miércoles, 30 de septiembre de 2015

Mi relato Rescate, en la Revista Narrativas

Mi relato Rescate aparece publicado en el número del último trimestre del año de la revista Narrativas.

Rescate es uno de los relatos incluido en Beber durante el embarazo.Narra una historia paralela a la que cuentan los libros en la que los soviéticos ganaron la carrera espacial pero no pudieron disfrutar de esa victoria. La cuenta desde una historia familiar, una epopeya trágica.

Releído, me parece que Rescate es uno de los relatos más narrativos y más clásicos del libro. Hay menos digresiones, autoficción y metaliteratura que en otras partes del libro, y creo que funciona. En cuanto a sus temas, creo que encaja bastante con el conjunto del libro: trata de relaciones familiares, de los juegos entre realidad y ficción, y hay una cierta reflexión sobre la construcción de los mitos.

Os invito a leerlo y a echar un ojo a los demás textos de la revista, que se puede descargar en su web.

http://www.revistanarrativas.com/

Rescate está en la página 101.


lunes, 28 de septiembre de 2015

Carpe Diem, de Saul Bellow

Carpe diem, de Saul Bellow
Ed. DeBolsillo (1.956)

Los Premios Nobel de Literatura llegan cada año y confirman nuestros gustos (las menos de las veces), ante nuestra sorpresa premian por fin a los autores que nos parecen más interesantes pero que parecían alejados de esos honores (¿será 2.015 el año de DeLillo?) o nos irritan con sus elecciones de autores casi desconocidos a los que no tenemos ningún interés en leer. Hay Premios Nobel, sin embargo, a los que parece que los años y las décadas van dando la razón. Faulkner, Camus, Beckett, García Márquez, ganaron el Nobel y nadie, le gusten más o menos sus obras, discute su importancia e influencia en la literatura mundial. Saul Bellow ganó el Nobel en 1976, en el mejor momento de su carrera, después de haber escrito Herzog y El legado de Humboldt. Bellow sigue siendo hoy en día considerado uno de los mejores narradores americanos del siglo XX, y su influencia ha sido enorme en autores tan importantes (y distintos) de las generaciones posteriores a la suya como Philip Roth y Martin Amis. Ambos consideran a Bellow un maestro, un prosista de gran calidad, y lo es, pero también es un muy buen narrador.

¿Estaban todos locos allí? ¿Qué clase de gente había? Una de cada dos personas hablaba un lenguaje particular, surgido de su propia imaginación; tenía sus propias ideas y sus costumbres características. Si uno quería referirse a un vaso de agua, debía remontarse a Dios, a la creación de los cielos y la tierra, a la manzana, Abraham, Moisés y Jesucristo; a Roma, la Edad Media, la pólvora; a la Revolución; de Newton a Einstein; para terminar con la guerra, Lenin y Hitler. Después de pasar revista a todo eso y dejar de nuevo cada cosa en su sitio, podía pasarse a hablar del vaso de agua. <<Me estoy desmayando, tráiganme un vaso de agua, por favor>>”. pg. 123

Bellow escribe con una prosa que se lee con ligereza pero que analizada con cuidado muestra un gran trabajo de estilo. La historia va fluyendo con la facilidad con la que lo haría una anécdota de barra de bar. Bellow es un escritor que maneja perfectamente los recursos de la oralidad, da igual que sus personajes estén contando una historia de adulterio que discutiendo de Spinoza, y dibuja unos retratos costumbristas que se mantienen frescos pese a que algunas de las expresiones que utiliza (él y sus traductores) se han quedado antiguas. Seguramente leí las grandes novela de Saul Bellow (Herzog, El legado de Humboldt, El planeta de Mr Sammler y Las aventuras de Augie March) antes de estar preparado como lector para asimilarlas en toda la riqueza que seguramente tienen. Las leí bastante de seguido hace 8 o 10 años. Estaban bien, todas me interesaban durante la lectura, la narración no embarrancaba, pero creo que me perdí lo más profundo. Compré hace dos o tres años sus Cuentos completos, y es un libro que he leído y releído, y algunas de esas historias se han quedado bastante presentes en mi cabeza. Me parece que debo volver a leer sus novelas y valorarlo con un mayor bagaje como lector (y escritor). He empezado por Carpe diem, una novela bastante breve, considerada menor dentro de la producción de Bellow, y que se nota escrita con la ligereza con la que un autor grande afronta sus obras menos ambiciosas. Una novela menor, escrita con esa ligereza, por uno de los principales narradores americanos del siglo XX, es una novela de gran calidad en el panorama editorial, y merece la pena acercarse a ella.

Las cosas se estaban poniendo de modo que la gente se estaba volviendo imbécil en todo menos en cuestiones de dinero. Y el que no lo tenía era un pelele. ¡Un pelele! Que debía pedir perdón y desaparecer de la faz de la Tierra”. pg. 56

Carpe diem es una novela cuyo tema central creo que cuestiona el sistema económico liberal en el que vivimos y hacia el que la sociedad empezaba a dirigirse hace ya cincuenta años. Es la historia de un personaje, Tommy Wilhem, que se siente un fracasado porque no ha triunfado económicamente en la vida. Debe dinero, quiere más dinero para satisfacer el tren de vida con el que aspiran a vivir su mujer y sus hijos. Siente que no ha cumplido las expectativas de su padre, un cirujano que sí ha triunfado, y a cuya sombra se ha quedado. La novela se va desarrollando en unos pocos días, con encuentros con su padre, conversaciones con su mujer, y articulada alrededor del proyecto para hacerse rico en el que lo ha embarcado un psiquiatra de cuyo título duda, que no para de inventarse historias, y que lo ha convencido para invertir sus últimos dólares en manteca de cerdo, en base a un soplo que le ha llegado.

Se reían del hombre a quien él había dado poderes para que invirtiera en Bolsa sus últimos setecientos dólares. Habían comprado toda aquella manteca de cerdo. Hoy tenía que subir”. pg. 64

La historia de Carpe diem nos enfrenta a la dura realidad del hombre contemporáneo. La soledad, la necesidad de superar a las generaciones anteriores, la idea de que la única manera de triunfar es a través del éxito profesional y económico, y que la lucha por el éxito es similar a una ley de la jungla en la que todo vale. Bellow se adelantó (con todas las diferencias) a las mismas tesis que Houellebecq empezó a exponer en sus novelas a mediados de los noventa, a eso que el francés llamó la Ampliación del campo de batalla. Bellow lo hace, eso sí, con un sentido del humor que permite seguir viviendo. Bellow escribe como un viejo en el que sigue habitando un niño bromista. De hecho es posible que Bellow ya fuera un viejo con alma de niño bromista cuando era un joven escritor (Carpe diem es de 1956, y Bellow tenía poco más de cuarenta años).

¿Es que no ve usted que no se puede marchar en línea recta hacia la victoria? Hay que ir en zigzag. La línea recta tuvo su época de Euclides a Newton. La era moderna analiza la línea angulosa. pg. 96
Carpe diem nos plantea la necesidad de crecer, ser autónomo, y la incapacidad de escapar de lo que el mundo piensa de nosotros. El final de la novela me parece que contiene una imagen brillante que cierra la historia: Tommy Wilhem acaba en un funeral, llorando desconsoladamente, consciente de que ha acabado por perderlo todo, y llora tan desconsoladamente que los testigos acaban pensando que debe tratarse del hermano del muerto. En algún momento de la novela el protagonista se da cuenta de que nunca ha llegado a crecer, que como su mujer le ha dicho tantas veces es un inmaduro, y reflexiona sobre la triste verdad de que mientras un hombre sigue dependiendo económicamente de su padre, como él, nunca llega a ser un verdadero adulto. Bellow es un escritor que explicaba el mundo en el que vivía, exponiendo sus interpretaciones de la sociedad de manera perfectamente integradas en sus narraciones. La prosa es de gran calidad y la estructura está medida a la perfección. Me parece un buen prólogo para entrar en las novelas mayores de Bellow. A ellas me iré acercando en los próximos meses.

El siete por ciento del país se está suicidando con el alcohol. Otro tres por ciento, quizá, con la droga. Otro sesenta, simplemente haciéndose polvo a base de aburrimiento. Otro veinte ha vendido su alma al diablo. Luego hay un pequeño porcentaje de los que quieren vivir. Eso es lo único que cuenta”. pg. 144

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Sr. E

lunes, 21 de septiembre de 2015

Rari nantes, de Alba Ballesta

Rari Nantes, de Alba Ballesta.
Ed. Gadir (2.015)


Alba Ballesta tiene 24 años y nació en Orihuela. Nació en mi misma ciudad y tiene la misma edad que uno de mis hermanos. Mi hermano está sacándose un doctorado en cosas que no llego ni a entender demasiado bien en qué consisten pese a que yo también hice la carrera de Físicas y Alba Ballesta ha escrito una novela que se llama Rari Nantes, con la que ganó el año pasado (por lo tanto tenía como mucho 23 años si no es que la tenía escrita de mucho antes) el Premio Joven de Narrativa de la UCM. Lo del premio está genial y seguro que a Alba Ballesta le hizo un montón de ilusión, y me imagino que sobre todo le hizo ilusión ver publicado el libro tan pronto, porque a los que tenemos la infección ésta de escribir (y ahora profundizaré en la idea pero creo que Alba tiene un caso bastante agudo) si terminamos una obra y no la vemos por ahí tomando el aire lejos de nosotros, nos da por corregirla hasta la trigesimoséptima vez y al final se nos envenena. Pero lo más importante de Rari Nantes no es que venga de un premio, ni que su autora sea joven, ni de Orihuela, sino que es una muy buena novela.

No voy a ponerme a hablar de la edad de los escritores y de que yo me hago viejo. No voy a recordar que en los noventa parecía que lo normal era ganar el Nadal o el Planeta antes de los veinticinco y comerte el mundo. No voy a hablar de Mañas ni de Juan Manuel de Prada. Voy a hablar de Alba Ballesta y de Rari Nantes, aunque puede que tangencialmente aún me toque lamentarme por estar haciéndome mayor. Estos jóvenes son cada día más jóvenes y yo me busco canas en la barba cada mañana frente al espejo. A los 24 años (no quiero ni recordar los 23) yo estaba terminando la carrera y le colé un relato al grupo editorial Planeta para que lo publicara en un libro que distribuía El Corte Inglés y me parecía que era lo mejor que escribiría nunca (afortunadamente creo que no lo ha sido; todo el mundo ha coincidido en que es el peor relato incluido en mi libro Beber durante el embarazo). A los 24 años Alba Ballesta ha publicado Rari Nantes y creo que seremos muchos los que tenemos curiosidad por lo que puede traerse entre manos (que seguro que algo se trae). Cogí el libro en la Biblioteca de Orihuela a finales de agosto y me lo había leído por primera vez a las cuatro horas de empezarlo. Ya he comprado dos ejemplares para regalar a voraces lectores amigos. Seguramente compraré más en las próximas semanas y seguiré regalándolo.

¿A quién se referiría entonces en ese relato? ¿Acaso no era el propio Conrad Desmond quien se escondía detrás de esa primera persona del singular? ¿Acaso inmiscuirse en vidas ajenas no era el pasatiempo favorito del escritor?” pg. 23

Rari Nantes es una novela sobre novelas. Sobre novelas, sobre escritores, sobre poetas, sobre fumar, sobre tomar café a todas horas y perderse en librerías. Sobre robar libros de las bibliotecas y tomar prestadas ideas de las películas. Sobre caminar sola bajo la lluvia al anochecer y querer quedarse en silencio. Es una novela sobre estar sin brújula en la vida y pensar en matarse. Es una novela sobre editoriales que no le importan a nadie porque no dan dinero y autores muertos. Sobre autores vivos que sólo sueñan con morirse y sobre muertos a los que aún no se les ha ocurrido la idea de ponerse a escribir. Y es, por encima de todo, una novela sobre la enfermedad. ¿Qué enfermedad? La de la literatura. A algunos, cuando tienen diecitantos años y les da por pasarse las noches leyendo y soñando con ponerse a escribir, un médico de confianza debería acercarse y decirles que no hay remedio. Es crónico. Habrá épocas en las que parezca que la enfermedad está remitiendo pero volverá. Aquí nos las vemos con personajes que se creen personas, o peor aún, con personajes tan reales que parecen personas, y son esa clase de persona que aspira, sobre todo, a ser un personaje.

Parecía que compartieran un mismo fin, el objetivo de salir a flote, de dejar de nadar sin rumbo. Apparent rari Nantes in gurgite vasto. Los dedos seguían nadando a la deriva, igual que Cristina o la chica del bocadillo de atún, igual que Lía, su ayudante, o incluso que él mismo: Knud Oluf Larsen, malogrado navegante”. pg. 171

Apparent rari nantes in gurgite vasto es el verso 118 del primer libro de La Eneída de Virgilio y de ahí toma su título esta novela. Todos los personajes que la pueblan tienen algo de nadadores que tratan de llegar a la orilla después de un naufragio. Superada la frontera del esfuerzo improductivo, han llegado a un punto de extenuación que les ha hecho olvidarse de por qué estaban nadando y a dónde se dirigían. La editorial ha hablado de una novela en la que Max Aub, Roberto Bolaño, Dostoyevski y otros cientos de escritores entran y salen como personajes. Entiendo que es una idea atractiva para llamar a los lectores pero no creo que sea del todo la más representativa del libro. En el libro hay un único personaje básico, Álvaro Aliaga, que impregna todo a su paso con su enfermedad literaria. Aliaga es un profesor de instituto con conciencia de mediocre y aspiraciones literarias. Todos conocemos a varios Álvaros Aliagas, seres que viven inmersos entre libros y sueños de grandeza, y que constantemente hablan de ponerse a escribir y parir esa gran obra que llevan dentro (obra que en el 99% de los casos nunca llegan a poner por escrito y nunca llegan a merecer ese nombre de obra, generalmente porque olvidan que lo más importante para ser escritor es escribir). La novela se sitúa en Barcelona, que debe ser una de las ciudades con más habitantes con autoconciencia de escritores y artistas del mundo. Álvaro Aliaga lleva toda la vida viviendo confortablemente en ese camino de ida y vuelta entre lo que quiere hacer y lo que realmente hace, sintiéndose cómodo en la melancolía y el lamento. Y un día se encuentra con la oportunidad de ser un personaje, el protagonista del libro de otro, que parece estar novelizando su gris existencia.

Después de unos minutos, le amargó darse cuenta de que las historias curiosas no le pertenecían a él, sino a individuos imaginarios, tan ficticios como Alberto Alcedo o, tal y como empezaba a sospechar, como él mismo”. pg. 47

La sombra de Bolaño como autor de referencia entre los que no saben distinguir la vida de la literatura es realmente alargada, aunque no veo aparecer el estilo de Bolaño tan claramente como referencia en la escritura de Alba Ballesta. Bolaño es un caballo desbocado y la prosa de Alba Ballesta es más clásica y la novela va sugiriendo más que contando. La escritura de Alba Ballesta es estética y muy sensitiva. Es fácil (casi inevitable) oler el humo de los cigarros y el aroma del café en sus páginas, se saborean las mismas galletas rancias que come el protagonista, sentimos los pliegues y los músculos de los cuerpos de los personajes estirándose dentro del nuestro. La autora genera una poesía minimalista a partir de los pequeños fragmentos que van dibujando la historia, en los que no faltan nunca escritores que no escriben, ideas sobre otros libros, música, esas conversaciones inconexas que se cazan al azar y nos dejan pensando en las vidas tan interesantes que viven los demás. No sé si será así, pero me ha dado la impresión de que Alba Ballesta, aparte de narrativa, escribe poesía.

Con las piernas pegajosas sintió el género vaquero como si se tratase de una segunda piel, como si de repente, debido a la temperatura, los pantalones se hubiesen fundido y se hubiesen colado por los poros. Se los abrochó y se subió la cremallera muy despacio, para que le rozasen lo menos posible en el clítoris desnudo. Aún así, las costuras se le marcaban demasiado y se le aferraban a la raja, o la raja se adhería a ellas como una lapa a una roca, soltando una ligera mucosidad”. pg. 56

La estructura es fragmentaria y va terminando el cuadro por acumulación de detalles. El referente clásico de esta clase de novela que va de un rincón de la ciudad a otro es el Manhattan Transfer de John Dos Passos, o el pastiche castizo de La colmena de Cela. Para mí, sin embargo, la novela acaba pareciéndose más que a esos dos modelos a El hombre que inventó Manhattan de Ray Loriga, un libro con el que Rari Nantes comparte referencias culturales al pop, al cine y a la música, y una cierta manera de ser joven y observar. La estructura de la novela acaba cerrándose con un clásico recurso de manuscrito encontrado. No es una de mis estructuras preferidas, pero entiendo que los autores que la escogen lo hacen tratando de darle un último toque de realismo que justifique algunos de los sucesos leídos, que parecen salir de sueños, echándole la culpa a la imaginación de ese otro que ha escrito las páginas que el autor simplemente ha encontrado.

Nunca se han escrito libros tan flacos como en el siglo XX. Abundan los ejemplos, aunque solo voy a detenerme en dos o tres. En primer lugar, tenemos a Georges Perec, conocido por un libro robusto, aunque no ruso. Salvo La vida: instrucciones de uso, Perec se dedicó casi por completo a los libros famélicos”. pg. 191

Se puede (y me imagino que se habrá hecho) acusar a Rari Nantes de ser una novela demasiado ambiciosa. No seré yo quien considere que el exceso de ambición literaria sea un defecto. Creo que ya hay demasiado autor que no arriesga, mide de más y prefiere quedarse corto que pasarse de largo. Se nota en algunos momentos de la novela que la autora no ha querido dejar nada fuera. Ha pretendido atrapar todo el mundo dentro, y en algunos pasajes se nota demasiado que ha querido dejar constancia de su mundo particular, de las calles, bares y librerías reales de Barcelona por las que circula (que acaban resultando menos vivos que los paisajes mentales e inventados del libro). Alba Ballesta ha hecho lo que todo escritor que pretenda ese nombre debe hacer, escribir una novela que aspira a tener todo el mundo en sus doscientas y pocas páginas. No creo que merezca la pena sentarse a escribir si no es con la intención de hacer el mejor libro del mundo. Ella lo ha intentado. Y le ha quedado una novela magnífica. Última recomendación: Leí la novela de manera lineal cuando la cogí de la Biblioteca de Orihuela. Esta última semana la he llevado como lectura en el metro, y la he ido leyendo a fragmentos sueltos, como si fuera una película de Godard o Rayuela. Recomiendo a quienes se acerquen al libro que lo experimenten en ambos formatos. No hay demasiadas novelas que disociadas de la idea de la trama sigan resultando tan atractivas.

Salió del supermercado más flaco, más pálido y un poco menos vivo que cuando entró. El camino que había tenido que tomar hasta decidirse al fin por esas lasañas congeladas le había desgastado por completo, le había dejado exhausto del horror y horrorizado de la extenuación. De ahora en adelante el supermercado representaría para Álvaro el tártaro clásico”. pg. 71

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Sr. E

lunes, 14 de septiembre de 2015

Frente al espejo de una mujer, de Ismail Kadaré

Frente al espejo de una mujer, de Ismail Kadaré
Alianza Editorial (2.002)

¿Por qué se dan algunos Premios Nobel de Literatura? ¿Por qué no se dan otros? ¿Le merece la pena a Ismail Kadaré, a estas alturas, que se lo den, o le dará más prestigio estar en la lista de los que nunca lo tuvieron? Cuando en 2.009 le dieron el Príncipe de Asturias, Fernando Sánchez Dragó, miembro del jurado, comentó que era una extravagancia más, otro snobismo, un darle el premio al candidato más raro posible, con el que no estaba de acuerdo. “Un exiliado albanés que vive en París, un capricho de progres”, es posible que fueran sus palabras textuales. Alguien le habló de la cara que muchos periodistas culturales europeos pusieron cuando Cela ganó el Nobel. Y alguien tendría que haberle recomendado leer a Kadaré, un escritor que ya hacía más de veinte años que se traducía regularmente en España. Porque quizá la primera recomendación ante las críticas infundadas sobre libros sin leer sería animar a su lectura. En mi opinión (tan válida como cualquier otra, es decir casi nada, y tan reducida como mis lecturas me permiten) Ismail Kadaré es uno de los pocos autores vivos que perdurarán al paso del tiempo. Creo firmemente que dentro de cien años se hablará de Kadaré, como creo que se hablará de Coetzee, de Houellebecq, de Naipaul y de no demasiados autores más, como algunos de los autores que desentrañaron el final del siglo XX y el principio del XXI, sin evitar meterse en charcos. Kadaré tiene un perfil de los que en teoría se premian con el Nobel. Escritor representante de la literatura de todo un país y una cultura, la albanesa. Uno de los lugares más oscuros y desconocidos de los Balcanes. Una sociedad en la que sigue habiendo venganzas de sangre medievales (reguladas por el Kanun). Un país que vivió uno de las dictaduras comunistas más herméticas y enloquecidas del siglo XX, la de Enver Hoxha.


Ismail Kadaré lleva 50 años explicando en sus obras ese país. Kadaré es el escritor nacional de Albania, y su postura durante el régimen de Hoxha quizá pese demasiado en las cabezas suecas. Kadaré fue un escritor permitido por el régimen pero criticado. Miembro de la Liga de escritores albaneses. Llegó a ser presidente de la misma. Fue diputado de la Asamblea nacional. Escribió libros opresivos donde es fácil encontrar alegorías de cómo es la vida bajo una dictadura, pero no se exilió del país hasta 1990. Tuvo libros censurados durante décadas. En este libro Kadaré reflexiona mucho sobre su postura en esos años. La suya y la de los intelectuales. Las relaciones entre los escritores que querían hacer literatura y los que querían hacer política. Las miradas inculpadoras que se cruzaba la policía secreta en un estado en el que todos eran sospechosos de ser confidentes y los escritores que aspiraban a la poesía y el arte, siempre al borde de ser acusados de burgueses. Kadaré se mira en el espejo que en el libro siempre atribuye a las mujeres y es muy duro en su autocrítica. 

Frente al espejo de una mujer es un libro publicado por primera vez en francés en 2.001 y traducido al español en 2.002 (porque Kadaré no ha sido uno de esos autores a los que tras ganar el Príncipe de Asturias se pusieron a traducir en aluvión, y aunque Sánchez Dragó no se hubiera enterado llevaba años en Alianza y antes en la editorial de Mario Muchnik o Ediciones B, e incluso antes en extravagantes editoriales prostalinistas que lo tradujeron en los ochenta como un genuino representante de la literatura albanesa) por Ramón Sánchez Lizarralde, su traductor habitual y sobre el que (por lo que he leído de su vida) posiblemente podría armarse una novela del propio Kadaré. Este libro recoge tres novelas cortas o nouvelles (aunque él las llama micronovelas, y algo de sentido tiene el nombre que elige, ya que son novelas cortas de una densidad muy alta, supersólidos literarios por utilizar terminología robada de la física), fechadas respectivamente en el 2.000 las dos primeras y en 1986 la última, estando escrita ésta en Tirana y las otras en París.

Las tres historias, El jinete y el halcón, La historia de la Liga albanesa de Escritores frente al espejo de una mujer y El vuelo de la cigüeña, miran al pasado. Al de Albania, especialmente el primero, y también al de Kadaré (en el caso del segundo y el tercero). La historia de Albania, tal y como la retrata Kadaré, parece maldita desde sus orígenes. Parafraseando a Gil de Biedma, la triste historia de Albania siempre va a terminar mal. Leyendas medievales que hicieron que algunos reyes albaneses promulgaran reglamentos que defienden el ojo por ojo. Invasiones de un pueblo tras otro. Enver Hoxha y su enloquecido régimen represivo. La vuelta a las costumbres más reaccionarias después de la caída del régimen. Los bombardeos de la OTAN sobre Kosovo, una región con mayoría de población de origen albanés, apenas un año antes de que Kadaré escribiera estas micronovelas (unos bombardeos que le llevaron a publicar Tres cantos fúnebres por Kosovo). En ese ambiente de desgracia tras desgracia en lo político y lo social, Kadaré se cuestiona qué papel le queda a los poetas y los artistas. Y se pregunta en voz alta qué responsabilidad tuvieron los pueblos extranjeros que fueron pasando por aquellas tierras, quemándola a su paso.

“En el curso de los últimos años se habían ido acostumbrando a tales cambios en la bandera: siempre se añadía o se eliminaba algo en el mismo lugar, sobre las dos cabezas del ave. Los italianos habían añadido la segur del lictor romana, mientras que los alemanes, nada más poner el pie en Albania, la habían suprimido de inmediato, proclamando como una buena nueva que les restituían a los albaneses su bandera primitiva, la que llevaba el color de la sangre en su campo y el negro en la silueta del águila”. pg. 40

El jinete con halcón es el título de una pintura, y es una historia que mezcla el arte, la caza y los asesinatos políticos. Hay albaneses que creen en la cultura y que han asumido el papel de pueblo bárbaro al que los extranjeros han venido a hacer crecer. En este caso nobles italianos convertidos en adláteres de Mussolini que viajan hasta Albania para disfrutar de unos días de tranquilidad en el campo, con días de caza y noches de bebida y arrebatos amorosos. La tensión entre los locales y los foráneos va viniendo al relato como desde el fondo de un cuadro, como un halcón que se acerca sigilosamente a su presa. Un gobierno albanés sometido pero orgulloso, y unos italianos que ven en ellos a los buenos salvajes a los que domesticar. Una pequeña obra de teatro que se va gestando detrás del escenario, entre palabras que ocultan su verdadero significado tras su sonido. Hasta que en el acto final todo acaba en un asesinato que será silenciado por la mentira.

“En cambio, los oficiales de policía afirmaban lo contrario. Pero es que las investigaciones eran fraudulentas. Así sucedía siempre al borde del pantano. En cuanto llegaban los investigadores, era como si abandonaran al instante el mundo real para internarse en otro diferente. En una especie de teatro …”. pg. 49

La historia de la Liga albanesa de Escritores frente al espejo de una mujer es la crónica de la vida de un joven escritor recién regresado de la URSS en la Tirana de los años 60. Ese escritor, por supuesto, es un trasunto de Kadaré, quien había estado becado en el instituto Gorki de Moscú y tuvo que volver después de que Albania decidiera aislarse hasta de la URSS. Kadaré, como todos los escritores, tenía que estar oficialmente reconocido, y era miembro de esta Liga. Allí se hacía propaganda del régimen, se competía en entusiasmo por el realismo socialista, se juzgaba a los que se desviaban de la línea oficial y corrían las habladurías. Entre propagandistas algunos tenían alma de poetas, y como el protagonista de este relato, soñaban con escribir novelas de verdad, y a falta del permiso oficial para publicar su segundo libro, por ser demasiado novelesco precisamente (algo que también le pasó a Kadaré), sublima sus sueños en la figura de una mujer, la del espejo a la que alude el título, que comparte calle con la Liga de los Escritores, una puta que no recibe a cualquiera, por miedo a que sea de la policía, y con la que el joven narrador intentará (sin éxito) tener una cita, Margarita.

“No sabía cómo desentrañar en mi interior aquella señal. Una puta, más que ningún otro símbolo, era lo que me hacía sentirme perteneciente a la capital. No sabía si debía llorar o reír por ello”. pg. 99

Atrapado entre guerras ajenas para alcanzar el poder dentro de los escritores oficiales de Albania, que lo mandarán durante meses fuera de Tirana, y los fracasados intentos de abordar una nueva novela, el narrador irá descubriendo que los escritores, hasta los de verdad, incluso los que se consideran críticos y cultivan una cierta distancia con el régimen, como él, no arriesgan demasiado en comparación con las otras subversiones que sí preocupan al poder, aficionado a castigar en público a unos pocos de los que se puede hablar durante semanas en la calle para así poder ir limpiando Tirana sin que nadie se diera cuenta de los elementos que verdaderamente preocupaban al poder, los que habían elegido vivir por libre.

“Las palabras de un primo mío que trabajaba en el Ministerio del Interior acudieron a mi mente repentinamente: ¿de modo que tú crees que lo vigilamos todo? Pues yo te digo que la realidad es precisamente a la inversa. Vigilamos una mierda. Nosotros mismos hemos fabricado esa leyenda para meterle a la gente el miedo en el cuerpo. Y resulta que funciona”. pg. 67

En la última historia, El vuelo de la cigüeña, Kadaré reincide en los ambientes de los escritores albaneses de la década de los 60 y 70, en los que se formó como autor. En el relato anterior, pese a la autocrítica hacia quien en realidad había vivido siempre bastante lejos del peligro real de enfrentarse a la dictadura, el tono general era de condescendencia con el joven iluso que había sido. En este, sin embargo, esa mirada al pasado se vuelve más amarga. Un narrador, otra vez joven, otra vez escritor, otra vez desencantado en el fondo con el régimen pero dispuesto a seguir aguantándolo mientras, pese a las disputas con la censura, pueda ir publicando, acude a encontrarse en provincias con un viejo escritor a quien admira y a quienes muchos en Tirana habían olvidado. Allí se encuentra con alguien poseído por el resentimiento, que ha intentado despreciar a quienes le desprecian a él, y parece que lo ha conseguido, dedicado a poner su arte por encima del clima político.

“y ahora dime, por favor, ¿se acuerda alguien de quién era el ministro de Cultura en la época de Shakespeare?”. pg. 138

El narrador se pregunta, aún sin hacerlo explícitamente nunca, qué hacen ellos, los jóvenes escritores de Tirana, y el libro se cierra con una nueva reflexión sobre qué papel juegan los países que han decidido posar su mirada (y a veces también las manos) sobre Albania, llevándose lo que les interesaba y dejándolos seguir en el barro. Kadaré, en un ejercicio de autoficción que domina en todo momento, vuelve a poner en guerra la memoria y la historia, y quizá falseando él mismo su memoria, o jugando a decirnos: “yo también podría engañaros si quisiera”, cierra un círculo con lecturas dobles y triples en los que cuesta distinguir en todo momento la realidad de la ficción. El Kadaré de casi setenta años que escribió estas historias juzga severamente al Kadaré de treinta que aspiraba a ser un importante escritor, y parece decirle que sí, que ha llegado a serlo pero que tal vez podría haber hecho las cosas de otra manera por el camino. Sin jugar a sentimentalismos, sin crearse un pasado de resistente heroico que sabe que no fue, Kadaré se mete con maestría en la línea del tiempo de la Albania del siglo XX y vuelve a recordarnos que hay historias convulsas, y pueblos a los que las maldiciones les duran siglos.

“Se diría que en aquella negrura inconcebible se estuviese preparando la transparencia del día siguiente. Se rumoreaba que la Unesco estaba elaborando un proyecto para su defensa. Ningún Pen Club de escritores europeos se había acordado jamás de Lasgush Poradeci”. pg. 141

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Sr. E

lunes, 7 de septiembre de 2015

La habitación de Nona, de Cristina Fernández Cubas

La habitación de Nona, de Cristina Fernández Cubas
Ed. Tusquets (2.015)

El último libro de relatos de Cristina Fernández Cubas había sido Parientes pobres del diablo, editado en 2.006. En 2.008 Tusquets editó Todos los cuentos, que incluía sus cinco libros de relatos hasta la fecha y que fue un relativo éxito (fue sin duda un acontecimiento dentro del mundo de los lectores de relato breve en España que estamos pendientes de las novedades, que podemos ser ¿5.000?; ni idea; por lo que tengo entendido las tiradas de las editoriales señeras del género no suelen pasar de los 1.000 – 1.500, y no sé cuánto tirarán Anagrama o Tusquets de los pocos autores españoles de relato a los que editan con regularidad, hago recuento y me salen Sergi Pàmies y Quim Monzó en Anagrama y Fernández Cubas en Tusquets). Han pasado nueve años sin nuevos cuentos de la autora, lo cual son muchos años, pero tampoco es algo extraño en ella, pues parece ser una autora que macera bien sus historias y debe selecciona mucho lo que publica. Van seis libros de cuentos desde 1980, y cuando publicó Parientes pobres del diablo en 2.006 salía de 12 años de silencio en el género, desde que en 1.994 apareciera Con Agatha en Estambul.

La habitación de Nona recupera motivos y tonos habituales en la narrativa de Cristina Fernández Cubas. Los que la hayan leído con anterioridad reconocerán rápidamente el estilo y las obsesiones de la escritora, y quienes la lean por primera vez se sentirán pronto en casa. El libro está compuesto por 6 relatos, algunos de los cuales se acercan más a la longitud y desarrollo de una nouvelle que de un cuento, y en los que lo fantástico, en la mayoría de los casos, aparece como una segunda piel de la realidad. La sintaxis de Fernández Cubas es elástica y musical y se adapta bien en cada momento a lo que está contando, y el lector aficionado al género reconocerá distintos motivos clásicos de la narrativa fantástica en estos relatos, a los que la autora dota de su toque personal. 

“y enseguida, nada más fijarme en sus caras, comprendí de golpe varias cosas. Que Nona no era francesa, en primer lugar. Y, sobre todo, que la palabra <<especial>> no significaba forzosamente algo muy bueno”. pg. 17

El libro tiene como cita inicial la siguiente frase de Albert Einstein: “La realidad es simplemente una ilusión, aunque muy persistente”. Es una idea que sobrevuela todas sus páginas, y como ya he dicho, prácticamente toda la obra de Fernández Cubas (he leído toda su narrativa breve). Esta idea, así como otra cita que se le atribuye a Einstein en el relato La nueva vida y que habla de la coincidencia de presente, pasado y futuro son dos ideas que se repiten casi con las mismas palabras en otros puntos del libro. La autora traza una muy débil frontera entre lo que es y lo que aparece, lo imaginario y lo real. El estilo es lírico y clásico, y siempre le he encontrado muchas similitudes a las historias de esta autora con las Historias fantásticas de Bioy Casares, que no es, ni mucho menos, el único modelo, pues la escritura de Fernández Cubas, por su desarrollo y por el largo tiempo que se toma para elaborar cada uno de sus libros, como si los estuviera destilando, hace pensar en una autora que ha bebido de toda la tradición que viene desde Poe hasta encontrar su propia fórmula.

“Alicia respiró hondo. No sería un robo, sólo un préstamo. Nadie la había visto subir. La casa no tenía portera ni se habían cruzado con nigún vecino. Y, además, ¿quién creería a la vieja?” pg. 54

Los seis relatos que componen La habitación de Nona son: La habitación de Nona, Hablar con viejas, Interno con figura, El final de Barbro, La nueva vida y Días entre los Wasi – Wano. Los que más se acercan al fantástico clásico son los dos primeros y La nueva vida. La habitación de Nona nos cuenta, desde la perspectiva de su hermana, la vida de Nona, una niña especial, y la autora juega con los múltiples sentidos de la palabra especial, así como con la fuerza de la imaginación, hasta el punto de cuestionar la existencia real de la narradora. Hablar con viejas es un relato que parte de una situación de actualidad como es la posibilidad de que a una chica joven vayan a desahuciarla hasta acabar en lo más parecido a un relato de terror que encontraremos en el volumen, siendo una vieja en apariencia inocente con la que la joven entablará conversación el medio elegido para ese salto. Interno con figura nos sitúa en un museo frente a un cuadro titulado Interno con figura en el que una mujer está interesada observando cómo un grupo de niños ve dicho cuadro (que de hecho también es la imagen que aparece en la portada del libro). En ese cuadro hay un niño que parece estar escondiéndose, y la mujer que analiza a los niños que están viendo el cuadro empieza a fantasear sobre los motivos que pueden llevar a una de esas niñas que miran el cuadro a tener miedo de sus padres. El final de Barbro es un relato de ambiente familiar. De familia que se desintegra, o al menos se desestabiliza ante la aparición de un nuevo miembro, la Barbro del título, la nueva mujer del padre, ante cuya presencia las tres hijas se pondrán a la defensiva. La nueva vida es probablemente, junto a Interno con figura, el cuento en el que la protagonista está más cerca de la autora, y de las circunstancias por las que Cristina Fernández Cubas ha pasado en los últimos años. Una mujer que se ha quedado viuda después de muchos años de relación viene de Barcelona a pasar unos días a Madrid y se plantea que debe iniciar su nueva vida, aunque no sabe cómo podrá hacerlo. Esas ganas de afrontar el futuro acabarán llevándola a un viaje al pasado, en la línea de la frase de Einstein que sitúa en el mismo plano de la realidad al pasado, al presente y al futuro, entrelazados.

“Y nos quedamos de piedra, sin poder hablar. De piedra y sin palabras. Porque las piedras no hablan ni sienten ni tienen emociones. Las piedras son sustancias minerales de consistencia dura y compacta”. pg. 89

La habitación de Nona, Hablar con viejas y La nueva vida son los tres relatos que siguen de una manera más clásica los parámetros de la literatura fantástica. La última historia, Días entre los Wasi – Wano, es por longitud prácticamente una nouvelle, como dirían los franceses. No es demasiado frecuente esta longitud de en torno a 50 – 60 páginas en la narrativa breve española, y todos los autores que la practican coinciden en su dificultad. Es, sin embargo, una distancia en la que Fernández Cubas se desenvuelve perfectamente, como se veía en Parientes pobres del diablo, un libro de sólo tres historias, todas ellas de estas características, y tal vez Días entre los Wasi – Wano sea el mejor relato del libro. Aquí lo fantástico viene del interior de la mente de la niña narradora, y no hay trastornos que lo justifiquen. Se trata del puro poder de la imaginación. Es un relato que nada más iniciarlo llevó mi memoria lectora a recordar La fiebre azul, primer relato de Parientes pobres del diablo. Una casi adolescente y su hermano pequeño son enviados a pasar el verano con su tío, que les contará mil historias sobre la tribu de los Wasi – Wano, una tribu que quizá ni existe (o sí, pero no de la manera habitual en la que existen las tribus), y que les servirá de gancho para aprender que existen otros caminos en la vida aparte de los más trillados, pero que ningún camino lo es sólo de rosas. Fernández Cubas, como en muchas de sus historias, nos retrotrae a la infancia y a su desbordada imaginación, dejándonos al final de sus páginas un regusto melancólico por la capacidad para intercalar lo extraordinario entre lo rutinario que hemos perdido.

“De todos los epítetos con los que la familia despachaba con regularidad su alegre existencia, Viva la Virgen era el que más me intrigaba y gustaba al mismo tiempo. Los imaginaba en la intimidad de su hogar, en el comedor, en la cocina, en el dormitorio, cogiendo hatos de ropa, sábanas, manteles, alzándolos al aire y dejándolos caer al grito de ¡Viva la Virgen! Con las cacerolas y sartenes pasaban aún mejor. ¡Viva la virgen!” pg. 138

Siempre he emparentado el acercamiento al fantástico de esta escritora, que muchas veces se aprovecha de la mirada de los niños y adolescentes, tan impresionables y sugestionables, con las primeras historias de Adelaida García Morales, una autora que empezó a publicar en fechas cercanas a Fernández Cubas, que tuvo bastante más éxito que ella (gracias sobre todo a la adaptación de Víctor Erice de la película El sur) y que pasó pronto a una segunda línea. El prestigio de Fernández Cubas, por el contrario, ha tenido un crecimiento bastante más lento, pero siempre constante, y cada uno de sus nuevos libros parece situarla en un nuevo punto máximo de su trayectoria. En la solapa de presentación de la autora, se cita una frase del profesor Pozuelo Yvancos referida a Cristina Fernández Cubas: “la mejor cuentista de la literatura española”. ¿Lo es? Siempre parece muy atrevido entregar títulos como ése, pero si nos sentimos en la obligación de entregarlo, desde luego es una buena candidata.

“Y hago lo único que puedo hacer. Escribo un cuento”. pg. 77

Más reseñas el próximo lunes

Sr. E