viernes, 31 de julio de 2015

Lo que comen las brujas, de Nacho Vegas

Creo que todos los que alguna vez nos hemos sentado a intentar escribir historias de terror, como es mi caso este verano, envidiamos la poesía sencilla y directa de esta canción.

Como toda historia de miedo clásica, está a medio camino entre lo inocente y lo aterrador. El buen terror siempre surge, como es el caso, de hacerse una pregunta inocente y obtener una respuesta que nos dé miedo.

https://www.youtube.com/watch?v=LX5GSzc6sRo

martes, 28 de julio de 2015

Mientras escribo, de Stephen King

Mientras escribo, de Stephen King
Ed. Plaza y Janés y Debolsillo (2.000)

Se ha debatido ya mucho sobre si Stephen King es o no es un buen escritor. Me da la sensación de que cuando yo era adolescente sus libros se vendían bastante más que hoy en día (aunque se siguen vendiendo mucho). En cierto modo creo que porque su figura era mucho más polémica. Era un escritor que vendía muchísimo escribiendo sobre muertes, fenómenos paranormales y guarradas. Y todo con mucha sangre. Un amigo mío estaba fascinado con un relato (que nunca he leído) en el que una planchadora industrial tomaba vida y aterrorizaba a la ciudad. El primer libro suyo que leí fue Carrie. Comprar o tomar prestados de la biblioteca sus libros tenía algo de proscrito. Aquellos libros chorreaban sangre. Y como todo lo que se vende muchísimo, tenía que ser necesariamente malo para muchos lectores que se situaban por encima de nosotros. Por si fuera poco, como tantas cosas que hacíamos los adolescentes (como tantos videojuegos violentos, como tantas películas), ponía en riesgo nuestra futura estabilidad mental.

Noto, por la diferencia con la que se mira al comprador y lector de Stephen King hoy en día, que ha progresado en la escala de respetabilidad de críticos, escritores y lectores pretendidamente serios. Hoy en día hay escritores literarios que reconocen ser lectores de sus novelas. Esas novelas, por supuesto, se han ido descargando de muertes salvajes, guarradas y sangre. Y se han ido volviendo más aburridas. Quizá Stephen King se ha vuelto respetable porque el nivel medio a su alrededor ha caído en picado en las últimas dos décadas. Porque King sabe hacer novelas de entretenimiento, generalmente de género, con un nivel medio más que aceptable. Sus libros son sólidos. Dentro del disputado mundo de los libros de puro entretenimiento para leer en aeropuertos, trenes y piscinas, respeta mucho más a su lector que otros autores de best seller, y se toma su trabajo en serio.

Dejando al margen el tema de si King es o no un buen escritor, es, sin duda, un buen narrador. Para los que nos perdemos en ocasiones cuando estamos escribiendo en juegos con la prosa y digresiones variadas, leer sus libros no es una mala idea. Sus historias fluyen con facilidad, avanzan ágilmente y rara vez aburren a quien las está leyendo. Es un escritor que siempre elige la opción sencilla, que no se lía en frases que ocupan párrafos. Es directo y llega al lector. Pasan cosas, la trama progresa, al lector le apetece saber qué va a suceder a continuación, maneja bien las emociones y la sintaxis es más que solvente y correcta. King, no se olvide, ha sido profesor de Lengua y Literatura de secundaria y de Universidad, y él siempre insiste, por ejemplo en este Mientras escribo, en que lee bastante menos terror y misterio de lo que podría pensarse. Lee poesía, lee a Faulkner, lee a Cormac McCarthy, prefiere a Poe frente a Lovecraft.

Si quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho. No conozco ninguna manera de saltárselas. No he visto ningún atajo”. pg. 159.

¿Tiene sentido este libro? Creo que sí. Stephen King nos explica al principio que cuando va a dar una conferencia nadie le pregunta por las soluciones técnicas que toma cuando sus historias se atascan, sobre cómo planifica sus obras y cómo organiza su trabajo en ellas. Nada. Esas parecen ser preguntas reservadas para los autores literarios “serios”. Y se pregunta si alguien que conecta con millones de lectores acaso no tiene nada que enseñar sobre el oficio. Cree que sí. Yo también lo creo. Este libro es la respuesta afirmativa a esa pregunta. Creo que Stephen King ha escrito algunas novelas de terror que trascienden bastante el género y que están entre la mejor narrativa dirigida al gran público de los últimos 40 años. El resplandor, Cementerio de animales, La zona muerta, Misery y El misterio de Salem´s Lot, son, como mínimo, novelas muy sólidas. No hay tantos autores con un repóker de novelas de ese nivel. Y según gustos habrá quien hable de It, Apocalipsis, Ojos de fuego o la saga de La torre oscura como sus mejores obras. Quizá ha escrito demasiadas novelas, es cierto. Es posible que si hubiera sido un poco más selectivo hubiera ganado algunos millones de dólares menos pero hubiera completado un corpus de 8 o 10 novelas realmente buenas. Cuando uno lee varios de sus libros, observa que repite estructuras y algunos personajes de una novela se parecen demasiado a otros personajes de otra. Con más tiempo para pulir cada una de sus buenas novelas podría haber evitado esos defectos. Y se suele olvidar, pero Stephen King es también un muy buen autor de relatos cortos. Una selección con veinte de sus mejores relatos sería sin duda un libro excepcional (dejo la idea para el editor que la quiera). Y de manera directa o indirecta (con el peso de su obra en el cine de género de las últimas tres décadas) es un autor que ha influido en la cultura popular que cualquier persona maneja. Con todo esto quiero decir, simplemente, que si Stephen King quiere contarme cómo escribe, yo estoy dispuesto a escucharlo.

Es donde escribe estas líneas un hombre de cincuenta y tres años con mala vista, un poco cojo y sin resaca. Hago lo que sé, y lo mejor que sé. He superado todo lo que he contado (y mucho más que me dejé en el tintero), y ahora contaré todo lo que pueda sobre mi trabajo. Sin alargarme, como tengo prometido”. pg. 112

El libro se divide en tres partes. En la primera, titulada Curriculum Vitae, cuenta, sin un orden riguroso y sin pretender dar explicaciones completas, momentos de su vida, desde que era niño hasta que un coche lo atropelló y casi lo mató a finales de los noventa. Vemos que King viene de una familia modesta, que siempre se ha sentido fascinado por los libros, que se casó joven, que tuvo dos hijos, que daba clases durante el curso y durante los veranos cogía otros trabajos, que se acostumbró a escribir en cualquier sitio, que poco a poco consiguió publicar algún relato, que vendió Carrie a una editorial, que el libro empezó a funcionar bien, vino Hollywood, escribió El misterio de Salem´s Lot, escribió El resplandor, y el resto es historia como se suele decir. Se convirtió en uno de los escritores más famosos y leídos del mundo (si no el que más), se le fue la mano con la bebida y las drogas, perdió de vista algunos objetivos. Y esto no es políticamente correcto, pero su abandono de las sustancias a finales de los ochenta coincide con un bajón en la intensidad de sus novelas. Tal vez, y esto no quiere decir que nadie deba tomar ese camino si quiere escribir y vender millones de libros, sus historias se veían beneficiadas por la inspiración de ciertas paranoias y procesos mentales ligados al abuso de anfetaminas, cocaína y alcohol. Pero prefirió seguir viviendo. Seguramente hizo bien.

También empleé la defensa Hemingway. Consiste más o menos en lo siguiente: soy escritor, y por lo tanto muy sensible, pero también soy un hombre, y los hombres de verdad no se dejan gobernar por la sensibilidad. Eso sería de maricas. En conclusión, bebo. ¿Hay alguna otra manera de afrontar el horror existencial y seguir trabajando?” pg. 105

La segunda parte del libro, llamada Caja de herramientas, habla de las herramientas que él utiliza como escritor y que cree que pueden ser útiles para cualquiera que quiera serlo. La primera y muy clara, leer y escribir. Vuelve a ella con reiteración. Tiene una serie de reglas muy sencillas sobre la gramática y la sintaxis que estaría muy bien que algunos profesores de Lengua de secundaria le pasaran a sus alumnos. Son pocas, son simples, y hasta puede que no les parezcan reglas y decidan hacerles caso. Por ejemplo, no usar la pasiva si puede evitarse, no abusar de los adverbios terminados en –mente, elegir la palabra más sencilla que dé el significado que queremos expresar. Y por supuesto, estar abierto a incumplir esas normas.

Propongo desde ya una promesa solemne: no usar “retribución” en vez de “sueldo”, ni “John se tomó el tiempo de ejecutar un acto de excreción” queriendo decir que “John se tomó el tiempo de cagar”. pg. 130

La tercera parte, Escribir, habla de enfrentarse al folio en blanco, de la construcción de personajes, la escritura de diálogos, la elección de temas, la corrección, la recorrección, y hasta qué punto darle importancia a la opinión de los lectores y los críticos. Para ilustrarlo, coge ejemplos de textos propios y de otros autores. Textos buenos y malos, pues como dice, se aprende mucho de los malos escritores, en los que es muy fácil detectar los fallos. Por último, hay una pequeña posdata, llamada Vivir, como contrapunto a Escribir, para que nadie se olvide de lo importante que es, y al final del libro hay un pequeño ejercicio de corrección de estilo del propio King sobre un relato, y por último una pequeña lista con los libros que más había disfrutado como lector durante los cuatro años que pasaron entre que empezó Mientras escribo y lo dio por finalizado.

Dudo que haya novelistas con muchas inquietudes temáticas, aunque hayan escrito más de cuarenta libros. Yo tengo muchos intereses en la vida, pero pocos lo bastante profundos para alimentar una novela. Entre esos intereses se halla la dificultad de cerrar la caja de Pandora una vez abierta, la cuestión de por qué, si hay Dios, ocurren cosas tan horribles, la fina línea divisoria entre realidad y fantasía, y sobre todo el atractivo irresistible que puede tener la violencia para gente básicamente bondadosa. También he escrito hasta la saciedad sobre las diferencias fundamentales entre niños y adultos, y sobre el poder curativo de la imaginación humana”. pg. 229.

Más reseñas el próximo lunes.

Sr. E.

jueves, 23 de julio de 2015

Beber durante el embarazo, en conoceralautor.com

Los amigos de conoceralautor.com me ofrecieron hacer una pequeña presentación del libro en su web.

Os pongo aquí los enlaces de la presentación y una breve lectura, y os invito a pasaros por su página, curiosear en busca de nuevas lecturas y participar.

http://www.conoceralautor.com/libros/v/beber-durante-el-embarazo-de-pablo-escudero-abenza

http://www.conoceralautor.com/libros/lectura/beber-durante-el-embarazo-de-pablo-escudero-abenza

http://www.conoceralautor.com/

lunes, 20 de julio de 2015

Cuentos completos, de Graham Greene

Cuentos completos, de Graham Greene
Ed. Edhasa (2.011)
Las colecciones de cuentos completos y de cuentos escogidos permiten acceder a un amplio período de tiempo de producción de un mismo autor. Podemos ver cómo su estilo se va definiendo, cómo va manejando cada vez mejor sus herramientas narrativas, cómo hay temas que aparecen constantemente mientras otros se difuminan, o cómo las influencias de otros autores tienden a ser mayores en los primeros momentos de esa carrera que más adelante, donde el estilo del autor se acaba de afianzar.

Leer los cuentos completos de un autor me parece como acceder a un álbum de fotos en el que podemos ver lo guapo que era de niño y en qué ha ido degenerando. Además muchas colecciones de cuentos completos, como ésta, vienen presentadas por el propio autor, que la valora, explica el contexto en el que fueron escritos esos relatos y explica dificultades compositivas en algunos de ellos y lo que aprendió de dichas dificultades.

Para muchos escritores, los cuentos son una especie de entrenamiento hacia la novela. Esta clase de escritores escribe uno o dos libros de relatos cuando son jóvenes. Suelen ser relatos a los que les falta intensidad y aire, y esos autores escasamente vuelven al género, si acaso cuando algún periódico les pide algo con lo que llenar las páginas del verano. Hay quien opina que esta clase de escritores y esa clase de cuentos son los que hacen que el cuenta tenga un escaso aprecio como género entre los lectores. Es un hecho repetido por muchos escritores (y algunos no particularmente conocidos por su producción cuentística, como Haruki Murakami o Stephen King) que el del relato corto, si no se ejercita, es un arte que se pierde. Luego hay escritores que son eminentemente cuentistas y que fracasan cuando intentan saltar a la novela por sugerencia de alguna editorial. Lo brillante de su estilo en la distancia corta se vuelve repetitivo por la acumulación de páginas, en ocasiones caen en la repetición de trucos, intentan escribir toda la novela en ese máximo de intensidad que el cuento requiere, y eso agota al lector. Lo más difícil es encontrar buenos novelistas que durante toda su trayectoria escriban también cuentos de manera regular y que estos cuentos tengan un nivel estimable.

Sigo siendo un novelista que ha escrito relatos por casualidad, del mismo modo que determinados cuentistas han escrito novelas por puro azar. No se trata de una distinción superficial, ni siquiera de una distinción técnica como la que existe entre el artista que pinta al óleo o a la acuarela y, por descontado, no es una distinción valorativa. Es una distinción entre dos estilos de vida”.

Los Cuentos completos de Graham Greene recogen 4 libros de relatos: Veintiún cuentos, Un cierto sentido de la realidad, ¿Puede prestarnos a su marido? y La última palabra y otros relatos, además de otros cuatro relatos finales que aparecen como no compilados. Parece ser que Greene solía reordenar, corregir, poner y quitar cuentos de sus colecciones cada vez que eran editadas, por lo que existen viejas traducciones en las que esos cuentos nunca compilados sí lo estaban.

A los veinte años leí unas cuentas novelas de Graham Greene en pocos meses. Las más conocidas, supongo: El factor humano, El tercer hombre, El americano tranquilo, Nuestro hombre en la Habana, El poder y la gloria. Que recuerde, al menos esas. ¿Qué me queda de esas lecturas diez años después? Mentiría si dijera que recuerdo sus tramas y sus detalles. Sí recuerdo una solidez narrativa, una buena construcción de tramas, novelas más o menos de suspense en las que importaba muchas veces más lo que sucedía en el interior de los personajes que lo sucedido en el mundo exterior. Siempre se destaca de Graham Greene su conversión al catolicismo a los 23 años. Esto, sin ser un elemento central, está presente en muchos de sus relatos en forma de un sentimiento de culpa bastante persistente en sus personajes. Los relatos donde el autor cae en un cierto proselitismo de su nueva fe no son demasiado numerosos, lo que se agradece. Es algo que sucede, y da lugar a un relato bastante flojo, por ejemplo, en La sugerencia de una explicación. Quizá es en los cuentos de Un cierto sentido de la realidad donde está más explícita la visión del hombre, la culpa y el pecado del autor.

Cronológicamente, podemos encontrar cuentos (todos fechados) que van desde finales de la década de los 20 hasta principios de los 80. ¿Cómo son estos cuentos? Es bien conocida la afirmación de que el cuento, para ser eficiente, debe respetar la unidad de acción, de lugar y de tiempo. Hay muy buenos cuentistas que no lo hacen, no creo que haya que tomárselo demasiado en serio. Greene sí es bastante respetuoso con ese principio. Sus cuentos son muy narrativos y suelen ser sólidos, unitarios. Dan la sensación de haber sido escritos del tirón y le piden al lector que los lea de una. Pierden bastante efecto cuando se interrumpe su lectura a medias y se retoma luego. Greene, como narrador, prima la eficacia sobre el efectismo. Algunos de sus cuentos podrían estar entre los clásicos del género del s. XX, pero en ninguno de ellos escribe como un escritor que necesita transmitir a los lectores la importancia que su obra cuentística tiene. Como autor, no se da más importancia que la historia ni los personajes, y no se interpone entre el narrador y el lector.

¿Cómo son los cuentos? Es difícil buscar una definición global de un total de 53 cuentos. En base a lo que recordaba de las novelas de Greene que había leído esperaba relatos de suspense, de espías, reflexiones profundas sobre la culpa y la responsabilidad. Y los hay, pero hay mucho más. Greene es un cuentista bastante variado. Hay relatos que parecen juegos de inteligencia al modo de Borges. Hay relatos que rozan el fantástico clásico. De hecho, el relato Un lugar junto a Edgware Road está incluido en la antología del relato fantástico Aguas negras de Alberto Manguel, donde aparece junto a autores como Kafka, García Márquez o Poe, con los que en principio no asociaríamos a Greene. Se trata de un clásico relato de sueños que se introducen en la realidad haciendo que el personaje se cuestione si sigue estando cuerdo o se ha vuelto loco. No es el único que se acerca a esa vertiente fantástica, todos bastante clásicos y logrados. Pero sin duda los relatos que más me han sorprendido y creo que más atraparán a cualquier lector son aquellos en los que se evocan pasajes de la infancia. Cuando aparecen los niños en escena Greene se siente más cómodo que nunca, y desde esa infancia recordada toca todos los temas, con un estilo y una profundidad que no distan de las narraciones de la infancia de Juan Marsé o Salinger, por poner dos ejemplos muy distintos pero igualmente sugerentes.

Una oportunidad, Más barato en agosto o Debajo del jardín, son tres relatos que cualquier escritor de cuentos que se precie debe envidiar. El propio Greene reconoce en la presentación que esos, junto a otros pocos más, son quizá lo mejor que nunca escribió, por encima de sus novelas. Pero si sólo pudiera elegir un relato, si alguien me pidiera que le dijera con qué relato entrar en este mundo, le recomendaría Los destructores. Unos niños fascinados por una casa de su barrio, no en este caso la típica casa encantada sino la casa del tópico vecino gruñón, deciden gastarle una broma. Hasta ahí lo que todos hemos hecho o pensado de niños. Hasta ahí la conexión con la realidad más común. Pero llega la magia de los cuentos. Esa pandilla de chicos deciden gastarle una broma realmente pesada. Aprovechando un fin de semana que el propietario va a pasar fuera van a deshacer la estructura de su casa para que ésta se derrumbe a su vuelta.

El nuevo formaba parte de la pandilla desde principios de las vacaciones de verano, y en su caviloso silencio había posibilidades que todos reconocían. Jamás decía una palabra que no fuera necesaria; ni siquiera dijo su nombre hasta que las reglas se lo exigieron. Cuando dijo Trevor, lo hizo como declarando un hecho, no como lo hubieran hecho los otros, con vergüenza o como un desafío”.

Más reseñas el próximo lunes.

Sr. E.

lunes, 13 de julio de 2015

Los siete años de abundancia, de Etgar Keret

Los siete años de abundancia, de Etgar Keret 
Ed. Siruela y Debolsillo (2.014)

La semana pasada estuve en una Casa del Libro buscando algo que no hubiera leído de Kadaré en bolsillo. No tenían nada que me interesara, pero, casualidades alfabéticas, acabé comprando unos aforismos de Kafka que desconocía que estaban en bolsillo, y este libro de Keret, que había leído cuando salió y que tampoco sabía que había salido en bolsillo. Tentación para los keretistas y asequible puerta de entrada a su mundo para los que lo desconozcan.

Después de los siete años de abundancia vendrán otros siete años de escasez, nos dice el Génesis sobre el sueño del faraón. Etgar Keret toma la primera parte de esa premonición, y no es casual. Keret es un optimista sufriente. O un pesimista bromista. Parece el tipo que cuenta chistes en un funeral. Más aún, el tipo que cuenta chistes sobre el muerto en el funeral y consigue que, sintiéndose culpables, todos se rían. Cuando todos pierden la cabeza Keret no mantiene el control, pero sí el sentido del humor. Si no estuviera tan manoseado por adolescentes que se lo tatúan y lo utilizan como estado de whatsapp, se podría decir que Keret es partidario del “Carpe diem”. Hoy estamos aquí y mañana no se sabe. Bailemos y ríamos.

Keret recoge en este libro apuntes, reflexiones, artículos de prensa, que fueron escritos durante los siete primeros años de vida de su hijo. De ahí la referencia del título. Al final de esos siete años murió su padre, cuya enfermedad va volviendo algo más melancólicos los textos a medida que avanza el tiempo. Los textos están organizados por años: Año 1, Año 2, etc. El primero de los textos, De repente, lo mismo, sitúa directamente al lector en el hospital, mientras Keret espera en el pasillo a que su mujer dé a luz en el paritorio. Ha habido un atentado y un periodista lo reconoce y le pide que le dé su visión original sobre el atentado. Keret le explica la situación. Keret, como cualquier padre primerizo, teme a lo desconocido y se sorprende a cada paso.

"Pero, en principio, es una persona completa contenida en un envase de cincuenta centímetros, y no cualquier persona, sino una muy extrema, un excéntrico, un personaje. Del tipo que respetas, aunque, quizá, no llegues a comprender del todo". pg. 16

Cuando te has criado en Israel, entre atentados, y pese a las ofertas para mudarte a países europeos a enseñar en sus universidades has elegido quedarte en Tel Aviv, enseñando cine allí y escribiendo desde aquella ciudad mediterránea, has hecho una elección por el presente, y quizá lo único que puede mantenerte en la cordura es relativizarlo todo y quitarle importancia a lo más trascendente. Puede que no haya mañana. Mejor escribir.

En todo lo que escribe Keret, desde lo más fantástico a lo más real, siempre está presente la posibilidad de un fin cercano. En este libro, más que en ninguna de sus obras traducidas al castellano, es difícil distinguir lo personal de lo colectivo. A Keret le sucede Israel, con sus contradicciones políticas, sociales, religiosas. Keret querría ser un tipo normal pero vive en un mundo bastante complejo. Es hijo de supervivientes del Holocausto y vive en Tel Aviv. Allí trata de criar a su hijo con normalidad. Da clases en la universidad. Escribe relatos. Viaja. Tiene una mujer que es actriz de televisión y es bastante más conocida que él en su país. Él trata de ser un fiel cronista de la realidad pero la realidad lo supera por tantos lados que acaba pareciendo un autor surrealista. Con Keret sucede lo que con aquella famosa frase sobre Kafka: “Si Kafka hubiera nacido en México hubiera sido un escritor costumbrista”. Keret nació en un lugar que le permite parecer surrealista siendo un costumbrista.


En su último libro de relatos (estrictamente hablando) traducido, De repente llaman a la puerta, en un par de momentos se lamentaba de que le pasaran las cosas que le pasaban por el hecho de ser Etgar Keret y estar en Israel. Esto no pasaría nunca en Suecia, venía a decir en el primer relato, allí las cosas se piden con amabilidad, pero en Oriente Medio no se consigue nada siendo amable. Esto no le pasaría nunca a Amos Oz o a David Grossman, se lamentaba en el último.

Keret analiza con su bisturí lleno de ironía todos los estratos de la sociedad. Y aunque en una primera lectura las crónicas pueden parecer centradas en Israel (lo cual ya las hace interesantes), una reflexión un poco más reposada nos lleva a darnos cuenta de la universalidad de los temas que se tratan en este libro, pues trasponiendo los términos concretos todos tenemos una hermana ultraortodoxa y un hermano objetor de conciencia que se consideran con derecho a juzgarnos cada uno desde su extremo, a todos nos han llevado nuestros padres de niños a conocer lugares que nos parecieron mágicos, todos nos indignamos con la prensa diaria y maldecimos a los comerciales de las compañías telefónicas. Todos los que tenemos hijos tenemos miedo a que les pase algo malo, todos somos conscientes de que la vida empieza y se acaba a nuestro alrededor constantemente, y según nuestra manera de ser eso puede llenarnos de angustia.

"No hay nada más frustrante que te ataquen con armas nucleares cuando estás poniendo el jabón en el lavavajillas – explicó –. A partir de ahora, sólo lavaremos los platos conforme los vayamos necesitando. Esta filosofía de si-al-final-voy-a-arder-en-llamas-entonces-no-voy-a-hacer-el-primo fue mucho más allá del edicto del lavavajillas. Enseguida dejamos de fregar el suelo y de tirar la basura todos los días". pg. 75

Keret es un escritor brillante, pero no deja que esa brillantez ciegue e impida seguir leyendo. Las imágenes sugeridas y los juegos de palabras nunca distraen al lector de la narración, sino que lo empujan hacia delante. Para algunos lectores Keret seguramente frivoliza con todo. Pero creo que ha elegido una manera de estar en el mundo. La única posible. La del esquivabalas. Desde el punto de vista político este libro también es interesante. Políticamente sus crónicas son incómodas. Es un hombre de centroizquierda que se permite criticar las políticas militaristas de su gobierno, lo que le hace criticable allí. Pero lanza mensajes que normalmente no llegan a España y la Unión Europea desde ese espectro político. En varias ocasiones repite que él vive en un país que está bajo la amenaza de la destrucción por varios de sus vecinos, y esa quizá es una idea que perdemos de vista con frecuencia desde la lejanía.

Leer a Keret, incluso cuando son textos que se supone que están más sujetos a la realidad, como estos, es entrar en un mundo delirante, lleno de ironía y juegos, matices e imágenes que se quedarán en la mente del lector. A principios de 2013 tuve la suerte de ser seleccionado para asistir a un pequeño taller / seminario que dio en La Casa Encendida. Allí vi a un cuentacuentos, a un embaucador, a alguien en la tradición de Sherezade, que se gana el siguiente día en el mundo a cambio de una historia. Cuando acabó la charla, me acerqué a él y le dije que La chica sobre la nevera es uno de mis relatos preferidos. Para los que no hayan leído el relato, es la historia de una niña a la que sus padres dejan sobre la nevera de la cocina para que no moleste y básicamente así pasa su infancia. Él me dijo que era una historia de la infancia de una amiga suya, que él sólo lo había escrito. De cualquier otro hubiera pensado que era una mentira más. Pero de Keret me lo creí. Tiene esa capacidad de hacer que todo lo que sale de su mano sea inmediatamente verdad para quien lo está leyendo. Me dedicó el libro y me dibujó junto a su firma un barquito que se hunde lentamente. “Nos estamos hundiendo pero aún quedan muchos años para que toquemos fondo”, me explicó. Le di las gracias.

"Nuestra vida es una cosa y tú siempre la reinventas para que sea otra cosa más interesante. Eso es lo que hacen los escritores, ¿no?
Me encogí de hombros, sintiendo que me habían regañado un poco.
- No es que me queje –, dijo mi mujer, besándome. Teniendo en cuenta la tradición familiar de mear borracho en los muros de las embajadas, podría decirse que salí bien parada". pg. 140


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Sr. E

lunes, 6 de julio de 2015

La novela luminosa, de Mario Levrero

La novela luminosa, de Mario Levrero (publicada póstumamente en 2.005)
Ed. Mondadori Literaria y Debolsillo

La semana pasado pasé 72 horas aislado en Ávila, en uno de esos congresos de profesores con los que nos castigan a los docentes a final de curso (supongo que para compensar aquello tan comentado de las largas vacaciones escolares).


Doce horas diarias de charlas y dinámicas grupales en un lugar que se me antojaba una fortaleza de la que nos permitían escapar apenas media hora después de la comida y un rato por las noches. Creo que sin los escasos momentos de paseo, los pocos minutos de charla lúcida con otras personas y sin la recompensa de un café bien cargado o una cerveza bien fría, hubiera enloquecido. Me hace falta poco para enloquecer, lo sé.
Me sentía, allí dentro, un tópico personaje kafkiano. Ni siquiera un verdadero Josef K., sino apenas uno de esos sucedáneos de teleserie a los que hemos dado en llamar kafkianos en los últimos 90 años. Un ser superado por unas circunstancias externas contra las que no puede hacer nada.

Me ayudó a superar aquel encierro el libro que previsoramente metí en mi mochila. Probablemente el libro que mejor traslada el espíritu de Kafka a los inicios del siglo XXI. Si hay algo que define literariamente la obra de Kafka, por encima de todo, es el extrañamiento en la mirada.
Nadie ha posado una mirada tan desenfocada sobre la transición del siglo XX al XXI como el uruguayo Jorge Mario Varlotta Levrero, quien ya era en sí mismo dos personas: Jorge Varlotta para sus amigos, su familia y las autoridades, y Mario Levrero, el escritor, autor de la obra definitiva (tan definitiva como pueda serlo una obra de estas características) sobre el hombre superado por las circunstancias: La novela luminosa.

La novela luminosa es una novela breve de apenas 100 páginas en la línea de Valis de Philip K. Dick. En ella Levrero relata algunas de sus así llamadas experiencias luminosas. Creo que la principal diferencia de enfoque entre Valis de Philip K. Dick y La novela luminosa está en el abuso de los alucinógenos por parte de Dick mientras que Levrero, como dice en el prólogo, por suerte se salvó de algunos vicios. Nunca bebió demasiado porque odiaba a los borrachos y por suerte nunca le dio por probar las drogas. Porque Levrero sabe que tiene tendencia a las obsesiones y a las adicciones.

“Sí, otra vez se me hicieron las seis de la mañana. Pero por lo menos no entré a Internet. Me pregunto qué estuve haciendo durante todas estas horas.” pg. 78


Su abstinencia no está motivada porque pretenda mantenerse lúcido para defenderse mejor de las amenazas externas, sabe de sobra que toda resistencia es inútil, sólo le queda el estoicismo para afrontar el mundo. Levrero teme las amenazas internas. Sabe perfectamente que vive en la tenue frontera que separa al excéntrico más o menos extremo del loco, frontera que ha pisado alguna vez y por la que Dick se deslizó hacia el otro lado.

Levrero empezó a escribir La novela luminosa a mediados de los ochenta. El proyecto fue abandonado y cuando empezamos a leer el libro estamos en agosto del 2000, a Levrero le han dado una beca de la Fundación Guggenheim para la creación con la que pretende terminar ese viejo proyecto.

“Estimado Mr. Guggenheim, espero que sea consciente de los esfuerzos, registrados en este diario, por mejorar mis malos hábitos, al menos algunos de ellos, al menos en la medida en que estos hábitos me impiden dedicarme plenamente al proyecto de escribir esa novela que usted tan generosamente ha financiado. Ya ve usted que hago todo lo que está humanamente a mi alcance, pero tropiezo una y otra vez contra ese montón de escombros que yo mismo, alguna vez, he volcado en mi camino.” pg. 96

Pero no es tan fácil para Mario Levrero ponerse a escribir La novela luminosa. Pretende, antes de abordar su proyecto, recuperar el estado mental en el que empezó a escribirla más de veinte años atrás. Para ello quiere alcanzar previamente a un estado de ocio pleno, olvidándose de obligaciones, intromisiones y distracciones.

Durante el prólogo a La novela luminosa propiamente dicha, Levrero cuenta las vicisitudes que le impiden ponerse en serio con el proyecto. Mujeres, ex – mujeres, enfermedad, visitas médicas, su raro ritmo de sueño, la adicción a los ordenadores, clases de yoga, el taller literario que imparte, correcciones, la compra de un aparato de aire acondicionado, la lectura casi continua de novelas de misterio y policiales, los yogures que prepara, experimentos caseros, la observación de la vida de las palomas a través de la ventana, llamadas telefónicas, nacimientos, sueños, muertes.

Ese prólogo, llamado Diario de la beca, ocupa más de 400 páginas. Levrero desafía cualquier lógica narrativa y su prólogo engorda a la vez que va dejando que los días pasen, y lo refleja. La absoluta libertad creativa de Levrero está en esas más de 400 páginas. No busca la curiosidad malsana del lector. No son cotilleos. No es la miseria de la vida diaria de un hombre que se siente mayor y de vuelta. Es alta literatura. Nos muestra uno de los sentimientos más universales, igualmente existente en la Praga de 1920, el Uruguay del 2000 o la España de 2015, el de la imposibilidad de comprender el mundo. No cuenta nada extraordinario, pero el estilo lo define todo. La literatura, para los que leemos y escribimos, debe estar en el estilo. 

Como la serie Seinfeld, o la reciente película Boyhood, Mario Levrero, en La novela luminosa, muestra la vida al desnudo, tal cual es, haciendo que parezca que no era su intención, que no se está esforzando. Como Kafka en sus diarios, Levrero es incapaz de distinguir el transcurrir de la Historia del devenir de su existencia, y eso le permite ser un (quizá involuntario) lucidísimo analista de estos tiempos líquidos.

“Según el estado de mi barba, a veces, cuando estoy preparándome para lavarme los dientes antes de irme a dormir, veo en el espejo un rostro muy parecido al de Salman Rushdie (autor que no leí ni pieso leer). Es muy probable que este parecido sea una ilusión óptica, y de todos modos hay diferencias notorias: mucho menos pelo, más edad, la mirada no tan astuta ni tan satisfecha de sí misma. Pero, por las dudas: aviso a todos los musulmanes que Rushdie no está en Montevideo. Repito: Salman Rushdie no está en Montevideo. Se ruega comprobar prolijamente la identidad antes de actuar.” pg. 358

Pequeñas victorias, viejas derrotas. En definitiva, la existencia. Levrero nos enseña, con su particular filosofía vital, que no vale la pena luchar contra la locura del mundo. El mundo ganará. El ruido nos dejará sordos. Pero hay que tratar de resistir. Como Sísifo, al que nombra varias veces como su modelo mitológico, hay que subir la roca para que vuelva a caer y que todo vuelva a empezar.

Levrero se plantea en algún momento de ese Diario de la beca, si lo que está escribiendo es un diario realmente, puesto que lo está revisando desde una óptica literaria y siente que al dotarlo de estilo lo manipula. Tampoco cree que sea una novela, puesto que no siente que esté usando los artificios propios de la ficción, ni parece haber más estructura que la propia fecha de cada entrada. Aunque acaba concluyendo que hoy en día, cualquier mierda entre dos tapas ya es una novela.

Es la cuarta vez (quizá la quinta) que leo La novela luminosa. Es un libro que hace de espejo para nosotros y de brújula para el mundo. Si creyera en los libros de autoayuda diría que este sí es un libro de autoayuda, en el sentido en el que las grandes obras literarias nos empujan a ayudarnos a nosotros mismos. Después de cada lectura de La novela luminosa uno se conoce mejor, y sigue asumiento lo frágil que es. El lector reiterado de La novela luminosa entiende un poco mejor sus miedos y contradicciones, entiende cada vez más la absoluta necesidad de lo inútil y sabe que hay poco margen de libertad entre tantas prisas y ruidos pero que merece la pena buscarlo.


“La cabeza de una paloma sin plumas ni carne es casi puro pico, enorme en relación con el cráneo. Con razón son tan estúpidas.” pg. 449

Próxima reseña el próximo lunes.

Sr. E

jueves, 2 de julio de 2015

Beber durante el embarazo

Hace 4 años que abrí este blog y dije al final de la primera entrada: Hasta pronto.

La vida me ha dado varios giros completos desde 2011. He cambiado de trabajo varias veces, he leído obras maestras que me han deslumbrado, he hecho nuevos amigos y perdido otros por el camino, he tenido un hijo. Y después de algunos premios, peleas e intentos que no acababan de concretarse, ha llegado el primer libro.

Se llama Beber durante el embarazo, título del relato premiado en el Certamen de Relato Corto El Fungible 2013.

El libro, por supuesto, lo firmo con mi nombre civil, no como señor E. Podéis buscar Beber durante el embarazo, firmado por Pablo Escudero Abenza, en la Editorial Baile del Sol. Os recomiendo hacerlo.

http://bailedelsol.org/index.php?option=com_booklibrary&task=view&id=700&catid=0&Itemid=427

El libro podría haberse llamado Cuentos pendientes. Este blog fue inaugurado con ese nombre porque en aquel momento estaba rematando una pequeña colección de cuentos bajo ese nombre. No lo dije entonces porque iba a ir a concurso y no quería que nadie pudiera rascar en las bases y decir que era público que era mío. Aquella pequeña colección de 5 cuentos fue premiada por el Injuve en el extinto Certamen de Creación Joven en su modalidad de Narrativa. 4 de esos cuentos han acabado formando parte de Beber durante el embarazo (para algunos lectores del original Cuentos pendientes el cuento que ha quedado fuera era claramente el mejor, parece que seleccionar siempre es dejar fuera el favorito de alguien, a veces hasta el propio). Mantengo el nombre porque siguen quedándome muchas historias por escribir, muchas novelas, muchos cuentos.

Conviviendo con esa autocrítica extrema que algunos días me lleva a plantearme que sobran relatos, que sobran muchos relatos, que tenía que haber filtrado mucho más y quizá dejar el libro reducido a dos o tres frases, estoy en general muy contento con el libro. Creo que es sólido y que se defiende por sí mismo.

Ya lo hemos presentado en Madrid y en Orihuela. Ya pasé el trago de estar firmando como un desconocido en la Feria del Libro de Madrid. Ahora le toca al libro, y le toca a los lectores, conocerse.

Ahora que parece que los blogs están de retirada creo que es mi momento para ponerme con este. Libros, alguna película, quizá música y reflexiones en torno a la cultura. Serán siempre reseñas de cosas que me gustan, e intentaré transmitir ese entusiasmo.

Intentaré hacer al menos una entrada semanal, los lunes me parecen un buen día para las reseñas. Puede que entre lunes y lunes haya otra clase de reflexiones o noticias.

Hasta el próximo lunes.

Sr. E