionarme con escritores de primera son muy limitadas, y raramente afloran. Después del acto le ofrecí mi bolígrafo bic azul para que me firmara el ejemplar de Nostalgia y me dijo: “tengo mi bolígrafo, soy escritor”, y todo lo que le dije en el torpe inglés que me salía fue algo así como: “me ha gustado mucho oírte, ha sido muy interesante”.

A lo que íbamos, en la Feria del Libro me compré este libro, El ojo castaño de nuestro amor. Y lo leí al poco de tenerlo, pero no lo había comentado aún. Ahora lo he releído con la intención de refrescar un poco algunos fragmentos.

El ojo castaño de nuestro amor es un libro de relatos pero no es del todo un libro de relatos. Es un libro de memorias pero no es exactamente un libro de memorias. Tampoco es una colección de prosas sin más. Es un libro de eso que llamarían misceláneas en las editoriales, pero me resisto a llamarlo así porque me remitiría a las sobras de otros escritos del autor, que ha empaquetado y editado para el lector español, porque eso sí, es una edición pensada para el público español. Ojeando la contraportada parece que la editorial tampoco tiene claro cómo etiquetar el volumen. Quizá no hay que meterse en etiquetas. Son escritos, son reflexiones. No hace falta ponerles muchos más apellidos. Me quedo con un término que sí emplea la editorial: paisaje biográfico. Porque sí está claro que aquí hay vida propia, y hay biografía. Cartarescu ha pasado la cincuentena y quizá ha sentido la necesidad de mirar un poco hacia atrás para impulsarse hacia el futuro y seguir escribiendo allí.

El ojo castaño de nuestro amor contiene 20 textos. Algunos fueron escritos por encargo, otros salieron de la voluntad directa de Mircea Cartarescu. Algunos rozan lo cómico, otros lo trágico. Estas doscientas páginas dibujan un paisaje emocional de lo que debió ser la Rumanía en la que se crió Cartarescu, entre los 60 y los 80, y de lo que esos mismos jóvenes, que dejaban de serlo, vieron que se iba abriendo ante sus ojos en los 90. Recibieron algunos cambios con esperanza y otros con desconfianza. Cartarescu mira al pasado y nos transmite que ese pasado fue triste, quizá no fue horrible pero sí fue triste. Ha elegido no llorar pero recuerda. No es que los rumanos se murieran de hambre pero algunos sí se morían por dentro ante la falta de perspectivas de futuro, ante la ausencia de cambios. En Los años robados, Cartarescu traza magistralmente el paso de un mal a otro.
En 1.989 yo tenía 33 años. Había nacido bajo el comunismo, y para ser sincero, pensaba que moriría también bajo el comunismo. Nunca había salido de Rumanía, ni siquiera tenía pasaporte. Creía que nunca viajaría al extranjero. No me habían permitido presentarme al concurso para una plaza de profesor en la universidad ni preparar el doctorado. Era maestro en una escuela y tenía todos los boletos para jubilarme en ella. Vivía en un apartamento en el octavo piso de un bloque que no tenía dos paredes en ángulo recto. El mundo parecía estancado en lo sórdido y lo previsible. El comunismo era la realidad. Todo lo demás eran fantasmagorías de películas americanas.
Ese era el pasado que querían dejar atrás. En la página siguiente lo han logrado, y esto nos cuenta:
En 1.990 entramos en el mundo libre y democrático sin saber qué eran la libertad y la democracia. Tras cincuenta años de dictaduras fascista y comunista, no éramos un pueblo, no éramos una sociedad. Éramos un rebaño. La dictadura comunista sobrevivió bajo un nickname transparente. Antes nos habían mentido, ahora nos estaban mintiendo. En la universidad recibía un sueldo de cincuenta dólares al mes. Mi mujer estaba en paro y teníamos una niña pequeña. La inflación era aterradora, nos corroía como un baño de ácido sulfúrico. Al poco tiempo, nos quedamos sin nada. Pero no me di cuenta de lo bajo que habíamos caído hasta que no vendí mi pala de ping – pong.

Hay otros textos que nos muestran la apertura de Rumanía al mercado, y algunas anécdotas graciosas que rozan el patetismo, como en La época del nes, donde Cartarescu narra su primer encuentro con el café soluble, un seudocafé que llegaba a Rumanía en los ochenta y el subidón y la dependencia que aquella sustancia le producía, haciéndole sentir, como él mismo dice, Dios, el mejor escritor del mundo. En Mi primer vaquero nos habla del mercado negro al que acudió con lo ahorrado durante muchos meses para conseguir sus primeros vaqueros, todo para acabar engañado. El relato además nos muestra la paradoja de que a Cartarescu y sus coetáneos los llamaron cuando empezaron a escribir poesía La generación de los vaqueros, pese a lo cual nunca los tuvieron.

Otros textos también tocan la historia de Rumanía, una historia personal, vista por el ojo de Cartarescu. Por ejemplo habla del hundimiento de una isla, un suceso traumático para los rumanos y apenas conocido en Europa, en Ada – Kaleh, Ada Kaleh. En Mi Bucarest nos enseña lo reducido que es el mundo de un niño, que muchas veces no alcanza a una ciudad entera, sino apenas a sus cuatro calles de referencia, su barrio. Zaraza nos habla de la coexistencia en un mismo tiempo y espacio del horror y el gozo, de la guerra mundial y las noches de fiesta de la ciudad, entre bombas y tiros.

Donde más ha logrado conquistarme Cartarescu en este libro es en los textos donde su memoria personal se antepone a lo que pretende contar. Lo consigue en los relatos que muestran sus experiencias personales y lo hace en los que se acercan más a la disección de la labor creadora, a la relación que se establece entre el creador y la idea de trascendencia, a cómo otros leen e interpretan su mundo narrativo y a cómo este ha ido cambiando con los años. Cartarescu se declara discípulo de Kafka, de Sabato, de Borges, de Salinger, y tiene una relación complicada y a veces torturada con su propio trabajo, algo que lo emparenta especialmente con todos esos autores. En Oh Levante, dichoso Levante, nos cuenta cómo fueron los años de redacción de su obra El Levante, un poema épico que escribió al modo de La odisea en los ochenta. Nos cuenta el proceso de escritura, el de creación, cómo llegó a saber que ese era el tono que esa obra necesitaba, y el largo camino hasta que un editor confió en su idea. El gato muerto de la poesía de hoy reflexiona, a partir de una imagen de Salinger, sobre el papel y la importancia que la poesía, como experiencia estética sin aplicación práctica adquiere, precisamente por desarrollarse en un mundo en el que todo parece que necesita una aplicación práctica. Una ducha no – laodicea nos lleva a Nabokov y al poder de la palabra. Cartarescu explica el gozo que sintió al comprender uno de los juegos que Nabokov proponía en Lolita y se pregunta sobre cuántos de los lectores de hoy en día están en condiciones de seguir esos anzuelos, como él los llama, los de Nabokov y los suyos propios, y qué sentido tiene seguir escribiendo así, para cuántos se hace, y si es posible una escritura que permita que disfruten a la vez los dos tipos de lectores, los que buscan solazarse en el lenguaje y la forma y los que sólo quieren algo para leer después del trabajo. Forever young … habla de la relación del artista con el tiempo, y recomienda que el joven autor sea ambicioso, muy ambicioso, porque no se sabe lo que puede venir después.

Dos de mis textos preferidos del libro también van en esa línea que relaciona la vida real, tan insatisfactoria, con la de los libros, sean leídos o escritos. La ruina de una utopía es apenas un apunte de una página en el que Cartarescu habla de la sensación de levantarse y pensar en escribir El Libro, algo magnífico, descabellado, que deje atrás todo lo anterior, y cómo esa sensación de irrealidad creativa se ha ido disolviendo en la vida, estableciendo los límites de lo posible para la escritura, que es lo que le pasa a los libros escritos, que nunca serán tan infinitos como las ideas que los pusieron en marcha. Es un texto con mucha más lectura que su escasa longitud, y que conviene releer. Europa tiene la forma de mi cerebro nos enseña las lecturas que se han hecho de Cartarescu, y cómo este se ha resistido siempre a que lo ubiquen como un escritor de Europa del Este, y en general se ha resistido a esos localismos, también como lector, pues la riqueza, como afirma, está en poder aprender de toda la literatura universal.

Un escritor es otro texto corto que nos lleva a un pasaje distinto. En él Cartarescu señala que el escritor más misterioso de la historia es probablemente Jesucristo, de quien se dice en los evangelios que una vez se agachó, cogió un palo, escribió algo en el suelo pero nunca se supo qué era. Uso ese texto como cierre porque creo que representa la idea que Cartarescu tiene de los escritores. Cree en el escritor como medio, como alguien un poco loco que a veces se asoma a estados de alucinación y de ahí saca páginas valiosas, que no acaba de entender y que no debe explicar, sino sobre todo ofrecer para su lectura.

El ojo castaño de nuestro amor es un libro para tener en casa y ojear de vez en cuando, para huir de pensamientos tópicos y para prepararse bien antes de ciertos viajes, ya sea como lector o como escritor.

Felices lecturas


Sr. E

martes, 2 de agosto de 2016

Recomendaciones de libros para el verano

Recomendaciones de libros para el verano



¿Y quién soy yo para andar proponiendo listas de libros para leer en verano? Eso me gustaría saber. He decidido hacerlo porque en las últimas semanas son bastantes las personas, ya sean amigos, familia, compañeros de trabajo, que me han pedido que les recomiende uno o dos libros para el verano. Me lo han pedido lectores irredentos y esas personas que sólo suelen leer en vacaciones, y que en verano disfrutan de la mayoría de sus horas de lectura anuales. Me parece una responsabilidad que alguien que lee habitualmente me pida que le recomiende un libro. Pero me parece casi más responsabilidad que lo haga alguien que lee poco a lo largo del año, pues un porcentaje muy alto de sus lecturas de 2.016 dependerá de mi consejo. Para unos y para otros, he decidido sistematizar un poco algunos libros que todos pueden disfrutar en verano. Los he clasificado de manera arbitraria en categorías y subcategorías que se ajustan, aproximadamente, a lo que algunas de esas personas me han pedido al explicarme lo que les gustaría leer. Otras categorías simplemente me apetecía hacerlas así.



Novelas del siglo XIX que fueron escritas en el XX a.k.a. Novelones de alta calidad literaria para no soltarlos en todo el verano: Trilogía de Deptford, de Robertson Davies (Libros del Asteroide), Sombras sobre el Hudson, de Isaac Bashevis Singer (Zeta Bolsillo), El mago, de John Fowles (Anagrama), Las aventuras de Augie March, de Saul Bellow (DeBolsillo). Son libros que yo he disfrutado en distintos momentos vacacionales de los últimos años, cuando podía cogerlos y no soltarlos en horas. Bashevis Singer y Bellow son Premios Nobel, y creo que son de los Nobel más narrativos y accesibles que se pueden leer. Robertson Davies es una especie de Dickens canadiense que también estuvo muy cerca de ganar el Nobel en los años 90. El libro de Fowles hay que leerlo para poder describirlo. Las cuatro son grandes novelas y las cuatro son novelas que tratan de recoger el mundo en su interior, son novelas totales, aspiran a ser todo eso que en el siglo XIX definieron los grandes maestros que debía hacer una novela.



Bestsellers para leer sin prejuicios, dejarse sorprender y disfrutar: Cementerio de animales, de Stephen King (DeBolsillo), Los atormentados, de John Connolly (Tusquets), American gods, de Neil Gaiman (Roca), El poder del perro, de Don Winslow (DeBolsillo). Tengo bastante claro cuál creo que es el mejor libro de Gaiman y cuáles son los mejores de la serie del detective Charlie Parker de John Connolly. Creo que nadie duda de que El poder del perro parece escrito por un autor diferente al de los demás libros de Don Winslow. Eso hace que me parezca relevante destacar que he elegido Cementerio de animales como podría haber elegido otros 5 – 6 libros de King, y probablemente no crea que es su mejor novela, o sí, pero sí estoy convencido de que en una encuesta a 10 lectores más o menos frecuentes de Stephen King a los que se les pidiera un título que recomendar a un lector para empezar con su obra, ninguna respuesta se hubiera repetido más de dos veces.



Fascinantes novelas contemporáneas que todos deberían leer para entender el mundo un poco más o para entenderlo un poco menos: Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño (Anagrama), Escenas de una vida de provincias, de J. M. Coetzee (Mondadori), cualquiera de DeLillo (Austral y Seix Barral), tal vez empezar por Ruido de fondo, cualquiera de Philip Roth (Debolsillo y Mondadori), tal vez empezar por Pastoral Americana, La información, de Martin Amis (Anagrama). Los buenos libros de Amis y casi todos los de Philip Roth y de DeLillo nos explican el complicado mundo en el que vivimos. Un mundo mutante, egoísta, caprichoso, que se ha transformado mucho en los últimos 50 años y que sigue en permanente cambio. Cuanto más se lee a Coetzee menos se entiende uno a sí mismo. Pero es una manera de no entenderse que de alguna manera lo acerca a algo esencial de su interior, sea lo que sea. A Bolaño hay que leerlo.



Clásicos poco leídos: El desierto de los tártaros, de Dino Buzzatti (Ed. Gadir y Ed. Alianza), El maestro y Margarita, de Mijail Bulgakov (Alianza). El desierto de los tártaros me parece uno de los grandes libros del siglo XX, y sigue siendo una obra que sólo conocemos unos pocos iniciados en ella, todos ellos fanáticos de la misma, profetas de la maravillosa experiencia que supone. El maestro y Margarita es una novela muy divertida, por un lado. Y tiene muchas lecturas derivadas de muchos de sus pasajes, por otro. Y creo que muchas veces no pasa de un título en una lista de novelas rusas del siglo XX o de obras que hicieron que el stalinismo le complicara la vida a sus autores, cuando es, sobre todo, un gran libro.



Una lectura de moda que merezca la pena: Crónicas del desamor, de Elena Ferrante (Lumen), Canadá, de Richard Ford (Anagrama). El concepto de moda es difuso, lo sé, pero bueno, se habla mucho de ambos autores dentro de los autores literarios a los que los buenos lectores respetan y admiran. ¿No?



Un libro de un autor joven: Todos los miedos, de Miguel Angel González (Siruela), El estado natural de las cosas, de Alejandro Morellón (Caballo de Troya). Es difícil lo de autor joven. Me da la sensación de que si me piden un autor joven me piden que sea poco conocido y que el libro sea de los últimos meses. ¿Valdría entonces citar a Sara Mesa o a Elvira Navarro, aunque ambas tengan más visibilidad o algunos de sus libros más años? Por si es válido, no dejaré de recomendar Cuatro por cuatro y Mala letra de Sara Mesa y La ciudad en invierno y La trabajadora, de Elvira Navarro. Centrándome en los dos títulos iniciales, me indigna que se esté hablando tan poco de Todos los miedos, que es una novela sensacional, potente y muy inquietante, como me ha destacado toda la gente que ha hecho caso de mis recomendaciones y la ha leído. Me canso de leer artículos sobre jóvenes promesas que han escrito algo que no está mal pero … y que no se esté dando mucha más visibilidad a uno de los mejores libros de este año me parece grave. El libro de Alejandro Morellón debo reconocer que me pilla un poco justo como para recomendarlo, porque lo pedí por correo y me acaba de llegar prácticamente, y llevo sólo 4 de los 7 relatos que lo componen leídos, y antes de avanzar quiero releer el cuarto, pero lo doy ya por recomendable porque he descubierto a un autor valiente, con un mundo estético propio que se atreve a desarrollar hasta el fondo en sus perturbadoras narraciones, y sólo por eso merece la pena que los lectores de verano se interesen en él.



Libro de cuentos para disfrutar de principio a fin: Final del juego, de Julio Cortazar (Punto de Lectura), Pájaros de América, de Lorrie Moore (Salamandra), Aquí empieza nuestra historia, de Tobias Wolff (Alfaguara), La geometría del amor, de John Cheever (Emecé). Los libros de Cheever y de Wolff juegan con ventaja ya que son antologías. Aún así no es fácil que un libro de relatos mantenga un nivel cercano al 10 en todos y cada uno de sus relatos, y todos estos lo logran sobradamente, cada uno a su manera. Advertencia: Final del juego puede impulsar a aquel que lo lea a pensar que escribir cuentos es fácil, porque todo encaja tan maravillosamente y parece tan sencillo que es engañoso. Ahora bien, el imprudente que se lance a escribir bajo la sombra de Cortázar irá descubriendo poco a poco las infinitas dificultades que debe ir resolviendo para que la sencillez aparente reluzca y todo parezca tan natural. Todo parece un juego, como el título advierte, pero no hay nada tan serio como el juego, como decía el filósofo.



Libro de cuentos que darán grandes satisfacciones en algunas páginas y en otras menos, pero que aportarán mucho a quien los lea, al menos un punto de vista distinto sobre la existencia: Extinción o Entrevistas breves con hombres repulsivos, de David Foster Wallace (DeBolsillo), Cuentos completos, de Fogwill (Alfaguara), El cerebro musical, de César Aira (Mondadori). No son libros para cualquier paladar, pero también hay whiskys y platos de cocina con ciertos matices que no todo el mundo sabe valorar. Aquí, entre páginas a veces irregulares, hay verdaderas joyas para rastrear y releer obsesivamente.



Un libro para obsesionarse y a partir del cual pensar en fundar una religión: La novela luminosa, de Mario Levrero (DeBolsillo). Después de algunos años en casi desaparición, parece que DeBolsillo la está recuperando. Y otros muchos más libros de Levrero.



Para ver el mundo de otra manera: Relatos completos, de Franz Kafka (Valdemar), La vida, instrucciones de uso, de Georges Perec (Anagrama), Diarios de las estrellas, de Stanislaw Lem (Alianza).



Algo distinto para probar: El cuarteto de Red Riding: 1974, 1977, 1980, 1983, de David Peace (Alba Editorial). Me atrevería a decir que David Peace es incluso mejor que Ellroy y que el mundo de violencia latente y a la vez poética que describe está aún más enloquecido que el de Ellroy. Me he atrevido a decirlo. Dicho queda.



Espero que alguno de estos libros os dé grandes satisfacciones durante las vacaciones.



Felices lecturas



Sr. E